21-10-2018
Cuando el turismo empobrece
Rafael Borràs | Alba SudCon un mínimo de rigor, es imposible asociar crecimiento turístico con progreso social. Los datos de una sociedad altamente turistizada como la de Baleares son demoledores. Esto obliga a una reflexión urgente.
Crédito Fotografía: Imagen de Miguel Morey.
Las comunidades especialmente turistizadas son socialmente muy desiguales. En general, salvo algunas excepciones (¿Las Vegas?), el negocio turístico reparte muy mal la riqueza que genera. Una de las causas, aunque no la única, es que el modelo laboral realmente existente en el turismo se basa en una precariedad estructural, que contrasta con los grandiosos beneficios empresariales generados.
Se podría decir que el empobrecimiento de parte de la sociedad, asociado al tourism business, es consustancial a esta actividad económica, y su grado –desde un empobrecimiento relativo al más lacerante– depende de los países o regiones, de sus estructuras más o menos formalmente democráticas, y de la existencia y desarrollo de lo que conocemos como estado del bienestar.
Cabe señalar que ésta no es una situación nueva. En el caso del desarrollo turístico español –y obviamente en el de la particular especialización en el “turismo por tierra, mar y aire” de las Islas Baleares- esta injusticia social estructural constituyó uno de los fundamentos del despegue del turismo masivo en plena dictadura fascista de Franco.
Alicia Fuentes Vega, en su libro Bienvenido, Mr. Turismo. Cultura visual del boom en España, recuerda un texto del crítico de arte José María Moreno Galván (que escribía bajo el seudónimo de Juan Triguero), publicado en el primer número de Cuadernos de Ruedo Ibérico, en el que, con una mezcla de ironía y realidad, escribía:
«La verdad es que España ha cambiado bastante en estos célebres ‘25 años de paz’. El desarrollo del capital monopolista, la estabilización, el desprestigio -casi oficial- del falangismo, la televisión, los cinco títulos europeos del Real Madrid, el Opus… todo ha contribuido a darle a nuestro país una fisonomía distinta. Cuando uno se toma una cerveza en la terraza de un café de Madrid o cuando se baña en una playa mediterránea le cuesta imaginar que este fue un país de curas fanáticos que mandaban matar para defender la Santa Madre Iglesia, de santones tétricos y de beatos de misa y olla. La tradicional miseria de España subsiste, claro, pero está escondida, alejada de las zonas turísticas por una exultante brillantez de Seat 600, turistas suecas, Samuel Bronston y gambas al ajillo […] Hay que reconocerlo: no poco de esta brillantez se la debemos al actual gabinete ministerial. Por ejemplo, parece ser que en determinadas ‘boites’ de la Costa Brava se ha llegado a tolerar el ‘striptease’ […] Y dicen que en la noche inagural, algún íbero reprimido por demasiados siglos de ‘valores del espíritu’ no pudo contener su entusiasmo cuando vio desnudarse a una americana y gritó, perdidos los estribos: ¡Viva Fraga Iribarne!» (pp. 316-317).
Es decir, la tradicional miseria de España subsistía, a pesar del respaldo sin complejos que el Régimen Franquista, con ayuda de las potencias y organismos económicos internacionales, otorgó a la industria turística. En plena dictadura, la existencia de bolsas de población en riesgo de exclusión social y/o empobrecimiento podía esconderse burdamente. Hoy, el establishment es más sutil, y, al menos en el caso de las Islas Balears, ha impuesto el “poco sentido común” del falaz “vivimos del turismo” para ocultar el efecto de dualización social que provoca la híper especialización turística, y, a la vez, impugnar cualquier pretensión de pensamiento o movimiento social crítico con el modelo turístico extractivista sin límites.
Pero, con un mínimo de rigor, es imposible asociar crecimiento turístico con progreso social. Los resultados de indicadores tales como el PIB, las cifras de llegadas de turistas, y el gasto medio que estos realizan, la tendencia a una cierta suavización de la estacionalidad, o la situación laboral medida neoclásicamente (es decir, en cantidad, y no en base a Índices de Calidad del Trabajo [2]) contrastan con cualquier cosa parecida al, pongamos por caso, Índice de Crecimiento y Desarrollo Inclusivo (IDI), con los informes del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), o con cualquier indicador de sostenibilidad ecológica.
Pero, más concretamente, esta imposible asociación del “Todo Turismo” con el progreso social queda contrastada con el Informe del estado de la pobreza 2008-2017 referido a las Islas Baleares que recientemente ha presentado laRed Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social (o European Anti Poverty Network, EAPN)
Conviene anotar que el año 2017 fue un año especial: por una parte, se batieron varios records turísticos, y, por otra, fue el año en el que se realizó en Mallorca la primera manifestación expresamente contra la masificación turística, se consolidó un movimiento social crítico con el modelo de turismo turbocapitalista, y las kellys salieron a las plazas para exteriorizar su protesta y sus reivindicaciones.
El citado informe de EAPN viene a dar la razón a este cada vez más amplio movimiento que se moviliza contra los excesos del turismo (el de Sense Límits No Hi Ha Futur), y a favor de la justicia social y ecológica. Los datos son demoledores. Veamos algunos especialmente relevantes:
- El 24,7% de la población de las Islas Baleares está en riesgo de pobreza y/o exclusión social.
- En términos absolutos este riesgo de pobreza y/o exclusion social afecta a unas 270.000 personas.
- Aumenta la desigualdad puesto que el grupo de personas que están en los tramos más bajos de renta (las que ganan menos de 5.546€ al año se ha más que doblado, pasando desde el 5,1% al 11,1% de la población). También ha crecido la población que tiene ingresos inferiores a los 1.000€ al mes, que ha pasado de representar el 34% al 39,2 % de la población. Mientras tanto la población con los ingresos más elevados (el 15,2%), ha crecido un 7,8% en relación al año anterior.
- El 6,9% de la población de las Islas Baleares vive en condiciones de Privación Material Severa, es decir, padece múltiples carencias materiales.
- Un mínimo de 33.000 personas menores de 60 años vive en hogares con baja intensidad de empleo. Dicho de otra manera, vive en hogares en los que la precariedad laboral es extrema.
- El riesgo de pobreza y/o exclusion social se presenta mayoritariamente con rostro de mujer.
- Una sociedad como la de las Islas Baleares, en la que se supone que la turistización nos permite progreso social, no ha sido capaz de acabar con la pobreza infantil.
Concluyo con cinco ideas, cuando menos, para el debate:
- Plantear, como hace el establishment, que la prioridad es crear empleo, para después trabajar en mejorar su calidad, es una falacia. O dicho con más precisión, tal y como demuestran la experiencia práctica y la inmensa mayoría de la literatura especializada, es una falsedad de la misma magnitud que la “teoría del goteo” (hipótesis neoliberal según la cual la riqueza empresarial y financiera irá acumulándose hasta llegar a un punto en que se reparta progresivamente al resto de la sociedad). Esta falsedad es especialmente clara en lo que hace referencia al turismo en un sentido amplio.
- Los incrementos salariales pactados en los convenios colectivos, siendo importantes, son insuficientes para repartir la riqueza generada por la actividad turística. Incluso pactos salariales como el del Convenio Colectivo de Hostelería de las Islas Baleares (aumento salarial del 17% al cabo de los cuatro años de vigencia) pueden ser anulados –total o parcialmente– como consecuencia del mantenimiento de la pésima calidad de la contratación (temporalidad extrema, parcialidad no deseada) y de la inseguridad en el puesto de trabajo (externalizaciones, cambios sustanciales de las condiciones de trabajo, entre ellas el salario, etc.).
- Un reparto real de la riqueza y la lucha contra el riesgo de pobreza y/o exclusión social en sociedades tan turistizadas –y, por tanto, precarizadas– como las Islas Baleares requiere políticas públicas redistributivas de verdad, por ejemplo, un Salario Mínimo Interprofesional no inferior a los 14.000€ anuales, una regulación laboral menos precaria, o introduciendo a la normativa turística autonómica la variable de calidad el trabajo.
- Se han cumplido ya dieciocho años de la primera edición en el estado español del libro La Corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo, de Richard Sennett (Editorial Anagrama). Releído el texto a la luz de los efectos del castigo social que han significado las últimas Reformas Laborales (2010 y 2012), tengo la impresión de que, incluso en las conceptualizaciones de la precariedad laboral más comprometidas con el movimiento obrero, no se la acaba de percibir adecuadamente como uno de los males más dañinos y corrosivos de las sociedades dominadas por el neoliberalismo. El avance electoral de la extrema derecha, y el resurgimiento con nitidez del fascismo tienen, en mi opinión, mucho qué ver con los efectos corrosivos de esta precariedad. El fascismo anida en la incerteza de la gente no rica. En este sentido, en las Islas Baleares, y en otros lugares de gran turistización, hay que prestar cada vez más atención a los estudios y análisis de Ernest Cañada que, como es sabido, se centra en el poliédrico mundo de las precariedades del empleo turístico.
- El informe de EAPN referido a las Islas Baleares no ha merecido ningún comentario de las autoridades turísticas autonómicas. Al parecer son de otro mundo, del mundo neoliberal de la competitividad. Lamentablemente les preocupa y ocupa más invertir en un Índice de Competitividad Turística que en uno que evalúe la injusticia social y ecológica del turismo. Una lástima porque, en palabras del Nobel Joseph E. Stiglitz, “lo que medimos afecta a las decisiones que tomamos”. Por tanto, se puede pensar que la decisión es que hemos de seguir mal viviendo del turismo y nos lo quieran ocultar. ¡Mal asunto, si es así!
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