15-03-2021
Can Calopa, viñas de Barcelona
Carla Izcara | Alba Sud
Can Calopa de Dalt es una pequeña masía rodeada de las únicas viñas de Barcelona, situadas en la montaña de Collserola. Especializados en agricultura social y ecológica desde hace más de 40 años, dan a conocer su historia ofreciendo actividades enoturísticas y gastronómicas al alcance de todo el mundo.
Crédito Fotografía: Viñas de Barcelona. Fuente: Carla Izcara.
Can Calopa de Dalt se encuentra en el kilómetro 4,8 de la carretera BV-1468 de Molins de Rei a Vallvidrera, rodeada de caminos para hacer a pie o en bicicleta a escasos minutos en coche del centro de la ciudad. La masía, de la que se tiene constancia desde 1662, ya cultivaba viñas, pero se perdieron a finales del siglo XIX por la plaga de filoxera.
Después de centenares de años, se recupera este pequeño oasis del municipio de Barcelona donde se encuentran las únicas viñas de la ciudad y se produce el vino “Vinyes de Barcelona”, un vino tinto anteriormente exclusivo para los acontecimientos institucionales del Ayuntamiento de Barcelona y que desde 2016 se comercializa. Pero, ¿qué tienen de especial estas viñas? ¿Quién hay detrás de este proyecto?
Los inicios de Can Calopa
El proyecto para recuperar la masía de Can Calopa de Dalt empieza en 2001, cuando el Ayuntamiento de Barcelona decide plantar cinco variedades de uva tinta representativa del arco mediterráneo: Syrah, Agiorgitiko, Aglianico, Sangiovese y Garnacha. Asimismo, no solo se pretendía producir vino sino que también se quería incluir en el proyecto la apertura de un Centro Especial de Trabajo (CET) y dar trabajo y hogar a jóvenes con riesgo de exclusión social y/o discapacidad intelectual. En un primer momento, la gestión de la finca la llevaba Jardines y Parques de Barcelona, pero a causa de la exigencia que supone coordinar un lugar así, pidieron a la Cooperativa l’Olivera que se hiciera cargo. Actualmente, el Ayuntamiento de Barcelona les ha renovado la concesión del proyecto cinco años más.
La Cooperativa l’Olivera inicia su camino en 1974 cuando un grupo de jóvenes de Barcelona se instala en Vallbona de les Monges, en la comarca del Urgell, para hacer vida en comunidad con personas con capacidades diversas. Después de años de esfuerzo y de adaptación a la vida en el campo, consiguen hacer el primer vino en 1989, el Blanc de Serè. Desde entonces han estado produciendo vinos y aceites de muy alta calidad, con denominación de origen Costers del Segre y, por esta razón, se los encomendó el proyecto de Barcelona el 2010.
La decisión de volver a la ciudad no fue fácil, Míriam Rovira, técnica de enoturismo en Can Calopa, admite que hubo muchas “asambleas y debates previos a tomar la decisión”. A pesar de la incertidumbre y la dificultad que supone iniciar un proyecto de estas características en Collserola, Can Calopa actualmente produce tres vinos periurbanos, el “Vinyes de Barcelona”, el “Tinto Natural” y el ”Arraona” tinto; un vino de las viñas de Can Gambús, finca situada en el Parque Agrario de Sabadell donde gestionan 1,7 hectáreas de viña pero lo vinifican en la masía de Barcelona. Tal como apuntan, “nuestros productos no son ni de Km0, son de m0, en especial el Vinyes de Barcelona”. La última novedad es el lanzamiento de una campaña de crowdfunding para financiar la plantación de viñas autóctonas y mediterráneas para sustituir las variedades de Agiorgitiko, Aglianico, Sangiovese, plantadas por el ayuntamiento en 2001, las cuales no se adaptaron a las condiciones ambientales. De este modo se dará continuidad al proyecto a la vez que se ampliará la producción de la finca.
Bodega de Can Calopa. Fuente: Carla Izcara.
Paralelamente y complementando la oferta turística, dentro del recinto de la masía tienen la Vinoteca de Can Calopa, un espacio gastronómico que también hace la función de tienda. Si se agrupan las diferentes líneas de trabajo de la iniciativa, hoy en día emplea a casi unas treinta personas.
Enoturismo
Inicialmente Can Calopa no se planteaba tener una oferta turística, pero a partir de celebrar unas puertas abiertas y ver el interés de los visitantes decidieron crear un producto enoturístico. La segunda razón por la cual tomaron esta decisión fue para poder ofrecer una línea más de trabajo a los usuarios del CET aparte de las tareas de campo. De este modo, podrían disfrutar de una oferta formativa más amplia y adquirir experiencia en el sector de la hostelería. Además, con la apertura de la Vinoteca pudieron constituir un Centro de Inserción Laboral para continuar el proceso formativo en hostelería y de crecimiento personal de los jóvenes y a la vez, poder dar trabajo a personas de otros colectivos con riesgo de exclusión social.
En cuanto a su oferta enoturística, principalmente ofrecen visitas guiadas a las viñas donde se incluye un paseo por los viñedos y la explicación del proceso de elaboración del vino con una cata final donde, como apunta Míriam, “la gente queda sorprendida, no solo de la visita sino también de los vinos”. Asimismo, hay la posibilidad de complementar la cata con unas tapas, un desayuno o una comida. Por otro lado, la degustación puede ser también de los aceites de la cooperativa, producidos en el molino propio de Vallbona acompañado de otros productos de la tienda como los chocolates de la Casa Dalmases.
El otro atractivo de la masía es la Vinoteca, un pequeño bar-degustación donde ofre-cen tapas maridadas con sus vinos y otros productos de empresas amigas. Este espacio también tiene la función de galería de fotografía o pintura, ya que la Olivera invita a artistas a exhibir sus obras temporalmente. Durante la visita y el descubrimiento de los distintos vinos de la Olivera se tiene la oportunidad de conocer la esencia de la cooperativa. En primer lugar, se percibe una preocupación por el medioambiente y el paisaje. Destacan orgullosos haber conseguido por un lado la certificación CCPAE, sello del Consell Català de Producció Agrària Ecològica, que garantiza que los productos hayan sido producidos y elaborados siguiendo las normas de la agricultura ecológica y por otro lado, la certificación internacional de sostenibilidad turística Biosphere Tourism, basada en los principios de sostenibilidad y continua mejora. A lo largo de la visita también se conoce el proyecto social, la historia de la cooperativa y algunas anécdotas que ayudan al visitante a conectar con los protagonistas. Por ejemplo, uno de sus vinos tintos lo denominan el “Tossudes” –tozudas–; tal como comenta Clara Griera, responsable de la bodega en Vallbona de les Monges, en un reportaje: “tozudas como las tierras de secano y terraza donde cultivamos las viñas y como el equipo; perseverante, insistente y luchador con el cual construimos este proyecte colectivo” (L’Olivera Cooperativa, 2018).
Vino “Vinyes de Barcelona” y certificado Biosphere 2020 Fuente: Carla Izcara.
En conclusión, el atractivo de la visita a Can Calopa, más allá de la calidad de los vinos y de conocer un entorno privilegiado, es establecer contacto con las personas que trabajan. Según mi punto de vista, esta es la razón por la cual tienen un público habitual, como comentaba la técnica de enoturismo “es una suerte, tenemos un público fiel, lo ves un fin de semana y otro y repiten la visita”.
Filosofía de trabajo
Can Calopa trabaja alineada con los valores de la agricultura ecológica y social, siendo este el eje troncal de la cooperativa. Así pues, el turismo es únicamente una de las herramientas para llevar a cabo su proyecto social tal como nos confirmaba la responsable de enoturismo durante una visita reciente, “nuestra tarea principal es hacer vino, pero el turismo nos permite dar trabajo a unos usuarios que quizás ya no podrían trabajar en la viña porque allí se les ha acabado el proceso de aprendizaje”. Además, ayuda a la viabilidad del proyecto, puesto que tal como añade “gracias a la actividad turística podemos subsistir”. Y destaca su relevancia en términos de apuesta por la generación de empleo: “En 3 hectáreas de viña trabajan 20 personas (entre técnicos y usuarios), trabajadoras de pleno derecho, cuando con 4 o 5 personas sería suficiente”. En este caso, el turismo también supone un vehículo para dar visibilidad a un colectivo con altos índices de exclusión social y a la vez concienciar sobre prácticas agrícolas más respetuosas con el medio ambiente.
Siguiendo con la filosofía de la cooperativa, son una entidad preocupada por la vinculación y arraigo en el territorio. Por esta razón, colaboran con otras empresas afines, de proximidad y con valor social, como por ejemplo la Casa Dalmases de chocolates y cervezas, les galletas producidas por El Rosal, las mermeladas de Espigoladors o la cerveza Florestina.
L’Olivera, terra i gent.
Todas estas características contribuyen a la sostenibilidad de la actividad. El primer factor a destacar es que el propósito principal es recuperar el paisaje a partir de un proyecto agroecológico que dé trabajo a personas con capacidades diversas. Un objetivo alejado del lucro y crecimiento intensivo, habitual en las prácticas turísticas tradicionales. Asimismo, sus ingresos no se ven condicionados únicamente por el turismo sino que su actividad principal es la producción y comercialización de vinos y aceites, hecho que da seguridad a la viabilidad del proyecto. En segundo lugar, la voluntad de seguir una estrategia de arraigo en el territorio por vía de la colaboración con otras entidades. También, desde los inicios de la cooperativa han querido integrar la población local al proyecto y se han centrado en un público de proximidad. En tercero, pero no último lugar, la preocupación por el cuidado del paisaje y generar el menor impacto ambiental posible. Aun así, está claro que estas iniciativas no están exentas de aspec-tos a mejorar, pero son un ejemplo de buenas prácticas y de cómo se puede configurar un turismo desde otras bases.
Antes y después de la COVID19
Can Calopa es un buen ejemplo del no hay mal que por bien no venga. Antes de la pandemia, tal y como confiesa Míriam, no los conocía prácticamente nadie. La mayoría de visitas que recibían eran de excursionistas o ciclistas que topaban de casualidad con la masía y se interesaban por lo que hacían. De este modo, se iban dando a cono-cer entre un pequeño público barcelonés muy fiel.
Durante los primeros meses de confinamiento, los usuarios del CET, combinaron su actividad diaria en el campo con cursos de hostelería en una escuela de Barcelona para profesionalizarse. A continuación, empezaron a ofrecer comidas y bebidas para llevar a todos aquellos excursionistas y ciclistas de Collserola a la vez que daban a co-nocer el espacio. Más adelante, gracias al boca-oreja y al contexto de movilidades reducidas por el confinamiento municipal, hizo que se popularizaran las salidas a los parques naturales periurbanos, las reservas empezaron a aumentar y actualmente están recibiendo un gran número de visitas concentradas sobre todo en fines de semana.
Seguidamente, explican que siempre han apostado para darse a conocer en Barcelona, como dice Rovira “somos las viñas de Barcelona y conseguir que nos conozcan en Barcelona y cercanías es ya un buen objetivo por sí mismo”. También añade que “los visitantes de fuera también serían bienvenidos porque podrían venir entre semana que es cuando tenemos menos afluencia de visitas”. Aun así, el perfil del visitante es mayori-tariamente local, muchos de ellos excursionistas y ciclistas, pero también reciben familias y grupos de amigos, los cuales los describen como un “público muy respetuoso y fiel”. Esta constancia en las visitas no sorprende cuando la mayoría de comentarios son positivos afirmando que “es un lugar a tener en cuenta” o describiéndolo como “magnífico y muy bien de precio”.
Can Calopa de Dalt. Fuente: Carla Izcara.
Esta creciente valoración de las iniciativas locales es motivo de celebración, no obstante, existe el riesgo de sobrefrecuentar estos espacios. Desde Can Calopa han ampliado el número de visitas tanto por la afluencia de gente como por los requerimientos de distanciamiento social y trabajan siempre con el sistema de reserva previa para evitar imprevistos y aglomeraciones. Aun así, no se puede ignorar lo que significa esta situación.
Las escenas de sobrefrecuentación de espacios naturales ponen de relieve la necesidad de tener zonas destinadas al ocio, esparcimiento y disfrute del tiempo libre, pensadas para los habitantes de las grandes ciudades como Barcelona. En definitiva, no se puede planificar la oferta turística ni pensar una ciudad dando la espalda a las de-mandas y necesidades de las poblaciones locales como hasta ahora. Así pues, iniciativas como la de Can Calopa servirían de ejemplo para reproducirlas en otros contextos y ampliar la oferta de ocio en las zonas metropolitanas con tal de no saturarlas.
Este artículo se publica en el marco del proyecto “Laboratorio de turismos de proximidad”, impulsado por Alba Sid con el apoyo de Barcelona Activa – Impulsem el que fas (2020), financiado con el Impuesto Turístico.
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