26-03-2020
El futuro de las ciudades turísticas tras la pandemia
José Mansilla | OACUCiudades más homogéneas en manos de menos empresas, pero más poderosas y con un fuerte componente tecnológico. Este parece ser el futuro distópico que nos espera. ¿Qué habría que hacer para revertir este horizonte?
Crédito Fotografía: Michael Kowalczyk, bajo licencia creative commons.
Las ciudades de los Estados capitalistas avanzados de Europa Occidental y Norteamérica están diseñadas para y por la producción y el consumo. En nuestro ámbito más cercano, la Comisión Europea (CE) ya señalaba, en el documento European Strategy for Smart, Sustainable and Inclusive Growth, los objetivos a alcanzar, así como las principales amenazas que se cernían sobre éstas con horizonte para el año 2020. En el caso de los objetivos, se trataba de convertir las ciudades en lugares de progreso social, con un alto grado de cohesión, un equilibrado acceso a la vivienda y con educación, salud y servicios sociales para todos; de avanzar hacía su consideración como plataformas para la democracia, la diversidad y el diálogo cultural; en dotarlas de espacios verdes, ecológicos y medioambientalmente regenerados y, finalmente, en situarlas como lugares esenciales para la atracción de capitales y la generación de crecimiento económico, dentro de lo que encontraríamos las actividades de ocio y turismo. En lo que respecta a las amenazas, éstas pasaban por un bajo crecimiento demográfico; una escasa competitividad y desarrollo; la posibilidad de cierta polarización social; el agotamiento de los recursos naturales y, por último, la existencia de ineficientes sistemas de gobierno. Sin embargo, las diferentes medidas tomadas por los Estados conformantes de la Unión Europea (UE), en su lucha contra la propagación del COVID-19, han acabado por arrojar tales previsiones a la papelera de la Historia.
Si bien todo ha cambiado, es muy posible que el papel de las ciudades como motores económicos, asignado a las mismas durante la transición capitalista desde un modelo rígido-fordista a otro flexible-neoliberal, seguirá estando vigente (Harvey, 1989). Aunque durante este escaso tiempo de zozobra e incertidumbre hemos sido testigos de la aparición de numerosas llamadas a un futuro alternativo, con una economía más amable, más centrada en las personas y con unas relaciones sociales más próximas y humanas, la verdad es que esto no será determinado por nuestros más profundos deseos sino, más bien, por la correlación fuerzas que seamos capaces de poner en marcha una vez finalice la etapa más dura del confinamiento a nivel global.
Cabe recordar que la salida del anterior periodo de crisis, la llamada Gran Recesión, se materializó, en el caso de muchas ciudades, en una nueva vuelta de tuerca a la terciarización de sus economías y la precarización de sus empleos (Marrero, 2003). De hecho, el Estado español permanece, desde entonces, altamente endeudado y con una base salarial muy baja debido al proceso de devaluación vivido. La recuperación nos trajo unas urbes con un fuerte componente turístico que, en determinadas circunstancias, acabó por generar fuertes impactos en el mercado de la vivienda, principalmente en el alquiler, una privatización avanzada del espacio público y una relativa homogeneización del paisaje urbano comercial.
Si permanecemos atentos a las señales que la economía nos está enviando durante estos días de pandemia, quizás seamos capaces de prever nuestro futuro más inmediato y, en caso de que no nos resulte atractivo, comenzar a proponer y planificar ideas y acciones para cambiarlo. Si en algo coinciden los diferentes análisis que se están publicando es que, entre las principales beneficiarias de esta breve pero intensa transformación, se encuentran aquellas empresas multinacionales vinculadas al capitalismo de plataforma (Srnicek, 2016) y el entretenimiento en streaming, así como las grandes compañías de distribución. Entre las primeras encontramos los ejemplos de Deliveroo y Glovo, las cuales han incrementado sus plantillas -faltos autónomos- en un momento en que el comercio online no da abasto. También Netflix, HBO y otras han visto incrementar exponencialmente sus suscriptores. Tanto, que la propia Comisión Europea (CE) ha tenido que pedirles que bajen la calidad de sus emisiones para no colapsar la red. Y entre las segundas, tenemos a Amazon, la cual puede acabar en una situación de práctico monopolio privado de la distribución en muchos países, entre ellos España.
La potencialidad de estos cambios puede hacer que el entramado comercial de nuestras ciudades acabe por dar un paso más en la senda de la homogeneización y la especialización productiva. Si ahora mismo, como señala el antropólogo Manuel Delgado, no hay nada que se parezca más al centro de una gran ciudad europea que el centro de otra gran ciudad europea, el poder que puedan acabar ejerciendo estas empresas podría empujar a nuestras calles y plazas aun más en esa dirección. Las pequeñas empresas de restauración, los bares y restaurantes, los cines, las tiendas de proximidad y el comercio clásico ya estaba en peligro de extinción antes; manteniendo una capacidad de resistencia mínima frente a la adversidad en comparación con los grandes agentes productivos. En la reclusión son muchas las voces que, optimistamente, profetizan que, una vez éste finalizado, los ahora confinados saldrán corriendo a las calles para recuperar el tiempo perdido. Sin embargo, también es posible que el pasado tiempo de ocio enclaustrado esté aquí para quedarse empujado por unos empleos que, reemplazando a aquellos perdidos, no permitan más que un modesto consumo entre cuatro paredes.
En lo que respecta al turismo, la situación es prácticamente idéntica. Con los grandes turoperadores completamente paralizados, los hoteles y alojamientos turísticos dependen, también, de compañías multinacionales que operan virtualmente, como Booking, Tripadvisor y otras, para conseguir futuros clientes, además de la potencia de sus respectivos departamentos de reservas. Esto sitúa, de nuevo, a los pequeños agentes del sector en manos de enormes intereses internacionales, con lo que la propia evolución y competitividad del mercado puede acabar con muchos de ellos. Una concentración de la oferta con supervivientes claros: los grupos hoteleros actuales, que obviamente tienen una mayor capacidad de resiliencia y que, posiblemente, hayan podido recurrir a las ayudas que el Estado y las instituciones europeas dispongan para ello. No es lo mismo ser una empresa del IBEX35, como Melià, que un pequeño hotel familiar de provincias. Además, como medida ya practicada y conocida por estos grandes actores, podríamos ver avances en el outsourcing de servicios al amparo de la ley presente, pero también de las futuras.
En definitiva, ciudades más homogéneas en manos de menos empresas pero más poderosas y con un fuerte componente tecnológico. Este puede ser el posible futuro distópico que nos espera a unos consumidores, trabajadores -y productores de ciudad- que veremos manifestarse las grandes asimetrías de poder que esto supone. Son, así, necesarias ayudas y regulaciones para ayudar a aquellos pequeños comercios y autónomos que tendrán muy complicado sobrevivir; puede ser el momento, también, de repensar el papel de los grandes centros comerciales a las afueras de las grandes ciudades, con sus efectos sobre el empleo y el consumo de recursos sobre el territorio. Y, en lo referente al sector turístico, no olvidar que se trata de uno de los ámbitos productivos que ya contaba con mayor desprotección y salarios más bajos. Esta crisis no puede ser una excusa para ir más allá en dinámicas de externalización y desprotección, sino más bien lo contrario. En nuestra mano está cambiar este destino.
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