01-07-2018
Turismo Comunitario: una mirada desde lo colectivo
Ramiro Ragno | Alba Sud / Fundación Buena VidaContribuciones a un debate colectivo desde la experiencia en el acompañamiento técnico a comunidades rurales de Argentina, en especial en las provincias de Norte, pero también en espacios de debate y articulación en Latinoamérica.
Crédito Fotografía: Tejedora de San Carlos, Salta, Argentina. Imagen de Ernest Cañada | Alba Sud
No es intención discutir conceptos académicos, ni caer en tecnicismo ni, menos, imponer verdades o miradas; pero en este tiempo y después de mucho camino andado es sano empezar a poner en la mesa algunas palabras llenas de contenido y antes que las vaciemos.
Hay conceptos paraguas que pueden incluir toponimias y subconceptos más específicos: de este modo podemos hablar de sostenibilidad, sustentabilidad, responsabilidad, solidaridad, justicia, respeto acompañando la palabra turismo. Pues bien, algunos de esos términos remiten a acciones y procedimientos a favor de buenas prácticas comprobables y medibles, otros reivindican modos de hacer de quien ofrece y de quien consume. Tela que encararemos en otras letras. Esta humilde columna, intenta esta vez analizar esas dos palabras que hacen al concepto del Turismo Comunitario.
La comunidad como organización colectiva de vecinos y familias que comparten y gestionan un territorio, con formas de decisión y de reciprocidad, con historias e identidades en construcción, con mecanismos de representatividad y autocontrol. El concepto de comunidad es muy variable, de un colectivo a otro, de una cultura respecto a otras naciones, de un territorio a otro, pero hay algo en común: el interés asociativo y solidario de contenerse y actuar colectivamente con objetivos compartidos.
Cada uno de estos colectivos sociales, sean un grupo de familias campesinas rurales o vecinas barriales, una comunidad indígena o una cooperativa cumplen mayoritariamente aquellos principios en donde la búsqueda del bien común y el buen vivir de todos, están por sobre de lo individual. Esta palabra entonces comparte savia y raíces de maderas como la economía social y solidaria, la soberanía alimentaria, el comercio justo, la reciprocidad y la cosmovisión indígena, y tantas otras que impulsan acciones en donde se actúa a conciencia del otro.
El turismo comunitario es por ello, una modalidad de gestión en donde un colectivo es quien controla, administra, retribuye, distribuye, decide, consulta, evalúa, corrige, critica, reflexiona, avanza, ejerce, comercializa, disfruta, sufre y pone cariño y profesionalismo a servicios y productos pensados para turistas y viajeros.
El actor político, político y comercial del turismo comunitario es un colectivo local, que parte del consenso vecinal, que tiene la venia de las autoridades tradicionales y abuelos, que actúa coherentemente a la cosmovisión local, que promueve las cadenas productivas de su territorio, que lucha por su reconocimiento y visibilidad, que defiende los derechos de su sector, que busca solucionar las necesidades básicas de su comunidad, que genera oportunidades para sus miembros y vecinos. Y mucho más que podemos seguir aportando. Pero en la misma línea, es un actor comercial que busca abrirse camino en un sistema económico, comercial, impositivo, normativo, bancario tan ajeno, como casi inadecuado a sus particularidades.
La unión de los emprendedores y su basamento en los lazos solidarios con sus vecinos, hacen al emprendimiento comunitario de turismo campesino e indígena. El trabajo colectivo de esta empresa social, solidaria e intercultural es su diferenciador y debe como tal, ser reconocido por los gobiernos y sus normas.
Altar campesino, Salta, Argentina. Imagen de Ernest Cañada | Alba Sud.
Y para seguir destacando sus principios diferenciadores, es valioso valorar que el turismo comunitario sea o no rural, es en la gran mayoría de las comunidades y colectivos, una actividad importante pero no la única fuente de ingresos; es una actividad complementaria a las producciones tradicionales del territorio. Ello hace sin lugar a dudas, que los gobiernos y las autoridades de turismo de nuestros países deban ponerse manos a la obra y no mirar a las comunidades como simples prestadores de servicios turísticos. Esa mirada parcial nubla lo esencial: el turismo comunitario es una actividad más en la diversidad campesina y si miramos de aquel modo, sólo se estará promoviendo el monocultivo hacia el turismo desconociendo las estrategias de vida del mundo campesino, con todos los riesgos que ello implica. Ello sin pensar incluso, en la potencial pérdida de la identidad y la atracción turística que constituye la mismísima producción agroganadera ancestral que las autoridades de turismo dejan de lado.
Hablando de su oferta, el turismo comunitario es muy diverso; pues hay comunidades cuya propuesta es puramente vivencial e intercultural como la Isla de los Uros en el Lago Titikaka y las hay, aquellas en donde sus actividades y servicios giran sobre senderismo como Yariguarenda Guaraní o Diaguita Kalchakí El Divisadero, paseos en lancha como el caso de Baquianos del Río; esquiar en la Lof Mapuche Puel (dentro de la Red Argentina de Turismo Comunitario RATuRC) o son agencias de viaje como TUSOCO en Bolivia. Sólo para nombrar algunas. Explicito esto para que nos interroguemos si acaso todas las ofertas de turismo comunitario giran sobre propuestas experienciales, pero sí todas están atravesadas por la identidad y autenticidad cultural de quienes las gestionan.
A lo interno, el prestador de turismo comunitario deberá organizarse para ofrecer sus servicios con atención personalizada y de la manera más cálida, segura y respetuosa para anfitriones y visitantes. Deberá contar con un contacto con quien comunicarse y quien responderá correos y llamadas y diseñará tarifarios; quien administrará los ingresos y beneficios de la manera más justa y transparente entre sus socios; quien emitirá comprobantes de venta o quien sistematizará las estadísticas de la demanda; por ejemplo. Son los desafíos de la gestión colectiva; tema aparte.
Agradezco se tome este breve artículo, como un simple disparador y una reflexión humilde y no acabada, dispuesta a nutrirse de la diversidad de opiniones, experiencias y nuevas propuestas.
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