24-10-2023
El Monstruo de la memoria, de Yishai Sarid: una lectura desde el turismo memorial
Raül Valls | Alba SudEl libro de Yishai Sarid (Club Editor, 2020), permite una mirada crítica al turismo memorial desde los límites más extremos de la conciencia humana. Visitar Auschwitz es un reto para comunicar aquello que las palabras no tienen capacitar de alcanzar.
Crédito Fotografía: Auschwitz. Imatge de Mmson, sota llicència creative commons.
“El Monstruo de la memoria” es un puñetazo al estómago, un zarandeo a una conciencia occidental muy dada a la autocomplacencia con un presente, supuestamente reconciliado con los traumas y desastres del pasado. La novela es también una dura crítica a como la memoria del exterminio de los judíos europeos ha sido puesta al servicio de las políticas del estado de Israel para justificar aquello que es injustificable. Y evidentemente un aviso a navegantes con las mismas veleidades patrióticas. Más allá de los selfies y las cabriolas de adolescentes en las vías de los trenes que llevaban a Auschwitz-Birkenau, que han llenado redes sociales y han provocado un escándalo moral en nuestros medios de comunicación últimamente, la obra de Yishai Sarid nos coloca ante el espejo de una inquietante relación con el pasado traumático y todavía poco comprendido de Europa.
El protagonista de la novela es un guía turístico israelí que narra su experiencia en forma de informe epistolar dirigido al presidente del centro oficial donde trabaja, el Iad va-Xem. Es un joven y brillante historiador israelí de la Shoah ante el cual van a pasar diferentes figuras de la inconsciencia banal de nuestro siglo: jóvenes estudiantes saturados de nacionalismo israelí, militares con patrióticas intenciones de pasar cuentas con la historia, turistas de tour operator que tienen que llenar de visitas su viaje en Polonia, jóvenes emprendedores de una app que diseñan un juego de ordenador basado en los campos de exterminio y, finalmente, un egocéntrico director de cine en busca de morbo y emoción fácil. Figuras de una inconsciencia, que más allá de la banalización que expresan, y de la que Hannah Arendt intuyó y escribió muchas y polémicas páginas en su popular libro Eichmann en Jerusalén (2006), son también el reflejo monstruoso de como la memoria, lejos de llevarnos a una reflexión meditada sobre el pasado y servir para la mejora moral de la sociedad, se puede movilizar a favor de los intereses más mezquinos del presente: ideológicos, y puestos al servicio del nacionalismo más agresivo; mercantiles, como un producto más de un viaje organizado tipo "todo incluido"; o, incluso, culturales y recreativos en manos de artistas y creadores sin escrúpulos. Que sean los espacios de memoria del exterminio de los judíos y de muchos otros colectivos por motivos políticos, étnicos o de orientación sexual, los campos de la Polonia bajo la ocupación nazi, los que se ponen al servicio de estos miserables intereses muestra los riesgos y los límites del turismo memorial y el estado de banalización en que nuestra sociedad parece estar instalada. Esta mirada desde los límites más extremos de la deshumanización, los campos nazis, sirve para valorar las motivaciones al servicio de las cuales se puede poner la memoria y repensar su proclamado objetivo pedagógico y supuestamente profiláctico (como garantías reales de verdad, reparación y no repetición).
El bienintencionado protagonista cuenta con un conocimiento minucioso de los procesos de exterminio que la perfeccionada maquinaria nazi había desarrollado en los campos: la muerte industrializada que permitía asesinar hasta 10, 12 o 15 mil personas al día. Es un buen historiador, autor de una tesis recientemente publicada en un libro. Pero como guía y comunicador, que tiene que explicar a los visitantes la enormidad de la tragedia producida en la Europa de los años cuarenta, se ve impotente, tanto para comprender él mismo la magnitud del horror sucedido, como para comunicarlo a quién, por diferentes motivaciones visita los campos. Puede dar infinidad de datos y explicar los procesos del exterminio, pero todo ello será insuficiente para comprender y hacer comprender a los visitantes la magnitud del desastre. Siente vergüenza ajena y muchas veces indignación hacia los jóvenes estudiantes y sus actitudes, y divisa que algo no va bien, pero tampoco será capaz de entender el fondo de una cuestión que hoy todavía esta fundamentalmente inexplicado. En medio de todo está su propia supervivencia económica y la búsqueda de un reconocimiento académico e intelectual que permanentemente se le escapa de entre los dedos.
Las palabras, que tratan de explicar lo sucedido, no sirven para alcanzar los hechos. Se muestran incapaces de hacer comprensible todo el horror de los trenes cargados de seres humanos indefensos, de las cámaras de gas y los crematorios de los cuales no paraba de salir humo. Cómo nos apunta Enzo Traverso en un capítulo dedicado a los intentos de testimonio de Primo Levi y Jean Amery (Hans Mayer):
las palabras nunca estarán a la altura de la herida que designan, ni en forma de narración realista ni con el registro de la transfiguración lírica. Seria vano buscar en ellas un refugio o un consuelo, e ilusorio confiarles la tarea de una comprensión definitiva. (Traverso, 2001: 189)
El protagonista del Monstruo de la memoria es la expresión viva de esta impostura y de una incapacidad avergonzada ante unos turistas que llegan a los campos cargados de ideología, prejuicios o de ganas de hacer pasar el rato. Siente rabia hacia los jóvenes estudiantes, llevados allí por el sistema educativo de Israel, a hacer la lagrimita mientras cantan el himno nacional patrióticamente envueltos en la bandera. Se indigna cuando escucha sus comentarios de odio hacia los árabes y de desprecio hacia los polacos, y hacia los mismos judíos askenazíes o a las izquierdas israelíes a las que consideran herederas de estos. No entiende como, por otro lado, los alemanes, en cambio, nunca son el objeto de la más pequeña crítica. Desprecio a las víctimas y condescendencia con los verdugos! El paroxismo de esta deriva irracional y chovinista llegará cuando un joven estudiante de un grupo a los cuales habían pedido una conclusión sobre la visita le espetará: "creo que para sobrevivir tenemos que ser un poco nazis también". Poco se puede añadir ante la muestra de un fracaso tan rotundo de un espacio de memoria donde la humanidad descendió a los infiernos. Podríamos caer en la tentación del viejo pensamiento elitista sobre la eterna decadencia humana: hubo un tiempo dorado donde éramos dignos y decentes y la modernidad nos ha pervertido. Pero una anécdota que nos explica Günther Anders de su exilio norteamericano en los años cuarenta ilustra sobre una frívola deshumanización que ya parece tener solera: durante la guerra, como otros muchos exiliados extranjeros, fue reclutado por el Office of War Information, donde se dedicaba a traducir al alemán folletos de propaganda destinados a "reeducar" la población alemana. Anders se negó rotundamente a traducir unos textos marcados por prejuicios racistas, sobre todo hacia los japoneses, aduciendo que, no había venido en América, huyendo del nazismo, para producir panfletos fascistas destinados en Alemania.
La novela de Yishai Sarid nos coloca ante complicados dilemas, incluso más allá de la funcionalidad nacionalista y comercial de la cual el autor nos advierte. ¿Qué mensaje se llevan los visitantes de los campos nazis? ¿Qué mensaje se les quiere transmitir? ¿Qué comprenden más allá de una tensión emocional ante una violencia extrema que por inexplicable acaba siendo intransmisible? Quién desea un turismo de memoria comprometido con el pasado, al servicio de los derechos humanos y de la mejora moral de nuestras sociedades, no puede vivir ajeno a estas preguntas por incómodas que sean. Tampoco tendría que mirar hacia otro lado cuando los espacios de memoria se convierten en instrumentos para mantener y fomentar nuevos odios nacionales o acaban dentro de las lógicas mercantiles del dark tourismdonde se visita un campo de exterminioentre una ruta por un centro histórico y un paseo por calles comerciales.
Una historia que Primo Levi relata sobre los días vividos en Auschwitz muestra los temores justificados de los prisioneros sobre el futuro del testimonio que esperaban dar si sobrevivían a los campos:
Cuando estaba en el campo de concentración tenía siempre el mismo sueño: soñaba que regresaba, que volvía con mi familia y les contaba, pero no me escuchaban. La persona que tengo delante se da media vuelta y se marcha. En el campo les conté a mis amigos este sueño y me contestaron: «A nosotros nos pasa lo mismo». (Muchnik, 1996: 86)
Günther Anders habla de los seres humanos del siglo XX como "utopistas a la inversa" (invertierte utopisten). Si en las utopías clásicas imaginábamos un futuro mejor que todavía no existía, hoy los humanos somos incapaces de imaginar las consecuencias terribles del mundo que si existe, que si hemos estado capaces de producir. Vamos a Auschwitz de visita con esta confundida y empobrecida falta de imaginación. Ni siquiera sentimos la vergüenza que Anders interpretaba como resultado de un "progreso" técnico, que como al aprendiz de brujo se nos ha descontrolado y vuelto en contra. Tal vez provocar la vergüenza podría ser un sentimiento más adecuado para agitar una imaginación que nos permita poder escapar de este callejón sin salida donde el monstruo de la memoria nos tiene acorralados. La vergüenza y también la humildad que proponía Primo Levi ante la catástrofe de los campos: “Ha sucedido, y por consiguiente, puede volver a suceder: esta es la esencia de lo que tenemos de decir” (Levi, 1989; 173).
Auschwitz-Birkenau. Fuente: Wikimedia Commons.
El final del libro es explosivo y violento. No resulta del todo inesperado si tenemos en cuenta el penoso transito que lleva a cabo el protagonista por estas "figuras de la inconsciencia banal" mientras hace de guía de un campo a otro. Una deriva dolorosa en que los fantasmas de las personas allí asesinadas lo irán perturbando y enloqueciendo, haciéndolo más ajeno y hostil al mundo de los vivos, a los cuales tiene que hacer comprensible lo inexplicable. Un deterioro psíquico y emocional provocado también por la insalvable distancia entre las verdades incómodas del exterminio y el discurso oficial de un estado israelí que instrumentaliza la memoria para justificar, tanto su existencia como la violencia que cotidianamente lleva a cabo hacia la población palestina. El fracaso del protagonista como guía es el fracaso de Auschwitz como lugar de memoria y con capacidad de revertir la falta de conciencia sobre lo que sucedió allí y la profunda deriva moral que llevó al exterminio de millones de seres humanos. Pero mucho más allá, es el fracaso de la sociedad humana occidental, incapaz de entender como se pudo llegar a aquellos niveles de radical deshumanización. Pérdida de la condición humana en las víctimas y también en los verdugos, mezclados muchas veces en una suerte de "zona gris" (Levi, 1989: 32) donde Primo Levi se pregunta si los mismos supervivientes han sido capaces de comprender y hacer entender a los otros su propia experiencia.
Tal vez los lugares de memoria se hacen útiles cuando previamente se han logrado ciertos grados de conocimiento y conciencia crítica sobre el pasado. Cuándo hemos podido reflexionar sobre todo ello y reconocer la persistencia dentro de la sociedad actual de las tendencias que nos llevaron hasta Auschwitz. Haciendo comprensibles, no solo los hechos fríos y desnudos que sucedieron (el proceso técnico del exterminio) y sobrecogernos frente a ellos, sino haciéndonos verdaderamente conscientes que estos acontecimientos nos conciernen hoy, que no son de un pasado bárbaro y superado sino que vivimos todavía bajo el signo de aquellos tiempos. Visitamos Auschwitz con demasiada prisa para pasar una página de la historia que leemos demasiado en diagonal pero sin entenderla en toda su trágica magnitud, y como consecuencia interpretamos erróneamente aquellos tiempos como definitivamente pasados y superados. Tendríamos que visitar Auschwitz entendiéndolo como un acontecimiento del presente y no de un pasado que ya es irrepetible por arte de magia. Es aquí donde las declaraciones políticas y las memorias oficiales de los estados quedan muy cortas y no van al fondo de la cuestión. Dan por superado aquel pasado solo por el hecho de que nos conmueve y nos enfrenta al horror y la barbarie que supuso, o como nos muestra Yishai Sarid, lo que es peor, lo interpretan de forma instrumental e interesada. La Declaración de los Derechos Humanos de 1948 se hizo bajo el impacto de la catástrofe y la derrota moral que había sufrido el mundo entre 1939 y 1945. Estos derechos son condición necesaria pero no suficiente como garantía de no repetición. Auschwitz es irreparable, pero necesitamos un gran esfuerzo para comprender qué llevó a una sociedad como la alemana a cometer un crimen de proporciones tan inimaginables, incluso incomprensible para aquellos que fueron parte de la maquinaria de exterminio.
Günther Anders visitó Auschwitz por primera vez el julio de 1966 (Anders, 1979). Explicaba que aquel día se sintió como un superviviente más, puesto que de haberse quedado a Europa este lugar hubiera sido probablemente su destino. Ante aquellos montones de cabellos, gafas, maletas y zapatos experimentó la vergüenza del superviviente y no el orgullo de haber sobrevivido. Este orgullo que se quiere hacer sentir a los jóvenes estudiantes o a los militares israelíes. Una vergüenza que experimentaron y explican otros muchos, como el mismo Primo Levi. Esta vergüenza de una persona judía que, como nos apunta acertadamente Enzo Traverso, "resumía en si toda la vergüenza de la humanidad ante un siglo de barbarie." (Traverso, 2001: 132). Quizás el camino para comprender y explicar Auschwitz pasa por sentir esta incómoda vergüenza por el daño irreparable que unos seres humanos fueron capaces de hacer a otros en lo más profundo y oscuro de la medianoche del siglo.
LÍMITES ECOLÓGICOS DEL TURISMO
El blog de Raül Valls
Sobre la búsqueda de alternativas en los límites ecológicos de las actividades recreativas
Licenciado en Filosofía por la UAB, miembro de Alba Sud, del Centro para la Sostenibilidad Territorial y activista en defensa del territorio, sindicalista de CCOO y lector incansable de las diversas tradiciones de emancipación de la humanidad. En este espacio pretendo crear un espacio de reflexión, duda y conocimiento para entender la crisis actual y buscar alternativas posibles que pongan en cuestión la idea de progreso imperante. Acercar los viejos y los nuevos movimientos sociales difundiendo propuestas que los fortalezcan y que faciliten una nueva hegemonía social. Trabajar por una transición hacia un vida colectivista y una manera diferente de entender y entendernos con nuestro entorno natural.