11-12-2011
Lección latinoamericana para la UE
Salvador Martí Puig, Profesor Titular de la Universidad de Salamanca y del Centro de Relaciones Internacionales de Barcelona (CIDOB), analiza la deriva neoliberal de las políticas anti-crisis aplicadas en la Unión Europea a la luz de la experiencia de América Latina.
Crédito Fotografía: Salvador Martí Puig
Hasta hace no mucho las palabras Unión Europea se pronunciaban con un deje de superioridad y glamur frente a los latinoamericanos. Hoy, no tanto. Y no solo por la profunda desorientación que esta organización atraviesa, sino también porque las economías de la UE, y en particular las del sur, están sumidas en un marasmo semejante al que padecieron los países de América Latina hace un par de décadas.
En este sentido, a quienes hemos estudiado la historia económica y social de la región nos es fácil establecer algún paralelismo sobre la deriva latinoamericana de los 90 y los posibles efectos de las políticas que se están empezando a aplicar en Portugal, Italia, Grecia y España (los PIGS).
Afirmo lo anterior debido a que las recetas que se están aplicando con mano de hierro en Europa meridional no distan demasiado de las impulsadas por el FMI y el Banco Mundial durante los años 90 en América Latina. Estas políticas (que se conocieron como el Consenso de Washington) se basaron en las siguientes medidas: disciplina presupuestaria, reordenamiento del gasto público, reforma impositiva (ampliando la base de tributación y eliminando las medidas más progresivas), liberalización de los tipos de interés, apertura de los mercados, eliminación de las barreras a las inversiones extranjeras directas, privatización de empresas públicas y monopolios estatales, adopción de un tipo de cambio competitivo, desregulación de los mercados y protección de la propiedad privada. Solo hay una medida que en el caso de los PIGS no se exige: la de la adopción de un tipo de cambio de la moneda competitivo, debido a la necesidad de mantener el euro.
Este paralelismo deberíamos preguntarnos qué lecciones se pueden extraer de lo acontecido en América Latina. De entre ellas, hay tres que vale la pena resaltar. La primera es que estas medidas tuvieron efectos positivos en la disminución del déficit presupuestario, la reducción de la deuda externa pública, la atracción de inversión extranjera directa y la disminución de la inflación. La segunda es que los resultados en términos de crecimiento económico fueron escasos durante muchos años, y que solo hubo crecimiento de forma sostenida a partir del año 2000 debido al aumento de las exportaciones de materias primas, fruto del aumento de la demanda (y del precio) a raíz de las voraces compras de China. Y la tercera y más problemática lección es que las medidas tuvieron un impacto regresivo en la redistribución de ingresos, incrementando la desigualdad social y la pobreza. En este sentido, cabe señalar que el efecto de los planes de ajuste fue la expulsión de muchos funcionarios del sector público, el crecimiento del trabajo informal, la disminución de la calidad (y a veces de la universalidad) de algunos servicios sociales como la sanidad o la educación y la privatización de muchas prestaciones. A raíz de ello, América Latina llegó al tercer milenio con más de un tercio de su población viviendo en la pobreza (con ingresos inferiores a dos dólares diarios) y casi 80 millones de personas padeciendo pobreza extrema, con ingresos inferiores a un dólar diario.
Sin embargo, desde hace una década las economías latinoamericanas son notablemente dinámicas: han crecido, hay poco desempleo e inflación y sus balanzas de pagos son bastante equilibradas. Pero el problema hoy en la región no es ese (el crecimiento) sino la extrema desigualdad y la persistente estratificación social.
América Latina siempre ha sido una región desigual, pero en los últimos años esta ha crecido a raíz de un modelo económico que ha premiado a los ganadores y ha dado pocas oportunidades a los perdedores. Pero esta desigualdad no ha hecho mella --durante esta década-- en el dinamismo económico ni en la estabilidad política. Es más, incluso ha existido una cierta capacidad de luchar contra la pobreza (que no la desigualdad) a través de la implantación de políticas sociales focalizadas. Pero es necesario resaltar que el precio de este nuevo modelo ha sido la pérdida de cohesión social, el adelgazamiento de las clases medias, la residualización y pérdida de calidad de las prestaciones del Estado y la extensión de lógicas de conducta social competitivas.
Precisamente por esto debemos ser cautos ante las medidas que se están aplicando en el sur de la UE como si fueran una receta milagrosa. Sobre todo, porque no podemos (ni debemos) tirar por la borda los avances sociales a través de la aplicación de políticas que buscan el crecimiento a costa de incrementar la desigualdad, disminuir la cohesión y generar agresividad social. En este sentido, es preciso tener en cuenta que la ola de inseguridad reinante en América Latina ha sido -también- un producto no deseado de unas reformas obsesionadas en el crecimiento.
Posdata: sobre el tema del estancamiento económico sin capacidad de tener un tipo de cambio de la moneda competitivo, piénsese en cómo terminó la paridad peso-dólar en Argentina: colapso y corralito.
Artículo publicado originalmente en El Periódico de Catalunya el 5 de diciembre de 2011.
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