16-06-2013
Turismo sostenible y de proximidad contra turismo destructivo
Raül Valls | Alba Sud / CSTEn un contexto marcado por el fin del petróleo barato, y crisis del modelo de transporte aéreo en el que se ha basado la industria turística, repensar el sector desde la "proximidad" se convierte en una oportunidad y , al mismo tiempo, una necesidad.
Crédito Fotografía: Actividad turística en el Mas Boscàs Nou, La Garrotxa. Fotografía de TOSCA.
¿Cómo será el turismo en una sociedad que quiera vivir en equilibrio con la naturaleza saludable y duradera? Se hace difícil no tomar en cuenta la crisis energética como un elemento que tendrá una trascendencia central en una situación que ha sido totalmente trastornada. El peak oil y la certeza de que el petróleo barato es algo pasado amenaza con poner las cosas en su sitio. Los viajes extremadamente baratos han generado una situación del todo irreal que ha permitido a sectores amplios de Occidente acceder a una movilidad absurda y suicida. Han hecho creer a la mayoría de la población que este modelo turístico de largas distancias puede ser duradero, que es una conquista más de la civilización y algo a lo que no podemos ni tenemos porqué renunciar.
Un modelo insostenible e injusto
El turismo tal como se está desarrollando en las últimas décadas se corresponde perfectamente con la naturaleza expansivo-destructiva del capitalismo imperante. La voluntad de control por parte de las grandes multinacionales del sector barren con los pequeños negocios turísticos arraigados en el territorio, sobre todo cuando se desarrollan en los espacios que estos agentes desean para sus negocios. Se busca la concentración de capital y un modelo que facilite la extensión de los grandes complejos turísticos. La complicidad de las oligarquías locales es fundamental para implementar el modelo. Ante esto los habitantes de los territorios se ven desvalidos y pueden ser fácilmente desplazados. En el mejor de los casos serán mano de obra barata para los hoteles y urbanizaciones de lujo. Estamos ante formas particulares de lucha de clases, con graves consecuencias territoriales y fuertes impactos ambientales, y una ocupación del territorio sin precedentes. Al complejo hotelero, privatizador de la línea de la costa le siguen, en muchos lugares, y especialmente en nuevos destinos emergentes en las periferias, las urbanizaciones de lujo pensadas básicamente para extranjeros de países más ricos. Este modelo implica una expulsión de las comunidades locales y un rápido cambio en los usos de suelo.
Una apuesta por la proximidad
En un escenario de reducción drástica de la disponibilidad energética el turismo deberá contraer sus fronteras y buscar nuevos elementos de calidad. La proximidad y la contención se convertirán en un valor fundamental. La pregunta no será "donde voy este año", si no que quiero ver del mundo, teniendo en cuenta que las posibilidades de viajes deberán ser democratizadoras (como posibilidad para una amplia mayoría) y restringida (¿cuántas veces podré viajar en mi vida?).
Frente a las miles de habitaciones disponibles en lejanas e idílicas playas, robadas a sus habitantes seculares, debe oponerse un modelo basado en la pequeña escala y el mantenimiento del control por parte de los que ahí viven: un turismo de este tipo se convierte en una consecuencia de la estructura económica realmente existente, sea la agricultura o la industria, que acompaña y complementa la economía local sin monopolizarla como única alternativa.
En este contexto la "proximidad" se convierte en una oportunidad y una necesidad. Ante un escenario donde los largos desplazamientos quedarán muy limitados habrá un modelo turístico que priorice aquello que es más cercano y la calidad por encima de la lejanía y la cantidad. Un turismo ligado a los valores del territorio: productos locales, paisaje y naturaleza, historia y cultura. Un turismo que sea consecuencia derivada de la base productiva del mismo territorio, que sea querida y democráticamente decidida por sus habitantes, y que se marque unos límites claros en la capacidad de acoger turistas y también en el peso económico que el sector debe tener en la estructura económica de la zona. Un turismo entendido como posibilidad de enriquecimiento cultural entre poblaciones de iguales.
El modelo español como alerta
La profundidad de la crisis que sufre España no es ajena a este nefasto modelo basado en el monocultivo turístico, cultivado con persistencia las últimas décadas y convenientemente acompañado por un tsunami urbanizador sin precedentes históricos que, al mismo tiempo, ha justificado un crecimiento irracional de las infraestructuras de movilidad. La España arruinada, del paro y los desahucios, debe hacer frente a la inmensa factura del mantenimiento de infraestructuras de movilidad que ahora resultan inútiles: autopistas infrautilizadas, aeropuertos sin vuelos, trenes de alta velocidad que nunca serán rentables.
Este modelo fracasado, y que a las próximas generaciones les toca revertir, puede ser exportado a otros territorios por la glotonería de corto plazo de unas clases empresariales sin escrúpulos. Advertir a las poblaciones de otros territorios de las consecuencias de caer en manos de estos desaprensivos sociales y económicos es una obligación moral de primer orden para evitar que los intereses de una minoría se impongan a las necesidades y voluntades de la mayoría. Un punto clave, en definitiva, de la nueva agenda de la solidaridad internacional.
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