13-01-2016
El turisme en les disputes pel territori
Ernest Cañada | Alba SudPròleg del llibre coordinat per Lilia Zizumbo Villareal i Neptalí Monterroso Salvatierra "La configuración capitalista de paisajes turísticos" (Toluca: Universidad Autónoma del Estado de México, 2015).
(article disponible només en castellà)
Las dinámicas de acumulación de capital por parte de las grandes corporaciones privadas tienen una creciente hegemonía en las áreas rurales de muchos países de América Latina. Por medio de actividades como el extractivismo, la agricultura industrial intensiva, la generación de energía, el turismo o los desarrollos inmobiliarios, los grandes capitales están cada vez más presentes en los espacios rurales. A ello hay que sumar todos los servicios logísticos que son necesarios para garantizar tanto los insumos con los que funcionan dichos sectores, así como el transporte de mercancías, cada vez más internacionalizado. La serie de canales que se prevé construir en Mesoamérica en los próximos años evidencia esta nueva dinámica global que condiciona la evolución de los territorios rurales. Tal como explica el geógrafo marxista David Harvey, este proceso de expansión constante hacia nuevos territorios tiene que ver con una de las formas con las que el capitalismo trata de superar sus contradicciones. [1]. Lo cual nos ayuda a entender la lógica de la penetración de los grandes capitales en las áreas rurales en la actual coyuntura, condicionada especialmente por la crisis global iniciada en 2008.
Esto no quiere decir que las relaciones capitalistas aparezcan ahora, como algo nuevo, en muchas áreas rurales. El capitalismo ya estaba asentado en las relaciones de producción de las viejas haciendas, orientadas plenamente a la acumulación de capital. Sin embargo una de las características de ese modelo de producción es que podía alimentarse tanto de mano de obra enteramente proletarizada como de un campesinado que por temporadas se desplazaba para trabajar en las haciendas mientras se reproducía por su cuenta en parcelas propias y con acceso a bienes comunes, lo cual le permitía garantizar sus medios de vida. Esto daba lugar a un entramado social en el que coexistían jornaleros sin tierra dependientes de la venta de su fuerza de trabajo con un campesinado diverso, organizado de múltiples maneras, que tenía acceso a tierra y otros recursos básicos para garantizar su supervivencia, y que en algunos casos podía trabajar por temporadas en esas grandes fincas y en otros vivir con mayor autonomía.
Un mundo rural en transformación
Durante los últimos 30-40 años ese mundo se ha visto trastocado completamente. La caída de los precios internacionales de los productos agrícolas desde principios de los años 70, seguido del proceso de globalización, apertura comercial, invasión de los mercados con productos subvencionados por parte de países ricos (dumping) y las políticas neoliberales, que en nada favorecieron al sector campesino, depauperizaron aún más a las poblaciones rurales. Muchas tuvieron que abandonar sus tierras y buscar en la emigración a grandes ciudades o al extranjero una alternativa para sobrevivir. Gracias al envío de remesas una parte de la población campesina, aunque a costa de la separación familiar, pudo mantenerse en sus lugares de origen.
El caso centroamericano ilustra con claridad las dimensiones de esta transformación. En poco menos de treinta años, entre finales de los años setenta y mediados de los dos mil, la forma inserción de Centroamérica en la economía internacional dio un giro radical. Si en 1978 el 70% de las divisas que entraban en la región estaban vinculadas a la agroexportación tradicional, basada en el algodón, banano, azúcar, granos básicos, café o la carne, en el año 2006 este aporte se había reducido a un 11%. En su lugar habían tomado mayor protagonismo otras actividades que reflejaban un modelo de inserción más complejo en el que predominaban en primer lugar las remesas (38%); la exportación de productos agrícolas no tradicionales como la piña, el melón, la naranja o la palma africana (16%); el turismo (15%); o la maquila textil (11%) [2]. Y esto ocurre en una región en la que el peso de las actividades agropecuarias aún es muy importante. En otras zonas de América Latina las diversas actividades extractivas adquirieron mayor relevancia, con lo que desplazaron aún más el mundo de las viejas economías agroexportadoras.
Pero independientemente del peso específico que cada actividad tenga en una u otra región lo importante es que en este nuevo ciclo de acumulación se generaliza el hecho que industrias no tradicionales adquieran un papel cada vez más relevante en las áreas rurales. Y esto ocurre en territorios concretos, no solo en las cuentas nacionales, en lugares en los que antes predominaban otras actividades, otros actores y sobre todo otras dinámicas de organización territorial. Cuando la maquila agrícola, el turismo, los proyectos inmobiliarios, las actividades extractivas, la producción de energía o los servicios logísticos se vuelven hegemónicos en un determinado territorio provocan un desajuste en los equilibrios alcanzados anteriormente y abren una etapa de disputas. Las nuevas formas de acumulación, como lo hicieran en el pasado otras actividades y formas de producción, requieren crear una nueva territorialidad, funcional a sus necesidades e intereses. Se desestructuran así viejas territorialidades para crear otras fruto de las nuevas correlaciones de fuerza.
En algunos casos esto deriva en un proceso de concentración de actividades económicas en un territorio, lo cual acentúa las disputas por los recursos y su organización en el espacio. Pero del mismo modo otras áreas pueden caer en el abandono y una relativa despoblación al no ser funcionales en las dinámicas de acumulación predominantes. Hiperconcentración y abandono se convierten así en dos caras de un mismo proceso de reorganización capitalista del espacio rural.
La reorganización territorial de los territorios costeros
El desarrollo turístico-residencial en las zonas costeras puede ser un ejemplo ilustrativo de cómo la irrupción de estas nuevas actividades provoca un proceso de reorganización espacial en base a las necesidades e intereses de las nuevas dinámicas de acumulación.
La creación de este “espacio turístico” costero en territorios aún no turistizados implica en primer lugar adecuar los terrenos para poder construir las infraestructuras de alojamiento y servicios a los turistas y nuevos residentes. En este proceso uno de los ecosistemas más amenazado ha sido el bosque de manglar, presente en muchas de las costas tropicales y subtropicales de América Latina, principalmente en México, Brasil, y la mayoría de países centroamericanos y caribeños. Áreas significativas ocupadas por manglares han sido utilizadas para construir en ellas, facilitar la accesibilidad entre las zonas construidas y el mar, o incluso se han visto remplazados por otros entornos naturales más acordes con unos patrones estéticos estandarizados de lo que debiera ser el paisaje turístico. De este modo, el crecimiento de la actividad turística en, por ejemplo, la gran área comprendida entre México, el Caribe y Centroamérica, que se ha producido en sucesivas oleadas durante los últimos cuarenta años, ha ido pareja a una disminución y degradación de los llamados “bosques salados”.
Su destrucción supone en primer lugar un daño ecológico de enormes dimensiones y consecuencias, por cuanto constituyen un espacio privilegiado para la reproducción y refugio de numerosas especies (especialmente peces, caracoles, conchas y cangrejos, pero también aves) y acumulan una gran riqueza en biodiversidad. Incrementa además la vulnerabilidad ante el impacto de fenómenos naturales como tormentas, tsunamis y huracanes cada vez más frecuentes y con mayor intensidad a consecuencia del cambio climático, por constituir barreras naturales de protección o amortiguamiento.
Pero la pérdida de manglares erosiona también los medios de vida de las poblaciones costeras, lo cual las empobrece y dificulta que puedan mantenerse en sus territorios. Esos bosques sirven de base alimentaria para muchas poblaciones costeras, tanto por medio de la recolección de conchas, caracoles, cangrejos, jaibas como de la pesca artesanal. Es también donde extraen materias primas para, entre otros, elaborar sus medios de transporte y construcción, habiéndose desarrollado toda una cultura material e identidad asociada al bosque de mangle. Su pérdida se convierte, por tanto, en un factor de descampesinización al destruir las bases materiales sobre las que se asientan y reproducen las comunidades costeras.
Estas comunidades a su vez se ven presionadas por los procesos de reordenamiento territorial impulsados por los grandes capitales con el apoyo frecuente de las autoridades públicas, agencias multilaterales y fundaciones vinculadas de una u otra manera a esos mismos capitales. Así se favorece su desplazamiento de la primera línea de costa en beneficio de las inversiones turístico-residenciales. La forma en la que durante los últimos años se han ejecutado los planes de ordenamiento territorial de la zona marítimo-costera de Costa Rica son un ejemplo de cómo el Estado y determinados actores de la cooperación internacional actúan a favor de los grandes empresarios frente a las poblaciones costeras.
Con su progresiva separación de las costas y la reubicación en terrenos más distantes, comunidades vinculadas tradicionalmente a los bosques de mangle y a las actividades pesqueras ven limitado el acceso a sus medios de vida. Así mismo, caminos y lugares de paso antes abiertos se ven ahora sujetos a restricciones de paso y todo tipo de obstáculos.
Por otra parte, muchas comunidades rurales, tanto en primera línea de costa como más del interior, sufren una competencia creciente por recursos esenciales como la tierra o el agua. Los procesos inflacionarios, cuando no directamente de apropiación violenta, impiden que muchas familias rurales puedan mantener o acceder a tierra donde vivir y producir. Las necesidades de agua por parte de los nuevos complejos hoteleros y residenciales entra en competencia con los usos domésticos y productivos de esas familias.
Todos estos factores asociados al crecimiento del turismo en las costas (destrucción de medios de vida vinculados al mangle o empobrecimiento de los bancos de pesca, separación de la costa, cierre de caminos y lugares de paso, dificultad para acceder a recursos esenciales) tiene como consecuencia favorecer los procesos de descampesinización de la población costero-rural.
Pero la dinámica de reordenación territorial y funcionalización al capital turístico no termina ahí. Para la construcción de los nuevos enclaves hoteleros e inmobiliarios hace falta el recurso a mano de obra que no necesariamente está presente en esos mismos territorios. Esto conlleva la movilización de nueva población trabajadora y la creación de infraestructuras, en la mayoría de ocasiones con un elevado nivel de informalidad y precariedad, para garantizar su alojamiento, alimentación, etc. También es necesaria la construcción de nuevas infraestructuras para el traslado de turistas y residentes.
De este modo, progresivamente, el territorio costero se transforma en función de las dinámicas que impone el capital turístico. La profundidad de las transformaciones y su rapidez dependerá tanto de factores externos (capacidad de movilización de capitales, posicionamiento del destino, coyuntura internacional, entre muchos otros), como de las propias dinámicas de ese territorio (como presencia de otros capitales en disputa por la misma áreas, las resistencias locales y conflictos generados como el papel de las autoridades públicas, también entre otros factores).
Paisaje rural: testimonio de las disputas territoriales
Las transformaciones que se han producido en las áreas rurales a lo largo de las últimas décadas por la presencia creciente de estas nuevas actividades económicas han tenido un evidente reflejo en los paisajes rurales. Pero lejos de ser la recreación de un estado ideal de la naturaleza el paisaje es todo. Cualquier espacio exterior deviene paisaje. Y por tanto se convierte en testigo privilegiado de estas múltiples tensiones y disputas por el territorio y sus usos, tanto presentes como del pasado, como restos visibles de anteriores dinámicas. Aprender a leer el paisaje rural es clave para entender la historia y dinámicas actuales de un territorio en particular.
Y en este contexto es fundamental dar un sentido especial a la idea de “disputa”. Implica entender que estas transformaciones territoriales no son fijas ni permanentes, si no que se recrean en función de los intereses y contradicciones de los diferentes actores y de los conflictos que se generan.
El libro que el lector o lectora tiene en sus manos, La configuración capitalista de paisajes turísticos, es una aportación de gran valor para entender el proceso de penetración de una de estas vías de acumulación, el turismo, en los territorios rurales y la transformación de los paisajes que esto supone. Coordinado por Lilia Zizumbo y Neptalí Monterroso, cuenta también con la colaboración de Erika Cruz, Allen Cordero, Maria Geralda de Almeida, Alejandro Palafox, Emilio Arriaga, Carlos Alberto Pérez, Patricia Naime, Edith Imelda Bernal, Alejandro Tonatiuh, Rosa Imelda Rojas y Guillermo Miranda. El libro reúne una serie de materiales teóricos de un alcance más que notable para comprender los procesos de transformación de los territorios rurales bajo el dominio de los capitales turísticos. Incluye también diversos estudios de caso en diferentes lugares de México sobre cómo se han producido algunos de estos procesos particulares.
Con él sus coordinadores dan continuidad a una fecunda línea de investigación sobre las transformaciones del mundo rural por la irrupción del turismo. En su libro anterior, Contra la domesticación del turismo. Los laberintos del turismo rural (México DF, Universidad Autónoma del Estado del México – Miguel Ángel Porrúa Editor, 2010), coordinado también por Neptalí Monterroso y Lilia Zizumbo, avanzaban ya algunos de los temas abordados en este nuevo trabajo, en especial las dinámicas de subordinación de las poblaciones rurales al capital turístico.
Sin duda La configuración capitalista de paisajes turísticos supone un aporte clave para entender la recomposición que se está produciendo en el mundo rural mexicano, pero también latinoamericano, bajo la dinámica de un nuevo ciclo de acumulación que está transformando sus dinámicas territoriales y sus paisajes. Entender bien esto es fundamental para poder acompañar los anhelos y luchas por otro mundo rural.
Prólogo, Ernest Cañada
Aproximaciones teóricas
Paisajes de paisajes. Comprensión del paisaje desde la ecología política, Allen Cordero
El proceso de dominación capitalista: la configuración de paisajes turísticos en el ámbito rural, Erika Cruz y Lilia Zizumbo
Reconfigurado la geografía rural: construcción capitalista de nuevos paisajes, Neptalí Monterroso
Sentimentos e representações nas tessituras de paisagens e patrimônio, Maria Gerarda De Almeida
Aproximaciones prácticas
Aproximaciones al paisaje en el Ensayo Político sobre el Reino de la Nueva España de Humboldt, Carlos Alberto Pérez y Patricia Naime
La transformación del paisaje a través del turismo en Cozumel, Mëxico, Alejandro Palafox y Emilio Arriaga
Transformación del paisaje y conformación del turismo en la cabecera municipal de Valle de Bravo (1970-2010), Edith Imelda Bernal, Lilia Zizumbo y Alejandro Tonatiuh
El paisaje del Valle de los Cirios: efímera relación entre opuestos, Rosa Imelda Rojas
La participación del turismo en el modificación del paisaje cultural de la ciudad de Malinalco, Estado de México, Guillermo Miranda
TURISMOS EN DISPUTA
El blog de Ernest Cañada
Sobre perspectivas críticas en el turismo y alternativas poscapitalistas
Investigo en turismo desde perspectivas críticas. Trabajo actualmente como investigador postdoctoral en la Universidad de las Islas Baleares (UIB). Soy miembro fundador de Alba Sud y entre los años 2008 y desde entonces soy su coordinador. Entre los años 2004 y 2015 residí en Centroamérica. En este blog hablamos de turismo en plural, de su impacto en el trabajo y también en el mundo rural, de los procesos de desposesión que conlleva, de las condiciones laborales de sus trabajadores y trabajadoras. Pero también de los esfuerzos comunitarios y de amplios sectores sociales por controlar territorios, recursos y formas de organizar esta actividad para, en definitiva, construir alternativas emancipatorias postcapitalistas.