20-08-2020
Agroturismo: ¿Turismo y mundo rural, un binomio posible?
Carla Izcara | Alba SudEn el debate sobre la transformación del sector turístico, agudizado por la pandemia post-COVID-19, se articulan distintos términos en torno a los turismos de proximidad. El agroturismo se presenta como una opción para complementar las actividades agropecuarias con una propuesta turística.
Crédito Fotografía: Papa de Ocumazo, Argentina. Imagen de Carla Izcara.
El primer contacto entre el mundo rural y el turismo podría describirse como conflictivo. Las problemáticas principales son la competencia por el espacio, la mano de obra y los recursos naturales, junto a los cambios de uso del suelo y el abandono de las prácticas agrícolas tradicionales a partir de la introducción de actividades agrícolas intensivas ligadas a la demanda del mercado (De Jesús et al., 2017).
Gascón (2018) nos ayuda a comprender esta relación a partir de la crítica a la teoría del enlace o “linkage” de turismo-agricultura basándose en casos latinoamericanos. En un primer momento, se apostó por un enlace natural entre la actividad turística y el sector agrícola; los enclaves turísticos necesitarían alimentos y teniendo a los productores locales como únicos proveedores sería suficiente para abastecerlos. Este enlace natural no funcionó, según los defensores de esta teoría, por una reticencia al cambio por parte del campesino, la carencia de infraestructuras y el predominio del latifundio. A partir de esta experiencia, detectaron que se requería un acompañamiento o impulso externo para que el enlace se produjera. Aun así, había limitaciones locales al crecimiento y una falta de experiencia en comercialización y a su vez, los turistas preferían productos conocidos acordes a su dieta. Esto indujo a quienes prescribían las bondades de esta vinculación, a dar un paso más y recomendar que los productores locales debían adaptar su oferta y modelos de producción a los requerimientos del mercado turístico. Este cambio, sin embargo, ha comportado riesgos como que algunos productos incrementen su precio y se vuelvan inaccesibles para la población local o que haya un aumento del valor de las tierras generando la expulsión del campesinado y la población local (Gascón, 2018). Por ello, es de vital importancia apostar por iniciativas turísticas que no cambien el modelo de producción y fortalezcan la economía de la población local como algunas iniciativas turísticas realizadas en el ámbito de una explotación agraria en línea con las actividades ya existentes y como complemento económico (Gascón, 2019). En este caso, según Barrera (2006), las motivaciones por las que las empresas agropecuarias deciden implementar nuevas actividades son para diversificar el riesgo y generar ingresos adicionales a los agrícolas. Entre estas nuevas actividades encontraríamos por ejemplo el agroturismo.
Agroturismo: ¿qué es y qué lo caracteriza?
Existe confusión en torno al significado del término “agroturismo” ya que se ha usado indistintamente junto a otras expresiones como “turismo de granja” o “turismo rural” (Phillip et al., 2010). Sin embargo, después de revisar la literatura académica disponible, el agroturismo se clasificaría como una tipología de turismo rural (Sayadi & Calatrava, 2001; Blanco & Riveros, 2010; Choo & Jamal, 2009). Su característica principal, si nos ceñimos a una definición estricta del término, es que las actividades se desarrollan en explotaciones agropecuarias, granjas o fincas de pequeño-medio tamaño (Blanco & Riveros, 2011; Hernández-Mogollón et al., 2011; Paül & Araújo, 2012) dónde el turismo no es la actividad económica principal de las personas prestadoras del servicio sino que supone un ingreso extra (Iakovidou & Turner 1995; Choo & Jamal, 2009; Blanco & Riveros, 2011; Paül & Araújo, 2012; Ragno & Pashikhina, 2018). En algunos casos, ha significado la generación de sueldos para las mujeres campesinas (Iakovidou & Turner 1995).
Actividad en la granja, Hornaditas, Argentina. Imagen de Carla Izcara.
Las actividades ofrecidas bajo el nombre de “agroturismo” están basadas en el trabajo de la tierra y la vida en el campo (Hernández-Mogollón et al., 2011); paralelamente se pueden complementar con una oferta de alojamiento (Blanco & Riveros, 2011) u otras experiencias turísticas relacionadas con el deporte, la gastronomía o la artesanía, siendo estas dos últimas las favoritas de los turistas (Saydi & Calatrava, 2001). En este tipo de propuestas, existe un contacto directo entre el agricultor y el turista (Paül & Araújo, 2012) y pueden contribuir a un desarrollo sostenible de las zonas rurales (Evgrafova et al., 2020).
Respecto a la sostenibilidad ambiental de la actividad turística, las autoras Choo y Jamal (2009) cuestionan si se podría considerar sostenible el agroturismo si las prácticas agrícolas desarrolladas en aquel territorio no lo son. Siguiendo esta lógica, para que el agroturismo fuera considerado sostenible se tendría que desarrollar únicamente en explotaciones agrarias con buenas prácticas ambientales. Pero aunque así fuera, se seguiría sin asegurar la sostenibilidad de la actividad turística.
Por otro lado, hay un desconocimiento general sobre esta tipología de turismo ya que las experiencias se suelen comercializar bajo otros nombres más atractivos en términos comerciales (Blanco & Riveros, 2010) y, en consecuencia, los turistas que llegan a practicar agroturismo desconocen el término (Sayadi & Calatrava, 2001; Leco et al., 2013). Esta tipología de turista tiene interés por la naturaleza, el mundo rural y su cultura y hospitalidad (Choo & Jamal, 2009; Hernández-Mogollón et al., 2011; Leco et al., 2013). Normalmente es población joven, de entre 25 y 45 años, con un nivel de estudios medio-alto, que proviene de zonas urbanas y con pocas o ninguna conexión con el mundo agrícola (Sayadi & Calatrava, 2001; Leco et al., 2013).
Puntos fuertes del agroturismo
Como ya hemos comentado anteriormente, el principal beneficio del agroturismo es que se trata de una opción para diversificar la economía familiar y local (Sayadi & Calatrava, 2001; Choo & Jamal, 2009; Hernández-Mogollón et al., 2011; De Jesús et al., 2017), lo que permite que permanezca una economía basada en las actividades rurales y agropecuarias de pequeña y mediana empresa (Blanco & Riveros, 2010; Candelo et al., 2019) y evitar por otro lado el éxodo rural. A su vez, ayuda a desarrollar la agricultura, la ganadería y la actividad forestal (Sayadi & Calatrava, 2001; Blanco & Riveros, 2010) Por lo tanto, desarrollar proyectos de agroturismo podría atraer inversiones, mejoras en las infraestructuras, en la calidad de vida y en el trabajo (Candelo et al., 2019).
Hortalizas de Ranges, Argentina. Imagen de Carla Izcara.
Por otro lado, se le atribuye un importante factor de conservación del paisaje ya que al ser una actividad minoritaria implica el desplazamiento de pocos turistas y por ello, no se necesitan grandes infraestructuras. Asimismo, como el atractivo principal es el entorno natural, obliga a preservarlo (Hernández-Mogollón et al., 2011). Pero el agroturismo no sólo permite la conservación del paisaje y ecosistemas (Choo & Jamal, 2009; Blanco & Riveros, 2010) sino también el del patrimonio histórico y cultural de las zonas rurales (Sayadi & Calatrava, 2001; Hernández-Mogollón et al., 2011).
Respecto a los impactos sociales, esta tipología de turismo contribuye a la revalorización de los productos locales y las formas artesanales de producción (Sayadi & Calatrava, 2001; Blanco & Riveros, 2010) y a su vez, genera un reconocimiento del trabajo rural en la sociedad y en concreto el de las mujeres campesinas (Hernández-Mogollón et al., 2011). A partir de esta relación de turismo y agricultura se puede crear consciencia de la cultura local y reforzar la identidad de la comunidad (Candelo et al., 2019). Se ha argumentado también que construir una imagen turística basada en la agricultura puede ayudar a moderar algunos de los estereotipos negativos que se tiene de algunos países (Candelo et al., 2019)
Limitaciones y complejidades del término
Hasta ahora se ha presentado el agroturismo como una alternativa turística, respetuosa con el medioambiente y que genera impactos positivos en las economías rurales. Sin embargo, en su desarrollo no ha estado exento de incongruencias que han limitado los impactos positivos descritos.
La introducción de la actividad turística en zonas rurales puede causar impactos negativos a nivel social. El intercambio tan cercano entre local y visitante puede alterar las relaciones y los valores tradicionales de las comunidades (Choo & Jamal, 2009). A su vez, distintos productores se han mostrado reticentes a incorporar actividades turísticas ya que no aportan grandes beneficios económicos y perciben algunos impactos socioculturales como negativos (De Jesús et al., 2017). Por otro lado, existe el caso opuesto: familias que deciden dejar la actividad agropecuaria para dedicarse exclusivamente al turismo, volviéndose dependientes de una industria tan inestable como la turística. Asimismo, estas propuestas dejarían de clasificarse como agroturismo ya que las actividades agropecuarias habrían pasado a un segundo plano y se realizarían solo con la finalidad de mostrarlas al turista. En estos casos, existe el peligro de que estas muestras pasen a ser una “performance” interfiriendo en la supuesta autenticidad de la actividad. Aun así, la autenticidad puede ser percibida de forma distinta entre el turista y el anfitrión (Philip et al., 2010) a causa de los estereotipos y la romantización de la vida en el campo.
Visita a un huerto, del Reino Unido. Fuente: Blair Urquhart, bajo licencia creative commons.
Este último apunte nos lleva a la discusión actual en torno al término “agroturismo”. ¿Es obligatorio que la explotación agropecuaria esté en activo para incluirla dentro del agroturismo, se preguntan Ragno y Pashikhina (2018)? Distintos autores coinciden que para que se considere agroturismo tiene que ser una finca en activo en la que la actividad principal sea la agropecuaria. En el caso de que la actividad principal fuera la turística, se clasificaría como turismo rural. Otros autores discrepan y afirman que sí se podría considerar agroturismo y no turismo rural porque se desarrolla una conexión con el patrimonio agrícola (Philip et al., 2010). Tampoco queda claro qué entendemos por explotación agraria, finca o granja, lugar donde se desarrolla la actividad turística en cuestión. En el debate rural, temas como las dimensiones del terreno, el porcentaje de ganancias a partir de la actividad agrícola y la experiencia y motivaciones de los individuos se consideran aspectos importantes en su definición (Philip et al., 2010). En España, por ejemplo, la legislación varía en cada comunidad autónoma dificultando el consenso común. Además, no en todas las comunidades aparece la figura del agroturismo (González, 2016). Asimismo, aun siendo una potencia turística, no se ha apostado por esta tipología de turismo (Sayadi & Calatrava, 2001).
Por otra parte, recalcar la necesidad de replantearnos que entendemos por turismo y cómo lo separamos del ocio u otras actividades recreativas. El agroturismo, aun incluyendo alojamiento en muchas de sus ofertas, puede practicarse de otras formas como por ejemplo en excursiones de un solo día. Si nos regimos por la definición estricta de turismo de la Organización Internacional de Turismo, no deja claro si podríamos considerarlo turismo ya que siempre tiene que haber un desplazamiento y pernoctación fuera de la residencia habitual. La proliferación y revalorización de los turismos de proximidad que estamos viviendo, pone de relieve una vez más la necesidad de revisar estos términos y la relación entre ocio y turismo.
Actividad en la granja, Talapazo, Argentina. Imagen de Raúl González.
Otra barrera común del turismo en zonas rurales es la falta de formación en materia turística de los campesinos; además de la difícil accesibilidad a algunas zonas y la falta de tecnologías de la comunicación (González, 2016).
Por último, si se analizan los posibles impactos del agroturismo con una perspectiva de género, a causa de la división por género del trabajo doméstico, las tareas realizadas por mujeres en muchos negocios familiares pueden ser susceptibles a ser invisibilizadas, poco reconocidas y en ocasiones no remuneradas. En otros casos, se ha producido el impacto contrario, siendo el turismo una herramienta para el empoderamiento real de las mujeres y un elemento transformador en los roles de género tradicionales (Cañada, 2019).
Reflexiones finales
Es el momento de replantearnos el turismo y nuestro tiempo de ocio y recreación. Los turismos de proximidad, y en concreto el agroturismo, son una oportunidad para redistribuir los flujos turísticos y paliar los impactos negativos del éxodo rural. El agroturismo, la producción y venta de productos locales o las actividades de esparcimiento, son oportunidades para garantizar ingresos extras a estas pequeñas empresas de carácter mayormente familiar (Barrera, 2006); siempre teniendo en cuenta que el turismo debe complementar las actividades agropecuarias u otras actividades fortaleciendo de este modo la economía local.
En este artículo hemos podido comprobar cómo, aun el desconocimiento general y el poco consenso en torno al término, esta tipología de turismo puede generar impactos muy positivos en el territorio como la revalorización de la cultura local y el paisaje. Finalmente, para que esto suceda, tiene que haber una voluntad política facilitando la accesibilidad y la llegada de infraestructuras y recursos financieros a las zonas rurales (Barrera, 2006). Así como una participación e implicación de la población local en la actividad turística.
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