02-05-2024
¿A qué “nosotros” apela Anna Pacheco?
Ernest Cañada | Alba SudLa periodista y escritora barcelonesa acaba de publicar el libro “Estuve aquí y me acordé de nosotros. Una historia sobre turismo, trabajo y clase” (Anagrama, 2024). En este breve ensayo destacan una serie de cuestionamientos que agrietan los relatos hegemónicos alrededor del turismo en los que sitúa el trabajo en el centro de sus reflexiones.
Crédito Fotografía: Archivo Alba Sud.
La periodista y escritora Anna Pacheco acaba de publicar el libro Estuve aquí y me acordé de nosotros. Una historia sobre turismo, trabajo y clase (Anagrama, 2024): un ensayo donde mezcla testimonios y reflexiones nacidas del trabajo de campo llevado a cabo en varios hoteles de Barcelona, y también de revisar y pensar productos culturales muy diversos. Durante meses, con complicidad sindical, se coló y asistió a reuniones de comités de empresa, celebraciones del personal o negociaciones con altos cargos directivos. Recogió también grabaciones y audios de voz que le enviaban personas que trabajaban en estos hoteles, de los cuales no da su nombre y los representa como uno solo, prototipo de un modelo de turismo de lujo por el cual se apuesta en Barcelona. De Anna se ha destacado su capacidad para infiltrarse y, pasando desapercibida, ser testigo de cosas que a menudo imaginamos, pero que nos resultan inaccesibles. Así lo acreditaba su crónica en El País sobre la feria inmobiliaria The District el año pasado. Pero más allá de esta innegable habilidad, creo que en este nuevo libro destaca la virtud de elaborar una serie de cuestionamientos que contribuyen a agrietar los relatos hegemónicos. Y es precisamente sobre estas preguntas que se hace que me interesa continuar su reflexión.
En una ciudad turistificada como Barcelona, como ocurre en muchas otras que viven una situación parecida, el foco de la atención crítica se ha situado en el terreno de aquello que ocurre fuera de los establecimientos turísticos: incremento del coste de la vida, pérdida de vivienda asequible, congestión del transporte público, destrucción de tejido comercial de proximidad, expolio de recursos naturales como el agua, masificación y, en general, percepción de pérdida de la ciudad expresada a partir de múltiples preocupaciones, reactivadas aún más después de la pandemia. Pero el debate público se ha situado menos en el terreno del trabajo, bloqueado por el argumento de que el turismo genera empleo, a excepción de la capacidad que tuvieron durante un tiempo las asociaciones de “kellys” de irrumpir con sus denuncias y demandas. Esto es un problema, porque una parte de la población se siente fuera de la discusión, o interpelada en términos que no la convencen a causa del “realismo capitalista” imperante, del que hablaba Mark Fisher.
Y es el ámbito del trabajo desde el cual Anna Pacheco construye su análisis. Lo hace desde una triple vertiente: el de la precariedad laboral de quien atiende los negocios turísticos, pero también el de las clases trabajadoras que hacen turismo o aspiran a hacerlo y, todavía más, el de toda la gente que haciendo su vida cotidiana en una ciudad turistificada trabajamos sin saberlo (ni cobrar), dotando a los turistas de escenarios de interés y atractivo. Este es el “nosotros” con el cual Anna Pacheco abre y cierra su libro, y que convierte en el hilo conductor de sus pensamientos. Abordar la discusión desde una perspectiva de clase, entrelazada con el género y la raza, centrado en la empresa turística como espacio de producción, de consumo y de transformación urbana, podría ser un marco oportuno desde el cual ampliar los límites del debate turístico.
En “Estuve aquí y me acordé de nosotros”, el trabajo turístico se hace visible a través del malestar que expresan los testimonios de las trabajadoras y los trabajadores de los hoteles. Por contraste, los premios y los discursos integradores de directivos presuntuosos (ay, Palas, cómo sales retratado, y que ridículo suenas) resultan obscenos. Con el uso de expresiones como “talento” o “colaboradores”, intentan ocultar que los hoteles pueden abrir porque hay gente que trabaja en ellos, y que no son los de marketing ni los directivos quienes, en realidad, los hacen funcionar. Pero esta tensión entre direcciones y sus plantillas es permanente. La integración reclamada en los “tenemos que remar todos juntos” o “somos una gran familia”, y fórmulas parecidas, no es posible porque las directivas de los hoteles han asumido como pilar de su funcionamiento la flexibilidad y los bajos costes laborales. El resultado es la precariedad generalizada, que se expresa en última instancia en el agotamiento, el dolor, la ansiedad, el insomnio y el recurso sistemático a la medicalización. Hoy, los hoteles en Barcelona se basan estructuralmente en una clase trabajadora que depende de los fármacos para poder hacer su trabajo, no para evadirse de él, sino para soportarlo.
Durante mucho tiempo, se nos explicó que los problemas de la calidad del trabajo en el turismo eran fruto de la estacionalidad, que generaba caídas en la demanda y, por lo tanto, contratación temporal. Pero –cuidado con lo que deseas– cuando en ciudades como Barcelona se ha conseguido desestacionalizar el turismo, que ya nunca se detiene, su trabajo no ha mejorado significativamente. Y tampoco lo ha hecho por el mayor poder adquisitivo de su clientela (aquello del turismo de calidad como forma de hacer más digerible la apuesta clasista por la elitización). Lejos de los discursos simplificados elaborados en gabinetes de comunicación empresarial, la precariedad es real, resultado de decisiones tomadas muy arriba.
En este contexto de naturaleza violenta, Pacheco se pregunta si el contacto cotidiano con las élites y sus caprichos y lujos provocaría un resentimiento de clase. Pero como bien explica, lo que se encuentra es más bien la frustración por no poder acceder a ese mundo y, por otro lado, a ciertas formas de resistencia no formales. Y, en un ejercicio de honestidad intelectual poco habitual, incluso se cuestiona si esta pregunta tiene sentido y si no sería producto de sus idealizaciones y deseos. Pero si se mira qué está pasando en el sector, con escasa sindicación y capacidad para plantear conflictos laborales que mejoren unas condiciones laborales extremadamente precarias, no debería extrañar que cueste tanto encontrar este rechazo. Sin identidad de clase, construida en el conflicto, y sostenida por instituciones propias y una cultura que la consolida, el malestar difícilmente se transforma en otra cosa. Pero esto no siempre ha sido así. El año 1978 se publicaba un libro singular: la radiografía detallada de cómo funcionaban hoteles de diferentes categorías. En Costa del sol. Retrato de unos colonizados (Cuadernos de Campo Abierto), de Juan José Galán, Ángel Martín, Josefina Ruiz y Antonio Mandly, había voluntad colectiva de conocimiento que tenía una intencionalidad política clara: ocupar los hoteles para que su personal los controlara y gestionara. Y para ello había que saber exactamente cómo funcionaban. Hacer un libro así hoy es inimaginable. Era producto de un contexto histórico y de una cultura de clase construida en el conflicto y que del resentimiento de clase había pasado a querer apropiarse y hacer suyas aquellas infraestructuras. Esto es lo que Anna no encuentra en estos momentos en los hoteles de Barcelona, y deja testimonio de ello. Por eso, preguntas que podrían parecer supuestamente ingenuas, planteadas fuera de los marcos políticos y académicos predominantes, pueden iluminar situaciones sobre las cuales tiene todo el sentido cuestionarse sus razones.
Así las cosas, la otra pregunta relevante que aborda extensamente el libro es qué papel juega el turismo como opción de consumo de masas. Y Anna describe bien como el turismo ha sido un potente mecanismo para la construcción de un ideal de clase media y como, al mismo tiempo, ha contribuido a su desclasamiento, un tema al cual le ha dado muchas vueltas desde su novela, Listas, guapas, limpias (Caballo de Troya, 2019). Gracias al consumo turístico, las clases trabajadoras dispusieron de nuevas formas de organizar su descanso y ocio, pero al mismo tiempo, a través de su constante mercantilización se han visto abocadas a una carrera hacia unos ideales que las alejaba de una cultura de clase propia. La campaña publicitaria de Halcón Viajes, “Curro se va al Caribe”, de mediados de los años noventa, simbolizaría esta apuesta por un consumo turístico aspiracional. Primero, siguiendo las formas tradicionales de un turismo fordista bajo la expectativa de poderse igualar al resto, el “yo también he estado”. Después, a medida que el postfordismo conquistaba el mercado turístico, el elemento de distinción era la singularidad, el “mira dónde he estado”. Con esta operación, ganaban sentido las premonitorias palabras de Pier Paolo Pasolini, cuando en 1968 argumentaba que la burguesía se debía entender como una enfermedad altamente contagiosa.
¿Significa esto que no es posible otra forma de turismo? Negar esta opción sería una lectura. Pero Anna Pacheco apuesta por un ejercicio más complejo: buscar por qué vías las clases trabajadoras podrían acceder a un tiempo de ocio liberado del trabajo, que podría incluir o no el turismo, con capacidad de fortalecer una cultura de clase propia. Su investigación es hecha a tientas, porque la reflexión es todavía incipiente, pero intuye que este es un terreno de disputa política clave a la cual nos aboca la crisis ecológica y la imposibilidad de continuar haciendo turismo como se ha llevado a cabo durante las últimas décadas. Y por eso acierta también cuando pone en el foco de su crítica y rechazo a las élites, las que conforman el capital turístico y las que lo disfrutan. El “nosotros” de Anna Pacheco, las clases trabajadoras, debería estar en el centro de cualquier debate que quiera abordar la transformación del turismo desde perspectivas emancipatorias.
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