21-09-2023
¿Un turismo encadenado?: reflexiones en torno al libro “Bailar encadenados” de Jorge Riechmann
Raül Valls | Alba SudLas páginas que siguen, más que una reseña clásica dirigida a incitar a la necesaria lectura del trabajo de nuestro estimado amigo Jorge Riechmann, son un intento de movilizar su argumentario para abordar el resbaladizo terreno de la libertad en el universo del turismo.
Crédito Fotografía: Jorge Riechmann.
Sabemos que nos adentramos en un terreno contradictorio. Si bien vivimos en una sociedad que normaliza las situaciones de falta de autonomía en el ámbito laboral, en cambio, considera que en su tiempo libre ha de prevalecer una libertad sin restricciones. Una libertad que cómo va a desarrollar Jorge Riechmann en Bailar encadenados. Pequeña filosofía de la libertad (y sobre los conflictos en el ejercicio de las libertades en tiempos de restricciones ecológicas), Icaria, Barcelona, 2023, no puede ser en ningún caso “libertad para dañar a otros”.
Como en muchas otras esferas, también en el turismo, fue la pandemia la que tensó los márgenes de una sociedad que vive instalada en la extralimitación y dentro de un contexto marcado por la crisis ecológica y energética. La derecha política y una de sus principales lideresas más destacadas en España, Isabel Díaz Ayuso, presidenta de a Comunidad de Madrid, fue quien abrió la polémica al simplificar de forma caricaturesca una cuestión central, la de la libertad humana, al proclamar la “libertad para ir de cañas” y convirtiendo tal consigna en una suerte de ridícula pseudorebelión contra un Gobierno progresista obligado a gestionar la crisis pandémica. Para Jorge Riechmann esta caricatura fue la que le motivó a emprender un trabajo de reflexión que, como reza el subtítulo, pretende abordar “los conflictos en el ejercicio de las libertades en tiempos de restricciones ecológicas”. No se nos escapa, para nuestro interesado objetivo, que el debate se inicie precisamente alrededor de las libertades que nos podemos tomar en nuestro tiempo de ocio y descanso, ya que como he advertido quienes no quieren trabas para nuestra posibilidad de “ir de copas” no ven ningún problema en que el mundo del trabajo se rija autoritariamente. Parece que “la libertad” sí es buena cuando se trata de recargar fuerzas para seguir alimentando la maquinaria capitalista.
El punto de partida de nuestro autor es aceptar que, a pesar de vivir en un mundo constreñido por múltiples determinismos físico-químicos, hay lugar para la libertad humana. Entre un materialismo no mecanicista que nos da un pequeño margen para decidir y un humanismo no antropocéntrico, que nos recuerda que no lo podemos todo, debemos tomar consciencia de que somos “animales con responsabilidades especiales” (pág. 13). Para Riechmann, “sin libertad –de alguna clase– no cabe hablar de responsabilidad, ni en general puede existir el ámbito moral” (pág. 15). Sin esa responsabilidad que deriva de nuestra capacidad de controlar voluntariamente nuestros comportamientos, también cuando disfrutamos de nuestro tiempo de ocio, no tendría sentido establecer normas. Aceptar esos determinismos (según algunos estudios, tal vez un 93% de nuestro comportamiento sea predecible) no excluye que existe un pequeño margen de decisiones libres (¡un 7% es mucho!).
Riechmann enumera tres posiciones filosóficas que han dominado el panorama del pensamiento sobre la libertad: por un lado, el “determinismo fatalista”, en donde no cabría hablar de acciones libres; por otro, la posición “incompatibilista” para la que existen dos mundos drásticamente separados, el fenoménico (de las determinaciones o de aquello que nos viene impuesto por las inevitables condiciones del mundo físico-químico) y el nouménico (de las acciones libres o aquellas en las que vamos a poder decidir como sujetos moralmente autónomos); y, finalmente, la “compatibilista”, que no ve contradicción entre determinación y libertad. Nuestro autor va a inclinarse por esta tercera opción: la libertad es efecto de una complejidad impulsada por múltiples retroalimentaciones. De ahí que la libertad humana sea interpretada como una “propiedad emergente vinculada a la aparición de lenguaje y la cultura humana” (pág. 33) que lo cambia todo: “Los átomos no son libres, pero los organismos –a partir de ciertos grados de complejidad evolutiva– ganan grados de libertad” (pág. 33). Los seres humanos somos, por tanto, capaces de tener, a partir de nuestra capacidad de evaluación autoreflexiva, “metapreferencias”. Estas, que podemos también llamar “preferencias de segundo orden”, son las que nos permiten tomar decisiones, que basadas en conocimientos racionales pueden ser contrarias a deseos que podemos entender como naturales. Por ejemplo, podemos, después de conocer información científica y contrastada sobre el impacto de la aviación en las emisiones de CO, no tomar más aviones y buscar otras alternativas de movilidad menos impactantes, aunque sean menos cómodas y rápidas. Dentro de esos “grados de libertad” (una fórmula más prudente de referirnos a la libertad) podemos tomar decisiones “libres”, aparentemente contrarias a nuestros intereses inmediatos. En este estrecho espacio concedido “la libertad no es un asunto de si o no; es un asunto de más o menos” (pág. 39). La libertad real como una propiedad emergente que surge de una complejidad de piezas biológicas (y, por tanto, deterministas) le da “flexibilidad” al comportamiento humano para cambiar ante las diferentes circunstancias con las que se va a tropezar y, por tanto, se le puede exigir una “responsabilidad” que no sería factible en un contexto de fatalismo determinista.
Hasta aquí hemos intentado definir esta precaria propiedad emergente que nos concede un margen estrecho y vacilante para sustentar nuestra posible acción autónoma (o libre si queremos). Este estrecho espacio donde ejerceremos “deberes morales” está condicionado también por lo que sabemos y por lo que desconocemos. Hay, por tanto, también “deberes epistémicos” o sea “deber de someter las creencias de uno al examen crítico pertinente: analizar si están justificadas por las pruebas disponibles e intentar determinar si existen o no pruebas en contra” (pág. 50). Volviendo a la aviación, el impacto de los viajes de turismo transoceánico acumula suficientes datos y estudios para convertirse en un conocimiento que nos impulse a construir esa “metapreferencía” que nos hará “autodominarnos”, y dentro de nuestros estrechos, pero posibles grados de libertad, escoger otras opciones. Somos libres cuando desde un proyecto de autonomía y autolimitación construido podemos decir: depende de mí. Pero avancemos un poco más, ese yo que va a decidir no viajar en avión es “sólo parte de una persona que ha de entenderse relacionalmente (…), somos interdependientes y ecodependientes” (pág. 81). Vivimos junto a otros de los que dependemos y ellos dependen de nosotros, y estamos inseridos en la naturaleza de la que formamos parte inseparable. Y bajo estas constricciones podemos tomar decisiones libres, lo cual, para Riechmann, “es algo infrecuente y lleva su tiempo” (pág. 84). Y nos preguntamos, el turismo actualmente hegemónico gobernado por un capitalismo hiperacelerado que nos impone un constante “más rápido y más lejos”, ¿nos permite tomarnos tiempo para desarrollar esos grados de libertad que nos hacen humanos? La lentitud, “darnos tiempo”, debería ser un elemento fundamental para redefinir un modelo turístico que hoy, dominado por las lógicas mercantiles, pone en el centro el consumo acelerado y compulsivo de lugares y experiencias. Los pocos grados de libertad que hoy podemos disfrutar como seres humanos son un espacio de disputa en donde nos enfrentamos a fuerzas que, como nos advierte Riechmann, nos gobiernan y recortan nuestra autonomía.
El peligro es hoy el capitalismo digital, y afirma de forma contundente: “Lo que debería preocuparnos no es tanto cómo bailan los electrones en la cabeza, sino más bien cómo han aprendido a manipularnos la propaganda de los siglos XX y XXI” (pág. 95). Y sentencia: “la desarticulación social y el control a través del algoritmo informático es uno de los determinantes mayores de nuestro presente, y probablemente la mayor amenaza para la libertad humana”. Cómo advierten Pablo Martínez y Jorge Sequera en La ciudad en tu móvil y el “giro digital” en el capitalismo urbano:
“Una nueva organización espacial en (de) las ciudades que se apoya en un cambio de paradigma, que apuesta por un capitalismo tecnológico. Se dispone así un espacio híbrido entre “lo urbano” y “lo digital”. Estos ensamblajes y desensamblajes complejos en la ciudad están teniendo profundas consecuencias en el comercio, la movilidad, la concentración del control sobre los recursos comunes urbanos, así como los flujos de información y la inversión de capital, como elementos centrales de un entorno urbano en constante proceso de cambio. Nos referimos a los impactos urbanos que la economía de plataformas está teniendo sobre la forma en que nos relacionamos en nuestra vida cotidiana en/con la ciudad.” (El Salto, 22 de junio de 2022)
O cómo avisaban Gema Martínez-Gayo y Nuri Soto en la mesa dedicada a Turismo y Trabajo de la Escuela de Verano 2023 de Alba Sud, en el marco de las condiciones de trabajo: la digitalización, lejos de suponer una mejora de las condiciones laborales, ha supuesto, por un lado, un mayor riesgo de substitución.
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