06-01-2019
Para combatir el fantasma de la precariedad
Rafael Borràs | Alba SudEl combate contra el fantasma de la precariedad laboral y vital es parte esencial del combate contra el otro fantasma que recorre Europa, y buena parte del planeta: el autoritarismo y el neofascismo.
Crédito Fotografía: Alba Sud.
Tomo en parte el título de estas líneas a la Fundación Josep Irla y a la Coppieters Foundation que, hace unos días, organizaron en Barcelona una jornada de debate titulada "El fantasma de la precariedad". Se trataba de identificar las causas y los efectos de este fantasma que recorre Europa y buena parte del planeta, lo que considero un gran acierto. Cabe decir que los fantasmas que rondan por Europa son, más o menos, recurrentes: hace 170 años fue el fantasma del comunismo, anunciado en el Manifiesto Comunista; en los años 30 del siglo pasado fue el fascismo, y sus trágicas consecuencias; acabamos de conmemorar el 50 aniversario de las revoluciones de 1968 (el mayo francés, la Primavera de Praga, o las revueltas en Berlín, para referirnos exclusivamente a las europeas). En la década de los 80-90 del siglo XX el fantasma que rondaba por Europa se llamaba cohesión social, ejemplificada en el Libro Blanco del presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors; al estallar en 2008 la crisis-estafa (también llamada Gran Recesión) el fantasma tomó forma de políticas de austeridad (también denominadas programas de castigo social).
El actual fantasma de la precariedad laboral y vital corre el riesgo de pasar a un segundo plano en el debate político y social de actualidad. De momento, el impacto de la precariedad en la sociedad es de un sufrimiento silencioso, de un sufrimiento por carencias materiales más o menos severas que se viven en el anonimato personal y familiar, de una frustración difusa por haber transitado intergeneracionalmente de unos ascensores sociales ascendentes a unos descendientes. A estas alturas, la combinación de situación de empleado/a y de riesgo de pobreza y/o exclusión social ha dejado de ser una paradoja, y es cada vez más generalizada, es decir, los trabajadores, y, sobre todo, las trabajadoras pobres han dejado de ser, en nuestro país, una "categoría social" extraña.
Con todo ello, parece pertinente interrogarse por la ausencia de conflictividad social suficiente para convertir este asunto en la principal confrontación democrática. Una hipótesis, tal como demuestran la mayoría de los estudios sociológicos sobre el fenómeno de la precariedad, es que la incertidumbre laboral y personal genera una especie de dependencia, de servidumbre y, sobre todo, de miedo que imposibilita tener un proyecto vital; y sin proyecto vital no hay proyecto de reivindicación, y, mucho menos, de movilización colectiva. Por lo tanto, si se quiere incentivar la movilización social democrática, hay que combatir las desigualdades estructurales para garantizar la soberanía de las personas con el objetivo de que todas –no sólo las elites– puedan vivir las vidas que deseen, y que valgan la pena ser vividas sin miedos. La garantía de libertad material hace imprescindible repensar la situación social y laboral.
En mi opinión hay que repensar y problematizar, muchos aspectos. Por razones de espacio esbozaré solo cuatro:
1. La inestabilidad laboral es estructural, es necesario pues tomar en consideración que no es una avería del sistema, solucionable con algunos retoques legales. La inestabilidad laboral es parte inseparable del modelo económico construido sobre las desigualdades que ha provocado que, en buena parte, el "Derecho al Trabajo" haya sido sustituido por un llamado "Derecho al Empleo" que, responsabilizando a los trabajadores y trabajadoras de la situación de precariedad o de paro, es, verdaderamente, un derecho al servicio de la competitividad, el beneficio empresarial, y los bajos salarios reales.
2. Sobre el empleo de los jóvenes no nos podemos limitar a considerar las carencias educativas y/o formativas, pues cada vez está más contrastado que en la condición NEET (Not in Education, Employment, or Training) o Ni-Ni, existen problemas asociados a malas experiencias laborales tempranas, consecuencia de una precariedad severa.
3. En un contexto de modelo económico de expropiación del bien común, las políticas sectoriales institucionales son fundamentales para combatir la precariedad. En este sentido, es muy penoso que, a modo de ejemplo, la regulación turística de las Islas Baleares no se ocupe ni preocupe de la precariedad laboral, o que en los estatutos del recién creado Instituto de Industrias Culturales no se haga mención alguna al necesario combate contra la turboprecariedad en el mundo de los creadores y otros profesionales de la cultura.
4. Hay que volver al debate sobre flexiseguridad, pero hay que ir más allá de lo que hay en los países nórdicos. La flexiseguridad de verdad va asociada a la Renta Básica, es decir, a una asignación monetaria universal, incondicional, individual, suficiente y complementaria a las prestaciones monetarias actuales (pensiones, prestaciones de desempleo), y compatible con prestaciones no monetarias del estado del Bienestar (Educación, Sanidad, Dependencia).
Sin embargo, el punto más importante es el hecho de que el combate contra el fantasma de la precariedad laboral y vital es parte esencial del combate contra el otro fantasma que recorre Europa, y buena parte del planeta: el autoritarismo y el neofascismo. Rob Riemen, en Para combatir esta época. Dos consideraciones urgentes sobre el fascismo –uno de los libros de 2018 que más me han ayudado a pensar ya entender lo que pasaba–, nos interpela: ¿aceptaremos el retorno de la barbarie o lucharemos por el renacimiento de la nobleza de espíritu? El año 2019 es un buen momento para empezar a construir la respuesta.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente en catalán en el Diari de Mallorca el 3 de enero de 2019.
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