21-06-2021
Turismo y memorias colectivas contra la impunidad
Ernest Cañada | Alba Sud¿Qué potencialidades, pero también qué retos y dilemas, puede suponer un crecimiento del turismo de memoria desde la perspectiva de los movimientos sociales de lucha contra la impunidad? Compartimos algunas reflexiones en torno al nexo entre turismo y memoria en la defensa de los derechos humanos.
Crédito Fotografía: Ruta sobre la Guerra Civil, Barcelona, mayo 2020. Imagen de Ernest Cañada.
La pandemia de la COVID-19 y la paralización del turismo internacional durante muchos meses ha tenido como consecuencia un crecimiento de los turismos de proximidad. Estos se han expresado de formas diversas, en respuesta a múltiples intereses y necesidades, y de hecho se han convertido en un nuevo terreno de disputa en torno a cómo organizar la producción y el consumo turístico, y al servicio de qué intereses. En este contexto se ha producido un aumento de la demanda local de turismo centrada en la memoria, y en particular de la historia reciente. En el caso catalán y español este acercamiento ha ido en paralelo a la forma cómo se resolvió durante la Transición la herencia de la Guerra Civil y la salida de la dictadura franquista. La "correlación de debilidades", en la conocida expresión del escritor Manuel Vázquez Montalbán, con la que se llegó a finales del régimen, dio lugar a un pacto de olvidos e impunidad que, gracias fundamentalmente a los movimientos sociales por la recuperación de la memoria histórica, progresivamente se ha ido resquebrajando.
Una de las expresiones del interés creciente y cada vez más difundido entre la población local por este pasado reciente es la consolidación de una oferta turística centrada en el conocimiento de los períodos de la Guerra Civil y de la dictadura franquista. Las propuestas turísticas en torno a la memoria tienen un peso específico porque responden a una necesidad sentida por una parte importante de la sociedad, y sobre todo son expresión de un conflicto mal resuelto. La insuficiencia de una acción política democrática que impulse el conocimiento de la verdad, la reparación a las víctimas y a sus familias, la aclaración y depuración de responsabilidades ha tenido como consecuencia el mantenimiento de la impunidad por crímenes contra la humanidad, al tiempo que las heridas y rupturas sociales quedaron abiertas. Por lo tanto, la consolidación de un turismo centrado en el pasado reciente se explica en parte por una necesidad colectiva de conocimiento y justicia.
Una oferta al alza
En Cataluña tenemos numerosos ejemplos de propuestas turísticas relacionadas con el pasado reciente, en particular asociadas a la Guerra Civil y la dictadura franquista: escenarios de batallas, como la del Ebro; rutas, como las de la retirada, las de los maquis o por la Barcelona revolucionaria; espacios emblemáticos del conflicto armado, como las baterías antiaéreas o los refugios; museos especializados, como el Museo Memorial del Exilio de La Jonquera o la red de museos de la Diputación de Barcelona, entre otros.
Un buen ejemplo de una oferta turística de carácter histórico consolidada puede ser el de las rutas turísticas en torno a la Guerra Civil española que se ofrecen en la ciudad de Barcelona por parte de diferentes iniciativas. Por ejemplo, la empresa Cultruta, especializada en una clientela local, ofrece una ruta sobre la Guerra Civil por el centro de la ciudad que se lleva a cabo semanalmente casi de forma ininterrumpida desde julio de 2008 (a diferencia de otras rutas como la de la Guerra de Sucesión, la Guerra de los Segadors o la Rosa de Fuego, que ofrece la misma empresa, pero con menos salida). Lo que resulta más significativo es que esta exitosa propuesta se realice en paralelo a otras ofertas como, por ejemplo, Barcelona Rebelde, con una amplia oferta de diferentes rutas históricas, Passejant, o para un público extranjero la que realiza Nick Lloyd, e incluso en forma de free tour (como hace Other Eyes a través de Be Local).
Fuente Teatralización en Ruta de los maquis, La Garrotxa, junio 2021. Imagen de Ernest Cañada.
En este marco, diferentes asociaciones dedicadas a la memoria histórica organizan actividades que podrían ser identificadas como turísticas, aunque no siempre sean explícitamente reconocidas en estos términos o exista cierta incomodidad en esta asociación por el contenido educativo que se busca en estas actuaciones. En el caso del Amical d’Antics Guerrillers de Catalunya, que centran su actividad fundamentalmente en la comarca de la Garrotxa, han avanzado en la puesta en marcha de una incipiente oferta turística en forma de rutas sobre la presencia de los maquis, la guerrilla que combatió la dictadura franquista durante los años 40 y 50 (Izcara, 2020). Organizadas a través de diferentes temáticas, estas rutas quieren mostrar la experiencia de los maquis y sus bases de apoyo, así como su funcionamiento. Además, están amenizadas por teatralizaciones de algunos de los debates que marcaron su historia.
Potencialidades del nexo entre turismo y memoria
La apuesta por un turismo que reivindica la memoria, vinculado a la lucha contra el olvido y la impunidad, ha generado un fuerte interés y resulta fácil identificar las potencialidades de este nexo. En primer lugar, es evidente que por esta vía se puede llegar a mucha más gente, más allá de los círculos cercanos a los movimientos sociales, que demanda conocer visiones no hegemónicas o no suficientemente explicadas. De este modo, la acción realizada, concebida en términos turísticos, se ve amplificada y llega a audiencias extensas.
Pero esta mayor capacidad divulgativa no solo es importante en términos cuantitativos, sino también simbólicos, otorgando relevancia pública y reconocimiento de su interés a ciertos colectivos a los que se quiso exterminar. Los responsables de prácticas sociales genocidas, en palabras del sociólogo argentino Daniel Feierstein (2007), lo que pretendían, además de eliminar físicamente un determinado grupo de personas, era borrarlo como parte de aquella sociedad, incluso de su memoria. Lo que se quería era destruir todos los vínculos sociales que unían a ese grupo con el resto de la sociedad. Este proceso sigue una secuencia que va desde la estigmatización y el señalamiento a su asesinato, y luego el olvido, sacarlo de la memoria colectiva que construye una determinada identidad nacional. En este contexto, un turismo de memoria recupera los vínculos de ese colectivo con su sociedad, consigue que para amplias mayorías su recuerdo tenga un determinado sentido en el momento presente. Así se reconstruye lo que la práctica social genocida había intentado destruir y, por tanto, se convierte también en un instrumento útil de lucha.
A través de la recuperación y el uso con fines educativos de determinados lugares o edificios donde se cometieron violaciones de derechos humanos, se ha podido resignificar y convertir en espacios de memoria lugares señalados por prácticas de deshumanización. La organización de visitas y actividades formativas ha ayudado a construir una memoria colectiva, compartida públicamente, que contribuye a construir una propuesta de sociedad que quiere hacer justicia y dignificar a las víctimas. La experiencia en diferentes países latinoamericanos, con mayor o menor apoyo de sus respectivos estados, muestran las posibilidades pedagógicas de estos espacios de memoria. Así destacan casos emblemáticos como el Museo de la Memoria, ubicado en la antigua Escuela de Mecánica de la Argentina (ESMA) en Buenos Aires, un centro de detención, tortura y exterminio en funcionamiento durante la dictadura de 1976 a 1983. O el Memorial de la Masacre del Mozote en el departamento de Morazán en el Salvador, donde se produjo el asesinato de casi mil personas los días 10, 11 y 12 de diciembre de 1981 en un operativo del ejército salvadoreño contra la población civil con el fin de erradicar cualquier clase de potencial apoyo a la guerrilla. Además, la propuesta turística en torno a este tipo de memorial ha contribuido también a generar recursos que han ayudado a reconstruir el tejido económico y social de comunidades rurales profundamente afectadas. Estos espacios son visitados cada año por muchísimas personas, mayoritariamente de sus respectivos países, y se convierten en referentes fundamentales para una educación democrática y de promoción de los derechos humanos.
Fuente: Memorial de la Masacre del Mozote. Imagen de Ernest Cañada.
Por otra parte, esta interrelación con el turismo permite ampliar los espacios de intervención del movimiento por la memoria y puede convertir en aliados en la lucha contra la impunidad a personas que no necesariamente hubieran sido activistas de esta causa. En este sentido, recientemente se ha conocido la historia de un turista alemán, Wilfried Stuckmann, que en 2014 denunció que el Parador Nacional de León Hostal San Marcos y Booking no informaban que aquellas instalaciones habían sido un campo de concentración entre 1936 y 1940. Entonces se quejó a Booking, pero no le publicaron el comentario, argumentando su política de no hacer referencia a conflictos armados. Ante sus reiteradas denuncias la central de reservas decidió devolverle el dinero de su estancia y él decidió donarla a la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH). Siete años después ha conseguido que se hiciera un panel informativo y un homenaje, todo muy limitado e insuficiente, y ni el Parador ni Booking informan aún de ese uso como campo de concentración, pero su acción sirvió sobre todo para que la historia fuera contada por los medios de comunicación. Esta experiencia, además, no ha resultado excepcional, ya que diferentes artículos han alertado sobre este pasado oscuro, vinculado a la dictadura franquista, de varios hoteles y espacios turísticos.
Pero también hay riesgos y retos
La atención turística sobre la memoria también puede conllevar efectos negativos sobre el sentido educativo que se pretende impulsar desde estas iniciativas de defensa de los derechos humanos. Y más en un contexto donde las dinámicas posfordistas de producción y el consumo turístico son cada vez más predominantes. Estas, a diferencia de la organización turística del capitalismo del período de expansión del consumo de masas, segmentan y particularizan la oferta y convierten en atractivo turístico una multiplicidad de lugares, historias, actividades y, por tanto, han ampliado las relaciones del turismo con muchos otros aspectos de la vida social. En esta nueva etapa cualquier cosa puede ser convertida en objeto de consumo turístico, sin mayores mediaciones educativas o de carácter ético, incluyendo las memorias colectivas.
Así, claramente se puede correr el riesgo de que los sitios de memoria sean convertidos en un producto de consumo turístico más y que esto dé lugar a una banalización o trivialización e, incluso, una pérdida de respeto por los hechos allí ocurridos. El intento de construcción de un parque temático sobre el desembarco de Normandía, con recreaciones en vivo de la batalla, ha provocado la indignación y queja de múltiples personas, en especial de familiares de soldados que ahí combatieron. Espacios emblemáticos como el Memorial de Auschwitz han tenido que hacer frente a la utilización de imágenes de aquel campo de concentración para la comercialización de productos de moda y del hogar por parte de una empresa ajena a la fundación que gestiona el Memorial o la realización de selfies de algunos de sus visitantes con actitudes poco respetuosas o incluso burlescas (Borrás, 2019; González y Mundet, 2018). Una de las expresiones turísticas que puede agudizar esta deriva es lo que conocemos como "dark tourism", un turismo interesado por los sitios asociados a la muerte, a los crímenes, que expresa una cierta fascinación por la violencia y la transgresión moral, sin que haya una voluntad de comprensión asociada a su denuncia (Sharma, 2020).
En la medida en que la memoria se convierte en un nicho de mercado más puede dar lugar a dinámicas que pretenden atraer cuanta más clientela mejor, y que incluso puede organizarse a través de experiencias lúdicas, como juegos de rol (por ejemplo, simulaciones de cruzar la frontera de México con Estados Unidos como migrante sin documentación). El atractivo lúdico puede hacer cada vez más difícil aportar contexto de comprensión y respeto, y dar pie a prácticas éticamente cuestionables, como coquetear con la identificación de posiciones responsables de las prácticas sociales genocidas, o el simple hecho de convertir en un momento divertido lo que ha sido una voluntad genocida. Personalmente, recuerdo con indignación que, en una de mis primeras experiencias laborales cuando tenía dieciséis años, trabajé como monitor de tiempo libre en unas colonias de verano en Cataluña. Una de las actividades estrella de la empresa que organizaba aquellas estancias para niños y niñas era una velada con un juego de rol que consistía en escapar de un campo de concentración y donde una parte del grupo hacía el papel de guardias nazis y el otro de prisioneros. Ante la sorpresa de mis jefes me negué a participar en aquella actividad. Jugar a identificarse con perpetuadores de prácticas genocidas traspasa límites éticos que no se deberían cruzar nunca, y menos como parte de un dispositivo educativo en el tiempo libre.
Plaza del Miliciano Desconocido, Barcelona. Imagen de Ernest Cañada.
Finalmente, existe también el riesgo de que el reconocimiento y ascenso público de la memoria, amplificada por la acción turística, magnifique el rol de víctimas y oculte las luchas y causas de muchas de las personas asesinadas. En palabras del historiador marxista Enzo Traverso, los oprimidos son construidos como simples víctimas, del colonialismo, de la esclavitud, del nazismo, ... de tal manera que la "memoria de las luchas" acaba siendo desplazada por la "memoria de las víctimas". Y eso conlleva que las concibamos como víctimas inocentes, pasivas, escindidas de sus compromisos políticos. Así, por ejemplo, la memoria del Holocausto sustituye a la memoria de la lucha antifascista en el espacio público. Contrariamente, la exaltación de las luchas sin suficiente contexto histórico y capacidad de distanciamiento moral y político, puede estimular la reproducción de una cultura política identitaria que reproduzca culturas sectarias o de glorificación belicista.
¿Qué habría que tener en cuenta?
El turismo puede ser un instrumento útil para ampliar las capacidades de los movimientos por la recuperación de la memoria contra la impunidad. Este es un camino plagado también de riesgos e inconvenientes. Pero en la medida en que es una necesidad social para una parte relevante de la sociedad, la oferta turística de carácter privado se extenderá si existe un mercado suficiente. En este contexto, puede ser útil que los movimientos de memoria abran la reflexión sobre cómo quieren abordar este nexo entre turismo y memoria, porque independientemente de qué posición adopten parece evidente que es una realidad con la que se encontrarán.
Plantear este debate implica poder reconocer que el turismo, como práctica social, es maleable y puede ser realizada en función de diferentes objetivos que deriven en múltiples resultados. De forma hegemónica responde a los intereses de reproducción del capital, pero también podemos reconocer perspectivas postcapitalistas en la organización de la producción y el consumo turístico. Este puede estar al servicio del bienestar y el desarrollo de las personas, lo que incluye también la promoción de un pensamiento crítico.
En este marco el vínculo entre turismo y memoria podría ser especialmente provechoso. Pero a pesar de las buenas intenciones las contradicciones, presiones y riesgos no desaparecerán. Y es precisamente por eso que algunas cosas deberían estar presentes en el debate. Por ejemplo, los lugares y hechos de muerte, resultado de prácticas sociales genocidas, no se pueden trivializar nunca, requieren respeto y contextualización, no pueden ser consumidos como un producto turístico más intercambiable por cualquier otro. Por eso hay que mantenerse atentos constantemente en el diseño y puesta en práctica de cualquier actividad. Asimismo, las memorias son complejas, y no pueden estar centradas únicamente en roles de víctimas, por lo cuerpo hay que ofrecer una perspectiva más amplia y diversa, atenta también a las diferentes luchas históricas que conectan con problemas y causas actuales. De igual forma, uno podría esperar que los movimientos de memoria fueran coherentes entre sus posicionamientos en relación al pasado y los problemas actuales. Por ejemplo, no se puede rememorar la memoria de los presos franquistas y, al mismo tiempo, no ser sensible a las reivindicaciones contra los centros de internamiento donde se vulneran actualmente los derechos de personas migrantes indocumentadas. O cómo denunciar el holocausto perpetrado por el nazismo contra el pueblo judío y no hacer lo mismo con las políticas sionistas del Estado de Israel contra el pueblo palestino.
Los nexos entre turismo y memoria son contradictorios. Requieren debate político y preguntas de carácter ético. Pero a pesar de la complejidad no parece que sea un binomio que se pueda esquivar, o no sería muy útil intentar hacerlo. Apostemos por fortalecer prácticas sociales emancipatorias en el ámbito de las memorias y también del turismo.
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