28-11-2022
¿Quién limpia los pisos turísticos?
Ernest Cañada & Carla Izcara | Alba SudUna de los trabajos más invisibilizados es la limpieza de pisos turísticos. ¿Quién se encarga de esta tarea en Barcelona y en qué condiciones lo hace? Mujeres inmigrantes, externalizadas, muy a menudo en la informalidad, y sin organización colectiva, son uno de los colectivos laborales más precarizados del turismo.
Crédito Fotografía: Ana Núñez.
Después de la crisis financiera global del 2008, la expansión del turismo urbano ha sido una de las principales formas de resolver la crisis de acumulación del capitalismo (Fletcher, 2011). En este contexto, los pisos turísticos han pasado a formar parte de la oferta de alojamiento turístico. Su fuerte crecimiento ha provocado disrupciones en múltiples sentidos que han dado pie a una literatura abundante que intenta entender el fenómeno desde varias perspectivas (Cocola-Gant et al., 2020; Sequera, 2020). En cambio, las características del trabajo generado y sus condiciones laborales han sido mucho menos analizadas (Cañada y Izcara, 2021).
Las campañas de marketing empresarial han tratado de fijar la idea que el alojamiento en pisos turísticos permite establecer vínculos con la población local compartiendo sus hogares, así como ayudarla a mejorar su economía. Pero los datos extraídos a través del portal Inside Airbnb muestran que, por ejemplo, en Barcelona la oferta de Airbnb antes de la pandemia solo en un 31% estaba en manos de las personas que vivían en aquella misma vivienda o que solo tenían anunciada una oferta (Gil, 2018). Así, en la mayoría de ciudades la gestión de este tipo de alojamiento de corta duración es organizada bajo un esquema profesional, alejado de los supuestos colaborativos publicitados por las plataformas que los comercializan (Serrano et al., 2020). Esto implica que el grosor del trabajo generado por las viviendas turísticas está organizado de una manera tradicional, es decir, a partir de la contratación de fuerza de trabajo asalariada o autónoma para hacer las tareas que necesitan las empresas que los gestionan. El trabajo de limpieza es uno de los más invisibilizados.
¿Cómo se organiza la limpieza?
Garantizar una buena limpieza es un aspecto clave en el funcionamiento de la oferta de alojamiento de alquiler turístico porque, según explica Juanjo [1], propietario de una empresa de pisos turísticos en Barcelona, “una limpieza mal hecha te puede implicar comentarios negativos, que después te suponen vender más barato y todo va peor”. Además, después de la pandemia, “la clientela se ha vuelto mucho más exigente”, según Fernanda, una trabajadora autónoma dedicada a la limpieza de pisos turísticos en Barcelona.
Pero a diferencia de los hoteles, en la gran mayoría de casos el servicio de limpieza solo se lleva a cabo una vez, cuando la clientela marcha. Solo por este hecho, que concentra la actividad en las salidas y no de forma diaria, los pisos turísticos generan menos trabajo que otras formas de alojamiento turístico.
A pesar de la importancia que parece atribuirse, la limpieza no se lleva a cabo con personal propio, contratado directamente por la empresa gestora del piso, sino que es externalizada casi por completo. Desde una perspectiva empresarial se considera que esto es imprescindible. Juanjo lo explica argumentando que la mayoría de empresas en Barcelona gestionan una cantidad relativamente pequeña de pisos, unos veinte, distribuidos en diferentes edificios. En consecuencia la demanda de trabajo està dispersa territorialmente y el trabajo se tiene que hacer en una gran diversidad de horarios. “Nosotros no sabemos cuánto trabajo habrá que hacer cada día, no sabemos a qué hora saldrá el cliente, si se irá a las 8 o las 11 de la mañana –argumenta el mismo empresario–. Entonces es imposible que yo contrate a alguien y que permanentemente le tenga que decir que no venga y que lo haga mañana en otra hora, porque esta persona me tendría que dar una flexibilidad que es imposible. Y yo tampoco puedo depender solo de esta persona, porque se pone enferma y tengo que cerrar el negocio”.
Ante estas dificultades de gestión de las empresas, la solución ha sido recurrir a trabajo que sea fácil flexibilizar. Así, la contratación de las trabajadoras de limpieza se puede llevar a cabo a través de empresas multiservicios, bajo el convenio de limpieza, que tiene peores condiciones que el de hostelería. O bien se puede hacer directamente por medio de trabajadoras autónomas, que a su vez suelen contratar a otras compañeras. En su mayoría se trata de trabajadoras de origen inmigrante quiénes se encargan de las tareas de limpieza en un mercado laboral que se organiza ampliamente en la informalidad. Después de la pandemia, según varias personas consultadas, parece que cada vez toma más fuerza encargar el trabajo a través de trabajadoras autónomas.
Pasar de una empresa multiservicios a hacerse autónoma
El caso de Fernanda puede resultar revelador: pasó de estar contratada para una empresa multiservicios a trabajar en exclusiva para ella misma pero como autónoma. Recientemente, con la reactivación postpandemia, la bajada de precios que quería hacer la empresa hizo que decidiera dejar la vinculación y establecerse totalmente por su cuenta, combinando la limpieza de pisos turísticos con otro tipo de alojamiento.
Fernanda actualmente ronda los cuarenta años. De origen brasileño, llegó a Barcelona en 2007. Inicialmente, trabajó como camarera en diferentes bares y restaurantes, hasta que a partir de 2013 empezó a hacer trabajos de limpieza en una empresa de gestión de viviendas turísticas. Se trataba de una empresa de grandes dimensiones, que se ocupaba de más de trescientas viviendas turísticas en Barcelona, algunos de los cuales en propiedad, y que contaba con una plantilla de más de cincuenta personas.
El departamento del cual formaba parte, denominado "housekeeping/lavandería", estaba integrado por la responsable general, una encargada, cuatro supervisoras, cuatro trabajadoras de limpieza contratadas directamente y dos en régimen de autónomas que, a su vez, cada una de ellas coordinaba un equipo de diez a doce personas por su cuenta. En cuanto a la lavandería lo que hacían era recibir la ropa sucia en las oficinas centrales, la contabilizan y la enviaban a una lavandería externa, y después, una vez revisada de nuevo, la redistribuían en las diferentes viviendas. Todas sus compañeras, tanto las que estaban directamente contratadas como las autónomas, eran de origen extranjero, de Brasil, Ecuador y Filipinas.
Fuente: Maria Ziegler en Unsplash, bajo licencia creative commons.
Cuando Fernanda empezó a trabajar en esta empresa su contrato era de cuatro horas, aunque regularmente hacía más, y no tenía vacaciones pagadas. Cobraba setecientos euros netos al mes en nómina por esta media jornada y el resto se lo pagaban de manera informal con un precio fijo por cada apartamento limpiado. El sueldo podía variar en función de la demanda. En temporada alta ganaba entre mil quinientos y dos mil euros al mes, y en temporada baja entre setecientos y mil euros. Desde el año 2015, a raíz de la denuncia de varias trabajadoras, le hicieron un contrato indefinido a tiempo completo. Entonces pasó a trabajar de las 10 de la mañana a las 6 de la tarde, sin tiempo de descanso, y dos días de fiesta rotativos, con un fin de semana al mes de fiesta. Su salario era de mil doscientos euros netos al mes, y no cobraba comisiones por apartamentos hechos. Tenían las vacaciones pagadas y 14 pagas. La categoría profesional con la cual la empresa la tenía contratada era de "personal de limpieza", y no como camarera de piso, con lo cual no tenía los beneficios que le corresponderían si estuviera bajo el convenio de hostelería.
En estas condiciones estuvo unos años, hasta que, cansada de la carga de trabajo y después de tener varios problemas de salud, pidió a la empresa si le podían arreglar el paro porque quería irse. La empresa no accedió, pero le propuso gestionar directamente, como autónoma, la limpieza de unos cuarenta pisos. Para cada apartamento le ofrecieron 40 euros, un precio significativamente inferior al que le pagaban hasta entonces. Fernanda, a pesar de que no era lo que quería, aceptó, y a su vez, contrató a dos trabajadoras más a las cuales tuvo que dar de alta a la Seguridad Social. Pero la pandemia fue muy dura, “estuvimos sin hacer nada”, asegura. Cuando la actividad turística se reactivó, la empresa le quería reducir todavía más el precio por servicio y decidió dejar el vínculo. “Era imposible, no había manera de hacerlo si no explotabas a otras trabajadoras”, explica. Ahora continúa trabajando por su cuenta y se ha hecho cargo de la limpieza de diez pisos turísticos y otros alojamientos con alquileres más largos.
Así parece que se ha ido consolidando una doble tendencia: por un lado, el protagonismo de los trabajos de limpieza externalizados a partir de trabajadoras autónomas y, por la otra, la necesidad que tienen estas de ampliar la tipología de alojamientos y espacios de los que se encargan porque solo con el alojamiento turístico no es suficiente. Este es el caso también de Pamela, de cincuenta y cuatro años, de origen peruano. Cuando llegó, a causa de su situación administrativa irregular, empezó a trabajar de manera informal limpiando casas. “De forma legal no puedes encontrar trabajo en ningún lugar–explica–. Ponía anuncios por la calle de servicios de limpieza. Y así empecé, y una señora me recomendó a sus amigas. Y también me llamó una chica que alquilaba pisos turísticos. Administraba tres pisos turísticos de un holandés, no eran suyos. Y así empecé yo en este negocio”.
Después de regularizarse hizo varios trabajos, pero pasados unos años empezó a trabajar para una empresa de gestión de pisos turísticos. Aunque después de un tiempo decidió instalarse por su cuenta como autónoma y asumir la limpieza de las viviendas turísticas de esta y otras empresas, "porque siempre he sido independiente, nunca me ha gustado trabajar para terceras personas”, asegura. De este modo, empezó a asumir nuevas viviendas, a partir de sus propios clientes, “se fue corriendo la voz, de unos a otros”. Progresivamente, fue asumiendo más, hasta llegar a una veintena, además de casas particulares y de hacer la limpieza de las casas que las inmobiliarias alquilan. Para asumir toda esta carga de trabajo tuvo que ampliar su equipo, mayoritariamente mujeres latinoamericanas. “Me gustan más las latinas, peruanas, ecuatorianas, bolivianas, colombianas, porque son más conscientes para el trabajo que las españolas”, sostiene. Y cuando le hace falta alguien más, las consigue por sus mismas trabajadoras, a través de sus amistades.
La vinculación laboral que tienen es plenamente formal. “Yo les pago el régimen general de la Seguridad Social y ellas trabajan para mí. Tengo unas doce personas, depende, hay temporadas que las doy de alta, y después de baja, así, constantemente. Pero yo prefiero tenerlas contratadas, y me ahorro problemas. Las pago por horas, según el convenio de limpieza”.
Antes de la pandemia ya se identificaba que cada vez había más competencia porque había crecido el número de trabajadoras que ofrecían este tipo de servicio, pero ahora, con la reactivación que ha habido estos últimos meses, la cosa ha ido a más, y “se están reventando precios”, se queja Pamela. De hecho, cree que es muy difícil dedicarse a los pisos turísticos con los precios que se están ofreciendo: “Son autónomas, como yo, pero no tienen a trabajadoras a cargo suyo, todo es en «negro», porque si no, no salen los números. Regalan el trabajo. Por convenio son 11 euros la hora y en algunos pisos me querían pagar 6 euros la hora. Y hay gente que no entiende y dicen que cobro muy cara la limpieza, pero no se ponen a pensar que tienes que pagar la Seguridad Social y que tienes gente contratada de forma legal”.
Todas estas dificultades hicieron que progresivamente, ya antes de la pandemia, dejara de trabajar con pisos turísticos, “solo trabajo con los que me pagan lo que les pido”, dice. Por lo cual, decidió ampliar su oferta hacia otros tipos de alojamiento: oficinas, pisos particulares o escaleras. Esto le ha hecho valorar que el trabajo en las viviendas turísticas cada vez más se esté organizando de manera informal: “La limpieza de pisos turísticos es una economía sumergida. Los ilegales generalmente solo quieren pagar dos horitas de limpieza y no quieren pagar lo que realmente cuesta limpiar un piso, no reconocen el trabajo. Se aprovechan”. Así, esta evolución supondría una posible tercera tendencia, agraviada después de la pandemia, que consiste en que cada vez más la externalización de la limpieza de pisos turísticos se está haciendo precarizando todavía más el trabajo.
Condiciones de trabajo
Habitualmente la limpieza de pisos turísticos conlleva una enorme carga de trabajo. Pamela describe todo lo que puede comportar: “Además de la limpieza habitual, se tiene que recoger la ropa, sábanas, toallas, todo el que dejan sucio, y llevarlo a la tintorería de la esquina, y todo este peso lo tengo que cargar yo. Y después lavar, secar, doblar, ponerla en los armarios y todo esto se tiene que hacer rápidamente. En otros casos hay que limpiarlo aquí mismo, en la lavadora, dejarlo tendido dentro del piso y después ir a recoger las sábanas y toallas antes de que lleguen los nuevos locatarios”. Por eso considera que supone mucho más trabajo que la limpieza a pisos de personas particulares. Por otro lado, el mobiliario no está pensado para facilitar las tareas de limpieza. Por ejemplo, Juliana, una trabajadora de la misma empresa que Fernanda, también de origen brasileño y algo más joven, pone un ejemplo: “Las camas son difíciles de mover. Y en invierno tenemos que poner los nórdicos, y tardamos muchísimo, y es muy complicado. Además, hay pisos que ponen literas y todavía tardas mucho más para poderlas hacer, porque tienes que subir, trabajas en mala posición, y casi te caes para poder hacer la cama”.
Cuando Fernanda trabajaba a la empresa multiservicios, diariamente le asignaban tres apartamentos para limpiar. Los más pequeños eran para cuatro personas, pero había algunos con capacidad hasta diez personas. En la finca donde ella trabajaba habitualmente, los apartamentos tenían dos baños grandes y tres camas además de comedor y cocina equipada. La rutina cotidiana empezaba por las mañanas cuando llegaba a la oficina para firmar, recoger los materiales que necesitaban y la encargada les entregaba el listado de apartamentos que tenían que hacer aquel día. A veces no todos estaban en el mismo edificio y se tenían que trasladar. Por la tarde, tenían que ir de nuevo a la oficina para devolver las claves, el material, hacer otras tareas y firmar.
Fuente: Carla Izcara | Alba Sud.
Esto implicaba que tenían que llevar los productos de limpieza o la ropa limpia o sucia de una vivienda a la otra hasta que volvían a las oficinas; pasado un tiempo la empresa encargó esta tarea a otra persona. Juliana explica que tenían que cargar mucho peso, “porque tenían que subir la ropa a los pisos, y también una aspiradora, industrial, muy pesada. Y también teníamos que sacar la basura, sacábamos casi dos bolsas grandes, que también pesaban muchos, a veces llenas de botellas de vidrio”. Y después, continuaba Fernanda, tenían que trasladar la ropa sucia de un lado a otro, hasta llegar a la oficina, y “a veces la ropa venía mojada y pesaba muchísimo, y hay apartamentos en los cuales no había ascensor y teníamos que subirla”.
Una de sus principales preocupaciones de lo que suponía este trabajo era la sobrecarga de trabajo. Esto implicaba que a menudo no pudieran descansar o pararse para comer. “Muchas veces no nos parábamos ni a comer. Yo he estado días trabajando –dice Juliana–, y no he podido pararme ni un minuto, porque los tres pisos que me ponían eran grandes y estaban separados, cada uno en una punta. Y he llegado a estar mal, por no pararme a comer, me temblaba el cuerpo y me sentía fatal”.
A esta presión por la cantidad de trabajo que tenían que hacer, Fernanda añade el malestar que comportaba tener que soportar el maltrato constante por parte de la responsable del departamento que las presionaba para que acabaran a tiempo. “La encargada que teníamos era una persona bastante difícil, trataba muy mal a la gente, con insultos y todo. Era una cosa habitual. Y siempre con amenazas: «chica, lo siento, pero es el que hay, si no lo haces, ya sabes».
Pero muy a menudo no podían acabar en la hora estipulada: “Querían que hiciéramos tres apartamentos diarios hasta las 3 de la tarde y muchas veces no llegábamos”. Esto podía conllevar, además, otro tipo de problemas, porque a partir de aquella hora los turistas ya podían tener acceso a la vivienda. En consecuencia, según Fernanda, tenían que hacer frente a clientes molestos porque el alojamiento todavía no estaba a punto o encontrarse a solas con grupos de hombres que les hacían comentarios de carácter sexual y situaciones de acoso. “Nos pasa de todo porque no hay organización –narra Fernanda–. Envían a los clientes y cuando llegan el apartamento todavía está sucio. Ha habido situaciones difíciles, que el cliente se cabree, porque si tú tienes una hora de entrada a tu apartamento, tiene que estar limpio. Una vez un cliente me empezó a hablar mal, le pedí perdón y le dije que gritara a la empresa y hablara con ellos y que tenía todo el derecho de quejarse y llenar la hoja de reclamación. Y hay veces que empiezan a beber, y esto ya te da un poco de miedo, porque tú no sabes con qué tipo de personas estás, sola, con gente que no conoces. Muchas veces da miedo. Puede pasar cualquier cosa. Yo tengo miedo. No me gusta estar en el apartamento sola con los clientes”.
Así mismo, Juliana describe una situación muy parecida, porque explica que la mayoría de veces no las avisan que llegan los clientes, “y quizás estamos limpiando el baño, agachadas y cuando te giras de golpe ves la cara del cliente detrás tuyo y te quedas impresionada; pero también nos pasa que a veces llegan muchos chicos, y hay veces que van bebidos o drogados”.
Impactos en la salud
La consecuencia de trabajar en estas condiciones es el deterioro de la salud. Esto se expresa en términos psicológicos en cómo afrontan el trabajo. “Sales de casa sin ganas de trabajar, con el pecho encogido, porque no quieres ni entrar a la empresa, porque las cosas no van bien –explica Fernanda–. Y por eso tenemos problemas de salud, porque la gente nos trata muy mal”. Así, la ansiedad y el estrés se vuelven habituales. “A mí me cuesta muchísimo dormir –relata Juliana–. Y muchas veces sueño que no consigo acabar los pisos, que los dejo a la mitad y me cae una gran bronca, o sea que cuando duermo todavía tengo pesadillas”
Además, hay una sensación de cansancio permanente. “Yo últimamente voy muy cansada, no me aguanto. Llego a casa y no tengo ganas de hacer nada, no tengo ganas de salir, ni de estar con la familia, llego muerta, tengo el cuerpo que no puedo más. Y no estoy contenta, estoy cada vez más triste, de tanto trabajo”, explica Juliana. También hay toda una sintomatología asociada al dolor de espalda, lumbar, pies y muñecas, principalmente. Así explicaba Fernanda como se sentía cuánto todavía estaba contratada a la empresa multiservicios: “Yo llegaba a mi casa muy cansada. Había días en que me dolía todo. Muchas veces lloraba y me decía que esto no podía continuar así, que esto tenía que cambiar. Y tenía muchísimo dolor en las articulaciones, y sobre todo en la columna, porque era mucho tiempo que estábamos dobladas haciendo camas. También teníamos que mover muebles pesados para aspirar por debajo del sofá”. Y esto implicaba que se tuviera que medicar continuamente para poder soportar el dolor: “Siempre tenía que estar tomando Ibuprofeno, nunca me faltaba, siempre lo llevaba en mi bolso. Y cuando llegaba a casa, para dormir, tenía que tomar geles musculares y otras cosas para el dolor porque si no, no podía dormir”. Y lo mismo decía Juliana: “Tomaba un relajante muscular, por el dolor de espaldas, y diazepam, porque me costaba mucho dormir”
Además los accidentes, como caídas o torceduras de tobillo, pueden ser recurrentes. Las situaciones de riesgo son mayores por la carga de trabajo y el ritmo que tienen que mantener, y además habitualmente trabajan solas, de tal forma que en caso de accidente la atención por parte de otras personas es más complicada. La misma Fernanda ha tenido varios accidentes: “en aquella finca no había ascensor, y bajaba con la aspiradora y la bolsa de producto y la luz se apagó y, como la escala era muy estrecha, de caracol, pisé mal, resbalé y fui hasta bajo. Otra vez caí en un baño, y de aquí viene que tenga un problema en la muñeca”. La causa la identifica claramente esta trabajadora: “El problema es que vas corriendo como una loca para acabar el trabajo, desesperada, porque si no acabas te tratan mal, te cae la bronca, y por eso es fácil caerse o cortarse”. Así pues, un trabajo esencial dentro de la cadena de valor de los pisos turísticos que, una vez más, se devalúa, invisibilza y precariza.
TURISMOS EN DISPUTA
El blog de Ernest Cañada
Sobre perspectivas críticas en el turismo y alternativas poscapitalistas
Investigo en turismo desde perspectivas críticas. Trabajo actualmente como investigador postdoctoral en la Universidad de las Islas Baleares (UIB). Soy miembro fundador de Alba Sud y entre los años 2008 y desde entonces soy su coordinador. Entre los años 2004 y 2015 residí en Centroamérica. En este blog hablamos de turismo en plural, de su impacto en el trabajo y también en el mundo rural, de los procesos de desposesión que conlleva, de las condiciones laborales de sus trabajadores y trabajadoras. Pero también de los esfuerzos comunitarios y de amplios sectores sociales por controlar territorios, recursos y formas de organizar esta actividad para, en definitiva, construir alternativas emancipatorias postcapitalistas.