27-06-2013
Planificación territorial para un territorio seguro y saludable
Raül Valls | Alba Sud / CSTEl debate generado a raíz de las reciente inundaciones en la Vall d’Aran no ha tenido una visión suficientemente amplia, fuera de la lógica tecnocrática, autoritaria y desarrollista, que está en el origen de los impactos de este tipo de fenómenos naturales.
Crédito Fotografía: Inundación en la Vall d'Aran. Fotografía de ara.cat
Vivimos en un mundo abarrotado, un mundo que hemos colonizado y humanizado hasta dejar como marginal y aislado lo que algunos denominan "naturaleza inalterada". Una humanidad en crecimiento desbocado ha ocupado y urbanizado en los últimos siglos gran parte del planeta. El crecimiento de las ciudades y sobre todo el aumento exponencial de la población urbana, acompañado de un proceso constante de artificialización de nuestro entorno inmediato, ha producido un drástico alejamiento de las lógicas naturales que anteriores generaciones humanas habían incorporado a su conocimiento cotidiano al habitar un determinado territorio.
Los últimos tres siglos han ido configurando una humanidad cada vez más segura de su dominio de la naturaleza, hasta el punto de olvidar que somos parte de ella y que forzar sus límites puede tener consecuencias nefastas. Estos últimos días en la Vall d’Aran, en Cataluña, hemos podido probar de nuevo una situación de este tipo. Las inundaciones, hecho absolutamente natural, que se producen con regularidad y que han servido para aportar nuevos sedimentos en las tierras inundadas y contribuir a su fertilidad, se vuelven catastróficas cuando estos espacios han sido ocupados por la urbanización. Que la vida humana se ha desarrollado a orillas de los ríos no quita que a través de un proceso de aprendizaje milenario se hubiera aprendido cuál era la distancia adecuada para aprovechar sus valores (como el agua, alimentos o energía) sin ponerse en riesgo y manteniendo un equilibrio duradero.
Cuando Marx y Engels escribían en el Manifiesto Comunista que la burguesía había hecho naufragar lo que era el más sagrado en las frías aguas del cálculo mercantil [1], podían haber añadido que en estas gélidas aguas también se iba hundiendo un conocimiento secular sobre el funcionamiento de la naturaleza. El modelo de producción y consumo del capitalismo y sus lógicas de corto plazo y beneficio rápido han derivado en una forma absolutamente irracional de habitar el territorio: se han ocupado y consumido tierras de cultivo, agotado acuíferos, llevado a la extinción especies que ni siquiera conocíamos, contaminado océanos y vertido a la atmósfera, en poco más de dos siglos, el CO2 fijado en el subsuelo durante millones de años. La lógica destructiva, mal llamada "progreso", nos ha llevado a la crisis ecológica y, de no pararla a tiempo, nos puede llevar a un colapso civilizatorio.
Estos olvidos y una posición autoritaria ante la naturaleza nos llevan, no contentos con haber urbanizado zonas de inundación de los ríos, a querer "solucionar" sobre las futuras avenidas con actuaciones destructivas, mal llamadas de limpieza, como operaciones de drenaje de los cauces y eliminación masiva de la vegetación a sus orillas utilizando maquinaria pesada. Estas actuaciones que tienen en la cabeza la total artificialización de ríos y arroyos no hacen más que profundizar en este alejamiento, irracional y suicida, de una naturaleza que, queramos o no, sigue existiendo y que periódicamente nos reclama lo que era su espacio. Artificializar, impermeabilizar, alejarnos profilácticamente de un entorno que puede llegar ser "hostil". Seguimos actuando ante la naturaleza de manera inmadura. Competimos con ella como si estuviéramos en las cavernas, pero hoy nuestra capacidad de transformación y por tanto de destrucción es infinitamente mayor.
Pero también es cierto que el viejo saber nos ha sido devuelto en forma de conocimiento científico. Todo el debate surgido en torno al Plan Hidrológico nos muestra el camino de un presente que puede recuperar un pasado mejorado. El movimiento en defensa del Ebro y contra los trasvases convirtieron en conocimiento social una realidad que debería ser incontestable: los ríos no son simples canales de agua para nuestro uso y abuso. Drenar y poner en él excavadoras no es ninguna solución, si no todo lo contrario, nos genera más problemas.
Este conocimiento que tenemos hoy nos permite una planificación del territorio que nos ayude a habitarlo manteniéndolo al mismo tiempo saludable. Éste debe ser el objetivo fundamental del planeamiento: la salud integral de todo territorio. En este sentido hay que superar un "conservacionismo" de corto vuelo que se contenta en levantar barreras y cerrar determinados espacios naturales, con la esperanza absurda de "salvarlos" de la derrota que afecta al resto. Esta posición, por desgracia más presente de lo que pensamos entre muchos sectores autodenominados ecologistas, tiene como la otra cara de la moneda la aceptación de cualquier actuación por destructiva que sea cuando se produce en un espacio ya deteriorado o supuestamente carente de valor (en general urbano o periurbano). En este sentido, cuando el movimiento contra el fracking nos recuerda de forma persistente "ni aquí ni en ninguna parte" retoma el mensaje de que la salud del territorio no puede basarse en criterios estéticos o estrictamente de conservación. Lo que vale para la bucólica y verde Garrotxa, también debe valer para el urbano Baix Llobregat.
Esta planificación territorial democrática y prudente debe incorporar todos los conocimientos que hoy tenemos sobre el funcionamiento del territorio así como los elementos que lo configuran. Debe ser entendida como un todo y los seres humanos que lo habitamos como una parte importante y necesaria, pero no como un elemento autoritario, egoísta y destructor como ha pretendido el estilo vida neoliberal.
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