27-02-2024
Decrecimiento turístico
Editorial | Alba SudLa necesidad de una transición ecosocial que implicará un decrecimiento del metabolismo de nuestras sociedades nos impone la tarea de identificar las contradicciones que esto conlleva y proponer alternativas sobre cómo debe producirse también una “contracción” y transformación en las prácticas turísticas. Desde Alba Sud nos sumamos a este reto.
Crédito Fotografía: Imagen del Colectivo Desazkundea
El decrecimiento de las economías y del metabolismo social no es una opción política sino una necesidad humana de primer orden. Requiere profundos cambios en los actuales estilos de vida, de los que el turismo forma parte. A pesar de esto, al deshacernos del modelo turístico hegemónico al servicio del capital, no podemos perder los logros sociales y democráticos vinculados a necesidades humanas genuinas de ocio, recreación y esparcimiento.
La humanidad se enfrenta en este siglo a un reto enorme: garantizar una vida digna para todas y todos en un planeta sano y habitable. A pesar de advertencias fundamentadas, como el conocido popularmente Informe Meadows, “Los límites del crecimiento”, de 1972 (Meadows et al., 2000), donde ya se advertía que entrábamos en una época incierta de extralimitación, las sociedades humanas han seguido acelerando su carrera suicida hacia una crisis ecológica de proporciones incontrolables. Medio siglo después de ese premonitorio informe, sabemos por la ciencia y tenemos evidencias cada vez más palpables de cómo nuestro metabolismo social está forzando y desequilibrando el metabolismo ecológico del planeta. La policrisis en la que nos encontramos, contiene una dimensión ambiental,con el proceso de cambio climático y el declive de la biodiversidad. Pero también contiene una crisis energética, que apunta a una previsible menor disponibilidad de energía y materiales para sostenerse. Y como consecuencia de ambas, una dimensión social y humana en forma de aumento de las desigualdades, pobreza, guerras, hambre y migraciones masivas, que amenazan cada día a más poblaciones del mundo. Y todos estos factores tienen también que ver con el turismo, lo cual agudiza la vulnerabilidad y riesgo de aquellos territorios que más se han especializado en este tipo de actividades (Bianchi y Milano, 2023).
Imagen de Mika Baueister en Unspash.
Es en este sentido que el “decrecimiento” de nuestras economías y del metabolismo social, y su adecuación y reequilibrio con el metabolismo ecológico del planeta, no es una opción política entre otras, sino una necesidad humana de primer orden que no podemos esquivar ni posponer por más tiempo. Nos estamos jugando en todo ello la supervivencia de la humanidad. La cuestión, no menor, es cómo abordamos esta transformación, y cómo lo hacemos de una forma justa y equilibrada para todos los pueblos del mundo, sobre todo cuando son obvias las diferentes responsabilidades, entre territorios y clases sociales, respecto al impacto ambiental y la “huella ecológica” de los distintos estilos de vida sobre el planeta.
Turismo, cambio climático y desigualdad
El turismo es un de los principales causantes de la degradación ambiental en el planeta (Hall et al., 2015). Según diversas estimaciones, es responsable de entre el 8% y el 10% de las emisiones a nivel global (Tourism Panel On Climate Change, 2023). Algunas de sus causas son la concentración de construcciones para el alojamiento y la restauración, los grandes complejos hoteleros que modifican el entorno, congestionan los espacios y generan contaminación y problemas de gestión de residuos y, especialmente, las emisiones del transporte turístico, que se incrementaron un 65% entre 1990 y 2019. Y donde el transporte aéreo concentró el 74% del total de esas emisiones en ese último año (Tourism Panel On Climate Change, 2023).
Lo cierto es que, a pesar de que se intenta transmitir el mensaje de que la utilización del transporte aéreo se reparte entre la totalidad de la ciudadanía, la realidad es que la mayor parte de la población mundial no ha volado nunca y, posiblemente, nunca lo haga, por razones económicas o de otra índole (Gösling et al., 2019). Y para comprender mejor esta desigualdad resultan básicos dos conceptos: la hipermovilidad aérea y el consumo de lujo. En cuanto a la primera, la hipermovilidad, se ve favorecida por los estilos de vida actuales de los países ricos: la gran aceptación social que tiene hoy en día el uso del avión, los programas de fidelidad de las compañías aéreas (Cohen, 2016) y, también, por esa idea de “no perderse nada” fomentada por las redes sociales (Cohen et al., 2022; Higham et al., 2021). Y, por otro lado, tenemos los jets privados y la utilización de la primera clase de los aviones, de su elevada huella de carbono en relación con viajar en turista o en otro medio de transporte como el tren (Cohen, 2023). Esto se debe a las propias características de lujo de estos servicios, que se reparten entre un número reducido de personas y que incrementan el consumo de combustible por ocupante y distancia. Por todo ello, la necesaria transición ecosocial implica unos cambios en los estilos de vida de los que el turismo no puede desligarse.
Imagen de Yaroslav Muzychenko en Unsplash
Estos últimos días, un estudio los posibles efectos del calentamiento global ha logrado modelizar las consecuencias que esté podría tener sobre las corrientes oceánicas en el Atlántico norte. La ralentización o desaparición de la AMOC (acrónimo en inglés de corriente atlántica de vuelco meridional) provocaría, según estos estudios, un enfriamiento drástico de Europa, haciendo inhabitables zonas densamente pobladas. Esta inquietante previsión se une a la que pronostica un calentamiento de las regiones ecuatoriales que también se convertirían en territorios inhóspitos para la vida humana. El panorama climático que se abre para miles de millones de personas es catastrófico.
El modelo turístico actual, altamente dependiente de formas de movilidad basadas en el uso masivo de combustibles fósiles, es un emisor importante de gases de efecto invernadero. Por tanto, el turismo de viajes a largas distancias, mayoritariamente en avión o barco, forma parte del problema. Pero también lo es un turismo de proximidad, más cotidiano, cuando implica la hipermovilidad de millones de vehículos privados. Por otra parte, hemos de tener en cuenta las fuertes necesidades de recursos que tienen las regiones y los centros turísticos. Necesidades de consumo que se cubren a partir de un masivo transporte internacional que suma emisiones a las ya propias de la movilidad directa de las personas que hacen turismo.
La vieja idea del turismo como “una industria sin chimeneas” es radical y ridículamente falsa. El turismo, en su versión actual, es también responsable de los procesos de calentamiento planetario y de sus posibles consecuencias dramáticas. Como expresión privilegiada del capitalismo fósil, pone en evidencia su elevada vulnerabilidad a las emergencias crónicas derivadas de este modelo de desarrollo (Malm, 2021).
Responsabilidades desiguales
La hipermovilidad turística es un privilegio de una pequeña parte de la humanidad, cuyos estilos de vida no son los de las grandes mayorías del planeta. Grandes masas de la humanidad ni tan solo tienen acceso a unas simples vacaciones y mucho menos a poder realizar viajes a larga distancia. Por tanto, cuando hablamos de decrecimiento no interpelamos por igual a todos los habitantes del planeta. Los países ricos y sus clases privilegiadas son directamente responsables de la mayor parte de las emisiones. Es una cuestión de clases y las vías para avanzar por el camino de la transición ecosocial implicarán, necesariamente, alternativas sociales colectivistas e igualitarias.
Acto de conmemoración en Sant Martí, Barcelona, 2021. Imagen del Ayuntamiento de Barcelona.
En consecuencia, el decrecimiento, ecológicamente urgente, deberá ser socialmente justo para aquellas poblaciones que no han disfrutado de las ventajas del acelerado crecimiento económico del último siglo. Y a pesar de esta distribución desigual de responsabilidades, los efectos climáticos no hacen este tipo de distinciones. Contrariamente, sus consecuencias son previsiblemente peores para los sectores sociales y territorios más vulnerables. En particular, para las mujeres del Sur Global, agudizando las desigualdades de género ya existentes. Por tanto, habrá que pensar y planificar formas de transición que a la par de profundamente igualitarias, tengan en cuenta los límites biofísicos del planeta. Pero, además, el decrecimiento en los países del Norte y, en especial, de los sectores privilegiados del planeta, podría posibilitar un proceso de descolonización en el Sur, por cuento reduciría las presiones extractivas y de contaminación al reducir la cantidad de material y energía metabilizada (Hickel, 2023).
¿Cómo decrecemos?
Una transición socioecológica, que debería consistir en decrecer en unos casos y, en muchos otros, crecer de forma distinta, nos devolvería a unos límites de funcionamiento metabólico acorde con una preservación de un equilibrio ecológico que nos garantice la supervivencia. Todo esto, no puede llevarse a cabo con patrones homogéneos. Los estilos de vida de los países ricos, que algunos autores denominan acertadamente “imperiales”, tendrán que modificar y reducir substancialmente sus capacidades respecto a otros cuya responsabilidad es menor o incluso nula. El decrecimiento debe ser justo y permitir vidas dignas para aquellos que hoy no las tienen. No puede ser un manual de instrucciones universal elaborado por aquellos que nos han conducido a este callejón sin salida.
Por tanto, la transición ecológica debe de ser socialmente justa y permitirnos caminar hacia un modelo que supere el capitalismo. Sin esta transformación social, que deje atrás un modelo basado en el crecimiento continuo, en el lucro privado, la competencia a ultranza y la acumulación de capital en pocas manos, es imposible evitar la catástrofe a la que nos dirigimos. No hay posibilidad de un “capitalismo verde” por mucho que determinados sectores políticos se aferren a ello. Un sistema basado en el crecimiento acelerado no puede sostenerse dentro de un planeta que nos muestra sus límites ecológicos. Debemos transitar hacia una sociedad más austera, igualitaria y colectivista, un orden mundial cooperativo, solidario y puesto al servicio de la vida humana y no del beneficio económico privado.
Otro turismo es posible
El decrecimiento turístico puede entenderse como una estrategia capaz de intervenir en distintos planos: a) resistir la violencia estructural que conllevan los procesos de turistificación; b) reducir de forma planificada tanto de recursos como de residuos; c) disminuir el peso del turismo en los lugares con mayor actividad y dependencia, favoreciendo los procesos de diversificación económica; d) reorganizar la actividad turística bajo principios poscapitalistas; e) repensar las prácticas de turismo, ocio y recreación bajo nuevos prismas; f) y avanzar en su desmercantilización (Murray et al., 2023).
Imagen de No Name 13 en Pixabay.
Por lo tanto, igual que tenemos que transformar la producción y la reproducción de la vida, también debe haber lugar para unas nuevas prácticas turísticas, ni alienantes para los seres humanos ni destructivas para la naturaleza en la que vivimos y de la que dependemos. Un nuevo turismo no ajeno tampoco a nuestra dependencia del resto de la humanidad. Que seamos capaces de no asociar, inevitablemente, el hecho de viajar a tener que hacerlo cada vez más a menudo y más lejos, sino que tengamos también la posibilidad de acceder a un ocio cercano, en términos de igualdad, y que sepamos valorarlo.
En este sentido, necesitamos propuestas ecosociales, decrecentistas y poscapitalistas, también en el turismo, que abran nuevos horizontes de esperanza (Cañada, 2023). Entender este, no como una actividad mercantil y basada en las lógicas consumistas que lo han caracterizado en el último siglo, sino cómo una práctica que responde a necesidades humanas básicas. A saber, el descanso, la salud y el desarrollo moral y cultural de las personas. No podemos olvidar que el tiempo liberado del trabajo, la reducción de la jornada y las vacaciones pagadas son una conquista social fruto de las luchas de las clases trabajadoras en pos de lo que hoy llamamos una “vida buena”.
Para esta transformación, que no podemos posponer, debemos evitar que, al lanzar el agua sucia del turismo mercantilizado y consumista se nos vayan también las conquistas sociales democráticas que responden a genuinas necesidades humanas para lograr vidas dignas y saludables. Tenemos que universalizar estas conquistas y ser capaces de contenerlas dentro de los límites de un metabolismo ecológico que nos garantice una vida buena en un planeta habitable. Dentro de este esquema también tienen que incluirse unas condiciones de trabajo dignas para los y las trabajadoras del turismo. El modelo de ocio que hoy depreda la naturaleza también precariza y hace vulnerables a aquellas que trabajan en él, inmersas ambas en una destructiva espiral dialéctica.
Así, a modo de conclusión, debemos empezar a poner al turismo en el centro de las medidas para favorecer una sociedad ecológicamente sostenible. Y ello implica modificar la manera en la que lo entendemos, así como buscar alternativas viables para el ocio, el tiempo libre y los viajes, para que sean más respetuosos con el entorno y que no generen desigualdad social.
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