06-10-2022
Fucha resiste. Historias de 7 barrios en Bogotá.
Carla Izcara & Ernest Cañada | Alba SudDesde 2005 los barrios del Alto Fucha de la capital colombiana están en lucha por permanecer en el territorio y mejorar sus condiciones de vida. De este proceso nacen distintas iniciativas comunitarias relacionadas con la pedagogía ambiental, la agroecología, la cultura y la memoria de los barrios que generan flujos turísticos construidos en la proximidad.
Crédito Fotografía: Casa de la Lluvia de Ideas. Imagen de Carla Izcara.
Fucha: vida, mujer, niña
El barrio de la Cecilia se encuentra en San Cristóbal, zona cuatro de Bogotá, Colombia. La comunidad, incluida en el territorio del Alto Fucha, colinda con la reserva forestal de los Cerros Orientales de Bogotá. En 1999, Francelías Lancheros y Luz Dary Camacho llegaron al barrio y construyeron su casa. Por aquel entonces, “el barrio era muy poco caserío, con muy pocas casas, era un barrio que no estaba legalizado”, cuenta Francelías. Allí, junto con más familias que compraron su lote, empezaron la autoconstrucción de su vivienda. En esa época se constituyeron distintos barrios populares no reglados en el Alto Fucha clasificados como estrato 1 y 2 que, según el Departamento de Planeación Nacional, son territorios en los cuales viven personas de menos recursos con derecho a recibir más ayudas socioeconómicas.
Seis años después, en 2005, el Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial publicó la Resolución 0463 que determinaba la Zona de Adecuación (zona de amortiguación y de contención entre la Reserva Forestal Protectora Bosque Oriental de Bogotá, y el perímetro urbano) y afectaba a las comunidades del Alto Fucha, ya que se decretaba la zona como de Alto Riesgo No Mitigable y de Preservación Ambiental. Esta acción de tutela ponía en riesgo la continuidad de esas familias en los barrios, ya que “no se podía colocar ni un ladrillo en los cerros Orientales”, explica Francelías.
La respuesta de las comunidades fue contundente y exigieron a los técnicos del Ministerio, según Francelías, que “salieran de sus oficinas a los territorios”, porque “se imaginaban ver solo las montañas, solo los árboles, solo las especies nativas, pero nunca se imaginaron que había una gran población de 66 barrios formalizados dentro de los cerros”. En 2006 se logró mediante una sentencia del Tribunal Administrativo Cundinamarca suspender la Franja de Adecuación y finalmente en 2013 se repuso la regulación previa, de tal modo que se “delimitaron los cerros y de lo urbano a lo rural y a lo forestal”. También quedó decretado que “se respetan los derechos de los ciudadanos de los Cerros Orientales”, explica Francelías.
Francelías Lancheros y Carla Izcara en la Casa de la Lluvia. Imagen de Ernest Cañada.
A partir de ese momento, los habitantes de aquellos barrios empezaron a trabajar por la legalización del área en la que vivían, hasta que en 2015 se logró actualizar el suelo urbano delimitado en 2004 y la regulación de “Aguas Claras, La Cecilia y Laureles”. La lucha continuó durante los años siguientes, “por tener una vivienda digna con servicios públicos”, en palabras del entrevistado. Para Diana Ojeda, docente de la Universidad de los Andes, el valor de ese lugar también está en el hecho de ser “un proyecto de defensa territorial con la idea, no solo de cómo quedarse en un lugar, sino de construir una vida digna que vale la pena vivir”. En el proceso de reclamo del “derecho a la ciudad”, trazaron el plan de mejoramiento de los barrios basado en tres ejes: servicios públicos, pavimentación de vías y mitigación de riesgos.
Según la opinión de quien habita estos territorios, detrás de todas estas operaciones por remodelar la zona se escondía el proyecto del “Sendero de las Mariposas”, iniciativa de la administración de Enrique Peñalosa (alcalde de Bogotá entre 2016 y 2019). Finalmente fue desestimado por la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales en septiembre de 2020 por motivos ambientales, además del hecho que habría afectado a más de dos mil personas. Este proyecto pretendía conectar los cerros orientales de Bogotá (de Usaquén a Usme), “quería echar concreto a la montaña, para colocar multinacionales y apartoteles”, explica Francelías.
Mural en el barrio de La Cecilia. Imagen de Carla Izcara.
En el proceso de defensa del territorio surgieron distintas formas de organización comunitaria. Algunas de ellas, como la Casa de la Lluvia (de ideas), las Bienales de Arte Comunitario, las huertas comunitarias y los viajes de barrio, han generado un fuerte interés que se ha traducido en el impulso de actividad turística comunitaria y de proximidad en el Barrio de la Cecilia y colindantes.
Iniciativas de organización comunitaria
La Casa de la Lluvia de Ideas nace en 2012 a partir de la demanda de la Junta de Acción Comunal de construir un salón comunal. Esa propuesta llega a Arquitectura Expandida, un laboratorio ciudadano de autoconstrucción que lleva a cabo “intervenciones urbanas colaborativas que se mueven entre la necesidad, lo político-crítico, el alto contenido simbólico, lo pedagógico y el entendimiento de que la cultura es el principal dispositivo de ordenamiento territorial” (Arquitectura Expandida). Tanto el proceso de diseño como el de construcción fueron participativos y se ejecutó en fines de semana. Por ejemplo, como material de construcción se decidió usar la guadua, de la subfamilia del bambú, para la estructura y el policarbonato, un material translucido, como pared y techo.
Desde su inauguración ha funcionado bajo un sistema de gobernanza barrial y es un lugar de referencia que simboliza la lucha del barrio por su derecho a la ciudad. También se ha convertido, dice Francelias, en “la mamá de todos los procesos, de todos los colectivos”. De aquí nace Huertopía, la Bienal de Arte Comunitario, así como tantas otras iniciativas comunitarias.
Después de la legalización del barrio en 2015, en la Casa de la Lluvia, se crea la Colectiva Huertopía, que trabajan las huertas comunitarias con un objetivo pedagógico y de crear red para la defensa del territorio. La iniciativa surge cuando en el proceso de legalización hay tres afectaciones que obligan a unas quinientas personas a dejar el barrio, según Francelías. De hecho, “el barrio de La Cecilia fue uno de los más afectados con más o menos setenta lotes, y también en el barrio de Los Laureles”. A partir de esta amenaza se pone en marcha la comisión en defensa del territorio para mantener a estas personas en sus casas, y en una de ellas, ubicada en el barrio de Los Laureles, es donde nace Huertopía.
Al cabo de un tiempo, apareció la red de huertas urbanas del territorio, las cuales se fortalecieron durante la pandemia de la COVID-19, no tanto como forma de autoabastecimiento, sino con el fin de crear una estrategia para “interactuar y establecer relaciones sociales”, explica Francelías. Diana Ojeda, por su parte, destaca que “hayan logrado ganar esos espacios que les había quitado la alcaldía con el discurso del riesgo, y convertirlos en huertas urbanas”.
El objetivo de este proyecto, dirigido principalmente a los niños y niñas del Alto Fucha, es promover la interacción con la tierra, entender el proceso de siembra y cosecha y hacer educación ambiental. Así, se ofrecen talleres y jornadas en las huertas y el río, tanto para escolares del barrio, como para colegios, universidades y escuelas de otros sectores. Esta pedagogía ha ayudado a que, como parte del proceso social comunitario, la población se comprometa a “limpiar, proteger, cuidar, recoger la basura…” del espacio. Francelías lo describe como “un sentido de pertenencia a la montaña”.
Carteles en el barrio de La Cecilia. Imagen de Carla Izcara.
Fruto del surgimiento de distintos colectivos y de la mejora del entorno, en 2017 se organizó la primera Bienal de Arte Comunitario, y ya se han celebrado tres ediciones. La programación de las actividades es muy variada, desde espectáculos de danza y música a espacios de diálogo o talleres. Pero en ellas tienen un fuerte peso los murales y el arte urbano como forma de comunicación y reivindicación. Para Francelías el muralismo es un lenguaje muy arraigado “para pedir lo que uno necesita”.
El conjunto de propuestas tiene lugar en los distintos barrios del Alto Fucha y las coordinan el Colectivo Arto Arte junto con las otras iniciativas comunales. Actualmente cuentan con el apoyo de la alcaldía de Bogotá. A raíz de esta iniciativa, en el marco de la última Bienal celebrada en 2021, se ha podido ofrecer el primer diplomado certificado en Muralismo, Arte Urbano y Ciudad “Entre colores y ciudad III”. Asimismo, este evento ha sido “parte creadora del turismo”, ya que “trae mucha gente de otros sectores y países”, y lo recuerdan como el momento en que “nos dimos cuenta que tenemos que demostrar los procesos, qué es lo que hemos hecho”, concluye Francelías.
La próxima bienal, que tendrá lugar en 2023, se está empezando a organizar y se le quiere dar “mucha más participación al adulto mayor y buscar en las raíces ancestrales que tiene la gente de acá, recordarles ese campesinado”, comenta el entrevistado.
Viajes de Barrio
Más recientemente, también han diseñado una serie de recorridos por los barrios del Alto Fucha bajo el nombre de Viajes de Barrio con dos objetivos principales. En primer lugar, dar a conocer los proyectos que han surgido a partir de los procesos por los cuales han pasado y compartir “el orgullo de la memoria de lo que hemos luchado y la belleza de nuestro barrio”, en palabras de Francelías. Y en segundo lugar, hacer pedagogía ambiental y promover el contacto con la naturaleza.
Francelías Lancheros y Ernest Cañada en el barrio de La Cecilia. Imagen de Carla Izcara
Los recorridos tienen una duración de 2 a 3 horas y empiezan en el Instituto Para Niños Ciegos Juan Antonio Pardo Ospina y terminan en el barrio Aguas Claras, pasando por los siete barrios colindantes al cerro. Este hecho ha ayudado a impulsar la economía popular en la zona, y Francelías explica cómo “hay mucha gente que se favorece con las ventas”. Por ejemplo, hay una “fábrica de chorizos con más de cuarenta años, y mucho turista lo compra”, comenta Luz. Además de las cuatro personas encargadas de los guiados que reciben una retribución económica por ello. El precio de los recorridos varía en función de quien los solicite, ya sea una escuela pública, universidad o turistas, y de las características, si incluye almuerzo o no.
Actualmente, también están colaborando con distintas instituciones porque se pretende ofrecer recorridos por los cerros a partir del año que viene. En concreto, se quiere reabrir el Camino del Agua del Delirio, ubicado alrededor del Rio San Cristóbal-Cuenca Alta del río Fucha. Esta área es propiedad de la Empresa de Acueducto de Bogotá EAB-ESP, por lo que han acordado que antes se deben adecuar los caminos y rehacer dos puentes que se destruyeron en 2013 por una avalancha. Asimismo, siempre que se haga un recorrido por el bosque, el grupo tendrá que ir acompañado por un guía local. Además para controlar que no se exceda la capacidad de carga, han creado la veeduría ambiental, “un grupo de personas de los 7 barrios que hace un recorrido el último sábado de cada mes para ver cómo quedó el camino”. En el caso de que se detectara la “destrucción de las plantas, de las cuencas hídricas y de la fauna, entonces se para”, confirma Francelías. La comunidad busca un “turismo pasivo”, categoría que usan para describir el turismo que quieren, es decir “caminar por el bosque, por la montaña sin hacerle daño, sin explorar terrenos que no son aptos para caminar, que son totalmente nativos”.
Somos semillas, seremos primavera
Los barrios del Alto Fucha son un buen ejemplo de resistencia y organización comunitaria frente a las amenazas de despojo territorial. En este proceso el papel de la mujer ha sido clave, como explica Luz, “resuenan mucho las mujeres como las defensoras del medio ambiente”. Asimismo, destaca también que ha sido un proceso muy transversal que ha incluido a “los jóvenes, las niñas, los niños y a los adultos mayores”.
Luz Dary Camacho. Imagen de Carla Izcara.
El turismo llegó a estas comunidades de forma natural y pausada en el tiempo, de acuerdo a los procesos y de forma consensuada en la comunidad local. Un turismo que destaca por la gestión y control comunitarios y por estar pensado para un público local, en especial para los niños y niñas de Bogotá. Así, podríamos considerarlo un turismo comunitario de proximidad, que se da en un contexto urbano, de forma respetuosa con el entorno natural. En efecto, resaltar el hecho que no solo han creado una propuesta turística propia, sino que se enfrentaron y lograron parar el megaproyecto turístico del Sendero de las Mariposas.
Diana Ojeda coincide con esta percepción, y explica con sorpresa cómo la comunidad es la que “está poniendo los términos de la relación. Yo siempre digo que no existe, que no hay, que eso no pasa, pero ahí pasa, creo yo”. Por ello podríamos considerarlo una de esas “utopías reales” (Wright, 2010), ya que se percibe como una “alternativa deseable, viable y factible” que genera un turismo post-capitalista y une distintas propuestas, construidas al margen del capitalismo e involucra a distintos actores locales a la vez que la actividad está dirigida a amplias mayorías (Fletcher, et. al, 2021).
El hecho de haber mejorado la vida en el barrio a partir de su legalización, la instalación de un sistema de alcantarillado, distintas intervenciones urbanísticas para favorecer la movilidad y embellecer el entorno, la llegada del transporte público, así como haber disminuido el estigma de estas comunidades periféricas, ha aparecido, en palabras de Diana, una nueva amenaza, “la del capital”. Ella y Francelías explican cómo el precio del suelo ha aumentado y conocen que algunas inmobiliarias ya han mostrado interés por aquella zona. Aun así, Fucha resiste y continúa sembrando la semilla del cambio.
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