23-12-2017
El turisme comunitari com a alternativa a la megamineria: el cas de Bucaramanga, Colòmbia
Luna Reinoso | Alba SudEntrevistem durant la seva visita a Barcelona a Luis Carlos Estupiñán, director de l'ONG colombiana Corambiente, a qui Alba Sud dóna suport a l'assistència tècnica per impulsar un desenvolupament turístic sostenible i de base comunitària.
Crédito Fotografía: Javier Tejera | Alba Sud.
(entrevista disponible només en castellà)
El pasado 12 de diciembre, Luis Carlos Estupiñán, director de la ONG colombiana Corambiente, impartió una conferencia en Barcelona sobre turismo sostenible y comunitario como alternativa al impacto de la megaminería en Bucaramanga, Colombia. La actividad fue organizada conjuntamente por Alba Sud y Ostelea, y tuvo lugar en la sede social de esta Escuela Universitaria de Turismo. A través de su relato podremos entender mejor cómo es que esta propuesta de turismo de base comunitaria, en la que Alba Sud estamos directamente implicados en su asistencia técnica, representa una alternativa para el desarrollo social y una alternativa ante conflictos socio-ambientales provocados por la explotación minera a gran escala.
Orígenes de Corambiente
¿Como surge y qué pretende Corambiente?
Somos una asociación ambiental para el desarrollo sostenible. Empezamos en el año 1996. Hace más de 20 años que estamos en este sector. Nuestra principal labor es la de apoyar la organización de las comunidades campesinas para propiciar algunas alternativas de desarrollo. Pensamos que solamente organizados los campesinos pueden mejorar sus condiciones de vida.
¿De qué forma logran que las comunidades campesinas se organicen?
La forma de propiciar esa organización de las comunidades es a través del tema alimentario, de la producción de alimentos. Históricamente nuestra labor ha estado ligada al tema del alimento y el agua, trabajando principalmente en una zona del Magdalena medio colombiano y en el nororiente en las provincias de Santander y Norte del Santander.
Empezamos trabajando con comunidades que habían sido víctimas de desplazamiento forzado por el conflicto armado. Esas personas llegaban a las ciudades y no encontraban posibilidades de trabajo. Entonces el quehacer nuestro era apoyarles con la alimentación. Para esto montamos unos centros de atención alimentaria comunitarios donde la gente llegaba y preparaba el alimento. El problema de estos barrios es que son periféricos y están llenos de miseria y también están presentes los actores armados, los paramilitares y la guerrilla, entonces la desconfianza entre los que viven allí era absoluta. Entonces en torno a la preparación del alimento propiciamos que la gente se encontrara, generara confianza, y crecieran los liderazgos.
¿Qué lograron con estas intervenciones?
Básicamente logramos que el Estado, que antes no llegaba a estos barrios, se involucrara y apareciera allí. Se invitó al alcalde para que los visitara y diera sus palabras con la presencia de la prensa. De esta forma el barrio empezó a existir para la ciudad. Se logró que se atendieran temas de acceso al agua, la energía eléctrica o el alcantarillado.
¿Qué sucedía luego de que creaban estos centros?
Estos centros de atención alimentaria se entregaban a la entidad del Estado que le compete atender la alimentación de los niños, que es el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. La idea no era hacer algo de una manera infinita sino propiciar la organización y que el Estado cumpliera su función.
La gente que llegaba a la ciudad desplazada, ¿de dónde venía?
Fundamentalmente de la región del Catatumbo, una zona muy selvática y montañosa ubicada al norte del país. Varias de estas selvas eran bastión y sitios de origen de la guerrilla, grupos como la FARC, el ELN o EPL se escondían allí.
Fotografía de Alba Sud.
¿Entonces eran desplazados por la presencia de la guerrilla?
No, por los paramilitares. Estas personas vivían en la región coexistiendo con la guerrilla, pero con la llegada de los paramilitares tuvieron que irse por los asesinatos que se cometían. Quienes vivían allí eran básicamente campesinos, colonos, que no tenían oportunidad de acceder a tierras en ningún otro lugar, y entonces se iban a estas zonas de selva a abrir lo que ellos llamaban “mi puesto”. Mi puesto es un pedazo de tierra donde se puede producir para vivir. Pero entonces fueron desplazados y emigraron a las ciudades estableciéndose en barrios de invasión en zonas periféricas.
Muchas de las familias que fueron desplazadas se hastiaron de vivir en esa situación de miseria y decidieron retornar. Con el apoyo de Cooperación Internacional regresaron a Catatumbo y nosotros comenzamos a trabajar con el tema alimentario para reconstruir la producción de autoconsumo recuperando semillas y especies animales.
¿Vosotros continuasteis trabajando en la zona con los que se quedaron?
Seguimos trabajando con algunos que quedaron en la ciudad, pero también acompañando a los que regresaron a la región. Cuando la gente decidió regresar todo estaba bloqueado por el paramilitarismo. Entonces nuestra acción fue ayudar con mercados durante tres meses. Hacíamos mercados que duraran un mes y los entregábamos a las familias. Para los paramilitares nosotros estábamos llevándole comida a la guerrilla y era una situación bastante complicada. También los ayudábamos a conseguir ciertas semillas, especies menores, como gallinas, ovejas, etc., para que la gente fuera recuperando la producción para autoconsumo.
¿Qué dificultades encontraban al trabajar con estas familias?
Para las familias campesinas el trabajo en el huerto y la comida normalmente es un rol que cumplen las mujeres. Los hombres se encargan de trabajar en lo que genere ingresos, ya sea café, cacao, plátano o ganado. Por eso casi siempre hemos trabajado con mujeres o con organizaciones de mujeres campesinas, que son las que están al final de la escala social en cuanto a derechos y oportunidades de desarrollo. Trabajábamos con ellas haciendo hincapié en el tema de la organización, en la producción de alimentos para autoconsumo y en la mejora del acceso al agua.
A esta altura, ¿seguían trabajando solo con comunidades de Catatumbo?
No, también empezamos a trabajar en la producción de alimentos y técnicas de producción agroecológica con otras comunidades que no habían sufrido tanto la situación del conflicto armado, pero sí de otro tipo, y fuimos ampliando el espectro de acción de la asociación a otras zonas.
Conflictos socio-ambientales en Santander
¿Qué tipo de conflictos afectaban a esas otras comunidades?
Trabajando con comunidades en el Departamento de Santander empezó a percibirse el problema de la llegada de la minería y su efecto sobre las fuentes de agua. En Toledo, una región al norte de Santander, donde la gente producía agroecológicamente y cuidaba sus fuentes hídricas, se secaban los yacimientos de agua debido a la extracción subterránea de carbón.
¿Existen más comunidades afectadas por la minería?
Si, ya en Santander, apoyando la organización de las mujeres y la producción de alimentos, evidenciamos la llegada de una empresa multinacional de origen canadiense que quería extraer oro en grandes cantidades de la zona del Páramo de Santander, donde nace el agua para todo el nororiente colombiano. Allí nacen ríos que atraviesan la región del Catatumbo con cuencas que abastecen de agua a casi 3 millones de personas de varios municipios y dos grandes ciudades, una de ellas Bucaramanga.
Fotografía de Alba Sud.
¿En qué consistía el proyecto de la multinacional canadiense?
Era un proyecto de cifras escandalosas, proponía estallar 80 toneladas de dinamita a diario para hacer minería a cielo abierto. Establecían que iban a usar durante 16 años 120 toneladas de cianuro a diario. Allí el oro no está en grandes concentraciones, sino que son unas partículas muy finas y para obtener un gramo de oro se necesitan como 10 toneladas de roca. Durante el proceso primero aplicarían la dinamita para fraccionar la roca, luego el cianuro para provocar la precipitación y después el mercurio o sulfato de zinc para concentrar el mineral. Con los residuos –entre los cuales habría cianuro– harían una montaña en la parte alta de la región.
¿Qué acciones tomaron al enterarse de este proyecto?
Cuando conocimos de este proyecto nos organizamos con sindicatos, organizaciones estudiantiles y ambientales y formamos el Comité para la Defensa del Agua y del Páramo de Santurbán, y así empezamos. Éramos muy pocos tratando de pensar qué se podían hacer para enfrentarse a una multinacional que además contaba con el apoyo del Gobierno. El panorama era muy complicado y nuestra estrategia fue intentar socializar el tema.
¿Cómo lo socializaron?
Lo primero que hicimos fue convocar una movilización por la defensa del agua. Pensamos que sería muy concurrida, pero en la primera marcha salimos solo 100 personas, de las cuales 80 eran del Sindicato del Acueducto, con lo cual no habíamos convocado a nadie.
¿Qué fue lo que falló?
Hubo muchos problemas de comunicación. No sabíamos como convocar, usábamos formas que comúnmente se usaban, como sacar calaveras, veneno, y la gente eso lo veía mal. También nos perjudicaba el estigma de la guerrilla, era en la época del gobierno de Uribe Vélez en que todo lo que se opusiera a sus políticas era guerrilla. No había nada que hacer, dijéramos lo que dijéramos eso salía en el periódico regional como algo promovido por las FARC.
¿Cómo superaron esa situación?
Entonces empezamos un proceso más concienzudo de comunicación. En 2011 conseguimos el apoyo de un publicista que nos ayudó a hacer una estrategia de comunicación y se empezó a convocar una segunda movilización, a la que asistieron cerca de tres mil personas. También empezamos a hacer debates técnicos, contactamos a expertos, universitarios e investigadores, que vinieran a exponer cómo era el tema de la minería y cuáles eran los efectos que podía tener. Esto tenía más credibilidad que si lo decíamos nosotros los “ambientalistas”. Hicimos muchos foros y debates y convocamos una tercera movilización a la que asistieron cerca de 9 mil personas. Pero entonces nos dimos cuenta que estábamos llegando a un punto en el que nosotros solos ya no podríamos convocar más gente.
Fotografía de Javier Tejera | Alba Sud.
¿Pensaron en pedir colaboración a otras organizaciones?
Se hicieron varias cosas, por un lado, una transformación interna de la organización para articular con otros ámbitos económicos. Empezamos a convocar acciones de diálogo a través de las universidades y se incorporó la Federación de Comerciantes, la Sociedad de Mejorar Públicas, diferentes universidades y hasta el Colegio de Jesuitas. Al entrar otras entidades ello generó más confianza en el resto de la sociedad. En 2014 hicimos una cuarta movilización donde salimos cerca de 50 mil personas. Fue una de las primeras marchas multitudinarias en Bucaramanga, y fue muy bonito porque nuestra reclamación era pacífica, ciudadana y para todos, asistieron adultos mayores, monjas y familias con niños.
Esta cuarta movilización se dio unos días antes de que el Ministerio convocara un foro público para discutir la propuesta de la multinacional antes de otorgarle la licencia ambiental y durante el foro el Gobernador presentó una férrea defensa contra el proyecto minero. Finalmente, el Ministerio del Ambiente negó la licencia a la empresa canadiense y esto iluminó las posibilidades y dio esperanzas a otras regiones del país.
El turismo entra en el debate
¿Cuál fue la respuesta de las comunidades frente a esos resultados?
Fuimos a varias zonas donde la gente empezó a moverse regional o localmente para defender el tema y compartir metodologías. En una de las audiencias las comunidades campesinas que están en una situación de pobreza muy grande dijeron: «Bueno, y entonces, si no va a haber minería, ¿nosotros qué vamos a hacer? Porque ustedes se toman el agua que nosotros generamos acá y nunca nos han dicho, vean aquí hay un peso para nada. Al contrario, el Acueducto lo que ha hecho es comprar una serie de predios y ha sembrado pino que es lo más nocivo para el agua, pero esa es la inversión que se ha hecho desde la ciudad. Entonces ustedes nos dicen que protejamos el agua, ¿pero ustedes que han hecho?». Nosotros, desde Corambiente, comprendimos esta postura y empezamos a pensar que había que encontrar alternativas de desarrollo para estas comunidades.
¿Qué impacto tuvo esto sobre el movimiento de defensa del agua y el territorio?
Nos costó mucho hacerle entender a la gente, parecía que nos estábamos yendo para el otro lado. Empezamos a plantear que para que hubiese agua de manera permanente y durante mucho tiempo necesitábamos que la gente que vive en esa zona viva bien, si la gente vive bien entonces nos ayuda a cuidar el agua. Además, si nosotros ayudamos a que vivan bien creamos una relación de gana-gana. En ese punto de confluencia en busca de que la comunidad viva bien es donde empezamos a articularnos con ellos y buscar alternativas de desarrollo. Entonces en otro diálogo con los alcaldes todos coincidían en apostar por el tema del turismo: «Ayúdennos con el tema del turismo. Porque es lo que le vemos una posibilidad aquí en la región. Lo de la agricultura no da, la ganadería no da, y vemos que aquí esto tiene muchas zonas posibles para turismo».
Fotografía de Javier Tejera | Alba Sud.
¿Por qué se descartaron las actividades agropecuarias?
Porque tradicionalmente al campesino no le ha ido bien, tiene que subsidiar su trabajo. No tienen tecnología disponible para producir, no hay un mercado que les garantice la venta de sus productos y está el tema de las malas comunicaciones que empeoran en invierno. Por eso decían que veían posibilidades en el turismo. Y entonces quedamos con dos mandatos: uno, como nosotros no sabíamos nada de turismo, teníamos que conseguir expertos en el tema, y dos, había que empezar a formular un plan de turismo que articulara la oferta de la región.
¿Ya llegaban turistas a la zona?
Sí, porque el paisaje es hermosísimo y está muy cerca de la ciudad. Ya había operadores turísticos en la ciudad que estaban vendiendo la zona, pero sin tener en cuenta la localidad.
Me imagino que eso era otra fuente de riesgo, ¿no?
Claro, y de quejas, porque llegaban buses turísticos con grupos de 40 a 80 personas de turismo local que entraban por la finca sin pedir permiso, traían toda su comida ya preparada, no dejaban nada a la localidad y estropeaban el lugar.
Un plan para ordenar el desarrollo turístico
¿Cómo contactaron con expertos en turismo?
A través de un contacto en común, , Illes Solidàries amb el Sud y el apoyo del Fons Mallorquí de Solidaritat i Cooperació, empezamos a trabajar con Alba Sud por su experticia y por coincidir en cuanto al enfoque que queríamos darle al proyecto. Como estábamos buscando alternativas para la gente de allí, queríamos un turismo que los involucrará, y por supuesto, que fuera sostenible.
¿Qué postura tomo la comunidad ante esta propuesta?
El proceso con Alba Sud empezó cuando llegó Javier Tejera, con la mirada de hacer un turismo sostenible y comunitario y empezamos a trabajar con las personas que ya estaban dedicadas al tema del turismo. Los que tenían restaurantes, el hostal y guías. En las primeras reuniones comunitarias con Javier la gente lo que nos decía era: «Aquí tráigannos turistas, aquí ya estamos listos para que eso se haga. Traigan mucha gente que es lo que necesitamos y si vienen de España mejor porque les podemos cobrar más.»
¿Y cuál fue la respuesta?
Entonces Javier lo que hizo fue irse de turista, para conocer y observar cuál era la situación. Al regresar en el primer taller hizo una presentación extensa y mostró las razones por las cuales aún no estaban listos para recibir turistas, había muchas cosas que se daban en total informalidad. Había hostales con “ambiente familiar” en los cuales todos compartían la misma toalla, los guías no cumplían su función, no se respetaban las normas de seguridad para hacer las excursiones, etc. Javier les aconsejaba que no pensaran en ellos, sino que hicieran el ejercicio de profesionalizar el sector. Y aunque fue un gran choque la gente lo reconoció porque era expuesto desde una evaluación turística externa. La reflexión de la gente fue: «Bueno, no estamos tan preparados, tenemos que hacer cosas para prepararnos».
Fotografía de Alba Sud.
¿En qué consistieron los talleres de acompañamiento técnico?
Se mostraron ejemplos de saturación turística, y la gente comprendió que no querían eso. Por ejemplo, el caso de Salento, en el eje cafetero, donde había mucho testimonio de gente cansada del turismo, los fines de semana llegan muchísimos turistas y los residentes no pueden disfrutar de su ciudad y se estropean los paisajes naturales. Y se mostró una situación más cercana, en San Gil, donde hay mucho turismo joven, extranjero que van por droga y prostitución, allí no dejan nada y contaminan el río.
Esto sirvió para distinguir entre lo que se quería y lo que no y para formular una visión conjunta. Se hizo un ejercicio muy bonito donde la gente colocó las palabras que les gustarían que quedaran en la visión de turismo. Pusieron: participación, respeto a la cultura, protección del ambiente, etc. Y entonces a partir de eso se escribió una mirada conjunta de desarrollo. Todo el trabajo fue muy participativo. Luego Javier explico cuáles eran los ejes del turismo sostenible y comunitario que teníamos que tener en cuenta para trabajar.
¿Cómo definieron las tareas de cada eje?
Empezamos a trabajar sobre qué actividades se deberían desarrollar en cada uno de los ejes. Salieron una serie de propuestas de acciones que también se priorizaron y se eligieron las que eran fundamentales y estratégicas para trabajar. Todo esto se recogió y se hizo un documento técnico. Nosotros empezamos a desarrollar parte de lo que estaba planteado dentro de nuestras posibilidades y recursos.
¿Cómo se organizó la comunidad?
Normalmente lo que estábamos tratando de hacer, para darle también una conexión con los municipios, era trabajar con los Consejos Municipales de Turismo. Pero allí había varias debilidades. Primero, porque son unos escenarios definidos políticamente por conveniencia, y segundo, el accionar de la comunidad ambiental, la corporación autónoma que no ve con buenos ojos estas propuestas y exige el cumplimiento estricto de la normativa antes de dejar a los actores ingresar al sector turístico. Para nosotros, la gente debe llegar a cumplir la normativa, pero también debe facilitárseles que la cumplan, porque a veces sale muy costoso. Es decir, no hay un flujo de turismo constante y entonces es muy complicado recaudar los recursos económicos necesarios para hacerlo. Se trata de poder desarrollar el proceso, pero que la gente realmente participe, porque con el otro camino solo quedan dos o tres personas que tienen posibilidades económicas para hacer inversiones y manejar el turismo, y no es la idea.
Sobre eso te quería preguntar, las iniciativas de gente con recursos a nivel turístico, ¿cómo interactúan con el desarrollo de esta propuesta de turismo sostenible y comunitario?
Hemos tratado de hablar con los gremios relacionados con el tema del turismo en la zona de Bucaramanga y hemos presentado la propuesta también en el ámbito nacional. Pero todavía no hay mucha credibilidad porque los gremios funcionan como círculos cerrados que no ven con buenos ojos el que llegue gente que no conocen a hacer un tipo de turismo donde ellos no van a tener la misma posibilidad de obtener ganancias.
Fotografía de Javier Tejera | Alba Sud.
¿Qué empresas turísticas grandes hay allí?
Hay un grupo de personas con recursos que a nivel regional maneja los hoteles importantes de Bucaramanga. Con ellos intentamos establecer alianzas cuando hicimos el lanzamiento del Plan de Turismo para que apoyaran el proyecto por ejemplo a través de la compra de los productos agroecológicos que producen las familias de la comunidad, pero todo esto aún les suena muy raro.
¿Qué acciones simultáneas se deberían llevar a cabo para que el proceso avance?
Bueno, primero localmente, para fortalecer a las personas que están ahí, fortalecer la actividad de los guías, organizar la preparación y oferta de alimentos, fortalecer el tema de la gastronomía local. Son trabajos que hay que desarrollar para dar forma y cualificar la oferta. Pero a su vez, hay que ir generando los enlaces con los otros actores privados que aún no ven la gran oportunidad que representa el proyecto.
¿Todo esto está en proceso actualmente?
Si, el Plan de Turismo existe y nosotros hemos desarrollado algunos de sus temas, pero hay muchas cosas por hacer en el territorio para cualificar la oferta y también para recaudar los recursos que permitirán fortalecer la zona.
Nuevos riesgos de explotación minera
Pero paralelamente continúa el desarrollo minero, ¿qué ha ocurrido mientras tanto?
Digamos que en la región hay tres tipos de minería. Hay unos empresarios pequeños de minería tradicional que son la minoría. Luego hay unas empresas extranjeras que trabajan en una extracción mediana y silenciosa. Y la tercera minería que es la que se quiere instalar, de grandes acciones, con fuertes inversiones y con la intención de extraer en el menor tiempo posible la mayor cantidad de oro. La primera propuesta fue la de la multinacional canadiense que ya comentamos, y era a cielo abierto, ahora existe una nueva de inversión árabe que propone extraer los minerales de modo subterráneo.
¿Y eso que impactos tiene?
Muchos. No existe evidencia suficiente sobre el funcionamiento de las aguas subterráneas, pero es evidente que está relacionada con las fuentes hídricas de la superficie. Una de las condiciones particulares de este Páramo es que es un páramo seco, pero igual la generación de agua es muy grande, por tanto, la procedencia del agua, normalmente, es subterránea. Otra evidencia de esto es que unos de los problemas grandes que tienen los mineros cuando están abriendo túneles de exploración es el agua. Tienen que usar muchos sellos porque la cantidad de agua que sale al abrir el túnel es muchísima. Con los túnelos cortan esos canales de agua que son irrecuperables. Entonces un impacto se da sobre los circuitos naturales del agua.
Fotografía de Javier Tejera | Alba Sud.
La concentración de minerales que quieren extraer es muy baja con respecto a la concentración de partículas. Entonces tienen que usar mucha agua, tanta o más que el agua que consume la ciudad diariamente. Es decir, se vuelve una competencia fuerte por el agua. Además, según el IDEAM (Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales) la región es zona roja. Es decir, hay un déficit hídrico para el abastecimiento de la ciudad durante el verano. Tenemos una ciudad que tiene déficit hídrico y con la presencia de la minería tendríamos como dos ciudades en términos de consumo de agua.
Luego vienen los problemas de escorrentía por todo lo que arrastra el agua de los materiales que usan para separar el oro. Y por último la generación de residuos. Ellos dicen que los meterán en túneles para que queden guardados, pero esto significa una fuente de contaminación subterránea.
A la vez, tenemos todo el tema de logística, vías, infraestructura. Y el otro impacto que se da incluso antes de empezar el proceso de explotación minera es el social. El coste de vida en la zona se dispara, la gente se va porque le resulta mejor vivir en otro pueblo y arrendar su casa para los que vienen a trabajar con la empresa minera. También aumentan los problemas de alcoholismo, prostitución y de drogas.
¿Este proyecto de minería subterránea se está evaluando?
Está en estudio a nivel nacional. Es un momento de pulso muy grande de fuerzas. Me vuelvo un poco en el tiempo para explicar que la respuesta del Estado cuando se dio la situación de la empresa canadiense fue delimitar un Parque Nacional donde no debería haber actividad porque querían proteger el Páramo. Pero esto no contrarresta la posibilidad de que ingresen los mineros porque pueden meter sus bocaminas alrededor de la delimitación y sacar el mineral por debajo. Y eso no lo controla nadie.
La designación de la zona como Parque Nacional, ¿afectó a las comunidades de alguna manera?
Claro, de todas las maneras. Es decir, lo que debió hacer el Estado después de delimitar el territorio es decir qué se puede hacer y en dónde dentro de ese territorio. Pero no fue así, lo dejaron solo delimitado y entonces la gente vive con incertidumbre. Primero porque nadie les quiere comprar porque ahí no se puede producir, y segundo porque a ellos los van a sacar.
Nuestra pretensión no era afectar a las familias campesinas para nada, sino frenar la mega minería que sigue impávida ahí abajo. La lucha siempre ha sido con el tema de la gran minería, y el Estado lo que hizo fue convertir eso en contra de los campesinos, entonces los campesinos están bravos con los ambientalistas de la ciudad porque lo que se les dice arriba es que están fregados porque la gente de la ciudad no los quiere en ese lugar. Esto genera una polarización muy grande y en Colombia decimos que “en rio revuelto, todo el mundo pesca”. Hay mucha desinformación y sobre todo no hay alternativas.
Perspectivas
¿Cuál crees que sería el camino a seguir?
Como he dicho, yo creo que se trata de un proceso simultáneo, por un lado hay que hacer la defensa del territorio, las movilizaciones, las acciones jurídicas y la incidencia institucional para que el proyecto minero no se desarrolle. Pero por otro lado tenemos que ir construyendo desde ahora alternativas, porque no podemos esperar a que digan que no va la minería para empezar a pensarlas.
¿Cuál sería tu reflexión final?
Básicamente que hay que trabajar en varios frentes. Es importantísimo mostrar a la comunidad de allí de manera muy concreta que existen alternativas y poder crear una relación de ganar-ganar entre la ciudad y el campo. Debemos pensar desde la ciudad cómo apoyar dinámicas de desarrollo sostenible para estas comunidades de manera continuada.
Aquí la situación es un poco particular porque en muchas otras regiones del país la gente que defiende el territorio es la gente del territorio. Aquí somos gente de abajo, de la ciudad, que no queremos que arriba se haga el proyecto minero. Pero tampoco estamos haciendo nada para que la gente de arriba viva bien. Y aquí es donde entra el tema del turismo con fuerza, porque manejado bien, puede articular muchas dinámicas agrícolas, pecuarias, estructurales, con la sostenibilidad y el desarrollo comunitario en beneficio de todos.
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