24-06-2015
Gentrificación y turismo en la ciudad contemporánea
Agustín Cócola GantEl turismo no solo potencia diversos procesos de gentrificación, sino que puede ser interpretado como un elemento gentrificador en sí mismo. Su desarrollo debe por tanto ser controlado y regulado públicamente.
Crédito Fotografía: Manifestación de los vecinos de la Barceloneta, agosto 2014. Fotografía de Ernest Cañada
En los últimos años, el uso de la palabra gentrificación se ha extendido en la sociedad española. Generalmente, el término ha sido utilizado de manera crítica para describir procesos de regeneración urbana que tienen como objetivo «revitalizar barrios degradados» atrayendo a nuevos residentes con altos ingresos, lo que provoca el desplazamiento de la población original, normalmente de escasos recursos. De hecho, gentrificación proviene del inglés gentry ─alta burguesía─ y fue utilizado por primera vez en Londres en 1964 para describir el proceso en el que profesionales liberales con gran capacidad de consumo adquirían viviendas en barrios obreros debido a su bajo coste y localización central. Esta llegada de nuevos residentes de clase media genera el aumento del precio del suelo y un cambio en el comercio de la zona, el cual pasa a satisfacer las necesidades de la nueva población. Como resultado, los antiguos residentes de clase trabajadora se marchan del barrio al estar este por encima de sus posibilidades y son desplazados a la periferia. Es decir, el término se suele utilizar para evidenciar la destrucción de barrios populares y denunciar políticas públicas que no intentan erradicar la pobreza de la sociedad, sino cambiar la pobreza de lugar y alejarla de los centros urbanos. El desplazamiento de la población original de una zona es, de hecho, la característica definitoria de la gentrificación, de manera que no puede haber gentrificación sin desplazamiento. La gentrificación, por tanto, es un proceso que acentúa la desigualdad social, por lo que las políticas públicas deberían prevenir sus consecuencias.
El turismo, por otro lado, representa el 12% del PIB y es el principal sector de la economía española. No es un fenómeno nuevo, ya que desde principios del siglo XX diferentes sectores empresariales han puesto muchos medios en promocionar centros urbanos y crear las infraestructuras necesarias para facilitar la estancia de los visitantes. Esta histórica promoción de las ciudades españolas ha venido acompañada de lo que podríamos denominar como «ideología del turismo». Es decir, la construcción de la idea según la cual el crecimiento indefinido de visitantes es un hecho que beneficia a toda la sociedad y del cual deberíamos sentirnos orgullosos. Esta «ideología del turismo» no solo es la idea dominante en los medios de comunicación, sino que es aplicada diariamente por medio de políticas públicas cuyo principal objetivo es más promoción, más visitantes y más beneficio. Es entender la ciudad como una «máquina de crecimiento», que es precisamente la base por la cual se sustenta el capitalismo.
La especialización de la economía española en el sector turístico, y el creciente número de visitantes en diversas ciudades es, sin embargo, el origen de diversos conflictos urbanos que pueden ser interpretados como una verdadera lucha por el dominio del espacio en la ciudad. Un repaso a dichos conflictos muestra que diferentes grupos de vecinos intentan defender su espacio como lugar de residencia ante la paulatina conversión que han sufrido hasta convertirse en sitios de entretenimiento y consumo para visitantes de otros lugares. La pérdida del espacio cotidiano que es ahora dominado por el turista constituye, en última instancia, un proceso de desplazamiento del residente local. Y en este sentido, el turismo no solo potencia diversos procesos de gentrificación en marcha, sino que puede ser interpretado como un elemento gentrificador en sí mismo. Como un dominio de la ciudad por consumidores con altos ingresos que termina por desplazar a la población original, la cual es testigo de la pérdida de su propio espacio de residencia.
Ahora bien, ¿cómo funciona el desplazamiento del habitante local en favor del turista? Existen diversas situaciones que están cambiando la geografía social de muchas ciudades españolas. En primer lugar, la pérdida del espacio público ha sido ampliamente documentada, el cual pasa de ser un lugar de convivencia a «alquilarse» a terrazas de bares y restaurantes. Esta privatización del espacio público es una pérdida muy significativa en culturas mediterráneas como la nuestra, acostumbrada a la vida en la calle y a usar plazas y parques como medio de socialización. En la plaza Real de Barcelona, por ejemplo, existen 1.300 sillas para consumir en terrazas y 9 bancos públicos para sentarse, los cuales son individuales y responden más a una acción de diseño urbano que de provisión de un servicio público. En segundo lugar, la desaparición del comercio tradicional y su sustitución por establecimientos destinados a satisfacer la demanda del visitante es otro elemento de conflicto en diversas ciudades. Esta transformación del comercio no solo desplaza economías familiares que no pueden afrontar la presión de los nuevos precios del alquiler, sino que también elimina los servicios que el habitante necesita para su vida cotidiana. Mercados populares que son convertidos en atracciones turísticas, carnicerías que desparecen y en su lugar abren tiendas de ropa, etc., suponen una presión cotidiana que a la larga puede llevar al abandono del barrio. Es bastante paradójico, por cierto, el hecho de que el turista busque espacios auténticos que no encuentra en su medio habitual, pero por el camino los destruye y contribuye a su desaparición. En última instancia, tanto la desaparición del espacio público como del comercio local conllevan una pérdida de la propia identidad del barrio que es sustituido por un nuevo «estilo de vida» enfocado hacia poblaciones jóvenes y con gran capacidad de consumo. En muchas ocasiones, aun permaneciendo en el barrio, el residente puede sentirse desplazado de su propio entorno.
Sin embargo, el desplazamiento no es tan simbólico como lo acabamos de describir, sino que también afecta al espacio privado, es decir, a la vivienda. En ciudades españolas se están produciendo casos de acoso inmobiliario con el fin de reconvertir viviendas en alojamientos para visitantes. Por un lado, grandes compañías compran edificios enteros para convertirlos en hoteles, desalojando a los vecinos que allí vivían. Por otro lado, el turismo urbano ha exacerbado el fenómeno de los apartamentos turísticos. Es decir, viviendas que no son alquiladas a familias por un período largo de tiempo, sino a turistas por escasos días. Los apartamentos turísticos impiden que residentes puedan acceder al mercado de alquiler y, además, está generando que propietarios e inmobiliarias desalojen a sus inquilinos para reconvertir las viviendas en aparta-hoteles. Por lo tanto, tanto los cambios descritos a nivel de barrio como a nivel de la vivienda implican que el turismo está potenciando procesos de gentrificación.Contribuye al aumento en el precio de la vivienda; potencia la expulsión directa para reconvertir los usos del inmueble; y elimina elementos de la vida cotidiana que son necesarios para permanecer en un lugar y sentirlo como propio. Como lo expresa una asociación de vecinos en Cataluña: “Barcelona vive bajo una presión turística sin precedentes. Esta situación está contribuyendo a culminar una serie de procesos de gentrificación que devastan la calidad de vida de los vecinos. Sus efectos recortan drásticamente las posibilidades de acceso a la vivienda y las capacidades de uso del espacio público”.
La gentrificación turística supone un problema para la «ideología del turismo». La constatación de que el turismo genera procesos de desplazamiento de la población local y, de esa manera, destruye formas de vida, es una prueba de que el turismo no beneficia al conjunto de la sociedad. Más bien al contrario, hay sectores que salen muy perjudicados. Teniendo en cuenta las malas condiciones laborales en el sector, la poca redistribución de los beneficios que genera o la destrucción del territorio costero que ha producido, el turismo podría ser interpretado como un factor de desigualdad social. Y, por lo tanto, como una actividad que debe ser regulada y controlada para prevenir dichos problemas. La regulación debería incluir una de-turistificación de las zonas más afectadas. Un de-crecimiento en el número de visitantes con el fin de devolver el espacio a aquellas personas que lo están perdiendo. Se me antoja, sin embargo, que una regulación de tales características no va a ser posible por falta de voluntad política. O, mejor dicho, por la acción de una administración pública entregada a los intereses de la industria del sector y que entiende la ciudad como una fuente de beneficios y no como un lugar de residencia.
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