12-04-2020
Crisis del empleo turístico post COVID-19: riesgos y oportunidades
Rafael Borràs | Alba SudLa crisis económica, social, y laboral que seguirá a la crisis sanitaria, se dará en un escenario de disputa capital-trabajo en el que las clases subalternas están particularmente debilitadas. Algunas consideraciones para encarar este conflicto.
Crédito Fotografía: Rafael Borras.
En materia turística el año 2019 finalizaba con unos buenos balances empresariales. El “susto” de la quiebra de Thomas Cook –que suscitó mucha más alarma “público-privada”, y muchísimos más recursos públicos que la mismísima situación de gravísima emergencia climática– no provocó nada parecido a una crisis de beneficios. Algunas empresas hoteleras ganaron menos, algunas regiones españolas, y determinadas zonas turísticas sufrieron más que otras el impacto de la bancarrota del que pasaba por ser el touroperador más antiguo del mundo, pero, como reconoció el propio empresariado turístico, venían de un ciclo de años turísticos excelentes, y lo sucedido con Thomas Cook distó mucho de ser el terremoto anunciado.
La loca carrera por el crecimiento turístico
El año 2020 se inició con un FITUR esplendido para las expectativas de negocio turístico, y solamente con algunas vagas esperanzas de mejora para los trabajadores y trabajadoras del sector. La ministra de Industria, Comercio y Turismo, Reyes Maroto, llegó a afirmar que en la feria turística de Madrid “parecía que había magia”, puesto que en “este [FITUR] por primera vez, se ha incorporado el debate sobre el talento y la profesionalización con Fitur Talent, y el certificado de Hoteles Justos Socialmente Responsables. Es la primera vez que se habla de las personas, nos parece que se está modernizando la feria con debates muy necesarios. Hablar del futuro del sector es digitalización y personas, pero también sostenibilidad”. A buen seguro que, por ejemplo, todas las reivindicaciones de “las kellys” necesitan más BOE, y menos magia y certificados de responsabilidad social.
Ni el Brexit, ni las previsiones de recesión en los países centro europeos, ni la tormenta Gloria (que afectó mucho a las infraestructuras construidas sobre lo que se ha robado al mar en la mayoría de las zonas turísticas mediterráneas), ensombrecían las perspectivas turísticas para este 2020. En la citada entrevista, la ministra Maroto afirmaba: “Todas las comunidades autónomas, y todo el sector manifiestan optimismo para al 2020”. Era un “optimismo” basado en el permanente crecimiento de la llegada de turistas, como demostró el acelerón de los planes de ampliación de las infraestructuras aeroportuarias (singularmente las de Barcelona y Palma) de la sociedad mercantil estatal que gestiona los aeropuertos, es decir, de AENA. Todo era optimismo. Tanto era así que, para reforzar este “mundo feliz”, ya bien avanzado el mes de febrero, la Organización Mundial del Turismo (OMT), haciendo un prodigioso alarde de su capacidad para formular previsiones, afirmaba que “la OMT mantiene su previsión de crecimiento del turismo pese al coronavirus”.
Como un año más, el capitalismo turístico se preparaba para que la rueda del negocio siguiera felizmente rodando, sin cambios sustanciales en el modelo globalmente estandarizado: financiarización, estractivismo, y, para lo que interesa en estas líneas, en el control de la mano de obra a base de inseguridad, precariedad, normativas laborales desequilibradas (pseudoautoritarias), subvenciones públicas (antiguas y nuevas) a la flexi-inseguridad, desvalorización social de las profesiones turísticas [1]. Dicho en palabras de Paul Edwards, “la capacidad de los capitalistas y/o los directivos para conseguir de los trabajadores la conducta laboral deseada”, es una característica del hegemónico modelo neoliberal turístico [2].
Sin que nadie –desde instancias turísticas globales, como la OMT, a locales– hiciera caso a las advertencias de la comunidad científica internacional sobre la inminencia de una emergencia sanitaria mundial, advertida en el informe “Un mundo en peligro” , publicado en septiembre de 2019, y, al parecer, sin haberse enterado que hace seis años el profesor Ian Goldin de la Universidad de Oxford predijo que la próxima crisis global sería provocada por una pandemia, estábamos encarando otro año turístico sin que: a) se hubieran hecho realidad las reivindicaciones fundamentales de “las kellys” (regulación de la carga de trabajo, jubilación a los 60 años, reconocimiento de todas las enfermedades profesionales); b) sin ningún compromiso de entes púbicos como AENA para que los aeropuertos españoles sean espacios libres de precariedad y explotación laboral; c) con la pandemia de externalizaciones y convenios de empresa a la baja activada; d) con las Reformas Laborales de 2010 y 2012 plenamente operativas en su objetivo fundamental: pasar de la precariedad transitoria, como medida de superación de la anterior crisis, a la precariedad laboral como horizonte, mediante el debilitamiento de la capacidad negociadora y de intervención en el conflicto social del sindicalismo, y la disminución de la protección del contrato fijo con el menor coste empresarial y mayores facilidades para el despido tanto individual como colectivo, es decir, mediante un Expediente de Regulación de Empleo (ERE), o sin él.
En otras palabras, antes de la declaración del estado de alarma para combatir la pandemia del coronavirus covid-19, seguía básicamente en pie el entramado legal de “la doctrina del shock sociolaboral”, aplicada en los años del austericidio. Mientras tanto, las principales y urgentes preocupaciones de las políticas institucionales (estatales, autonómicas, y municipales) eran las de cómo se seguía impulsando el crecimiento turístico. Visto con perspectiva, resulta tragicómica la reacción –entre estado shock y fuga hacia delante– de algunas autoridades y actores turísticos ante la suspensión, a finales de febrero, y debido a la pandemia del coronavirus, de la feria ITB.
Personas trabajadoras: en un ángulo oscuro
En una especie de ángulo oscuro estaban las preocupaciones relativas a garantizar que la gente que hace que la “industria turística” funcione (este amplio y difícil de acotar “empleo turístico” [3]) no padeciera pobreza laboral, ni enfermara trabajando. Salvo declaraciones retóricas, ha preocupado poco garantizar una vida digna a “las que limpian los hoteles”, “las que sufren toda clase de precariedades en los aeropuertos”, “las explotadas en las cocinas de los restaurantes que, con lujosas terrazas, ocupan cada vez más espacio común en las ciudades turistizadas”, en fin, parafraseando al gran Eduardo Galeano, a todas “las nadie” de la industria turística.
En resumen, la crisis económica, social, y laboral que, sin duda alguna, seguirá a la crisis sanitaria provocada por la covid-19, se dará, y esto es extraordinariamente relevante, en un escenario de disputa capital-trabajo en el que las clases subalternas están particularmente debilitadas. Y será, tal y como se explica en el artículo Turismo, decrecimiento y la crisis del covid-19, una crisis que afectará muy intensamente al empleo turístico.
I en esto llegó el COVID-19
De momento, se dispone de pocos datos oficiales sobre cuál es la afectación en el empleo total (y mucho menos sectorialmente) en el Reino de España. Téngase en cuenta que el estado de alarma, con el consiguiente cierre de fronteras, la conectividad bajo mínimos, el cierre de la hostelería y la restauración, etc. está operativo desde el 15 de marzo. No obstante, los datos de paro registrado y afiliaciones a la Seguridad Social del pasado mes de marzo son ya indicativos de la magnitud de la crisis de empleo que conoceremos en los próximos meses. Anotemos, solamente algunos de estos datos:
a) El mes finalizó con un total de 3.548.312 personas en paro registrado, lo que significa una variación interanual de 293.228 personas en términos absolutos, y de un 9.01% en términos porcentuales.
b) De estas 293.228 personas registradas como paradas más que el año anterior, un 77% proceden del sector servicios.
c) El número de contratos registrados cae espectacularmente en 338.253 (-21,21%) en relación al mes anterior, y en -453.338 (-26,51%) en la variación interanual.
d) Especialmente significativos son los descensos interanuales de contratos registrados –aunque muchos de ellos sean de corta y muy corta duración– en comunidades autónomas en las que, por su importantísimo sector turístico, sin la pandemia del COVID-19, estaría arrancando la temporada estacional turística: Andalucía -26,86%, Illes Balears -37,96%, Canarias -29,95%, y Catalunya -28,40%.
e) El saldo a último día de marzo (un mes en el que, tradicionalmente, se empiezan a activar sectores económicos estacionales, singularmente hostelería y restauración, y crece la actividad de la construcción, y de actividades a ella asociadas para la desaletargación de algunas importantes zonas turísticas) refleja una pérdida de 833.979 personas afiliadas en el conjunto del Reino de España [4].
En cualquier caso, parece evidente que la pérdida de empleo, en general, y, particularmente, en el sector turístico, será importantísima. En mi opinión, su cuantificación mundial y local es ahora mismo imprevisible, pero, en cualquier caso, conviene tener en cuenta que la Organización Internacional del Trabajo (Observatorio de 07-04-2020) prevé que la mayor parte de las pérdidas de empleo y la disminución de las horas de trabajo se producirán en los sectores más afectados, un conjunto de sectores económicos que emplean a 1250 millones de personas trabajadoras, esto es, el 38% de la población activa mundial, entre los cuales figuran los de servicios de alojamiento y de servicios de comidas.
En el tsunami de la crisis: riesgos y algunas oportunidades
Los datos locales disponibles, las decisiones empresariales que se van conociendo (por ejemplo que “muchos negocios turísticos ya se plantean no abrir hasta 2021” o que “más de la mitad de la planta hotelera Baleares no abrirá sus puertas este verano”), y las previsiones mundiales sobre la afectación de la crisis sanitaria de la covid-19 sobre el empleo turístico formal permiten hacer, aunque sea provisionalmente, media docena de consideraciones sobre oportunidades y riesgos de un futuro, ahora incierto:
1. No es descartable que se incremente, global y localmente, el pensamiento crítico sobre el actual modelo turístico. Estamos en presencia de la gran evidencia de que la turistización sin límites de territorios y ciudades ha devenido en una “experiencia fallida” para garantizar a las mayorías sociales, en expresión de Aristóteles, un tipo de vida más deseable. Se abren, por tanto, nuevos escenarios en los que será posible una mayor intervención e implicación del mundo del trabajo en la demanda de desturistización, diversificación, y decrecimiento turístico. Además de deseable, posiblemente será más factible que antes de la pandemia coronavírica ampliar las alianzas sociales en torno a una agenda ecosocial. Fugas hacia delante del más de lo mismo de un sindicalismo “proto-productivista-turístico” serán suicidas. El más de lo mismo es una ensoñación porque no habrá empleo en un planeta muerto, y, además, un riesgo de incentivar una desazón propiciadora y caldo de cultivo para el neofascismo.
2. La nueva “situación laboral del turismo” obliga a repensar un turismo con mayor reparto de la riqueza generada, con cero empleos atípicos, es decir, sin precariedades ni inestabilidades laborales sin causa. Históricamente, se ha considerado “normal” la precariedad laboral en el sector de servicios turísticos. La cuestión a debate entre el mainstream político, académico, e, incluso, el social, ha sido únicamente el grado de esa precariedad. Como consecuencia de esto, las sociedades con alto grado de turistización son generalmente sociedades con grandes desigualdades. En este sentido, el modelo turístico intrínsecamente asociado a mano de obra low cost puede ser un factor intensificador de las crisis cíclicas del capitalismo. La historia reciente nos ha enseñado que los periodos en los que más rápidamente se ha incrementado la concentración de renta son los años 1929 y 2007. Por tanto, es lógico pensar que hay relación entre el incremento de la desigualdad, y las fragilidades sistémicas que han llevado al capitalismo a las dos crisis más graves en los últimos dos siglos. En esta de 2020 –aunque el detonante haya sido una crisis sanitaria-, tal y como se venía barruntando, las persistentes y escandalosas desigualdades de los últimos años forman parte de las causas (que siempre son múltiples) de esta nueva crisis.
3. Ligado a la consideración anterior, con mucha probabilidad habrá que presentar resistencia al discurso de “primero recuperemos empleo, y después hablemos de su calidad”. La recuperación del empleo turístico debe ir en paralelo a la disminución del alto índice de vulnerabilidad de las personas asalariadas en los sectores de esta actividad económica. Las urgencias derivadas de la actual crisis no deberían hacer olvidar lo importante: Derogación de la legislación laboral del austericidio.
4. La crisis del empleo turístico puede ser una buena ocasión para plantear la revisión de las regulaciones de ordenación turística, con la introducción de criterios decrecentistas, e incorporando los derechos de las personas trabajadoras. Por ejemplo: disminución del número de habitaciones, ampliando las existentes, y fijación de plantillas mínimas.
5. En este futuro inmediato post confinamiento, será exigible que la Organización Mundial del Turismo (OMT) juegue un nuevo rol, dejando de ser una organización business friendly, y pasando a jugar un papel en la promoción del bien común, de prácticas mitigadoras de los efectos de la crisis climática, y de la erradicación de las malas y de las pésimas malas prácticas laborales en el turismo.
6. Con toda seguridad, es la hora de las políticas de emergencia social. Algunos gobiernos –entre ellos el de España–, están respondiendo a la crisis sobrevenida de golpe por la declaración del estado de alarma con medidas (aquí un buen resumen) que, aunque sea con insuficiencias manifiestas, nada tienen que ver con los planes de recortes recortes impuestos al inicio de la anterior crisis que recayeron sobre las clases populares. No obstante, después de la emergencia, no es imaginable una “nueva normalidad” decente en el ámbito del empleo turístico que no se rija por criterios de una nueva “flexi-seguridad” en la que la reducción de la jornada laboral, y, sobre todo, una Renta Básica incondicional y universal no jueguen un papel sobresaliente. En un nuevo contexto, en el que el único suministrador de renta para vivir todas las vidas de modo que valgan la pena ser vividas no podrá ser únicamente el trabajo remunerado, la disyuntiva es: reparto del empleo y de la riqueza, o barbarie.
¿Será esto posible? Dependerá de la movilización social, y de quien gane un renovado conflicto de clases. Ciertamente es absurdo, a estas alturas de siglo XXI, seguir pensando en la clase obrera como único sujeto de cambio. Pero, en este después en disputa, las “Preguntas de un obrero que lee”, de Bertolt Brecht, siguen siendo muy pertinentes. Recordémoslas:
¿Quién construyó Tebas,
la de las Siete Puertas?
En los libros figuran
sólo los nombres de reyes.
¿Acaso arrastraron ellos
bloques de piedra?
Y Babilonia, mil veces destruida,
¿quién la volvió a levantar otras tantas?
Quienes edificaron la dorada Lima,
¿en qué casas vivían?
¿Adónde fueron la noche
en que se terminó La Gran Muralla, sus albañiles?
Llena está de arcos triunfales
Roma la grande. Sus césares
¿sobre quienes triunfaron?
Bizancio tantas veces cantada,
para sus habitantes
¿sólo tenía palacios?
Hasta la legendaria
Atlántida, la noche en que el mar se la tragó,
los que se ahogaban
pedían, bramando, ayuda a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿El sólo?
César venció a los galos.
¿No llevaba siquiera a un cocinero?
Felipe II lloró al saber su flota hundida.
¿No lloró más que él?
Federico de Prusia
ganó la guerra de los Treinta Años.
¿Quién ganó también?
Un triunfo en cada página.
¿Quién preparaba los festines?
Un gran hombre cada diez años.
¿Quién pagaba los gastos?
A tantas historias,
tantas preguntas”.
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