30-03-2021
Trabajadoras del hogar: cuidar a las que cuidan
Ernest Cañada | Alba Sud30 de marzo, Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar. Día de reivindicación y de lucha para poner fin ya a tanto abuso y precariedad. Desde Alba Sud nos sumamos al reconocimiento de estas trabajadoras esenciales.
Crédito Fotografía: Ilustración de María Romero para el libro "Cuidadoras"
En un contexto en el que las necesidades de cuidados están insuficientemente cubiertas por un Estado del Bienestar que no ha terminado de desplegarse en el ámbito de la dependencia, la principal forma de proveer un servicio de asistencia privada para personas mayores ha sido el recurso a las trabajadoras del hogar, que ampliamente son mujeres de origen inmigrante (Martínez Buján, 2009b, 2011). En este contexto, el trabajo del hogar se ve condicionado por un marco legal discriminador, que las excluye de derechos fundamentales, y con insuficientes mecanismos de protección social. Parte del colectivo de trabajadoras del hogar se encuentra en una situación administrativa irregular lo que las lleva a trabajar en la economía sumergida y sometidas a una situación de enorme vulnerabilidad. De forma amplia se ven sometidas a vulneración de derechos y abusos, en especial quienes trabajan como internas. A pesar de que este tipo de trabajo se desempeña en espacios privados y aislados, la creciente capacidad de organización colectiva, en formas diversas, de las mismas trabajadoras del hogar ha contribuido a romper la invisibilidad a la que estaban sometidas y que sus reivindicaciones hayan entrado en el debate público.
Cadenas globales de cuidados
En la actualidad en Barcelona, como en la mayoría de grandes ciudades españolas, el trabajo remunerado del hogar es realizado en gran medida por mujeres de origen inmigrante procedentes de países empobrecidos, y de forma especial de América Latina en el cuidado de personas mayores, aunque no exclusivamente, dado que cada vez es más significativa la presencia de trabajadoras de Europa del Este, Filipinas o de África Subsahariana. También hay presencia de trabajadoras españolas que se concentran en trabajos por horas, y que son menos visibles porque están al margen de las dinámicas asociativas existentes actualmente en este colectivo. El origen de las trabajadoras del hogar muestra también la geografía de estas cadenas globales de cuidados, que se articulan a su vez sobre el trabajo de cuidado de otras mujeres en sus países de origen que se hacen cargo de las personas dependientes de las trabajadoras migrantes (Gonzálvez, 2013; Pérez y Neira, 2017; Vianello, 2015).
Entre ellas también se reflejan las diferentes oleadas migratorias, con mujeres procedentes sobre todo de Ecuador, Colombia, Bolivia y Perú, que llevarían más tiempo, y con una llegada muy fuerte en tiempos recientes de trabajadoras de Honduras, donde la crisis sociopolítica y de derechos humanos, sumado a las mayores dificultades para entrar en Estados Unidos, ha hecho que aumentaran de forma intensa su llegada a Barcelona y su área metropolitana orientándose hacia los servicios de proximidad, y en especial al trabajo doméstico y de cuidados (Rivera, 2016). La migración es vista comúnmente como una salida ante situaciones graves de pobreza, violencia o especial riesgo, o bien como posibilidad de un futuro de mayor bienestar para ellas y para sus hijos e hijas. Cuando se habla con estas trabajadoras se repite la descripción de una serie de condiciones que las empujaron a emigrar, desde, por poner solo algunos ejemplos, el contexto de pobreza y falta de oportunidades, situaciones de violencia de género o contextos de violencia generalizados, como los que describe Vanesa, una trabajadora de origen hondureño, quien asevera “que no quería que mis hijos crecieran en un lugar así, tan violento”. El proceso migratorio, en especial para las trabajadoras de origen sub-sahariano, puede ser especialmente peligroso. Para poder hacer el viaje y costear los gastos asociados, muchas de estas mujeres tienen que endeudarse. Esto implica que, durante varios años, una parte de sus ingresos, además del envío de remesas a sus familias, tendrán que dedicarlos a hacer frente a la deuda contraída.
A su vez, este tipo de empleo, de relativamente fácil acceso en condiciones de informalidad, tiene un carácter ambivalente. El trabajo del hogar es también percibido como un refugio al que se puede acudir cuando no se puede acceder a otros empleos o cuando se huye de mayores situaciones de explotación como pueden ser determinadas formas de ejercer la prostitución, o el trabajo de la recogida de fresas en Huelva, que cuenta Amina, de origen senegalés, en el que sus empleadores llegaron a quedarse con su documentación personal: “Cuando llegas a Huelva los encargados te quitan el pasaporte. A mí también me lo quitaron, pero yo no soy tonta, para qué van a necesitar mi pasaporte”, relata Amina, que logró salir de esa situación y se instaló en Barcelona como trabajadora del hogar. De este modo, hasta cierto punto, según la situación de partida y de cómo sean las familias o la persona con la que se está, puede brindar cierta seguridad. Las penosas condiciones en las que se realiza el trabajo del hogar refuerzan la concentración en este tipo de empleo de trabajadoras de origen inmigrante que se renuevan continuamente. Cuando las trabajadoras logran regularizarse, un proceso que como mínimo tarda tres años, según establece la legislación de extranjería, otras trabajadoras habrán iniciado el ciclo, con lo cual la presencia de trabajadoras en estas condiciones de vulnerabilidad se convierte en estructural.
Un marco legal que consolida la vulnerabilidad
Sus condiciones de empleo están determinadas en gran parte por el marco legal vigente por medio de dos vías: la Ley de Extranjería, por un lado, y la normativa específica que regula el trabajo del hogar, el Real Decreto 1620 de 2011, que además las excluye de una serie de derechos que tienen el resto de trabajadores y trabajadoras en España. Vayamos por partes.
En primer lugar, dadas las dificultades que supone la Ley de Extranjería para acceder a un empleo formal, el trabajo del hogar se convierte en una de las principales vías de inserción laboral de una gran cantidad de mujeres inmigrantes con escasos recursos económicos en la economía sumergida. Así, muchas de las trabajadoras de origen extranjero que no están regularizadas, “sin papeles”, aceptan trabajar como internas en las casas. La dificultad de regularización hace que durante el tiempo que dura este proceso las trabajadoras se encuentren en una situación especialmente vulnerable, con mayores dificultades para defenderse de situaciones de acoso o abuso. Además, la Ley de Extranjería tiene unos mecanismos de acceso a la regularización muy rígidos, un contrato de un año a jornada completa o más de un contrato con más de 30 horas a la semana durante un año, lo cual es especialmente complicado en este sector. Esta situación irregular también limita parte de las ayudas que la administración puede habilitar para este colectivo.
Son numerosas las trabajadoras que explican la dificultad de conseguir un contrato de trabajo. En algunos casos hay familias que cumplen y las contratan cuando tienen el tiempo suficiente de empadronamiento. Pero en otros casos la expectativa de conseguir un contrato se convierte en un mecanismo de presión, e incluso chantaje, para que acepten determinadas condiciones. Uno de los motivos esgrimidos por las familias para no contratarlas cuando se puede, tal como explican las mismas trabajadoras, es el temor a que entonces no continuarían trabajando en esas casas en las mismas condiciones. A su vez, la familiaridad en el trato puede convertirse en una forma de evitar unas relaciones laborales claras que acaban perjudicando a las trabajadoras.
Ilustración de María Romero para el libro "Cuidadoras".
En segundo lugar, cuando ya están regularizadas, su trabajo debería realizarse bajo el amparo del Real Decreto 1620/2011, de 14 de noviembre, por el que se regula la relación laboral de carácter especial del servicio del hogar familiar. Sus efectos se empezaron a desplegar a partir de 2012. Con su entrada en vigor se sustituía el Real Decreto 1424/1985, de 1 de agosto. Inicialmente se estableció que el primero de enero 2019 el colectivo de trabajadoras del hogar quedaría integrado en el régimen general de manera plena. Sin embargo, en 2018 se aprobó la enmienda 6777 a la Ley General de Presupuesto del Estado por el que se postergó esta incorporación hasta 2024, y que afecta fundamentalmente en el cálculo de sus pensiones.
Con el Real Decreto 1620 las trabajadoras del hogar son integradas en el régimen general de la Seguridad Social, pero enmarcadas en un sistema especial, con ciertas restricciones. Este marco legal específico las excluye de derechos como las prestaciones por desempleo, o estar cubiertas por Ley de Prevención de Riesgos Laborales y el Fondo de Garantía Salarial (FOGASA). A todo ello se le suma la dificultad que la Inspección de Trabajo pueda intervenir en sus centros de trabajo que son a su vez domicilios, y por tanto un lugar privado. De este modo el régimen especial en este caso subprotege a las trabajadoras de este colectivo en la medida que hay un marco legal discriminatorio con respecto al régimen general y, a su vez, limita los instrumentos de lucha legal contra la explotación.
Una duda habitual es si la normativa vigente deja a estas trabajadoras sin derecho a la jubilación. En realidad, sí tienen derecho a la jubilación, pero el problema es que mayoritariamente lo hacen con pensiones no contributivas, con muy pocos recursos y, muy a menudo, con la necesidad de percibir algún tipo de ayuda social complementaria. La razón estriba en el hecho de tener carreras profesionales intermitentes, haber cotizado por el salario mínimo y haber empezado tarde a trabajar en España, con lo cual los años cotizados son insuficientes para recibir una jubilación que les permita hacer frente a sus necesidades.
Una diferencia significativa a tener en cuenta en la definición legal del trabajo del hogar viene determinada por quien hace la contratación. Esto implica que si quien contrata es un cabeza de familia el contrato debe basarse en el régimen especial antes explicado, y su contratación es por cualquier tipo de tarea que se lleve a cabo en el hogar, como limpieza, cuidados, cocina, jardinería o trabajos de chófer. De este modo sus tareas quedan muy desdibujadas en función de las necesidades de las familias. Sin embargo, si la contratación la hace una empresa, a quien la familia puede solicitar un determinado servicio, la trabajadora debe entrar dentro del régimen general de la Seguridad Social y se aplicaría el convenio de atención a domicilio.
En el Real Decreto 1620 se establecía también que, entre otras cosas, el trabajo del hogar tiene que tener un contrato por escrito, no se pueden trabajar más de ocho horas de trabajo si es jornada completa, se tiene derecho a permiso de maternidad y baja por enfermedad a partir del octavo día. Y en caso de trabajar como internas se establecen también una serie de medidas que regulan los tiempos de descanso o días libres. Sin embargo, el principal problema es la irregularidad en la que se desarrolla este trabajo, como denuncian varias de las entrevistadas, porque las disposiciones legales no se cumplen y, sobre todo, no se hacen cumplir. “La ley es como papel mojado, es como no tener nada, porque no hay quién la haga cumplir”, afirma Norma Vélizde la Asociación Mujeres Unidas Entre Tierras. En el mismo sentido se expresa Pedro Moreno de la asociación Anem per Feina, cuando explica que la “ley es desconocida y, por tanto, no es operativa. Te obliga a un contrato por escrito, pero muchas trabajadoras no lo tienen. Te obliga a darlas de alta en la Seguridad Social, pero no se hace. Concede una cobertura por baja médica, pero, claro, si no estás de alta en la Seguridad Social y no te gestionan la baja, pues es un derecho que no es operativo”.
Condiciones de empleo
Para entender las condiciones de empleo de este colectivo de un modo más exacto habrá que ver qué ocurre de forma concreta, más allá de lo dispuesto de cómo debería ser. Así, fijamos nuestra atención en las condiciones de empleo y trabajo, problemas de salud, relaciones laborales y los espacios organizativos y de reivindicación construidos por las mismas trabajadoras del hogar
Las trabajadoras que no tienen regularizada su situación administrativa no disponen de contrato laboral y trabajan a partir de relaciones informales y, por tanto, sujetas a una gran vulnerabilidad. Una vez consiguen estar regularizadas administrativamente, las trabajadoras mejoran su capacidad de negociación, ya sea para quedarse, en mejores condiciones, en el trabajo del hogar, o para buscar empleo en otras actividades, en tareas de limpieza o de cuidados, en el Servicio de Atención Domiciliaria (SAD) o residencias. De todas formas, las trabajadoras ya regularizadas tienen también muchas dificultades para conseguir un contrato por escrito, y predominan los acuerdos verbales.
A este tipo de empleos se accede habitualmente por canales informales, ya sea por redes de amistades o por mediación de algunos curas o monjas en ciertas iglesias de la ciudad. También hay estructuras informales que se han especializado en la intermediación entre familias solicitantes y trabajadoras. Progresivamente han adquirido mayor peso empresas, agencias y plataformas especializadas en la contratación y facilitación de trabajadoras para ejercer servicios sociosanitarios. Estas, gracias a las tecnologías de la comunicación y las facilidades que brindan en su labor de intermediación, han ido adquiriendo mayor protagonismo. En algunos casos actúan solamente como intermediarias, con lo cual el cliente paga directamente a la trabajadora, pero en otros son estas empresas quien reciben directamente de la familia el pago por el servicio, y después remuneran a la trabajadora. En el caso que estuvieran quedándose con una parte del salario de la trabajadora podrían incurrir en ilegalidad. La relación laboral de estas empresas con sus trabajadoras no es clara, porque, según explican varias trabajadoras no están dadas de alta en el régimen general de seguridad social, aunque sea la empresa quien cobre al cliente y quien pague a la trabajadora. Judith, de origen boliviano, afirma que dejó de trabajar con este tipo de plataformas cuando se dio cuenta que en la casa que estaba trabajando a ella le pagaban 5 euros la hora, mientras que a la familia su servicio le costaba 15 euros la hora. Esta falta de claridad en el funcionamiento de estas empresas, agencias y plataformas requeriría una investigación exhaustiva que permitiera entender su funcionamiento y poder diferenciar las distintas prácticas desarrolladas.
Trabajar de interna
Una de las grandes diferencias entre las trabajadoras del hogar es si están contratadas o no como internas, es decir si viven en el mismo lugar en el que desempeñan su empleo. A todas luces, trabajar como interna es especialmente duro. En la medida que el lugar de trabajo es la misma residencia, las jornadas laborales no tienen límite. Norma Veliz afirma que “las [mujeres] sin papeles que trabajan como internas están en situación de esclavitud, no es semiesclavitud, es esclavitud pura y dura”. Ellas mismas señalan que su trabajo es “24/7”, es decir 24 horas al día 7 días a la semana, con una disponibilidad y exigencia permanente. Por ejemplo, Lía, procedente de Bolivia explica: “A veces te toca, como me tocó a mí, que el señor se levante por la noche a orinar hasta cinco y seis veces. Y tenía una campanita para llamarme cuando quería orinar. Así no descansas, y durante el día vas cansada físicamente”. Otras trabajadoras enfatizan que es muy difícil poder descansar cuando se trabaja de interna. Además, tienen restricciones para salir, que pueden ir desde unas horas a la semana a disponer de un fin de semana completo. Diferentes trabajadoras explican la sensación de angustia por no poder salir de la casa, por la falta de autonomía, por estar bajo vigilancia permanente y con miedo a represalias, por no tener tiempo libre.
Esta imagen del ahogo está muy bien explicada en la descripción que hace Vanesa cuando, después de algo más de tres años como interna, relata cómo se sentía los primeros días después de dejar de trabajar bajo ese régimen, en los que podía hacer y decidir con su tiempo lo que quisiera. Este pasaje de su entrevista se asemeja mucho a lo que podría explicar una persona al salir de prisión. En él afirma: “Yo sabía que ya no iba a trabajar más de interna, sabía que al final del día iba a volver a mi casa, que iba a tener una vida normal”.
Ilustración de María Romero para el libro "Cuidadoras".
Hay trabajadoras, como Cristina, de origen ecuatoriano, que a pesar de estar contratada y tener unas buenas condiciones de empleo, que le permiten ir a la calle por su cuenta con regularidad, cuenta la intranquilidad que le produce estar todo el día con una persona mayor durante años: “Lo que me agobia es estar encerrada. (…) Cuando ella falte ya no me gustaría estar otra vez encerrada, no quiero más encierro. Hay veces que me angustia mucho estar encerrada. Me deprimo, me da mucha tristeza”. Por otra parte, Carmen Juares, de origen hondureño y vinculada a la asociación Mujeres Migrantes Diversas, alerta con razón cómo esta dificultad para poder disponer de su tiempo de no trabajo acaba limitando las posibilidades de desarrollo de estas trabajadoras en muchos ámbitos de su vida personal.
Salarios que no dan para nada
Una de las quejas comunes expresadas por las trabajadoras en las entrevistas son los bajos salarios que se perciben y la discrecionalidad con la que pagan sus empleadores, tanto si están en régimen interno como si no lo están, aunque con algunas diferencias. De hecho, es muy frecuente que las trabajadoras del hogar destacan este problema, aunque con una gran diversidad de situaciones. Por ejemplo, Lía y Vanesa percibieron entre 600 y 700 euros al mes en una situación administrativa irregular. Aunque Norma Véliz también alerta que podrían ser incluso inferiores, de hasta 400 euros al mes, además de cobrar a las trabajadoras por su habitación o por la comida. Cuando la trabajadora está regularizada puede acceder a mejores salarios, tanto si está interna como externa. Por ejemplo, Cristina, de origen ecuatoriano, también interna, regularizada y con contrato, cobraba mil euros al mes con dos pagas y un mes de vacaciones. O Judith explica que consiguió ser contratada, después de varias negociaciones, con un salario de 1.200 euros, en lo que se ha identificado como el sueldo más alto de una trabajadora del hogar interna en estas entrevistas. Y en el caso de Mirna, de origen hondureño, explica que, estando ya regularizada, consiguió un empleo como externa, con jornada partida, y una dedicación real de 12 horas al día con 975 euros al mes y dos pagas extraordinarias al año. En el caso de las trabajadoras externas es frecuente que su vinculación sea por horas, y si no consiguen una jornada completa, tengan que buscar varias casas para complementar su salario, ya sea en el cuidado de personas mayores o en tareas de limpieza, como explican Amina o Vanesa.
En los casos en los que las familias hacen un contrato, es frecuente recurrir a gestorías que se encarguen de todos estos trámites. Entre ellas se ha impuesto la idea que el sueldo de la trabajadora del hogar sea el salario mínimo interprofesional, aunque esto no esté así fijado. Desde la plataforma Xarxa Treball de la Llar Just se han elaborado unas tablas salariales de referencia, actualizadas cada año, en la que se indican de forma detallada cómo deberían ser estos salarios y sus costes desagregados correspondientes a las cuotas de la seguridad social del empleador y de la trabajadora.
Los bajos salarios, sumado a las cargas de muchas trabajadoras para hacer frente al endeudamiento por los gastos de su migración o la necesidad de mandar dinero a sus familias, somete a muchas trabajadoras a unas condiciones de vida que en muchos casos rayan la pobreza, en especial en sus viviendas, que son particularmente caras en una ciudad como Barcelona. Esto hace que no sea extraño que algunas trabajadoras tengan que acudir, sobre todo al principio de llegar de sus países de origen, a algún tipo de ayuda de las iglesias u otras instituciones para poder sobrevivir.
Condiciones de trabajo abusivas
Sus condiciones de trabajo se caracterizan por la enorme carga de trabajo sumado a jornadas muy extensas. Esto es muy evidente entre las trabajadoras internas, pero también se produce cuando son externas. Además de largas jornadas, en las que no se respetan los horarios pactados ni se adecúa la retribución a este incremento de horas trabajadas, como asegura Aurora, de origen brasileño, también encontramos horarios partidos, en función de las necesidades de las personas atendidas, que dificultan mucho la conciliación con otras actividades, como explican en su entrevista Mariana, de origen rumano. En el caso de no tener una jornada completa y tener que trabajar en varias casas el tiempo invertido en los desplazamientos también aumenta.
Otro tema relevante es el de las malas condiciones en las que estas trabajadoras tienen que vivir y desempeñar su trabajo. Esto incluye quejas por habitaciones pequeñas, oscuras y sin suficiente privacidad, o no disponer de un equipamiento en condiciones para desempeñar su trabajo, lo que redunda en riesgos laborales. Isabel Escobar, del sindicato Sindillar, denuncia que las familias empleadoras no toman en cuenta las necesidades específicas que tienen para poder ejercer su trabajo, como instalaciones no adaptadas, o incluso la falta de sillas de ruedas o guantes. Esto supone que al trabajar en estas condiciones pongan en riesgo su salud o que ellas mismas tengan que traer ciertos materiales por su cuenta, asumiendo su coste. Los problemas de salud físicos más habituales en este entorno tienen que ver con la carga de pesos sin equipos adecuados, la repetición de movimientos, caídas y la intoxicación por productos químicos de limpieza. Un agravante a esta situación es que las trabajadoras del hogar no están cubiertas por Ley de Prevención de Riesgos Laborales, sumado a que el sistema de reconocimiento de enfermedades profesionales no favorece a este colectivo.
Ilustración de María Romero para el libro "Cuidadoras".
Uno de los problemas laborales más sentidos por las trabajadoras del hogar, tal como se evidencia cuando se les pregunta, es que sus condiciones y el trato que reciben puede variar enormemente según sea la familia con la que están. Esto, puede hacer que las quejas se concentren en la falta de contrato, los bajos salarios o la falta de derechos, derivados del actual marco legal, o ahonde en una serie de problemas cotidianos que pueden hacer su vida muy complicada. En algunos domicilios, y en especial cuando las trabajadoras son internas, el acoso sexual, el abuso de poder o las humillaciones pueden convertirse en una realidad cotidiana. En ocasiones hay trabajadoras que describen también relaciones de maltrato verbal, con insultos y humillaciones, como relata Aurora, quien afirma que cuando van a trabajar a una casa nunca saben qué les espera. Este trato vejatorio puede adquirir un carácter racista. Con frecuencia también se producen sospechas de robo, con registros o acusaciones que generan tensión y malestar. Igualmente pueden vivirse situaciones de control restricción del gasto de agua o luz. En el caso de la comida, hay trabajadoras que también cuentan que les obligaban a comer alimentos en mal estado o en gran cantidad. O puede ocurrir lo contrario, que a causa de su escasez o porque no pueden comer aquello a lo que están acostumbradas, haya trabajadoras que acaben pasando hambre en sus trabajos y, para compensarlo, compren bollería industrial. Por una vía u otra, la cuestión de la alimentación de las trabajadoras del hogar, en particular en régimen interno, acaba convirtiéndose en un tema crítico.
Dificultades añadidas
El cuidado a personas mayores en el hogar supone enfrentar de forma regular la relación con la muerte. Para las trabajadoras esto supone dos tipos de problemas. Por una parte, tienen que asumir la pérdida de personas con las que en ocasiones entablan una relación de afecto, a las que han podido cuidar por años. Pero a su vez, este fallecimiento supone también la pérdida de su empleo. La situación se agudiza por el hecho de no tener prestaciones por desempleo y de que sus salarios sean muy bajos, con los que habitualmente tienen que hacer frente a las necesidades de sus familias en sus países de origen, por lo que la capacidad de ahorro es limitada. Esta situación las aboca a que inmediatamente después del fallecimiento de la persona a la que están cuidando tengan que buscar un nuevo empleo, sin tiempo para pasar el duelo.
A pesar del enorme esfuerzo y sacrificio realizado por la mayoría de trabajadoras del hogar para mandar dinero a su familia y sostener sus necesidades, en especial de sus hijos e hijas, la distancia y el tiempo pueden jugar en su contra y dificultar o tensionar estas relaciones con sus seres queridos. En ocasiones ellas sienten que les cuesta entender los sacrificios que han hecho y que les reclaman no haber estado presentes a lo largo de su vida. Incluso cuando logran traerlos, sus condiciones de trabajo, con las largas jornadas, sumado al agotamiento físico y a las condiciones de vida precarias, hacen que no pueda dedicarles suficiente tiempo y esto también tensiona y genera insatisfacción y malestar a muchas trabajadoras. Estas dificultades de relación con los hijos e hijas, logren reagruparse o no, redundan en una mayor sensación de soledad y sufrimiento, como dejan entrever varias de las trabajadoras entrevistadas. Amina, por ejemplo, habla de la sensación de vacío que le produce esta relación, que se traduce en un malestar constante, por cuanto a pesar de haber hecho todos los esfuerzos posibles para mantener a sus hijos luego no hay una relación cotidiana y crece la distancia.
La emigración y la incorporación a una nueva sociedad sin redes familiares o de amistad suficientes, sumado a un trabajo que es muy aislado, y más si se realiza como interna, genera un problema añadido para estas trabajadoras: la soledad. Mariana, por ejemplo, relata: “A mí me gustaría irme con mis hijos, pero mis hijos ahora son grandes. De vez en cuando sí que puedo ir y quiero verlos. Pero ahora, cuando voy en Navidades a veces vienen conmigo y a veces no, porque cada uno tiene a su amiga, a su amigo, sus cosas. Entonces también estoy sola, es muy dura la soledad, no tienes con quién comer, con quién hablar”. De ahí también la necesidad de construir nuevos lazos de confianza, apoyo, que revelan la importancia de los distintos espacios de organización de las mismas trabajadoras.
Reivindicaciones
Las principales reivindicaciones de las trabajadoras del hogar a través de diferentes asociaciones y sindicatos con presencia en Barcelona son, en primer lugar, el cumplimiento efectivo del marco legal ya existente, como disponer de un contrato de trabajo por escrito, poder disponer de horas de descanso y de vacaciones, bajas por enfermedad y maternidad; en segundo lugar, ser incorporadas sin más dilaciones en el régimen general de la Seguridad Social, lo cual implicaría, entre otras cosas, poder acceder a las prestaciones por seguro de desempleo; y en tercer lugar, la ratificación del Convenio 189 sobre las trabajadoras y trabajadores domésticos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Desde Sindillar se enfatiza también la demanda de derogar la Ley de Extranjería, que consideran que está en la base de la estructura de explotación de las trabajadoras del hogar.
Los trabajos de cuidados, no remunerados y asalariados, son centrales para el funcionamiento de nuestra sociedad. La actual situación de alarma social, provocada por la pandemia de la COVID-19, ha hecho que durante semanas emergieran en el debate público el reconocimiento de una serie de trabajos, tradicionalmente mal pagados, precarios y desvalorizados, que ahora han pasado a ser considerados imprescindibles. A diferencia de muchos empleos inútiles, que en realidad no aportan nada a la sociedad, como se ha visto en estos días de estado de alarma que nadie los echaba en falta, los “trabajos de mierda” de los que hablaba el malogrado David Graeber (2018), aparecen toda una serie de empleos fundamentales para garantizar la vida. Personal sanitario, cajeras de supermercado y dependientas de tiendas de proximidad, transportistas, personal de autobuses y metros, de limpieza y, por supuesto, trabajadoras de residencias, del servicio de atención domiciliaria y del hogar, se muestran ahora en primera línea. Son los trabajos esenciales. Su función social es ser útiles, tener cuidado de los demás, atenderles, aunque sea en formas distintas. Y es precisamente eso lo que les da sentido y llena de orgullo a sus trabajadoras y trabajadores, a pesar de la precariedad. Es esta “clase cuidadora”, en la feliz expresión del mismo David Graeber (2014), la que, cuando las cosas se han puesto mal, ha dado la cara y ha garantizado funciones sociales básicas. Las trabajadoras del hogar han estado ahí, entre esos trabajos esenciales. Hay que poner fin ya a tanto abuso y precariedad.
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