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Artículo de Opinión | Trabajo decente

01-12-2013

Repolitizar la vida cotidiana

Raül Valls | Alba Sud

Durante décadas acceder a mayores cotas de consumo se convirtió en el objetivo principal y casi único de sindicatos y organizaciones de izquierda. Pero nada fue más anestésico primero, y embrutecedor después, que esta falsa creencia de nadar a favor de la corriente del crecimiento económico. 


Crédito Fotografía: Santiago Chile (bajo licencia creative commons).

Durante muchos años la cosmovisión emancipadora y de transformación de la sociedad quedó arrinconada en el encabezamiento de documentos programáticos de las organizaciones de la izquierda social y política que generalmente nadie leía. En la práctica se asimilaba y daba por bueno el status quo imperante. Al igual que el progreso era entendido como simple crecimiento de Producto Nacional Bruto (PNB ), los sindicatos y las organizaciones de izquierda optaron por el "crecimiento de la renta" y la mejora de las condiciones laborales, como único horizonte posible y hasta deseable. Acceder a unas cotas cada vez mayores de consumo se convirtió en el objetivo principal y casi único. En un contexto de vacas gordas Tony Blair, con el amparo teórico de su tercera vía podía proclamar aquello de "todos somos clase media".

Nada fue más anestésico primero, y embrutecedor después, que esta falsa creencia de estar nadando a favor de la corriente del "crecimiento económico". La perspectiva de una sociedad emancipada de las miserias de un capitalismo corrosivo para la moralidad humana quedó sólo en la cabeza de reductos políticos de alto nivel intelectual. Progresivamente "la vanguardia" del proletariado fue perdiendo espesor político y capacidad de comprensión de la realidad que la rodeaba. Como Ulises cautivado por Circe en La Odisea, quedaba narcotizada por el ambiente generado por un consumo masivo que cada vez colonizaba más dimensiones de la vida cotidiana. En esta situación vida y consumo prácticamente se confunden.

La pérdida de la perspectiva revolucionaria, que el fracaso del campo socialista acentuó, tranquilizó definitivamente una burguesía que había pasado gran parte del siglo XX asustada ante la posibilidad de perder su poder y privilegios. Ahora se trataba de volver a poner las cosas en su sitio. Evidentemente no era aconsejable ir de cara contra las grandes organizaciones sindicales, muy fuertes aún al final de período de las tres décadas de crecimiento extraordinario (1945 a 1975). La táctica era el debilitamiento progresivo y la fracturación constante de la clase. Todo valía para generar situaciones de división: empresas más pequeñas, subcontrataciones, contratos con características diferentes, escalas salariales diferentes, horarios diversos. Incluso algo positivo como podía ser la "polivalencia" (que nos puede permitir escapar de un trabajo aburrido y repetitivo) ha sido utilizado para rebajar las condiciones laborales y desmenuzar los colectivos de trabajadores.

Lo que empezó de un modo general en el sistema productivo se trasladó después dentro de las mismas empresas. Cada nueva tanda de nuevos trabajadores era saludada con una condición que desvirtuaba las conquistas de las décadas anteriores. La obsesión en cada nuevo contrato eran cláusulas que dieran más libertad al empresario para decidir sobre la vida laboral y muchas veces personal del trabajador. En cada convenio la parte empresarial señalaba con el dedo a antiguos derechos y acusaba de privilegios pasados ​​de moda y poco adecuados para la productividad y los beneficios.

Paralelamente se generaba un estado de opinión que deslegitima el valor de la acción colectiva como forma de mejorar la vida individual. Cualquier proyecto colectivo y solidario era estigmatizado y rodeado de sospechas. ¿Si el consumo, tanto satisfactorio, se convierte individual, porque no iba a ser la práctica cotidiana en el espacio público? Es en este sentido que los "acuerdos individuales" se volvieron habituales en las relaciones laborales. Si cada trabajador tenía una situación diferente se hacía más complicada una reivindicación colectiva. La pérdida del sentido político de las conquistas laborales y su banalización mercantil las hacía fácilmente impugnables.

Es en este sentido que urge una "politización" de vida cotidiana que responda a la sistemática banalización que se ha hecho de todo lo público y de la intervención social en este cambio de siglo. Este retorno a la acción política, después de años de un uso peyorativo del término "politización" por parte de los think tanks neoliberales, es la recuperación de una acción colectiva de nuevo tipo para transformar una realidad, que desmenuzada y mercantilizada sistemáticamente por el poder capitalista, ha sido de nuevo entendida como una totalidad de sentido. Una práctica cotidiana guiada de nuevo para una visión de transformación del mundo, revitalizada y enriquecida por nuevos conocimientos sociales y científicos.