01-10-2024
El turismo comunitario ante el reto de la proximidad y de la inclusión social
Bastien Montovert | Alba SudEl turismo comunitario, desarrollado históricamente dentro de una dinámica de intercambios Norte/Sur, tendrá que reinventarse en un mundo donde el turismo internacional va a decrecer inevitablemente por imperativos ecológicos. Ahora se trata de fijar un rumbo que responda a los conceptos de justicia social y climática, siendo conscientes al mismo tiempo de los límites ecológicos del planeta.
Crédito Fotografía: Comunidad Chimu, Puno Lago Titicaca. Imagen de Diego Choquehuanca, Tourcert.
Desde la revolución industrial, existe un amplio consenso científico en que la actividad humana es la principal causa del calentamiento acelerado del planeta, que conduce a alteraciones climáticas globales e incluso amenaza la supervivencia de la humanidad. Frente al hecho establecido, conocido desde la década de 1970 tras el informe Meadows, los Estados miembros se plantearon en la COP 21 de París de 2015 una serie de objetivos para contener el calentamiento global entre 1,5 y 2 °C como máximo en comparación con la era preindustrial. Aunque los Acuerdos de París pronto celebrarán su décimo aniversario, nuestra trayectoria actual nos lleva a un calentamiento de 2,7 °C a finales de siglo, el umbral de 1,5°C debería ser superado de aquí a 2030,según los escenarios modelizados por los últimos informes del IPCC. Ante esta emergencia climática y la ineficacia de los conceptos utópicos de “crecimiento verde” y “desarrollo sostenible”, parece inevitable que empecemos ya a construir un nuevo proyecto de sociedad que constituya una ruptura radical con la dinámica del actual sistema capitalista. El turismo, responsable de más del 10% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, no escapará en modo alguno a la necesidad de una revolución si quiere evitar un colapso generalizado.
Transformar (realmente) el turismo
Durante su aparición en France Inter el 24 de noviembre de 2022, el ingeniero Jean-Marc Jancovici, miembro del IPCC y figura nacional de la lucha contra el cambio climático en Francia, declaró la necesidad de reducir drásticamente nuestro uso del avión a «4 viajes en avión en una vida». El cálculo se basa en una regla de tres muy sencilla que toma como punto de partida los objetivos de los acuerdos de París en cuanto a las emisiones de GEI, la reducción prevista de las reservas mundiales de combustibles fósiles y el número de habitantes de la Tierra, partiendo del principio de que viajar en avión debe ser un derecho abierto a todos y no un privilegio reservado a una élite.
Esta propuesta causó un gran revuelo en la prensa francesa y en las redes sociales, y fue vista por muchos como una propuesta liberticida que alimentaba el delirio del decrecimiento. Sin embargo, para una minoría de agentes de la industria turística, estas palabras sonaron como un brutal recordatorio de la realidad del futuro del sector. Aunque imposible de poner en práctica en su estado actual, las ideas propuestas por el Proyecto Shift (un grupo de reflexión creado por Jean-Marc Jancovici) proporcionan una base para reflexionar sobre la necesidad de transformar radicalmente la industria turística, basándose en una forma elegida para el decrecimiento que se co-construye pacíficamente en línea con los principios de justicia climática y social, en lugar de una forma de decrecimiento forzada que se con imponga desde políticas autoritarias. Una de las dos mesas redondas organizadas durante la segunda edición de los diálogos de turismo equitativo en París organizados por ATES (Asociación para el Turismo Equitativo y Solidario) utilizó este postulado para iniciar los debates en torno a la pregunta “¿Qué papel juega el turismo equitativo en la transición ecológica?, buscando así superar las contradicciones inherentes a los conceptos de turismo sostenible y responsable.
De hecho, el turismo sostenible ha legitimado la integración de todos los territorios del planeta en la ecúmene turística, desde la Antártida hasta la Amazonia, en una dinámica de crecimiento con flujos que superaron más de un billón de turistas en 2019. La pandemia frenó por completo estos flujos exponenciales, brindando la oportunidad de volver a empezar desde una base diferente (Cañada & Izcara, 2021; Fletcher et al., 2021). Sin embargo, en lugar de apostar por una estrategia transformadora, la Organización Mundial del Turismo (ahora ONU Turismo) y las instituciones estatales prefirieron trabajar en una estrategia de “reactivación turística” en los mismos términos ecocidas anteriores a la pandemia, justificando el statu quo; mientras que la pandemia nos demostró que los políticos eran capaces de tomar medidas drásticas y brutales de forma rápida y a escala global.
Antigal, comunidad Hornaditas, Provincia de Jujuy, Imagen de Joaquim Benamara.
Hoy, frente a una pared aún invisible para algunos, parece fundamental jerarquizar nuevamente los objetivos del turismo “para transformarlo de un vehículo al servicio de la acumulación y reproducción del capital a uno que promueva la salud, el bienestar y el desarrollo personal, así como el pensamiento crítico.” (Fletcher et al., 2021). El papel de la comunidad científica, aunque todavía demasiado poco escuchada, es esencial en la producción de conocimiento y en la imaginación de escenarios para pensar e influir en las políticas públicas a favor de una transición ecosocial. En Francia, ciertas formas de turismo, como el turismo de deportes de invierno, cuentan ya con una importante literatura, con el fin, por ejemplo, de planificar la adaptación de las estaciones de montaña al cambio climático con la caída prevista del “oro blanco” (Vlès, 2021), aunque haya sido cuestionado recientemente por un informe de la Cour des Comptes por su inacción. En la misma línea, la labor prospectiva debería extenderse también a las formas de turismo desarrolladas en los países del Sur que dependen en gran medida de los aviones y de los combustibles fósiles, con el turismo comunitario (TC) en cabeza de lista.
Turismo comunitario, un concepto controvertido en la encrucijada
El turismo comunitario, que tiene sus orígenes en las zonas rurales de Sudamérica en un contexto de crisis agraria generalizada, siempre ha provocado fuertes reacciones y una percepción dual de sus impactos. Un enfoque, común en los círculos gubernamentales, adopta una visión un tanto simplista y entusiasta de sus repercusiones, mostrando la contribución financiera de este último como la solución tanto al desarrollo económico y social de las comunidades como, por extensión, a la pobreza y la protección del medio ambiente (Sariego López et al., 2013; Vilímková, 2015). Otro enfoque adopta una visión más crítica, al considerar, por un lado, que los ingresos generados por el turismo no son suficientes para provocar un cambio organizativo y social positivo en la comunidad y, por otro, que el turismo es incluso un vector de destrucción del tejido social comunitario y de consolidación de las desigualdades de género (Galán & Fuller, 2015; Perche, 2017).
Los recientes debates sobre el TC como herramienta de desarrollo han permitido construir visiones más matizadas, pero sobre todo mostrar la necesidad de repensar su modelo. En la actualidad, el TC, que sigue dependiendo en gran medida de la demanda, la financiación o de los canales de comercialización de los países del Norte, debe replantearse su desarrollo de forma endógena para adaptarse al declive de la globalización y reducir así su vulnerabilidad. Sin embargo, este aspecto no ha sido suficientemente abordado, como si esta problemática fuera demasiado espinosa para ser tratada.
Turismo comunitario, turismo local y turismo social, ¿un trío compatible?
La aparición del TC también se deriva de la evolución de las prácticas turísticas en la era posfordista, centradas en la personalización de la oferta, con el fin de recrear un fuerte sentido de alteridad para una clientela occidental en “busca de sentido”, encontrándose con las poblaciones locales de los países del Sur y de su modo de vida “regresivo” (Cañada, 2015; Galán, 2012; Perche, 2017). Si bien esta especialización en un turismo extranjero de alto poder adquisitivo permite no depender de una lógica de masificación para generar beneficios económicos, también reduce su potencial emancipador en el sentido de que la comunidad depende de variables exógenas (Fletcher et al, 2021) cuya vulnerabilidad ha quedado demostrada por la pandemia (Jouault et al., 2021), excluyendo aún más a parte de la clientela local. En definitiva, un modelo que desaparecerá en un mundo con un número limitado de vuelos en la vida. Así que, aunque resulte un tanto contradictorio, el turismo comunitario tendrá que reinventarse bajo el auspicio de la proximidad. Esta propuesta es un paso en la dirección de una mayor justicia climática, ya que los beneficios que aporta la llegada de visitantes extranjeros para las comunidades del sur se disipan en las consecuencias de las toneladas de carbono liberadas a la atmósfera por sus desplazamientos (Stay Grounded, 2022; The Shift Project, 2022).
Comunidad de Luquina Chico, Puno Lago Titicaca. Imagen de Bastien Montovert.
Por otro lado, esta reorientación animaría a la población local a reencontrarse con sus raíces y a reapropiarse de su territorio, reduciendo la presión del turismo sobre la biodiversidad y dejando espacio para otras actividades económicas. Un turismo que se aleje de la lógica global de especialización productiva de las regiones, apostando por la diversificación de la economía para avanzar hacia una mayor autosuficiencia. Y más cuando las sucesivas crisis económicas, que provocan una disminución del poder adquisitivo y un aumento de las desigualdades, fragilizan el acceso de las clases trabajadoras al turismo y a las actividades de ocio. De esta forma, el turismo de proximidad contribuiría a reducir estas desigualdades y favorecer el acceso de los habitantes a estas experiencias únicas. Ya existen varios casos de iniciativas como la comunidad de los Pinos en El Salvador (Cañada, 2015) y varias comunidades en el Yucatán mexicano (Jouault et al., 2021), quienes, por diferentes motivos, se han orientado o reorientado en esta lógica con cierto éxito.
El turismo comunitario, que a menudo se desarrolla en zonas donde reina la pobreza, debe sin embargo afrontar el reto de generar una nueva demanda en caso de que se vea privado de su demanda internacional. Esto exige también un replanteamiento de la oferta, que se diferencia mediante la ruptura con la modernidad y la alteridad que ofrece a los turistas occidentales, para su adaptación a otras clientelas. La creación de una demanda endógena al territorio ha sido siempre uno de los ejes del proceso de industrialización de los países latinoamericanos, sobre todo para alejarse de una lógica extractivista, a la que sigue los pasos el turismo internacional, en particular invisibilizando el turismo interno hasta la pandemia. En este sentido, el turismo social puede ser una de las herramientas para iniciar esta transición, en línea con esta interpretación más humanista del turismo (Cañada & Izcara, 2021). La cooperación internacional, que ha jugado un papel importante en la financiación de iniciativas de TC construidas en torno a esta narrativa Norte/Sur, tiene ahora un papel clave a la hora de comprometer recursos significativos para el surgimiento de iniciativas de turismo social vinculadas a la oferta de turismo comunitario en el territorio. Los escolares y estudiantes de estos países, por ejemplo, podrían beneficiarse enormemente de estas iniciativas, que les permitirían redescubrir muchos aspectos de su cultura y sus raíces, al mismo tiempo en que se desconectarían de un estilo de vida cada vez más urbano y marcado por el encierro en burbujas virtuales.
Una visión flexible y adaptable
Todas las orientaciones propuestas en este artículo sólo pueden lograrse mediante la voluntad política y una fuerte capacidad de transformación, a través del desarrollo de políticas públicas que luchen ante todo contra los poderosos lobbies que utilizan métodos cada vez más agresivos para garantizar la supervivencia de una doctrina neoliberal agotada. Sin embargo, el actual contexto global de policrisis deja poco espacio para este tipo de visión transformativa de las sociedades de los países del Sur a largo plazo y del sistema mundo en general, prefiriendo en su lugar intensificar un modelo extractivista sin futuro social ni medioambiental, liderado por partidos populistas que prefieren optar por el negacionismo medioambiental, como vimos en Argentina con Javier Milei. Por ello, parece imprescindible, como primer paso, frenar el giro neoliberalista y los imperativos del crecimiento mediante una serie de medidas firmes y específicas, como la regulación del tráfico aéreo, que preparen el terreno para una transformación del turismo desde una perspectiva post crecimiento integrada en un proyecto de sociedad más amplio.
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