18-07-2019
Refugiados y turistas: la doble cara de la geopolítica del Mediterráneo
Cecilia VergnanoEl Mediterráneo se encuentra en el centro de un escenario especialmente complejo en el cual se superponen diferentes movilidades de personas y capitales. Los derechos humanos de miles de personas están en juego.
Crédito Fotografía: Lampedusa. Imagen de Tommy Sparma bajo licencia CC.
Con su doble carácter de frontera externa meridional de la Unión Europea y, al mismo tiempo, destino turístico altamente atractivo, el Mediterráneo se encuentra en el centro de un escenario especialmente complejo en el cual se superponen diferentes movilidades de personas y capitales: por un lado, turistas en búsqueda de espacios de ocio, relax y desconexión; por el otro, refugiados que huyen desde guerras o, simplemente, buscan mejores oportunidades para sí mismos y sus familias [1].
Desde el principio de los años 2000, el Mediterráneo ha adquirido creciente visibilidad en un contexto geopolítico marcado por el aumento de los desplazamientos forzados desde el Sur global. Como consecuencia de políticas migratorias europeas cada vez más restrictivas, se ha vuelto con creces la frontera más mortal del mundo (Fargues 2017). Según el UNHCR, desde el 2014 aproximadamente dos millones de personas han recorrido las rutas del Mediterráneo occidental, central y oriental, desembarcando en las costas de España, Italia y Grecia (más de un millón solamente en 2015) [2]. En el mismo lapso de tiempo, en las mismas rutas, se han registrado 17.821 muertos o desaparecidos [3].
Para comprender el marco geopolítico contemporáneo de las movilidades en el Mediterráneo (sea de turistas, sea de refugiados) en su complejidad, hay que tener en cuenta numerosos factores. Enumerarlos en su totalidad superaría los límites de este apartado, sin embargo es importante mencionar las diferentes implicaciones y consecuencias de las así llamadas “primaveras árabes” del 2011; la intervención militar de la OTAN en Libia, también del 2011, que condujo a la ejecución del dictador Gheddafi, produciendo una situación de inestabilidad política y militar en el país; la guerra en Siria; las políticas migratorias europeas y, especialmente, el Tratado de Dublín; la así llamada “cuestión europea meridional”, es decir, la crisis de la deuda en los países de Europa del sur (despreciativamente definidos bajo el acrónimo PIGS: Portugal, Italia, Grecia y España) y la concomitante aplicación de políticas de austeridad.
Es significativo observar que, si por un lado la inestabilidad geopolítica que afecta a países que son destinos turísticos tradicionales (Egipto, Túnez) favorece sus competidores en la región mediterránea (Grecia y España han registrado ingresos excepcionales ligados al turismo en los últimos años), por el otro lado esta misma inestabilidad es la causa de una buena parte de los desplazamientos forzosos a través del Mediterráneo. La inestabilidad política de Libia, en particular, ha favorecido tanto las violaciones sistemáticas de los derechos humanos de los migrantes (en un país donde la demanda de fuerza de trabajo ha sido significativa hasta hace poco, con consiguiente presencia de trabajadores procedentes de gran parte del continente africano), como, a la vez, la creación de una industria de pasajes clandestinos a Europa, en pateras y embarcaciones precarias.
Por otro lado, la reglamentación europea de la competencia sobre las demandas de asilo (Tratado de Dublín), que establece que dicha responsabilidad recae sobre el país europeo de primera llegada (y, por lo tanto, mayoritariamente sobre los países en “primera línea” en la frontera sur: España, Grecia e Italia), provoca una sobrecarga para los sistemas de acogida y seguridad social de unos países ya duramente castigados por la crisis económica y las políticas de austeridad aplicadas para sanar las deudas públicas. Algunos elementos de la así llamada “cuestión meridional” europea son altas tasas de desempleo, pobreza, aumento de las emigraciones (incluidos trabajadores calificados y jóvenes con altos niveles de educación), recortes en el gasto público [4], aumento de la presión fiscal y drástica reducción de los salarios. En este contexto, la expansión del sector turístico adquiere un carácter esencial en la economía nacional, y entra en conflicto con la así llamada “crisis migratoria” que afecta algunos de los paraísos turísticos más atractivos del Mediterráneo [5].
Lampedusa y Lesbos en la encrucijada
Especialmente paradigmáticos son los casos de las islas de Lampedusa (a medio camino entre Túnez e Italia) y Lesbos (a solo seis millas de las costas turcas). Desde 2007 a 2017, 162.957 refugiados han desembarcado en Lampedusa según el Ministerio del Interior italiano. En 2015, Lesbos ha recibido, ella sola, más de medio millón de refugiados (datos UNHCR), aproximadamente el 58% de los que han transitado a través de Grecia en el mismo año, en ruta hacia la Europa del norte. Al buscar imágenes de estas islas en la web, es particularmente chocante el contraste entre las imágenes de estas islas como resorts, con playas maravillosas y aguas cristalinas, por un lado, y las imágenes de la tragedia humana de los refugiados (niños, mujeres y hombres hacinados en pateras, naufragios, salvamientos en condiciones desesperadas, cadáveres). La percepción de estas islas como lugares de emergencia y crisis humanitaria, caracterizadas por el peligro y la muerte, constituye un problema remarcable por unas comunidades largamente dependientes del turismo. En este contexto, la “cultura de la acogida”, si bien muy viva, es puesta prueba duramente [6].
La tensión entre turismo y emergencia humanitaria ha sido gestionada mayoritariamente a través una separación marcada de los espacios en estas islas, entre aquellos dedicados al ocio de los turistas y aquellos reservados a los migrantes (Hannam 2017; Melotti, Ruspini y Marra 2018). Estos últimos han sido invisibilizados a través de la construcción de centros de acogida y la protocolización de la acogida misma (Mazzara 2015), con “guerra de cifras” en paralelo (con tendencia por parte de los habitantes a minimizar el número de las llegadas, especialmente en los años más duros de la crisis económica y financiera) (Franck 2018; Melotti et al. 2018). Aunque sean numerosos los intentos de culpabilizar a los refugiados y las ONGs por los impactos negativos sobre el turismo (Boukala y Dimitrakopoulou 2018), la relación de causalidad entre la así llamada “crisis” migratoria y la crisis del sector turístico en islas como Lesbos o Lampedusa no queda clara.
A lado de las estrategias de invisibilización de la “crisis” migratoria, puestas en marcha para la preservación de la economía turística, en Lampedusa y Lesbos se ha consumado (y se sigue consumando) un auténtico “espectáculo de la frontera” (Cuttitta 2012; De Genova 2013), expuesto con más o menos frecuencia por los medios de comunicación, que ha contribuido a llegada, especialmente en Lesbos, de millares de trabajadores y voluntarios internacionales (Guribye y Stalsberg Mydland 2018; Papataxiarchis 2016): socorristas, profesionales de la industria humanitaria, médicos, enfermeros, cocineros, artistas, fotógrafos, investigadores, enseñantes, sacerdotes, abogados, periodistas, estudiantes de escuelas universitarias de verano, voluntarios desempleados, jubilados o estudiantes, con repercusiones positivas en las economías isleñas. De hecho, es posible identificar tal fenómeno en el marco más amplio del voluntourism (turismo de voluntarios y activistas) que caracteriza la economía contemporánea de los desastres (Holmes y Smith 2009; Whittaker, McLennan y Handmer 2015). Esta nueva forma de voluntariado incluye a personas que actúan de forma espontánea y episódica con una creciente industria que combina viajes, placer y activismo, así como iniciativas ciudadanas y privadas para el desarrollo (derivadas a menudo de experiencias previas de viajes al Sur) y el influjo de pequeñas organizaciones comunitarias. Lo que estas nuevas formas de voluntariado tienen en común es la tendencia a alejarse de las ONGs estructuradas y las agencias estatales, para canalizar las iniciativas individuales de forma más flexible y menos estructurada (Schulpen y Huyse 2017)[7] La fuerte presencia de voluntarios internacionales en Lesbos en 2015 y en los años sucesivos tiene que ser analizada a la luz de estas tendencias globales. Millares de voluntarios de todos los géneros, edades, procedencia geográfica y clase social se han juntado en masa en las playas de la isla, con una durada media de permanencia de una semana (Guribye y Stalsberg Mydland 2018), alojándose en los hoteles locales. Muchos restaurantes (por ejemplo, El Captain’s Table, en el puerto de Molyvos), se han vuelto lugares de encuentro para voluntarios internacionales. Al mismo tiempo, establecimiento turísticos en desuso, como antiguos hoteles abandonados, se ha reconvertido en centros de acogida provisionales para centenares de refugiados (Lisley y Johnson 2018).
Sin embargo, en contraste con la gestión de desastres y emergencias humanitarias en otras partes del mundo, en Lesbos no ha habido algún tipo de iniciativa comercial dirigida al voluntourism (con la oferta de paquetes de viaje + alojamiento), a pesar de la demanda potencial (Guribyey, Stalsberg y Mydland 2018). Esto refleja, probablemente, el deseo de muchos operadores turísticos de alejarse completamente de cualquier aspecto relacionado con la “crisis” de los refugiados, con la esperanza de que los turistas tradicionales finalmente volverían. Durante el invierno del 2017, con condiciones climáticas prohibitivas debidas a la caída de nieve en la isla, la Asociación de Hoteleros de Lesbos se ha posicionado en contra de la oferta de habitaciones a refugiados y voluntarios (sin embargo, algunos establecimientos han rechazado esta prohibición) [8].
Con la reciente disminución de los movimientos migratorios, la protocolización de la acogida y la creciente criminalización de los rescates por parte de embarcaciones de ONGs, los gobiernos sureuropeos se están moviendo hacia una dirección de “vuelta a la normalidad” en el Mediterráneo, en detrimento de los derechos humanos fundamentales de millares de personas en búsqueda de protección internacional. A pesar de que el giro fuertemente securitario en la gestión de la frontera mediterránea esté llevando a una invisibilación cada vez más elevada de los naufragios (y las violaciones de los derechos humanos en Libia), los procesos de desposesión y expulsión (Sassen 2014), junto con la inestabilidad política, persisten en muchos países del Sur global: en ningún momento se puede excluir una inversión en la tendencia a la baja en los movimientos migratorios a través del Mediterráneo.
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