Las páginas que siguen, más que una reseña clásica dirigida a incitar a la necesaria lectura del trabajo de nuestro estimado amigo Jorge Riechmann, son un intento de movilizar su argumentario para abordar el resbaladizo terreno de la libertad en el universo del turismo.
Sabemos que nos adentramos en un terreno contradictorio. Si bien vivimos en una sociedad que normaliza las situaciones de falta de autonomía en el ámbito laboral, en cambio, considera que en su tiempo libre ha de prevalecer una libertad sin restricciones. Una libertad que cómo va a desarrollar Jorge Riechmann en Bailar encadenados. Pequeña filosofía de la libertad (y sobre los conflictos en el ejercicio de las libertades en tiempos de restricciones ecológicas), Icaria, Barcelona, 2023, no puede ser en ningún caso “libertad para dañar a otros”.
Como en muchas otras esferas, también en el turismo, fue la pandemia la que tensó los márgenes de una sociedad que vive instalada en la extralimitación y dentro de un contexto marcado por la crisis ecológica y energética. La derecha política y una de sus principales lideresas más destacadas en España, Isabel Díaz Ayuso, presidenta de a Comunidad de Madrid, fue quien abrió la polémica al simplificar de forma caricaturesca una cuestión central, la de la libertad humana, al proclamar la “libertad para ir de cañas” y convirtiendo tal consigna en una suerte de ridícula pseudorebelión contra un Gobierno progresista obligado a gestionar la crisis pandémica. Para Jorge Riechmann esta caricatura fue la que le motivó a emprender un trabajo de reflexión que, como reza el subtítulo, pretende abordar “los conflictos en el ejercicio de las libertades en tiempos de restricciones ecológicas”. No se nos escapa, para nuestro interesado objetivo, que el debate se inicie precisamente alrededor de las libertades que nos podemos tomar en nuestro tiempo de ocio y descanso, ya que como he advertido quienes no quieren trabas para nuestra posibilidad de “ir de copas” no ven ningún problema en que el mundo del trabajo se rija autoritariamente. Parece que “la libertad” sí es buena cuando se trata de recargar fuerzas para seguir alimentando la maquinaria capitalista.
El punto de partida de nuestro autor es aceptar que, a pesar de vivir en un mundo constreñido por múltiples determinismos físico-químicos, hay lugar para la libertad humana. Entre un materialismo no mecanicista que nos da un pequeño margen para decidir y un humanismo no antropocéntrico, que nos recuerda que no lo podemos todo, debemos tomar consciencia de que somos “animales con responsabilidades especiales” (pág. 13). Para Riechmann, “sin libertad –de alguna clase– no cabe hablar de responsabilidad, ni en general puede existir el ámbito moral” (pág. 15). Sin esa responsabilidad que deriva de nuestra capacidad de controlar voluntariamente nuestros comportamientos, también cuando disfrutamos de nuestro tiempo de ocio, no tendría sentido establecer normas. Aceptar esos determinismos (según algunos estudios, tal vez un 93% de nuestro comportamiento sea predecible) no excluye que existe un pequeño margen de decisiones libres (¡un 7% es mucho!).
Riechmann enumera tres posiciones filosóficas que han dominado el panorama del pensamiento sobre la libertad: por un lado, el “determinismo fatalista”, en donde no cabría hablar de acciones libres; por otro, la posición “incompatibilista” para la que existen dos mundos drásticamente separados, el fenoménico (de las determinaciones o de aquello que nos viene impuesto por las inevitables condiciones del mundo físico-químico) y el nouménico (de las acciones libres o aquellas en las que vamos a poder decidir como sujetos moralmente autónomos); y, finalmente, la “compatibilista”, que no ve contradicción entre determinación y libertad. Nuestro autor va a inclinarse por esta tercera opción: la libertad es efecto de una complejidad impulsada por múltiples retroalimentaciones. De ahí que la libertad humana sea interpretada como una “propiedad emergente vinculada a la aparición de lenguaje y la cultura humana” (pág. 33) que lo cambia todo: “Los átomos no son libres, pero los organismos –a partir de ciertos grados de complejidad evolutiva– ganan grados de libertad” (pág. 33). Los seres humanos somos, por tanto, capaces de tener, a partir de nuestra capacidad de evaluación autoreflexiva, “metapreferencias”. Estas, que podemos también llamar “preferencias de segundo orden”, son las que nos permiten tomar decisiones, que basadas en conocimientos racionales pueden ser contrarias a deseos que podemos entender como naturales. Por ejemplo, podemos, después de conocer información científica y contrastada sobre el impacto de la aviación en las emisiones de CO, no tomar más aviones y buscar otras alternativas de movilidad menos impactantes, aunque sean menos cómodas y rápidas. Dentro de esos “grados de libertad” (una fórmula más prudente de referirnos a la libertad) podemos tomar decisiones “libres”, aparentemente contrarias a nuestros intereses inmediatos. En este estrecho espacio concedido “la libertad no es un asunto de si o no; es un asunto de más o menos” (pág. 39). La libertad real como una propiedad emergente que surge de una complejidad de piezas biológicas (y, por tanto, deterministas) le da “flexibilidad” al comportamiento humano para cambiar ante las diferentes circunstancias con las que se va a tropezar y, por tanto, se le puede exigir una “responsabilidad” que no sería factible en un contexto de fatalismo determinista.
Hasta aquí hemos intentado definir esta precaria propiedad emergente que nos concede un margen estrecho y vacilante para sustentar nuestra posible acción autónoma (o libre si queremos). Este estrecho espacio donde ejerceremos “deberes morales” está condicionado también por lo que sabemos y por lo que desconocemos. Hay, por tanto, también “deberes epistémicos” o sea “deber de someter las creencias de uno al examen crítico pertinente: analizar si están justificadas por las pruebas disponibles e intentar determinar si existen o no pruebas en contra” (pág. 50). Volviendo a la aviación, el impacto de los viajes de turismo transoceánico acumula suficientes datos y estudios para convertirse en un conocimiento que nos impulse a construir esa “metapreferencía” que nos hará “autodominarnos”, y dentro de nuestros estrechos, pero posibles grados de libertad, escoger otras opciones. Somos libres cuando desde un proyecto de autonomía y autolimitación construido podemos decir: depende de mí. Pero avancemos un poco más, ese yo que va a decidir no viajar en avión es “sólo parte de una persona que ha de entenderse relacionalmente (…), somos interdependientes y ecodependientes” (pág. 81). Vivimos junto a otros de los que dependemos y ellos dependen de nosotros, y estamos inseridos en la naturaleza de la que formamos parte inseparable. Y bajo estas constricciones podemos tomar decisiones libres, lo cual, para Riechmann, “es algo infrecuente y lleva su tiempo” (pág. 84). Y nos preguntamos, el turismo actualmente hegemónico gobernado por un capitalismo hiperacelerado que nos impone un constante “más rápido y más lejos”, ¿nos permite tomarnos tiempo para desarrollar esos grados de libertad que nos hacen humanos? La lentitud, “darnos tiempo”, debería ser un elemento fundamental para redefinir un modelo turístico que hoy, dominado por las lógicas mercantiles, pone en el centro el consumo acelerado y compulsivo de lugares y experiencias. Los pocos grados de libertad que hoy podemos disfrutar como seres humanos son un espacio de disputa en donde nos enfrentamos a fuerzas que, como nos advierte Riechmann, nos gobiernan y recortan nuestra autonomía.
El peligro es hoy el capitalismo digital, y afirma de forma contundente: “Lo que debería preocuparnos no es tanto cómo bailan los electrones en la cabeza, sino más bien cómo han aprendido a manipularnos la propaganda de los siglos XX y XXI” (pág. 95). Y sentencia: “la desarticulación social y el control a través del algoritmo informático es uno de los determinantes mayores de nuestro presente, y probablemente la mayor amenaza para la libertad humana”. Cómo advierten Pablo Martínez y Jorge Sequera en La ciudad en tu móvil y el “giro digital” en el capitalismo urbano:
“Una nueva organización espacial en (de) las ciudades que se apoya en un cambio de paradigma, que apuesta por un capitalismo tecnológico. Se dispone así un espacio híbrido entre “lo urbano” y “lo digital”. Estos ensamblajes y desensamblajes complejos en la ciudad están teniendo profundas consecuencias en el comercio, la movilidad, la concentración del control sobre los recursos comunes urbanos, así como los flujos de información y la inversión de capital, como elementos centrales de un entorno urbano en constante proceso de cambio. Nos referimos a los impactos urbanos que la economía de plataformas está teniendo sobre la forma en que nos relacionamos en nuestra vida cotidiana en/con la ciudad.” (El Salto, 22 de junio de 2022)
O cómo avisaban Gema Martínez-Gayo y Nuri Soto en la mesa dedicada a Turismo y Trabajo de la Escuela de Verano 2023 de Alba Sud, en el marco de las condiciones de trabajo: la digitalización, lejos de suponer una mejora de las condiciones laborales, ha supuesto, por un lado, un mayor riesgo de substitución.
Es una obviedad que el turismo gobernado por el capitalismo digital y de plataforma, controlando la información y dirigiendo los flujos en función de las dinámicas de reproducción del capital, estableciendo nuevas formas de control laboral o directamente de substitución de trabajadoras, nos lleva a un turismo sin esos “grados de libertad” que nos permitan ser autónomos a la hora de organizar nuestro tiempo “libre” de ocio y descanso.
Por tanto, si, cómo afirma Riechmann, “la libertad es la manifestación de una relación plena (…) deberíamos redefinir la libertad a partir de la comunidad. La libertad no es una propiedad de grupos de neuronas en el cerebro humano; hay que pensarla una propiedad de sujetos dentro de comunidades, culturas y ecosistemas” (pág. 96).
Y en este sentido la propuesta de
conservación convivencial de Bram Blücher y Robert Fletcher es un camino transitable para un turismo que recupere grados de libertad al ser pensado desde unos nuevos vínculos con los lugares y comunidades que lo acogen. Como insistía
Nora Müller en la mesa de Turismo y Proximidad de la Escuela de Verano 2023 de Alba Sud: “
La conservación convivencial, implica una nueva relación con naturaleza a la que pertenecemos. Un turismo desmercantilizado, que ponga la centralidad en las visitas duraderas a lo cercano y un voluntariado implicado en el conocimiento y la preservación y mejora de los espacios naturales, así como cultivar la relación con aquellos que viven en y de esos espacios” Cómo insiste Riechmann “hemos de emanciparnos en la naturaleza” (pág. 128) y no de la naturaleza. Nuestros proyectos de autonomía, también cuando disfrutamos de nuestro tiempo de recreación y descanso nos han de reconectar con el medio natural, como seres ecodependientes que somos, y no abundar en formas basadas en el mismo extractivismo consumista y voraz que nos ha caracterizado sobre todo durante el periodo dominado por los valores y prácticas del capitalismo fosilista.
Conocer los límites y sus determinaciones es fundamental para un ejercicio consciente de la libertad. Sin conocimiento, autoconsciencia y constante realimentación no es posible avanzar en esos grados de libertad que nos permiten decisiones autónomas. Saber qué caminos no podemos transitar nos hace libres para encontrar aquellos que sí lo son. Lejos de oprimirnos, este conocimiento nos libera realmente. Conocer, en este caso, los límites ecológicos del planeta, los riesgos que corremos al sobrepasarlos, ser conscientes de nuestra radical ecodependencia y nuestra dependencia de los otros, nos permite una autocontención también cuando disfrutamos de nuestro tiempo libre, cuando decidimos viajar (o no), cómo lo hacemos, y las formas en que nos relacionamos con los lugares y comunidades donde vamos a descansar. Si el autor me permite la licencia, “haciendo turismo con cadenas” haremos un turismo con más posibilidades de desarrollar nuestra autonomía personal y colectiva.
Como apunta Jorge citando a José Bergamín, “aceptar límites no es la negación de la libertad: es la condición de la libertad. Limitarse no es renunciar, es conseguir” (pág. 109). Entender, cómo se nos propone, la libertad como autonomía y está cómo meta y no como punto de partida invita a repensar el turismo a partir de claves absolutamente diferentes. Libertad no es, por lo tanto, posibilidad de ir a cualquier lugar y cuando nos plazca, no es hacerlo de espaldas a nuestra comunidad o a la de aquellas que visitamos. Una práctica turística entendida cómo desarrollo de nuestros grados de libertad, como autonomía compartida y en construcción, ha de poner en el centro la sociabilidad y el cultivo de lo común desde la radical consciencia de nuestra inter y ecodependencia.
En consecuencia, Riechmann propone dos movimientos para evitar los que llama autoengaños de la libertad. Dos movimientos que, por otra parte, nos van a ser muy útiles para definir una nueva práctica turística inter y ecodependiente. El primero es parar, detenerse. Para él “el pensamiento se produce en el hiato de la pausa. Ser capaz de detenerse es la condición previa de la deliberación y con ella de la libertad” (pág. 115). Cuando nuestras formas de ocio y recreación han entronizado la velocidad, la hipermobilidad y la lejanía, proponer de entrada “parar” rompe todos los esquemas prefijados de nuestra práctica turística. El segundo movimiento es tomar distancia de ídolos y espectáculos, por tanto, huir de lo sensacional, de lo grandioso, de lo exótico y de la falsa promesa de lo genuino y auténtico puesto a nuestro total servicio privado. Apreciar lo cotidiano, lo cercano, lo pausado establece un marco alternativo y revolucionario para nuevas formas de recreación. No habrá ocio libre ni culturalmente enriquecedor, si son las fuerzas del mercado, organizadas en función del consumo masivo y la extracción y acumulación de capital, las que dirigen las prácticas turísticas.
Riechmann distingue la libertad negativa, o aquella que “es la libertad de ser y actuar sin interferencias por parte de otras personas” de la libertad positiva, que “es la libertad respecto a los impedimentos, el poder que se gana trascendiendo coacciones sociales o psicológicas” (pág. 124). Para la negativa, y muy funcional a los deseos de la Organización Mundial del Turismo, todos podemos ser turistas potenciales, todos tenemos la libertad de viajar y conocer países y culturas lejanas. Nadie debería interferir en tal “derecho”. La positiva nos pone los pies en el suelo y nos recuerda que eso no es así y que la libertad es mucho más que una simple “falta de restricciones”. Que sin igualdad no hay libertad, que sin una organización social que garantice igual acceso a derechos y deberes no es posible poder ejercerla de facto. Propone llamarla
igualibertad. Cuando según la Confederación Europea de Sindicatos,
38 millones de trabajadores europeos no pueden permitirse unas vacaciones, y estas se convierten en un lujo, nos encontramos ante una contradicción que solo podemos aspirar a superar si introducimos la igualdad en la ecuación.
Entender que somos seres interconectados implica aceptar que nuestras acciones por privadas que las interpretemos van afectar siempre a los demás y van a condicionar su libertad. Citando a George Monbiot, “tu libertad de agitar el puño termina donde empieza mi nariz” (pág. 129). Vivimos en un “mundo lleno (saturado ecológicamente)” (pág. 129) y eso va a implicar reordenar nuestros deseos y derechos en función del daño que pueden provocar en los demás. Mi derecho a viajar a miles de kilómetros no puede estar al mismo nivel que el derecho del resto de seres humanos, presentes y futuros, a vivir en un mundo habitable. Para Riechmann, “a menudo se pide libertad a pesar del daño a otros y en muchos casos esto se convierte en libertad para dañar a otros” (pág. 130). Ante aquellos que van a agitar la acusación de “perfeccionismo moral” o buenismo, cómo gustan desde las redes sociales, afirma con contundencia: “libertad no es hacer lo que me sale de los cojones: es construir mi autonomía, personal y colectiva, teniendo en cuenta el mundo concreto –social y natural– dentro del cual vivo y teniendo en cuenta que los demás existen” (pág. 130). No se trata, por tanto, de apelar a los buenos sentimientos de un consumidor soberano, también en el turismo, para que “no dañe a la naturaleza y la respete”, sino decir la verdad, si es que queremos vivir en una sociedad decente: el daño cuando viajamos buscando destinos exóticos para nuestro disfrute, cuando hacemos cientos de kilómetros para extasiarnos con un bello paisaje durante unas pocas horas, cuando adquirimos una segunda residencia o alquilamos un apartamento turístico, no se lo hacemos simplemente a una abstracta naturaleza que merece “respeto y protección”, sino a millones de seres humanos concretos y de carne y hueso con los que nos cruzamos diariamente por la calle o que viven en países lejanos que nunca pisaremos. También tenemos responsabilidades, y no lo olvidemos, con aquellos que aún están por nacer.
Ante esa realidad, que nos impone la crisis ecológica que vivimos, hablar de la libertad del consumidor es obsceno. Y referirse a las demandas de cambios radicales en nuestros estilos de vida imperiales, hacia la naturaleza y los demás seres humanos, como “buenismo”, es alimentar el “cinismo atmosférico” (pág. 156) que nos envuelve y una ceguera que nos conduce más rápidamente al desastre. En un “mundo lleno”, con 8 mil millones de seres humanos que han de respirar y comer cada día, no valen las defensas frívolas y cínicas del que decide que lo importante es ejercer su libertad de “tomarse unas cañas” o disfrutar de una playa lejana en un país “exótico”. Frente a la “libertad de consumo” necesitamos “libertades republicanas”, también cuando disfrutamos de nuestro tiempo libre. Un turismo que nos mejore moralmente como seres humanos. En este sentido, Enrique Navarro, docente de la Universidad de Málaga, pedía acertadamente en la Escuela de Verano de Alba Sud 2023 invertir y promover desde la esfera pública en un nuevo ideario para conformar nuevas formas de disfrutar de nuestro tiempo libre y de practicar el turismo. Cómo advierte Jorge Riechmann, recordando a otro de esos que algunos llaman “catastrofistas”, Paco Fernández Buey, “no hay derecho a la movilidad por razones de recreación, sin más” (pág. 171), expresión que para él es profundamente equívoca, ya que “lo que necesitamos es el esfuerzo para construir modos de vida que no se basen en la supresión del otro” (pág. 171). Somos sujetos morales y tenemos responsabilidad. No podemos defender una libertad de niños malcriados y egoístas que quieren ejercer su “derecho a” por encima del daño que puedan causar al equilibrio del planeta y al resto de la humanidad. A pesar de todo esto que venimos diciendo, hemos de tener en cuenta que solo una minoría de la humanidad esta disfrutando ahora mismo de este mal llamado derecho ilimitado a moverse. No se trata ahora, por tanto, de limitar la movilidad universalmente, sino de regularla en términos de redistribución democrática, para que aquellos que ni tan solo han podido viajar para ver el mar puedan también disfrutarlo. Necesitamos libertades republicanas e igualibertad, para crear unas condiciones de vida en las que el disfrute de nuestro tiempo libre no este exclusivamente bajo los privilegios de unos pocos.
Jorge Riechmann, en este libro coral, estructura sus propuestas con el apoyo de centenares de sólidas voces que ayudan a comprender la magnitud de nuestra responsabilidad ante el presente y las futuras generaciones. Nos hemos permitido la licencia, espero que nos disculpe nuestro buen amigo por los errores y omisiones de esta reseña interesada, de movilizar sus argumentos en pro de las transformaciones que van a ser imprescindibles para un turismo que sea útil y funcional a la transición ecosocial pendiente. Una labor que más pronto que tarde hemos de emprender, para que cómo insiste otro incansable luchador por un mundo más libre y justo, nuestro compañero Ernest Cañada, encontremos los caminos transitables para un turismo que vaya más allá del estrecho horizonte que hoy nos impone un capitalismo depredador y destructivo.
Este artículo se publica en el marco del proyecto “Reactivació turística post-COVID19: alertes contra l’increment de desigualtats globals. 1a Fase”, ejecutado por Alba Sud con el apoyo de la ACCD (convocatoria 2021).