12-09-2024
Turismo comunitario y género
Gema Martínez-Gayo | Alba SudEs habitual que se destaque la capacidad del turismo comunitario para ofrecer oportunidades de empleo y autonomía, pero ¿realmente podemos afirmar que es un instrumento eficaz para empoderar a las mujeres? ¿Existen aspectos que favorecen o dificultan ese proceso?
Crédito Fotografía: Marcelo Trujillo en Pixabay.
La división sexual del trabajo determina, todavía hoy, las oportunidades y condiciones laborales de las mujeres. Esta forma de organizar y distribuir las tareas les supone, en numerosas ocasiones, sufrir precariedad, pero resulta muy ventajoso para el funcionamiento del sistema capitalista (Cruz Coria et al., 2023). Se les asignan las labores reproductivas, por considerarlas innatas para ellas y, por tanto, fáciles de desempeñar, cuando no gratuitas. Pero las formas de dominación y opresión que les afectan son diversas y pueden interrelacionarse entre ellas, así debe tenerse en cuenta también su origen, raza o la clase social (Guelke, 2014; Pastor-Alfonso y Espeso Molinero, 2021). Esto las sitúa en una posición de desigualdad y de subordinación respecto a los hombres en la sociedad (Cruz Coria et al., 2023), y, por tanto, también en el turismo.
Papel de la mujer en el turismo comunitario
En los años 90, América Latina mostró un interés claro por impulsar actividades como el turismo rural, el ecoturismo o el turismo comunitario. Este hecho guarda relación con la caída de los precios de los productos alimentarios a nivel internacional y la retirada del apoyo económico del Estado a las zonas campesinas, fruto de las medidas neoliberales imperantes, lo que favoreció el papel más protagónico del sector terciario (Cañada, 2019; Pérez Galán y Fuller, 2015). En ese contexto, el turismo comunitario se presentaba como una actividad complementaria a las tradicionales agrícolas, que permitiría obtener nuevos ingresos a través de una mayor participación, así como una oportunidad de que las mujeres se “empoderaran” a través de esta.
Mercado en Ecuador. Imagen de Herbert Bieser en Pixabay.
Al turismo se le reconoce ampliamente su papel a la hora de generar opciones de trabajo e ingresos, especialmente a sectores de la población que cuentan con dificultades para ello, como es el caso de las mujeres. Esto ha reforzado la idea de que estas actividades las empoderan, sin llevar a cabo un análisis más profundo sobre las condiciones reales que soportan (Cruz Coria et al., 2023). En el ámbito rural esas posibilidades se ven muchas veces sobredimensionadas dadas las escasas alternativas con las que suelen contar. Se le atribuye la capacidad de proporcionar independencia económica sin tener en cuenta que puede reforzar las desigualdades de género, la precariedad laboral o la discriminación racial. Los trabajos que realizan se encuentran íntimamente relacionados con las tareas domésticas y, por tanto, son poco valorados. Los salarios son menores a los de los hombres, persiste la segregación ocupacional y es común que se sientan sobrecargadas (Cruz Coria et al., 2023; Pastor-Alfonso y Espeso Molinero, 2021).
En cuanto al turismo comunitario, no existe un acuerdo sobre el papel y el alcance que puede llegar a tener en el empoderamiento de las mujeres (Cañada, 2019). Por un lado, existen investigaciones con visiones muy positivas de sus efectos, como el de generar puestos de trabajo, de autonomía financiera, ampliar los contactos o la participación en el ámbito público. Mientras que otras destacan las consecuencias negativas, como la de reproducir los estereotipos de género del ámbito reproductivo en el productivo, la extensión de las jornadas o la persistencia de la invisibilidad (Díaz Carrión, 2010).
Resulta complejo ofrecer una respuesta inequívoca a este respecto, de modo que autores como Ernest Cañada (2019) abogan por realizar análisis específicos, en periodos largos de tiempo, en los que se estudie el contexto, las razones que han dado origen a la propuesta y la variedad de formas de organización y gestión existentes. Además, se deben abordar aspectos culturales, de raza o etnia. Esto último es básico en las comunidades indígenas, donde en los procesos de desigualdad se incluyen factores del pasado colonial, así como por las luchas de las mujeres por avanzar y lograr afrontar los cambios sin perder sus tradiciones. La introducción del turismo comunitario parecía ofrecer nuevas oportunidades, aunque todavía no ha quedado claro hasta qué punto se han materializado esas promesas de empoderamiento para ellas (Pastor-Alfonso y Espeso Molinero, 2021).
Turismo rural comunitario en México
En la comunidad indígena de etnia maya lacandona (Nahá), las ocupaciones se encuentran claramente diferenciadas por cuestión de género y recae en ellas la elaboración de comidas, algunos quehaceres agrícolas, el cuidado de los animales y el trabajo doméstico (Pastor-Alfonso y Espeso-Molinero, 2021). La introducción del turismo ha supuesto cambios en las relaciones interpersonales, ya que se han ampliado los contactos con personas de otros territorios. También ha favorecido la formación y la división de tareas no se muestra tan rígida, ya que suelen repartirse entre las personas integrantes de la unidad familiar cuando la actividad turística se vuelve más demandante. Algunas de ellas ocupan cargos en la comunidad, lo que les da visibilidad y, también, se ha apreciado cierta flexibilización de las normas comunitarias que les afectaban. No obstante, sí que debe destacarse que el contar con mayor nivel formativo o el apoyo familiar son todavía importantes de cara a avanzar en estos aspectos y realmente queda mucho por mejorar en cuanto al reparto y ejercicio del poder político o en la asignación de roles (Pastor-Alfonso y Espeso-Molinero, 2021).
Oaxaca. Imagen de Rebeca Cruz Galvan en Pixabay.
En el caso de la Reserva de la Biosfera Los Tuxtlas (Veracruz), cuando se implantó el proyecto de ecoturismocomunitario, el gobierno federal estableció como obligación, para el acceso a la financiación, que las mujeres fueran socias de estos establecimientos (Díaz Carrión, 2010). Pero lo cierto es que esta iniciativa ha mostrado efectos diversos en cuanto al logro de la igualdad de género. Por un lado, ellas desempeñan las labores de cuidado junto a las turísticas, muy vinculadas con estas, lo que incrementa sus jornadas. El éxito obtenido por los ingresos del servicio de comedor ha conseguido darles visibilidad y que los hombres realicen ciertas actividades en momentos puntuales, pero sin lograr eliminar la segregación ocupacional existente y sin evitar que proporcione menores salarios que los trabajos con mayor presencia masculina, como es la de guía. Pero, por otro lado, el liderazgo que han asumido les ha supuesto un reconocimiento exterior, el aumento de contacto y relación con otras personas, el desarrollo de nuevas destrezas, la mejora de su autovaloración personal y cierto cuestionamiento de los roles de género (Díaz Carrión, 2010).
En la comunidad de San Antonio Cuajimoloyas (Oaxaca), el proyecto de ecoturismo comunitario combina la observación de la flora y fauna, recorridos guiados, deportes y actividades que favorecen la transmisión de su cultura y gastronomía. Los hombres tienen un papel predominante en las asambleas comunitarias donde ejercen de representantes de su unidad familiar. Existe división de tareas, también en el turismo, donde cargos como el de coordinador nunca fue desempeñado por una mujer, mientras que son ellas las que siempre ejercen de recepcionistas. El trabajo doméstico recae básicamente en ellas, por lo que han visto como sus jornadas se alargaban (Tellez Lázaro, 2023). Pero, también se han producido avances en su nivel de independencia por su aportación en la economía familiar, especialmente en el caso de que sus parejas ocupen cargos comunitarios y eso les impida obtener ingresos. También ha favorecido el acceso a la formación y a un mayor contacto con otras personas. Se aprecia un aumento de presencia de los hombres en la realización de las labores domésticas y de cuidado, lo que parece indicar un proceso de modificación en las relaciones de género y en las “masculinidades indígenas”, tal y como describe Tellez Lázaro (2023).
Algunos ejemplos en Perú y Ecuador
Beatriz Pérez Galán y Norma Fuller (2015) investigaron las asociaciones de turismo rural comunitario quechuas, en el sur de Perú, y observaron resultados diversos en cuanto al logro de la igualdad en estas iniciativas. Esto se debe a que se encuentran condicionadas por la por las características concretas de la actividad o el lugar analizado. Mientras que en algunas experiencias comunitarias las mujeres destacan las consecuencias positivas para su independencia económica y personal, en otras resaltan más los aspectos negativos por la sobrecarga de trabajo. Esto último porque realmente los ingresos se dedican mayoritariamente a la economía familiar y siguen sin apreciar una mayor consideración por parte de sus parejas o que su papel social sea más significativo. Entre los elementos que favorecen el avance en la igualdad, las autoras señalan la cercanía de centros urbanos para mejorar la formación de las personas jóvenes, la conectividad y las posibilidades de negociación. Mientras que, como barreras, estarían las acciones formativas sin perspectiva de género, que refuerzan los roles tradicionales y la discriminación racial y étnica (Pérez Galán y Fuller, 2015).
También en Perú, en el Valle Sagrado del Cusco, existe una división de tareas, donde los hombres realizan actividades agrarias, y otros trabajos en las zonas urbanas, y ellas desempeñan las reproductivas y de cuidado, aunque con deseos de cambio especialmente entre las personas más jóvenes. El peso del turismo comunitario recae principalmente en ellas, quienes participan también en los quehaceres del campo cuando se necesita, y los hombres realizan labores domésticas cuando la afluencia turística lo exige, debido a que este se identifica como una buena forma de obtener ingresos. Esto juega un papel importante para las mujeres, en la mejora de su autovaloración y en la obtención de independencia. El que contribuyan económicamente al mantenimiento del hogar ha propiciado que algunos hombres se muestren más favorables a participar en tareas que tradicionalmente se consideraban “femeninas” en el contexto turístico. Y también ha supuesto que algunas de ellas cuenten con mayor poder, liderazgo y se refuercen las relaciones con otras mujeres de la comunidad (Mellado, 2021).
En la comunidad de Santa Bárbara (Ecuador), la población mayoritariamente indígena kichwa, se dedica a la construcción, la siembra de productos y a la actividad turística. Los hombres trabajan habitualmente fuera del hogar y son ellas las que se encargan de la agricultura y el turismo (García Palacios, 2017). La introducción de este último favoreció su visibilidad, ya que son ellas las que reciben en sus casas a las personas que les visitan. También supuso que salieran más a menudo y se relacionaran con más personas, una participación más activa en la toma de decisiones y una revalorización de su trabajo, especialmente por su contribución económica al mantenimiento familiar. No obstante, esto también les supuso un incremento de la carga laboral y de sus jornadas. En cuanto a el cambio de relaciones de género, García Palacios (2017) apunta a la necesidad de mejorar este tipo de formación, a través de la inclusión en ella a toda la comunidad y no limitarse a las mujeres.
¿Empodera realmente el turismo comunitario?
La presencia de mujeres en una actividad no asegura que esta se desarrolle en términos de igualdad. Debemos mirar más allá de lacreación de oportunidades de empleo y la generación de ingresos, que son importantes, pero no una condición suficiente para asegurar que los proyectos de turismo comunitario suponen su empoderamiento. Se necesita evaluar hasta qué punto cuentan con autonomía, si intervienen de manera activa en la toma de decisiones, si disponen de recursos, de capacidad de organización y si eso posibilita un cambio en la situación de desigualdad que experimentan (Díaz Carrión, 2010; García Palacios, 2017). Todo ello, sin menospreciar que pueden lograrse pequeñas transformaciones progresivas que requerirán de un seguimiento a largo plazo (Cañada, 2019) y que pueden ser relevantes.
Imagen de Herber Bieser en Pixabay.
En América Latina, el turismo comunitario generó una serie de expectativas en cuanto a las posibilidades de empoderamiento femenino que no han podido confirmarse, más bien los resultados alcanzados al respecto han sido diversos, incluso dentro de un mismo proyecto. Así se observa la persistencia de la división de tareas, las jornadas extenuantes, la segregación ocupacional o la falta de poder político. Aunque también que ganan en visibilidad, en posibilidades de formación y de relaciones, en una mayor participación en decisiones comunitarias, entre otras. Se necesita, por tanto, analizar las características propias de cada experiencia comunitaria, sus modelos de gestión y administración, aspectos como la raza y la etnia que afectan a los procesos sociales, los niveles formativos previos de las mujeres o el apoyo familiar con el que cuentan, así como los factores que favorecen el cuestionamiento de la asignación de tareas. Porque es importante tener en cuenta que los roles de género no son algo inamovible, que pueden negociarse y modificarse. Y que las mujeres en el turismo comunitario se enfrentan a ello, lo abordan, y logran cambios, aunque sean lentos. De ahí la importancia de destacar la labor y el esfuerzo que hacen por avanzar en logro de la igualdad sin perder sus raíces culturales.
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