19-09-2024
Nuevos caminos para el turismo de naturaleza
Raül Valls | Alba SudLa crisis ecológica que vivimos nos obliga a replantearnos de forma radical nuestras relaciones con la naturaleza. Este cambio le concierne especialmente al turismo y en general a como organizamos nuestro ocio y descanso en espacios naturales. Urge encontrar nuevos caminos para un turismo que responsa la transición ecosocial pendiente.
Crédito Fotografía: Raül Valls.
El turismo de naturaleza es uno de los modelos más extendidos y de los que mayor interés despierta. Siga playa o montaña, cada vez más personas eligen destinos turísticos en el medio natural. Nuestra capacidad de movernos de manera motorizada ha aumentado mucho en los últimos treinta años. A la vez, practicar el turismo de naturaleza, es decir, disfrutar del aire libre y del contacto con la naturaleza es mucho más que un lujo. Es también una necesidad humana de primer orden. Esto nos lleva a entender el turismo de naturaleza como una forma de satisfacer una necesidad provocada por un modelo de civilización que nos ha recluido en ciudades cada vez más alejadas de la natura.
Los seres humanos formamos parte de la naturaleza
La modernidad occidental hizo una distinción muy clara entre sociedad humana y naturaleza. Esta era vista como una cosa externa a nosotros. Una realidad para ser explotada, transformada o disfrutada, algo que podíamos controlar y poner a nuestro servicio. Con la llegada del capitalismo, la natura pasó a ser un objeto mercantil. De ella se extraen recursos que se convierten en objetos de consumo y en capital acumulable.
La reflexión ecologista, a partir de los años sesenta del siglo pasado, nos ha puesto ante una realidad muy diferente. Los seres humanos somos parte indestriable de la naturaleza y una relación de abuso “extractivista” acontece destructiva para la misma humanidad. La realidad se impone: somos ecodependientes y la necesidad de contacto con nuestro entorno natural es una constatación. La humanidad forma parte de la trama de la vida y esto implica que deteriorarla o destruirla se nos vuelve automáticamente en contra. Esto tiene que tener consecuencias para nuestras prácticas turísticas en los entornos naturales.
Crisis ecológica
La sociedad capitalista ha acelerado una crisis ecológica de consecuencias imprevisibles. Hace décadas que la ciencia avisa que hemos superado límites ecológicos. Contaminación del aire y el agua, calentamiento planetario y alteraciones del clima, subida del nivel del mar y cambios en la circulación en los océanos, pérdida de la biodiversidad y extinciones masivas de especies son algunas de las afectaciones que nuestro metabolismo social está provocando a la biosfera. Y no se trata solo de una cuestión climática, con veranos más calurosos y fenómenos meteorológicos extremos. Nos exponemos a cosas más graves: afectaciones al sistema mundial alimentario, zonas que acontezcan inhabitables, migraciones masivas, pandemias y otros daños para la salud, etc.
Escasez energética y de materiales
Esta es una cuestión muy importante y que muchas veces queda desgraciadamente fuera del debate. Estamos entrando en una época incierta. A la necesidad de dejar de emitir COpara parar el cambio climático se suma el declive del petróleo y de muchos materiales ya poco abundantes. No se acabarán de golpe, pero estamos dejando atrás la época en que eran abundantes y baratos.
Las energías renovables y el reciclaje son claramente la alternativa posible y deseable, pero muchas personas expertas nos avisan que tendremos que cambiar nuestros estilos de vida. La disponibilidad de energía de los tiempos dorados de los combustibles fósiles no será posible con las energías renovables. Estas tienen una menor densidad energética y no son tan fácilmente acumulables en stocks como el petróleo, el carbón o el gas. Para movernos hace falta energía. Y esto tiene consecuencias para el turismo en general y para las prácticas de recreación en la naturaleza.
Coll de Bracons. Fuente: Raül Valls.
El turismo de naturaleza no puede ser ajeno a la situación de policrisis
Cuando hablamos de turismo de naturaleza nos referimos a las prácticas de ocio que han estado hegemónicas el último siglo. Fueron primero las clases acomodadas las que, a mediados de siglo XIX, huyendo de urbes contaminadas por la reciente industrialización escapaban en el campo en busca de un aire más puro y de un contacto con la natura que en las ciudades ya era imposible. Por ejemplo, en Cataluña es famosa la recomendación del doctor Bartomeu Robert (1842-1902),quien recetaba a sus pacientes burgueses de Barcelona “los aires de Camprodon”. Esto atrajo una rica colonia cabe esta localidad del Pirineo, donde todavía podemos ver las grandes mansiones que se hicieron construir para pasar los veranos.
Paralelamente, las luchas obreras afanaban en conquistar más tiempo libre para la clase trabajadora (jornada de ocho horas, vacaciones pagadas) y unos entornos más saludables para la vida cotidiana. Estas reivindicaciones impulsaron durante la primera mitad del siglo XX proyectos públicos para un ocio y un descanso vinculado a una salud que las largas y penosas jornadas de trabajo malograban.
Durante los años del “desarrollismo” franquista, el desarrollo turístico giró alrededor de lo que denominamos “sol y playa”. Un modelo que, heredado de la centralidad de aquella investigación ochocentista de la salud, tiene también en la naturaleza y el contacto con ella su eje.
El turismo de naturaleza todavía es el modelo favorito, sobre todo cuando hablamos de turismo de proximidad, es decir, aquel turismo que hacen las poblaciones locales dentro de un radio de dos horas de viaje terrestre desde el domicilio habitual. Últimamente, hemos vivido una eclosión de propuestas y prácticas que van mucho más allá de las tradicionales salidas en la playa, el esquí o el excursionismo organizado. Con el llamado “turismo rural” se han multiplicado y diversificado actividades en muchos espacios naturales y rurales: el senderismo y la escalada han llenado muchas zonas de montaña, algunos ríos también se han convertido en zonas recreativas con actividades de barranquismo, kayaks, y los más populares y espontáneos baños a las pozas. Capítulo aparte merecen la eclosión de los deportes: carreras de montaña, rutas de bicicleta, etc., que más allá de su relación con hábitos saludables, han acontecido un fenómeno masivo y con impactos sobre el medio.
Todo ello ha generado una serie de problemas inesperados, sobre todo para pequeñas localidades rurales con un turismo de verano y de fines de semana limitado a las segundas residencias. A todo este proceso no ha sido ajena la intensa motorización y el crecimiento de las infraestructuras viarias. Estos pueblos se han visto últimamente obligados a gestionar, con pocos recursos, la llegada de centenares de vehículos y visitantes a lugares rurales que no estaban preparados para esta afluencia. Esto ha llenado de coches caminos rurales, zonas de río, accesos a montañas emblemáticas o a espacios de reconocido valor paisajístico y natural. Los medios de comunicación y las redes sociales también se han convertido en multiplicadores de esta sobrefrecuentación.
Propuestas para una relación contenida con nuestro entorno natural
Necesitamos estilos de vida con formas de relación con los entornos naturales menos agresivas. Y esto implicaría:
- Políticas públicas que ordenen el turismo en general y aquel vinculado con los espacios naturales y rurales en particular. El mercado y las empresas no pueden ser los que gobiernen sin límites las actividades de ocio en la naturaleza. No podemos aceptar que los entornos naturales acontezcan jardines o parques de atracciones para un ocio que proporciona beneficio privado. Es necesario un equilibrio y una regulación que facilite las actividades turísticas sin poner en peligro los valores naturales.
- Esta regulación implica poner en el centro la visita organizada. En esto estamos avanzando demasiado despacio. Más como reacción ante el problema que como planificación consciente. Hay que evitar el acceso incontrolado a espacios que se están masificando. Limitación de aforos, control del aparcamiento, reserva previa… son acciones que también benefician el visitante, el cual no tendrá que sufrir la misma masificación de la que está huyendo. Aun así, hay que evitar la mercantilización y elitización de estos lugares estableciendo un precio económico para acceder, más allá del coste para aparcar que nos puede permitir disuadir del acceso en coche.
- Desarrollar una red de transporte público en los entornos rurales que dé servicio a sus habitantes, que sea también accesible para el turismo y dé una alternativa al coche para las visitas a los espacios naturales. El coche no puede ser la única opción, hay que favorecer otros medios.
- Los medios de comunicación públicos tienen que ser responsables en estas cuestiones, y lo mismo se tiene que exigir a los privados. Hacen falta buenas prácticas y un código deontológico que dirija la información sobre los espacios naturales y evite una sobreexposición mediática que conlleva su masificación. Estas buenas prácticas se tienen que extender también a las redes sociales. En este entorno todo es más complejo, y es urgente dar mucha información y educación para sensibilizar los visitantes de los riesgos que implican la proliferación de selfis y comentarios en las redes.
- Políticas públicas y recursos para ordenar el acceso recreativo al medio natural. La falta de ordenación masifica ciertos lugares, mientras que otros son desconocidos. En términos de excursionismo hay una infinidad de caminos marcados y paisajes de gran valor inéditos, mientras las lógicas imperantes llevan los visitantes a los mismos lugares. Es necesario una diversificación de destinos y actividades, y esto implica planificación, organización e intervención pública.
Fuente: Raül Valls.
Un escenario de profundas transformaciones en las prácticas turísticas
Valores como la lentitud, la contención, la proximidad o unos estilos de vida más austeros también marcarán nuestros momentos de ocio. El turismo tiene que cambiar. En vez de los largos viajes en avión basados en la velocidad y en las lógicas consumistas, hay que regresar a un modelo que dé centralidad al descanso, la salud y la cultura.
Necesitamos un ocio no mercantil, no consumista y de proximidad. También ciudades pacificadas, verdes, saludables, con mejor convivencia y buena vecindad, y más integradas dentro de los espacios rurales y naturales que las rodean. De donde no haya que escapar compulsivamente para satisfacer nuestras necesidades de contacto con la naturaleza. Todo ello, y como nos apuntaba acertadamente el sociólogo y filósofo Joaquim Sempere, con unas vidas que pueden ser mejores, pero que necesariamente tendrán que ser más austeras.
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