21-07-2022
“¡Ya estamos de nuevo!”: malestares en la reactivación turística
Ernest Cañada | Alba SudEl retorno del turismo en muchas ciudades ha provocado de nuevo un crecimiento de las expresiones de malestar y rechazo a esta actividad. Pero estas reacciones son complejas y pueden dar lugar a expresiones muy diferentes. ¿Existe en ellas un potencial político transformador? ¿Sobre qué bases se debería organizar?
Crédito Fotografía: Imagen de Carla Izcara.
Una de las claves para entender el momento sociopolítico actual en algunas de las principales ciudades españolas es la reactivación turística tras la pandemia de la COVID-19, así como el malestar social renovado que ha provocado. Desde Semana Santa de este año, las cifras de turistas han vuelto a elevarse de forma significativa, aunque aún están lejos de las previas al inicio de la pandemia en 2020. Sin embargo, este incremento del turismo ya tiene consecuencias en la percepción de la actividad entre la población de los lugares más turistificados. En el caso de Barcelona, el último Barómetro Semestral de Opinión que realiza el Ayuntamiento, publicado en junio de 2022, coloca otra vez al turismo entre las principales preocupaciones señaladas por su población. Así, un 6,1% considera que es el problema más grave de la ciudad en este momento, después de cuestiones como la inseguridad (22%), la limpieza (11,5%), la gestión política municipal (7,7%) y el acceso a la vivienda (7,3%). Pero más allá del dato de este año en concreto, que significativamente ha vuelto a subir, lo más relevante es el carácter estructural de este estado de malestar que provoca el turismo. Durante la última década se ha mantenido como uno de los principales motivos de inquietud social destacados por su ciudadanía (véase tabla 1). Con una población de un poco más de un millón y medio de habitantes, no puede extrañar que la llegada de unos treinta millones de turistas al año se haya situado como un tema determinante en el debate público de la ciudad.
Fuente: Barómetro Semestral de Barcelona. Ajuntament de Barcelona. Nota: Para esta tabla se ha tomado la publicación correspondiente al primer semestre del año, a excepción de 2015, que solo está disponible la del segundo semestre.
El grueso de las preocupaciones por el turismo está sobre todo vinculado a las múltiples consecuencias que genera, como el incremento del coste de la vida; el encarecimiento de la vivienda y la pérdida de su uso residencial, con el consecuente desplazamiento de habitantes con menos recursos; la desaparición de comercio de uso cotidiano; la congestión de determinados lugares y del transporte público o el ruido. El motivo de incomodidad no ha sido tanto el turista en sí mismo como los efectos derivados de la actividad. Sin embargo, su visibilidad e incapacidad para pasar desapercibido lo convierten en foco de atención permanente. Ocurre incluso cuando sus prácticas se desdibujan con los de la población local como, por ejemplo, en el hecho de ir en bicicleta por ciudad, que mayoritariamente son distintas. Esto, sumado a los excesos y descontrol en algunos casos, ayuda a entender la atención que recibe entre parte de la población residente.
Un motivo de disconformidad añadido lo tiene el hecho que, durante los dos últimos años, zonas sometidas a fuertes procesos de turistificación hayan podido tener la posibilidad de vivir sin turismo. La recuperación de calles y plazas en muchos lugares de la ciudad para un uso cotidiano fue una experiencia prácticamente inédito, y muy valorada. Intuitivamente, esto ayuda a explicar cierto estado de irritación que se está acelerando muy rápidamente.
También se está produciendo una derivada en términos laborales que es difícil detectar en las encuestas disponibles. Para quienes trabajan en el turismo, la reactivación ha sido especialmente dura, por cuanto la escasez de personal en este tipo de actividades, provocada por sus malas condiciones laborales, ha comportado un incremento de su carga laboral y de las medidas de flexibilización. La reciente aprobación en Barcelona de la reforma de horarios comerciales en domingos y festivos y la consecuente creación de la plataforma StopDomingos por parte del colectivo laboral afectado es una de las últimas muestras.
Lidiar con turistas no es algo nuevo, ni simple
Obviamente, las reacciones de malestar frente al turismo no son una novedad. Probablemente hayan adquirido mayor protagonismo durante la última década, en la medida que el crecimiento del turismo después de la crisis financiera global de 2008 se concentró en los espacios urbanos. En este contexto, ha habido más capacidad de poner el problema en el debate público y de generar opinión que en otros momentos pudo tener, por ejemplo, el campesinado, las comunidades pesqueras o las poblaciones indígenas, cuando igualmente han sufrido los impactos de los procesos de turistificación, e incluso de un modo más intenso. El malestar crece por el incremento de las dimensiones de la actividad y porque esta se transforma, en la medida que cada vez más se busca estar presente en la vida cotidiana del lugar visitado. Las ofertas escenificadas para el turismo no sirven como mecanismo de contención. Ya no hay “cordón sanitario” en áreas turísticas especializadas, porque el atractivo está precisamente en lo local, aunque esto no se sepa muy bien qué es, y ahora, con la vivienda de alquiler turístico, sea posible alojarse prácticamente en cualquier parte. Las lógicas posfordistas de producción turística se asientan y, a su vez, generan un nuevo modo de hacer turismo.
La presencia del turismo da lugar a relaciones sociales complejas, que van más allá de la simple oposición entre población anfitriona y turista. Esto es algo que conocemos bien desde la publicación del libro de Jeremy Boissevain en 1996, Coping with tourist. European reactions to mass tourism (publicado en castellano por Edicions Bellaterra en 2011). A menudo estas fronteras se diluyen. El carácter temporal de la actividad turística y el hecho que una persona pueda ser anfitriona y turista en función del momento conforma interacciones mucho más complejas. Para quienes trabajan y dependen económicamente del turismo y, al mismo tiempo, viven en áreas turistificadas, la complejidad se agrava. A su vez, el malestar puede articularse en formas distintas, que van desde la resistencia encubierta, a diversos mecanismos de ocultación y separación del turista de los espacios y dinámicas que las poblaciones locales quieren reservarse, hasta las protestas organizadas e incluso la agresión.
Turismofobia, un marco inadecuado para pensar el malestar
Pensar las reacciones de malestar turístico en términos de turismofobia ha sido un error de análisis. No existía tal cosa, solo hay que fijarse en la poca violencia, individual o colectiva, que ha estado presente en este conflicto. Fue un invento de los lobbies turísticos con base en Barcelona para deslegitimar la crítica social a los impactos de este modelo de acumulación y desposesión en el ámbito urbano. Quisieron convertir las expresiones de impugnación en algo irracional, fuera de cualquier legitimidad. No tenían suficiente con parasitar recursos públicos y comunes, había que acallar también cualquier voz disidente por la vía de la descalificación.
Una vez puesta en circulación, la idea de la turismofobia cobró fuerza y generó procesos sociales de carácter contradictorio. El concepto hay que interpretarlo históricamente y prestar atención a su evolución. Al empresariado, en parte, el tiro le salió por la culata porque, si bien construyeron un artefacto mediáticamente exitoso con el que sacudir a sus críticos, a su vez, ellos mismos contribuyeron a desprestigiar un destino turístico como Barcelona, señalado internacionalmente como el lugar donde se rechaza a los turistas. Pero como no hay mal que por bien no venga, los lobbies empresariales aún le han dado una vuelta más. De este modo, si la turismofobia es interpretada como el resultado de los procesos de masificación turística, el problema estaría en la masificación y, en particular, en el tipo de turista y su comportamiento. En consecuencia, de lo que se trataría para resolver esta supuesta turismofobia es potenciar la atracción de un turismo de calidad que, dicho sin eufemismos, implica mayor poder adquisitivo. En un acto más de servicio, la turismofobia sirve para legitimar ahora los procesos de elitización en curso y, sobre todo, como reclamo de recursos públicos para sustentar esa apuesta empresarial.
Fuente: Carla Izcara.
Por otra parte, sobre este concepto ciertos medios de comunicación construyeron un relato interesado, sobredimensionando sus acciones, y determinados sectores políticos se montaron de forma oportunista sobre su ola para intentar obtener rédito partidario, y ambos se retroalimentaron. Sin embargo, el recorrido que ha tenido este intento de reivindicar la turismofobia como expresión política ha sido más bien escaso, más allá de algunos momentos en las redes sociales.
La tensión creciente en torno al turismo, en especial en algunas de las zonas más castigadas por los procesos de masificación, también ha derivado en expresiones de rechazo al turista en forma gráfica, sobre todo con grafitis y pintadas en las calles, y con memes y burlas en las redes sociales, como las muertes de jóvenes británicos haciendo “balconing” en Mallorca. Aunque estas expresiones resuenan a menudo a las formas de “resistencia de los débiles” que describió el antropólogo James Scott (2000) hace años, también conllevan riesgos de deshumanización que moralmente son difíciles de justificar, sobre todo cuando no responden a un arrebato frente a una situación intolerable, sino a una acción cultural que debe ser pensada.
En los últimos años, las reacciones al turismo han evolucionado y también se han desplazado territorialmente fuera de las grandes ciudades. El crecimiento del turismo de proximidad, cada vez más relevante como consecuencia de la pandemia y el ascenso de la desigualdad, ha provocado discursos renovados de rechazo a los visitantes en zonas rurales. En la Cataluña central las críticas a los efectos del turismo se han entremezclado también con discursos de rechazo al turista del área metropolitana de Barcelona, al que se asocia con lo urbano, con lo español, con las clases trabajadoras o con el pijerío, según los casos. También expresa una percepción de agravio territorial comparativo, por la falta de inversiones e infraestructuras adecuadas a sus necesidades, no a las del turismo. La estigmatización del “dominguero”, “xava”, “camacu”, “pixapí”, “xarnego” o “quillo” entra a formar parte del discurso contra ciertas formas de turismo de carácter popular. En zonas costeras, los propietarios de segundas residencias cuestionan también la presencia del visitante puntual o nuevas construcciones que afean el paisaje al cual ellos accedieron anteriormente. Aquí el cuestionamiento del turismo se cruza con evidente clasismo.
En estas reacciones al turismo se mezclan ingredientes distintos y no todos son fácilmente reconocibles entre sí. El malestar provocado por el turismo puede dar lugar a acercamientos incómodos de los que, como mínimo, habría que tomar consciencia.
Por una transformación del turismo
¿Qué hacemos con todo este malestar? ¿Existe un potencial político transformador en un sentido emancipatorio? ¿Cómo explicamos la escasa capacidad de articulación y movilización social que dé respuesta a los efectos provocados por el turismo? ¿Hasta qué punto en el rechazo al turismo se nos están colando discursos políticos que alimentan expresiones de xenofobia e incluso que culturalmente pueden dar alas a la extrema derecha?
Para una parte de la academia crítica y algunas organizaciones sociales, el turismo difícilmente puede ser imaginado de un modo distinto a lo que es en su expresión hegemónica. Se reacciona con discursos que naturalizan al turismo como algo negativo en sí mismo. Aunque se tiene claro que el problema tiene que ver con los capitales y determinadas políticas de la administración pública, el foco de atención lo constituye la actividad en sí misma. El turismo desde esta perspectiva es fruto del capitalismo y constituye un perfecto mecanismo a su servicio. Y ahí terminan el debate. Esta posición contribuye a la resistencia frente a los impactos más negativos de los procesos de turistificación, pero a su vez se muestra insuficiente para hacer frente a las dinámicas presentes y, sobre todo, tratar de avanzar hacia otros futuros.
Fuente: Carla Izcara.
En la medida que el foco se pone en la actividad en sí misma, y no en su función concreta como instrumento de acumulación y reproducción del capital, se asumen demasiadas contradicciones que le hacen perder fuerza. No tomar en cuenta que, aunque el turismo sea una actividad con un acceso desigual, una parte importante de la población afectada por los procesos de turistificación también hace turismo en momentos puntuales, aunque sea de proximidad, debilita la capacidad de reacción social. La separación radical entre denuncia y propuesta conlleva que una parte de la población potencialmente interpelada no conecte con un discurso que cuestiona el turismo en sí mismo.
El problema no lo tienen únicamente los movimientos de resistencia a los procesos de turistificación, que bastante hacen, y a quienes tenemos que agradecer todos sus esfuerzos. Sin duda, estaríamos mucho peor sin su lucha. La interpelación es necesariamente al conjunto de la izquierda, que no ha tomado en serio una actividad central en el capitalismo actual. La izquierda no ha desarrollado una propuesta política sobre qué hacer con el turismo. Cuando llega a ciertos espacios de poder institucional, a lo mucho que puede aspirar es a contener sus efectos más graves, así como evitar que los conflictos turísticos generen demasiado ruido y les pasen factura política por no saber cómo afrontarnos. Pero tampoco hay propuesta propia, dirigida a satisfacer las necesidades de las mayorías sociales populares a quien se quiere representar, ni articula una defensa efectiva para las personas que trabajan en el sector en condiciones cada vez más precarias. No tener política significa que tampoco hay la posibilidad de construir escenarios de esperanza por los que merezca la pena luchar.
Además de la gravedad de esta impotencia política, la extrema derecha tiene en el turismo un nicho político con un fuerte potencial para explotar. Esto podría ocurrir en dos sentidos principalmente. Por una parte, el discurso del decrecimiento turístico sin garantías de seguridad en términos de empleo genera incertidumbre y miedo, que en un contexto de crisis estructural se ceba sobre los sectores más precarizados. Además, les niega sentido al trabajo que desempeñan y, por tanto, en palabras de Amelia Horgan (2022), la posibilidad de un desarrollo personal, respeto y realización por la única vía que identifican dentro del capitalismo.Por otra parte, la falta de sensibilidad y propuesta política que ponga en el centro las necesidades de las poblaciones trabajadoras en el ámbito del ocio, la recreación y el turismo, como prácticas sociales que se desdibujan y entrecruzan, nos lleva a una desatención que es identificada como superioridad moral de un activismo de clase media.
El reconocido geógrafo marxista David Harvey sentenciaba en una entrevista en Jacobin que “no existe una idea buena y moral que el capital no pueda apropiarse y convertir en algo horrendo”. Sin duda, esto es cierto. El turismo podría ser una de estas expresiones de cómo algo que parece surgir del legítimo deseo a la recreación se convierte en un mecanismo de mercantilización de relaciones humanas, desposesión, explotación y violencia. Sin embargo, no hay práctica social que debiéramos renunciar a organizar fuera de las lógicas de la acumulación y la reproducción del capital. Ninguna actividad humana debería quedar al margen de las aspiraciones ecosocialistas de ser transformadas en un sentido emancipador.
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