03-06-2021
La Renta Básica en la perspectiva crítica del turismo
Rafael Borràs | Alba SudTraer la Renta Básica al ámbito de la discusión contra hegemónica del turismo es asociar este debate sectorial al debate global contra la distopía capitalista de nuestros días. En especial otorgaría una mayor capacidad de negociación a las clases subalternas para avanzar seriamente hacia ese otro mundo posible.
Crédito Fotografía: Sòller. Imatge de Rafael Borràs.
“No se trata sólo de prever el futuro, sino de hacerlo posible”
Antoine de Saint-Exupéry
The Wisdom of the Sands, 1948
En el artículo de presentación de Turistificación confinada, Ivan Murray y Ernest Cañada (2021), una vez han descrito la situación del capitalismo turístico global, nos proponen la articulación de “un programa de acción política para el cual hay que organizarse y luchar social y políticamente, que aborde en serio la trasformación de una actividad como el turismo, central en el capitalismo actual”, y nos recuerdan que “actualmente, la RBU puede ser una de las principales herramientas políticas para la trasformación social en un mundo post-COVID”. No puedo estar más de acuerdo con este planteamiento.
El caso es que desde hace años defiendo que garantizar el derecho de ciudadanía –y por tanto incondicional– a la existencia material es un elemento esencial de cualquier programa emancipatorio en el actual contexto de capitalismo extractivista. Por eso, la Renta Básica (RB) [1] es, sin duda, una propuesta tan realista como disidente con la actual situación, es decir, disconforme con la distopia de un crecimiento sin límite, sustentado en un paradigma de realismo mágico tecnológico, y un crecimiento, igualmente sin límite, de las desigualdades y, por tanto, contrario a democracias con impulso igualitario. A la vez, la RB es una reivindicación presente en la articulación de cada vez más luchas sociales emancipatorias. Al fin y al cabo, como nadie es libre de verdad sin tener garantizada su existencia material, la propuesta de RB que defiendo es emancipatoria per se.
¿De qué hablamos cuando decimos Renta Básica?
Pero, ¿qué es exactamente la RB? Una definición en pocas palabras podría ser la siguiente: una asignación pública monetaria que recibe, periódicamente e indefinidamente, toda la población. Esta asignación es universal, incondicional, individual, suficiente, y complementaria y compatible con lo que, especialmente en Europa, conocemos como Estado del Bienestar. Es, finalmente, una herramienta para una redistribución de verdad de la renta.
Concretando un poco más, sólo un poco (Raventós, 2021), es universal porque todo el mundo tiene derecho a ella, igual que todo el mundo tiene derecho a, pongamos por caso, la sanidad o la educación donde esos servicios públicos se han universalizado. Que la RB sea incondicional quiere decir que no se exige ninguna contraprestación para percibirla, y su carácter individual es parte esencial de su naturaleza emancipadora puesto que el derecho a la existencia material es, obviamente, para las personas, independientemente de cómo organicen sus formas de vivir y convivir. En mi opinión, dicho sea de paso, las prestaciones familiaristas son, en ocasiones, absolutamente necesarias como analgésico para situaciones de necesidad, pero generalmente son insuficientes y nada tienen que ver con los objetivos proclamados, y, en muchas ocasiones, son generadoras de dependencias en el ámbito de la familia. En este sentido son, dígase claramente subsidios antiemancipadores.
La RB es emancipatoria en la medida que es suficiente, y, por ello, su cuantía no debe ser inferior al umbral de pobreza de cada lugar. No puede ser sustitutoria de otras prestaciones monetarias (pensiones, prestaciones de desempleo, etc.), ni de otras ayudas monetarias de inferior cuantía del ámbito de los servicios sociales, y ha de ser compatible con prestaciones en especies, como, por ejemplo, aquellas relativas a la educación, la sanidad, los servicios de atención a la dependencia, etc.). Una condición esencial de una RB emancipatoria es que su financiación vaya asociada a una verdadera y radical distribución de la riqueza mediante una completa reforma fiscal, y una lucha sin piedad contra el fraude y la evasión fiscal. Esa condición es lo que hace que la RB sea una propuesta justa ya que, aunque todo del mundo la cobra, una minoría pierde y una mayoría gana.
Una sociedad con RB no dejaría de ser, ciertamente, una sociedad capitalista. Pero se acercaría más a una sociedad mejor porque la erradicación de la pobreza dejaría de ser un objetivo –siempre presente en los objetivos de las burocracias internacionales– para ser una realidad disruptiva. No hay libertad en sociedades con importantes sectores de población empobrecidos. En este sentido, conviene recordar a Amartya Sen: “la pobreza es falta de libertad”. Por otra parte, la RB ha de ser parte del nuevo contrato social imprescindible para afrontar la multifacética crisis de nuestro tiempo [2]. Por ejemplo: políticas de decrecimiento deseado son infinitamente más imaginables con RB que sin ella; o frenar las grandes desigualdades es frenar la desdemocratización de la democracia. La RB es, en este sentido, una propuesta contra los post-fascismos tan preocupadamente en boga. Es una propuesta urgente porque estamos en presencia de, citando a Wolfgang Streeck (2011), una muy seria “crisis del capitalismo democrático”. Sobre el capitalismo en general, y el oxímoron de capitalismo y democracia, para no desviarnos del tema de estas líneas, dejémoslo en aquellas palabras tan certeras del gran Walter Benjamin: “el capitalismo no morirá de muerte natural”.
En cualquier caso, la RB es esencial en cualquier relato de lucha cultural, discursiva, e ideológica sobre un modelo de sociedad alternativo. Al menos, es esencial para quienes no nos rendimos. Las causas estructurales de los sufrimientos sociales de nuestra época son sustancialmente distintas a las del período de la historia que siguió al fin de la Segunda Guerra Mundial, y, consecuentemente, el relato alternativo no puede –ni debe– basarse en propuestas que pivoten sobre la ensoñación de escenarios de pleno empleo. Como las preguntas son otras (¿Pleno empleo con o sin trabajadores pobres? ¿Con trabajo remunerado como garantía cierta de integración social, o con un empleo en tránsito de la flexibilidad ocupacional al desempleo y empobrecimiento flexible y, por tanto, difícilmente sindicalizable? ¿Cuánta reducción de jornada es imprescindible para seguir proponiendo el pleno empleo en el contexto de la cuarta revolución industrial?…), las respuestas tienen que ser otras. La RB es una de estas respuestas.
Pero, además, la RB da respuesta a problemas cotidianos que no admiten demora alguna: Por lo general nuestras sociedades –las que los tienen, obviamente– han instaurado unos mecanismos de abordaje de la pobreza poco eficientes, burocratizados, y estigmatizadores (Mesa, 2019). Digan lo que digan, las rentas condicionadas no son para erradicar la pobreza. En el mejor de los casos, son unos sistemas costosísimos en su gestión –muy en la “lógica” de la gestión neoliberal de la pobreza (Sales, 2014)–, que, a lo sumo, consiguen hacer más llevadero el padecimiento de la carencia material a quien lo sufre.
¿Por qué la RB es esencial en el pensamiento crítico del turismo?
Pensar críticamente sobre el turismo globalizado es investigar sobre los efectos concretos del capitalismo globalmente neoliberalizado. Imaginar un turismo alternativo es, en mi opinión, rebelarse contra los efectos que el modelo turístico actualmente hegemónico tiene sobre la crisis ecológica, los procesos de desposesión de derechos básicos, como el derecho a la ciudad, o la generación de precariedad y pobreza laboral. Traer la RB al ámbito de la discusión contra hegemónica del turismo es asociar este debate sectorial al debate global contra la distopia capitalista de nuestros días. Como bien apuntaban las autoras y autores del Manifiesto Utopía “establecer una renta básica de ciudadanía no es intentar corregir los efectos del neoliberalismo o socorrer a los más pobres, es, fundamentalmente, cuestionar la lógica capitalista, y buscar otro modo de organización social” (2008: 85).
En Alba Sud –gracias a los aportes de Ernest Cañada, de otras personas del equipo, y de algunas colaboraciones– sabemos que en el heterogéneo sector turístico se dan unas dinámicas específicas de precarización laboral, en muchos casos extrema. De hecho, los casos –no generalizados, ciertamente– de explotación laboral son un goteo permanente que, en algunos casos, deviene estructural, como lo fue la aparición de “mafias de explotación laboral” al socaire del boom de la turistización de muchas ciudades europeas (el caso de Palma, en Mallorca, fue paradigmático). Un factor estructural de precariedad laboral es, sin duda, el gran peso en la demografía empresarial turística de la micro empresa (aquello de trabajar “como si fuéramos familia”, obviando, en esta buenista analogía, que en las familias existen también relaciones de poder y de abuso de poder). Incluso, en las relaciones laborales “normalizadas”, es decir, en la precariedad legal, se han normalizado fenómenos como, por ejemplo, los de la medicalización asociada al trabajo, o la pandemia de riesgos psicosociales con sus terribles efectos en la salud mental pública. A ambas lacras se le aplican, en el mejor de los casos, únicamente políticas terapéuticas.
También sabemos de la magnitud del “trabajo informal turístico”, y, por tanto, de la magnitud de la exclusión de los mecanismos de protección social. Somos conocedores de una realidad demasiado invisibilizada por los lobbies turísticos y las elites en general: el conglomerado de subsectores turísticos genera muchos empleos absolutamente prescindibles para la humanidad, y, en algunos casos, felizmente prescindibles para las personas que los realizan. Pensamos, por ejemplo, en todo lo que rodea el turismo sexual, o el de borrachera, que tantas muertes de jóvenes ha provocado (Ferrer, 2016).
Por otra parte, es bastante incuestionable, porque los datos lo corroboran, que el turismo hegemónico reparte extraordinariamente mal la riqueza generada. En las sociedades turistizadas está más que demostrado desde hace mucho tiempo que la falacia de la “teoría del goteo”, es decir, de la hipótesis según la cual la riqueza empresarial y financiera se va acumulando, hasta llegar a un punto en que se reparte progresivamente al resto de la sociedad, se ha demostrado falsa, o, cuando menos, extraordinariamente limitada.
En este sentido, no olvidemos que, aquí cito a Paul Theroux, “una de las características del turismo a lo largo de los siglos, desde la época del Grand Tour, es que a no gran distancia de los hoteles de cinco estrellas hay hambre y miseria” (2015: 92). Esta es una afirmación muy certera, y generalizable al turismo global de este siglo XXI, aunque deba ser contextualizada en los términos de lo que Ivan Illich denominó “modernización de la pobreza”, es decir, la pobreza no es solo un estado de carencia material, es también, el estado de “discriminación” en una construcción social de desigualdad creciente.
Todo ello, pone de manifiesto que, en el turismo, los procesos de precariedad sociolaboral tienen algunas características propias (en magnitud e intensidad) que los convierten en un asunto político más allá de lo estrictamente sociolaboral. No es exagerado hablar de problematización del trabajo turístico como garante de inclusión social, y de poblaciones vulneradas por la falta de libertad asociada a la igualdad de derechos cívicos. Y no es este un problema que afecte a algunas zonas turísticas recientemente incorporadas a la modernización neoliberal del turismo globalizado. Es un fenómeno generalizable. Oliver Nachtwey lo explica así: “En la modernidad social se nivelaban hacia arriba las posiciones de clase, especialmente mediante la concesión de iguales derechos cívicos, en la modernidad regresiva, en cambio, con la sociedad del descenso se constituye una multitud de estructuraciones de clase orientadas hacia abajo” (2017: 135).
La Renta Básica –la conquista del derecho cívico a la existencia material garantizada– es, pues, una pieza importante del paquete de medidas para parar esta modernidad social regresiva que tanto afecta a la cuestión sociolaboral turística. Dicho de otra manera –citando aquí a David Casassas–, “la libertad no se puede pensar desde la justicia (re)distributiva. La libertad es un fin en sí mismo que no puede depender de azares sociales que puedan invitar a formas de asistencia ex post. Distribuir recursos ex ante, esto es, predistributivamente, constituye la estrategia central del constitucionalismo republicano democrático” (2018: 27).
En definitiva, el pensamiento crítico sobre el turismo hace bien en incorporar la propuesta de RB a sus debates. Y hace bien en hacerlo partiendo de una doble premisa: por una parte, asumiendo que la RB no es la panacea que solucione en monumental desorden neoliberal, pero con la convicción de que la RB otorgaría una capacidad de negociación a las clases subalternas para avanzar seriamente hacia ese otro mundo posible (con este otro turismo necesario). La segunda de las premisas es igualmente fundamental: es necesario superar miedos a lo nuevo. Entre otros, el miedo social y cultural a imaginar un ingreso sin la contrapartida de un empleo, o el que bloquea visualizar como la implantación de la RB es clave para restaurar el trabajo productivo libremente consentido. No obstante, como canta el grupo catalán Txarango, “los miedos son muros que saltar”.
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