01-05-2019
El inconsciente autodestructivo
Margalida Ramis | GOB / Alba SudEl capitalismo continúa pisando el acelerador sin voluntad de freno, abocándonos al abismo, con la connivencia del inconsciente autodestructivo o negligente de la clase política y a costa de las mayorías sociales cada vez más vulnerables y sometidas.
Crédito Fotografía: Cartel de la jornada de la Asamblea Canaria por el Reparto de la Riqueza
"El hombre es la medida de todas las cosas", decía Protágoras, que es como decir que todas las cosas se miden según el punto de vista del hombre. Mejor nos hubiera ido si la medida de todas las cosas hubiera sido y fuera la mujer. Pero yendo al sentido filosófico primigenio del planteamiento sofístico, lo que venía a decir Protágoras era que los hombres interpretaban la realidad (la naturaleza y sus leyes, la 'physis') a conveniencia. Una interpretación artificial, cambiando, adquirida y defendida por los grupos dominantes. Una interpretación que, hoy en día, se ha vuelto perversa y necesita ser cuestionada y transformada.
Desde los ámbitos del ecologismo social y político, y últimamente también desde las nuevas movilizaciones en la calle protagonizadas por la gente joven, Fridays for Futur o Extinction Rebellion –con más de 1.000 detenidos en Londres después de una semana por protestas contra la inoperancia política de los gobiernos en relación con el cambio climático– levanta la voz para denunciar la crisis ecológica y social que afronta la humanidad. Una crisis global, con expresiones y realidades en los diferentes territorios de todo el planeta, que pone en situación de jaque la noción de crecimiento sin límites del mundo capitalista por el agotamiento de la energía y los materiales, y que genera desigualdades sociales e injusticias. El capitalismo continúa pisando el acelerador sin voluntad de freno abocándonos al abismo con la connivencia del inconsciente autodestructivo o negligente de la clase política y a costa de las mayorías sociales cada vez más vulnerables y sometidas.
Mallorca y el turismo
En nuestro territorio, la cuestión turística es el claro exponente. Basamos nuestra realidad económica en un modelo intensivo en consumo de energía, agua y territorio, degradando nuestros recursos naturales y suelo fértil, generando residuos y contaminación por encima de nuestras posibilidades, y sin embargo continuamos enfocando las políticas a posibilitar nuevos crecimientos, con la construcción de nuevas infraestructuras, autopistas, carreteras, ampliando pistas del aeropuerto (AENA tramita un nuevo proyecto), plazas turísticas, invirtiendo dinero en la búsqueda de nuevos mercados emisores de turistas, etc. mientras, en paralelo, aumentan las personas en riesgo de exclusión, los trabajadores pobres, los desahucios, las personas sin capacidad de poder acceder a una vivienda y los jóvenes sin opción de futuro.
La crisis ecológica y social pasa política y socialmente inadvertida. Y lo vemos muy claro ahora, en tiempo de elecciones. Los poderes económicos y los partidos políticos de la derecha se preocupan bastante de negarla y ignorarla. Juegan en la lógica del capitalismo neoliberal que pisa el acelerador y alimentan el relato, mayoritario socialmente, que es aquello de lo que vivimos, que este modelo es el que nos da trabajo y comida, cuando en realidad nos mata y nos somete. Hace unas semanas, la formación ultraderechista de moda emitió un comunicado en el que afirmaba que las propuestas ecologistas de los compañeros del GOB Menorca de cara a las elecciones "no respondían a las necesidades de los ciudadanos de las Islas" y que "su puesta en marcha supondría la parálisis económica, la destrucción de cientos de puestos de trabajo y la expulsión de miles de menorquines fuera de la isla". Es el discurso del miedo de la derecha, que instrumentaliza el miedo de los más vulnerables para continuar alimentando los poderosos a costa de precarizar vidas y aniquilar recursos. Cínico y perverso. Fascismo estructural –como apunta Yayo Herrero– que pretende mantener el orden establecido mediante el miedo, la desconfianza y el ejercicio del poder contra el último, desencadenando la lucha entre pobres y desviando así la atención de los que continúan acumulando riqueza.
Pero lo más preocupante es que las izquierdas políticas no tengan una alternativa para hacer frente a esta realidad –en el caso de Baleares, la realidad impuesta por un modelo económico basado en el monocultivo intensivo turístico. Una realidad que requiere cuestionar y sacudir las estructuras de este modelo. Preocupa que no tengan capacidad ni voluntad de mostrar la evidente correlación entre este modelo y la degradación de la vida, en todos sus aspectos, asumiendo que topa con los límites de la isla y del planeta, y que genera desigualdades e injusticias. Los objetivos de las leyes hechas con las mejores intenciones de reducir emisiones o residuos no servirán de nada, si no se alcanza la necesidad de asumir los límites, que en nuestro caso nos impone nuestra realidad física insular y nuestros propios recursos, para garantizar el sostenimiento de la vida y de las personas. Hay que poner como eje de las nuevas políticas la protección de las mayorías sociales y de los recursos que nos posibilitan la vida, la autonomía y el ejercicio de las soberanías, que deben permitir repensarnos fuera de este sistema, antes de que este nos termine de aplastar.
Alarmas sociales coincidentes
La semana pasada, participé en las jornadas No es turismo, es colonialismo, organizadas por la Asamblea Canaria por el Reparto de la Riqueza. En los territorios donde el modelo capitalista neoliberal tiene en la industria turística su máxima expresión, las alarmas sociales coinciden y son más que evidentes: en primer lugar, las alianzas político-empresariales fuerzan el crecimiento, entendido desde la lógica extractivista que explota territorio y recursos, así como la búsqueda de tasas de ganancias cada vez más elevadas con nuevos productos a explotar, mercantilizando todo lo que se pueda comprar y vender. En segundo lugar, la aparición de inversiones de capital extranjero que manejan flujos de dinero asociados a la explotación de los espacios que nos son propios, y de los que tanto flujos como espacios ya solo somos espectadores. Por otra parte, la extensión de la precarización de las vidas de los residentes y la espiral de expulsión de las clases más vulnerables. Y, en último término, el recorte de derechos para garantizar la "seguridad" y tranquilidad de las operaciones del capital.
En este escenario propiciado por las clases políticas dirigentes y el orden mundial marcado por los mercados y los hombres (capitalismo patriarcal), se imponen rebajas fiscales, se inventan nuevas fórmulas atractivas de financiarización, se legisla la rebaja de requisitos ambientales y laborales, y se favorece la desposesión de derechos fundamentales básicos. Todo lo que haga falta para intentar garantizar el crecimiento ilimitado y la atracción de capitales inversores. Como consecuencia crecen las desigualdades, se expulsan personas y se condenan a vidas precarias, se agotan los recursos, se destruye biodiversidad, se contamina el planeta y se acelera la carrera hacia el colapso. Y de esto, los "grandes" partidos políticos en campaña, no dicen nada, y si lo hacen, es para quedar bien, pero en absoluto se hacen cargo de la centralidad y la urgencia que debería tener esta realidad evidente, que va más allá de nuestros pequeños y frágiles territorios, pero que tiene en ellos una expresión clara y más evidente que tal vez en territorios no insulares, más conectados y que no cuentan con la limitación física de unas islas.
Resistencias y alternativas
En las jornadas de Tenerife los compañeros lo tenían claro: "si no hubiera privilegios, no habría miserias", "turismo, patriarcado y capital: alianza criminal", "no es turismo, es colonialismo", "tú no vives del turismo , el turismo vive de ti"... son algunos de los enunciados de los temas abordados desde el análisis crítico al modelo de monocultivo turístico que tenemos en común y que en ese espacio se compartieron y debatieron. La última de las cuestiones que se plantearon fue obviamente el de las resistencias y alternativas. Y en este punto estamos, y surgen, se reinventan y se unen las luchas sociales históricas como el ecologismo, el sindicalismo, la lucha de clases, el anarquismo, el feminismo o el antimilitarismo, con otros nuevos, los antidesahucios, los movimientos contra los tratados internacionales de comercio o los movimientos contra la turistificación de barrios y ciudades en los últimos años, o los más recientes Fridays for Future y el movimiento Exctintion Rebelion (ER), estos últimos, surgidos internacionalmente, con nodos estatales y locales, y que apuestan ya claramente por la movilización y la acción directa no violenta para rebelarse contra una realidad que como he dicho, por más que evidente que sea, políticamente no tiene aún una respuesta. Como decía uno de los carteles de las acciones que se pudieron ver en muchas ciudades y territorios de ER este pasado 15 de abril: "necesitamos coraje, no esperanza". Coraje para poner nuestros territorios-cuerpo a defender la vida en un sistema biocida como manera de resistir, y autogestión, soberanías y apoyo mutuo, para ir construyendo la alternativa desde la colectividad.
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