25-05-2023
Medellín, memoria de un conflicto abierto
Carla Izcara & Ernest Cañada | Alba SudEl Museo Casa de la Memoria es un equipamiento municipal de Medellín, Colombia, con participación de asociaciones de víctimas, donde, además de exposiciones sobre el conflicto armado, se alberga un centro de recursos dedicado a la memoria, la violencia y la paz y se acoge la realización de actos conmemorativos.
Crédito Fotografía: Visitante en el Museo Casa de la Memoria, Medellin. Imagen de Carla Izcara
En 2004, la Alcaldía de Medellín, Colombia, creó el proyecto “Atención a Víctimas del Conflicto Armado” y un año después, a partir de la demanda de ONGs y organizaciones de víctimas, se empezó a gestar la idea de construir un lugar de memoria en relación con el conflicto. Este era un esfuerzo pionero en el país, concebido antes de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, aprobada el 10 de junio de 2011. Dentro del “Programa de Desarrollo 2008-2011” de la Alcaldía, se incluyó la construcción de este espacio, inaugurado en 2012 como Museo Casa de la Memoria de Medellín, con el fin de contribuir a la “reparación simbólica en el marco de un conflicto todavía vigente”, describe Yecci Posada, trabajadora de su área de educación, pedagogía y mediación. Por ello la primera pregunta que nos sugiere el lugar es: ¿se puede hacer memoria de un conflicto abierto?
Para Laura Sánchez, profesional de apoyo en alianzas y pedagogía del Museo, el hecho que el conflicto siga presente es lo que le confiere a este espacio su principal sentido, lo cual, a su vez, supone un reto permanente: “se abre a la sociedad para hablar de ese conflicto y, sobre todo, para dar la voz a las víctimas, personas que vivieron o que continúan viviendo las afectaciones del conflicto. No se busca que todos estén de acuerdo, porque eso es imposible, pero sí que haya diálogos más abiertos, más pacíficos, que permitan que esas cosas que alimentan al conflicto se comprendan y se intenten de una u otra manera sanar y superar”.
Un pasado que no pasa
La historia colombiana y la narración del conflicto está sometida a una contradicción y revisión permanente. Pero más allá de este contexto, como explica Elizabeth Jelin, “hay una tensión entre preguntarse sobre lo que la memoria es y proponer pensar en procesos de construcción de memorias, de memorias en plural, y de disputas sociales acerca de las memorias, su legitimidad social y su pretensión de «verdad»” (Jelin, 2001: 17). Y cuáles son esas otras verdades, se pregunta Posada, “las que necesitan lugares para poder visibilizarse porque no están en los grandes libros, ni medios de comunicación”.
En 1948, a raíz del “Bogotazo”, los disturbios que ocurrieron después del asesinato del líder del Partido Liberal, Jorge Eliécer Gaitán, empezó un período conocido como el de “La Violencia” (Contreras, 2003). Desde entonces “hubo movilizaciones civiles y revueltas por el asesinato de este líder político”, aclara Yecci Posada. El cierre de espacios políticos, sumado a una profunda desigualdad, en especial en el acceso a la tierra, hizo que durante las décadas de los sesenta, setenta y ochenta surgieran diversos actores armados insurgentes: las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia - Ejército del Pueblo (FARC-EP), el Ejército de Liberación Nacional (ELN), como grandes guerrillas, además del Movimiento 19 de abril (M-19), el grupo guerrillero indígena Movimiento Armado Quintín Lame, la Autodefensa Obrera (ADO) y múltiples disidencias de los anteriores grupos (CDHI, 2004). Asimismo, también emergieron actores de la violencia paramilitar y carteles del narcotráfico, además de otros grupos delincuenciales que, junto con la actuación de las Fuerzas Armadas, hicieron aún más complejo el conflicto colombiano.
Estos grupos paramilitares, explica la historiadora Queralt Solé, se crearon con el apoyo del Ejército colombiano y se unificaron en los 90 con las llamadas Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Solé relata cómo “estos grupos de extrema derecha combatieron las guerrillas y atacaron las bases de apoyo, cosa que generó el desplazamiento del campesinado a las afueras de las grandes ciudades”. De hecho, “el conflicto armado interno está plenamente relacionado con el modelo territorial de Estado”, con lógicas heredadas de la colonia además de las disputas por la tierra entre las élites, que dieron lugar a una sociedad profundamente desigual y excluyente, según el informe final sobre las causas y consecuencias del conflicto armado interno de Colombia elaborado por la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, presentado en 2022, después de más de tres años de trabajo y miles de entrevistas (Comisión de la Verdad, 2022: 26). La guerra, que se ha extendido por décadas, profundizaría en estas dinámicas. Así, según este informe, “las disputas por el territorio entre múltiples actores, la imposición de órdenes locales por parte de guerrillas, paramilitares y mafias, la penetración deeconomías legales e ilegales, la contrarreforma agraria (violenta y no violenta), entreotros fenómenos intrínsecos al conflicto armado interno, han reconfigurado total oparcialmente diversos territorios rurales y urbanos en el país, tanto a nivel físico comodemográfico y simbólico (Comisión de la Verdad, 2022: 92). En términos de costos humanos, el resultado fue de 450.666 personas que perdieron la vida; 121.768 sufrieron desaparición forzada; 50.770 fueron secuestradas y cerca de ocho millones fueron desplazadas, además de otros hechos de violencia.
Juan Manuel Santos , Presidente de Colombia (2010-2018) y Rodrigo Londoño Echeverri, FARC. Imagen Presidencia El Salvador.
A pesar de los Acuerdos de Paz entre el Estado colombiano y las FARC-EP, el grupo guerrillero más importante, firmados en Bogotá el 24 de noviembre de 2016, el contexto de inestabilidad y violencia en el país persiste. En parte, esto se explica por la complejidad de su propia naturaleza. Definir el conflicto como “un entramado de alianzas, actores e intereses nos permite observarque las responsabilidades sobre la tragedia que este representa van más allá de quienes empuñaron las armas, y que se extiende como una responsabilidad ética y política –y en algunos casos, una responsabilidad directa– de sectores políticos (de todas las ideologías), económicos, criminales, sociales y culturales” (Comisión de la verdad, 2022: 13).
El papel de todos estos actores hace que su presencia rebase los límites de la definición de “conflicto armado” que ha hecho la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que, según Posada, en un conflicto armado interno se acotan sus principales actores a “grupos paramilitares, las guerrillas y la fuerza estatal legal ejercida a través de las fuerzas armadas, ya sea el ejército o la policía”. De este modo, alcanzar acuerdos formales con uno u otro de los actores presentes no garantiza que la paz pueda darse por concluida en la medida que hay una amplia variedad de conflictos abiertos entrecruzados. Así, “la tarea del esclarecimiento de la verdad es y seguirá siendo unproceso de construcción lleno de desafío” (Comisión de la verdad, 2022:11).
Museo Casa de la Memoria
El Museo de nueva construcción se inauguró en 2012 y es el primer equipamiento cultural alrededor de la memoria de iniciativa municipal en el país. Así, “después de un trabajo impresionante de las organizaciones sociales y de víctimas, con apoyo municipal, lograron hacer este proyecto y construir la infraestructura del Museo”, aclara Laura Sánchez. A diferencia de otros lugares de memoria, sitios en los que ocurrieron hechos de violencia que se resignificaron como espacios de memoria, en este caso se construyó de nuevo para albergar una iniciativa político-cultural en torno a la memoria. El hecho de ser una iniciativa municipal, hace que cada periodo electoral haya un nuevo director o directora del equipamiento. A pesar de las disputas o contradicciones que esto haya podido generar, el Museo ha mantenido siempre el mismo enfoque y conserva el reconocimiento social obtenido.
En este contexto, la iniciativa se inscribe desde el ámbito local en parte del proceso de reconocimiento y de reparación por parte del Estado por las situaciones de violencia y vulneración de los derechos humanos que se han vivido en Colombia, y en los que él ha sido también uno de los actores responsables. “El hecho que haya un reconocimiento es fundamental –asegura Laura Sánchez–, porque las víctimas llevan mucho tiempo hablando de lo que les ha sucedido y no había políticas, o eran insuficientes, y se reconocían ciertas cosas, pero otras no”.
Memorial exterior Museo Casa. Imagen de Carla Izcara
El espacio es concebido como un museo-casa, porque no es solo un lugar donde se informa y educa, sino que sirve también para hacer “conmemoraciones y eventos que soliciten las organizaciones de víctimas”, apunta Laura Sánchez. “Intentamos abrir el espacio a la ciudadanía –continúa–, y principalmente a las víctimas y las organizaciones para que acá encuentren un espacio de acogida”. Esta noción de casa es particularmente importante, complementa Yecci, “porque este es un conflicto no resuelto, con actores armados que todavía están en los territorios. Así, este lugar cuenta lo que nos pasó y lo que nos pasa”.
Sánchez resalta también la relevancia que se le ha dado a la voz de las victimas del conflicto y cómo se ha convertido en un espacio de reparación simbólica del conflicto con más de nueve millones de personas afectadas. El hecho que las víctimas puedan narrar sus experiencias y ser escuchadas es fundamental frente a la imposición de verdades oficiales. Se inscribe, por tanto, en la idea de las “memorias en disputa”, desarrollada por la socióloga argentina Elizabeth Jenin (2017), y en la necesidad de ampliar las posibilidades que “otras verdades”, que no ocupan espacios hegemónicos, puedan ser visibilizadas.
Para asegurar la inclusión y participación de las víctimas en el Museo, en el Consejo Directivo hay una representante de este colectivo, Teresita Gabiria. Además, “a través del área de profesionales Lazo Social se mantiene constante comunicación con las organizaciones y víctimas que no estén necesariamente organizadas”, explica Laura Sánchez. Así, el Museo, a partir de las exposiciones y actividades organizadas dentro y fuera de las instalaciones, busca generar un diálogo abierto y pacífico entre las distintas voces que vivieron y viven las afectaciones del conflicto.
Con el fin de facilitar esta posibilidad de encuentro, la sala central del Museo recoge las distintas voces del conflicto y expone su complejidad. Seguidamente, hay tres exposiciones repartidas en distintas salas. En la primera, “Resistir para existir”, se mezcla material audiovisual y documentos gráficos donde se “abarca el asesinato sistemático de líderes, lideresas, defensores de derechos humanos, defensoras y firmantes de paz”, explica Yecci Posada. Después llegamos a “Alzar la voz”, una sala en la que a través de videoclips de música rap se cuentan las operaciones militares llevadas a cabo en la Comuna 13, Medellín. De hecho, en octubre de 2022 se conmemoraron los veinte años de la “Operación Orión” en la Comuna 13 de Medellín. Este fue un operativo conjunto de las Fuerzas Armadas y del grupo paramilitar Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) realizado el 16 y 17 de octubre de 2002, bajo mandado del presidente Álvaro Uribe, con el fin de disputarle el territorio a las guerrillas de las FARC y el ELN. El operativo dejó un balance de numerosas personas asesinadas y desaparecidas, con ejecuciones extrajudiciales, que afectó directamente a más de cuatrocientas familias, y que tuvo un fuerte impacto en el área, que aún se refleja en numerosos murales de la comuna. Como relata Róbinson Úsuga, “la guerra dejó una larga estela de muertos, heridos y desaparecidos. En nuestra memoria perdurarían durante años las operaciones más grandes: Antorcha, Mariscal y Orión” (Úsuga: 2022: 19).
Comuna 13, Medellin. Imagen de Carla Izcara
Si seguimos caminando, entramos en “Bocas de Ceniza”, una exposición sobre un lugar habitado por comunidades afrodescendientes cerca de Barranquilla, afectado también por el conflicto. Las mujeres de Bocas, a través de losalabaos, unos cantos sobre la muerte, “empezaron a relatar lo que había sido su momento de conflicto, cuando tuvieron que vivir violencias, dolores, pérdidas, ausencias...”, cuenta Posada. Así, se contribuye a hacer memoria en primera persona, “a partir de los cantos, de las letras, de las líricas, para contar qué nos pasó y cómo logramos resistir”, concluye Yecci.
En el tercer piso se encuentra el Centro de Recursos para la Activación de la Memoria (CRAM), donde hay un repositorio de literatura que abarca temáticas sobre el conflicto armado, la reconciliación y la paz. Finalmente, Laura Sánchez explica que el Museo también dispone de una sala, llamada “Fabiola Lalinde”, activista defensora de los Derechos Humanos y madre de un desaparecido del conflicto, dónde se acogen exposiciones que solicitan directamente las organizaciones sociales u otros lugares de memoria. También es un espacio dedicado a las conmemoraciones, igual que la parte externa del Museo, donde se ubican los memoriales y se realizan ejercicios de reparación simbólica. En este sentido, Yecci Posada destaca “la huerta del arraigo, un ejercicio de resignificar la tierra y hablar del problema estructural de nuestro país en términos del conflicto que es la tierra, la tenencia de la misma”.
Posada concluye la visita que hacemos por el Museo Casa diciendo: “Quedan muchas preguntas. Buscamos inquietarnos, movilizarnos, pero sobre todo incomodarnos, son realidades que necesitan incomodar”. Y, ciertamente, resulta difícil terminar el recorrido sin una honda sensación de malestar y, a su vez, de necesidad de saber más.
Turismo y memoria
El Museo fue pensado fundamentalmente para un público local, con un fin pedagógico, de diálogo y de conmemoración. Por ese motivo, desde sus inicios se decidió no cobrar entrada. “Hacer memoria es un deber del Estado–explica Sánchez–, y por eso es de acceso libre para todos”. Sin embargo, en los últimos tiempos, a causa de las dificultades de financiamiento, se ha reabierto el debate sobre si se debería cobrar una entrada, “pero solo para extranjeros –aclara también Sánchez–, ni para locales ni nacionales”. Pero aún no es una medida que se haya concretado.
Esta discusión sobre la posibilidad de cobrar una entrada para visitantes de origen extranjero, pone de manifiesto otro cambio que se ha producido en los últimos tiempos: la creciente presencia de personas extranjeras, atraídas por el Museo como parte de los recursos turísticos de la ciudad. Ha sido un fenómeno no buscado, ni se han desarrollado acciones de promoción específicas, pero reflejan los cambios que han ido produciéndose en el país y, en particular, en Medellín, con un continuo crecimiento turístico. De hecho, en 2022 Medellín registró “más de 1.400.000 visitantes y superó la proyección de 1.200.000”, alcanzando la mayor cifra de turistas registrada.con Estados Unidos como principal mercado emisor. E inevitablemente, esto ha afectado también al Museo. Laura Sánchez recuerda que “hubo un crecimiento de llegada de personas extranjeras exponencial en 2017 y 2018, de ocho mil personas al año pasamos a unas seis mil al mes, y eso respondía también al auge de la temática relacionada con Pablo Escobar y el narcotráfico”, como consecuencia de su popularización en películas y series de televisión. Además, influyó que el Museo apareciera en varias guías turísticas, como Lonley Planet o Routard. Ante esta situación, desde el Museo se trató de influir y formar a esos agentes turísticos, ya que “el discurso que hacían era a veces muy amarillista, sensacionalista”, y se sentían con “la responsabilidad de que esos públicos reflexionen y tengan una visión más empática que simplemente venir a observar algo que sucede en Colombia”, relata Sánchez.
Visitantes Museo Casa de la Memoria. Imagen de Carla Izcara
Así, a pesar de no posicionarse como un lugar turístico, actualmente el Museo es uno de los atractivos a visitar en Medellín, por lo que en la actualidad su público es mayoritariamente extranjero, sobre un sesenta por ciento, sobre todo de Estados Unidos, Inglaterra y Francia. Lógicamente, durante la pandemia de la COVID-19, esta situación cambió, pero en 2022 han vuelto a reproducirse porcentajes similares, con un predominio de nuevo de los visitantes de origen extranjero. Para el personal del Museo, esta mayor presencia de visitantes del extranjero supone un nuevo reto: intentar que puedan entender algo más la complejidad de la sociedad colombiana, “no solamente el Medellín que el turismo vende, sino que vean que todavía hay tensiones profundas y estructurales por resolver”, explica Posada.
La menor presencia del público local puede deberse a múltiples causas, como “la falta de promoción local o, que no queremos conocer lo que se supone que ya sabemos, y no queremos visitar o escuchar sobre un conflicto que ya estamos viviendo”, supone Yeccy Posada. Por otro lado, Sánchez señala que, aunque las visitas espontáneas son mayoritariamente de público extranjero, aunque los recorridos guiados y los procesos educativos son en casi en su totalidad público local y nacional, esto no puede desviarles de sus motivaciones fundacionales: “nuestra misión directa es con las víctimas y la ciudadanía, es un espacio para la sociedad colombiana, para que sociedad, víctimas y victimarios puedan dialogar sobre lo que sucede y nos ha sucedido”.
Frente al riesgo de la normalización de la violencia y la vulneración de los derechos humanos, en el Museo la memoria constituye la base para una acción política a favor del diálogo, el reconocimiento, la reparación y, finalmente, como horizonte de esperanza, la paz.
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