06-09-2015
Agroturismo, una apuesta ligada a la ruralidad. Entrevista a Javier Tejera
Ernest Cañada | Alba SudEn los últimos 25-30 años el turismo rural en España ha crecido de forma caótica y desordenada gracias a las políticas públicas, pero desvinculado de las actividades agrarias y ganaderas. La crisis económica abre nuevos interrogantes.
Crédito Fotografía: Javier Tejera
Formado en comunicación y turismo, Javier Tejera es uno de los fundadores de la Asociación Ecotumismo, donde se encarga de la gestión editorial y coordinación de proyectos desde su puesta en marcha en 2009. En los últimos años ha adquirido más experiencia consultor freelance en proyectos vinculados al turismo responsable, tanto en España como en otros países. Además ha adquirido un notable conocimiento de la realidad actual del turismo rural en España, gracias a su trabajo como responsable de comunicación y coordinación de proyectos con la Fundación Ecoagroturismo. A principios de 2013 se incorporó también al equipo del portal de turismo temático Turinea para dar soporte en tareas de comunicación y marketing, además de desarrollar el proyecto Rutas turísticas y Paisajes Sonoros, una innovadora iniciativa para poner en valor una red de rutas turísticas basadas en recursos etnográfico-culturales y ambientales.
Aprovechamos su conocimiento de lo que está ocurriendo en el ámbito del turismo rural en estos momentos, para conversar sobre su evolución y los principales retos que tiene planteado el sector.
¿Podrías caracterizar cuál ha sido la evolución del turismo rural en España?
En líneas generales ha sido caótico y desordenado. Los orígenes se remontan 25-30 años atrás, en un contexto social y demográfico marcado por el progresivo abandono poblacional del medio rural en las décadas anteriores, buscando en la ciudad las oportunidades que escaseaban en el campo. El turismo rural surgió en esas circunstancias como una tabla de salvación a la que agarrarse, como una alternativa para fijar población, crear empleo y complementar rentas agrarias.
Ya por aquel entonces, y sobre todo en la década de los 90, se promovieron durante años subvenciones y ayudas con fondos públicos, sobre todo venidos de la Unión Europea, con la excusa populista del desarrollo rural y de la recuperación de zonas despobladas y deprimidas, con una escasa efectividad al analizarlas con un poco de perspectiva temporal. Muchos aprovecharon la coyuntura para abrir establecimientos o reformar la casa familiar en el campo gracias a las subvenciones, sin ningún control ni estrategia a largo plazo.
Durante años hubo, por tanto, un crecimiento exponencial del número de casas rurales, sin mayor planificación que el propio crecimiento y sin tener en cuenta a la demanda, que se ha mantenido estable en el tiempo cuando no ha caído. No hace falta ser economista para darse cuenta que una evolución así dista de ser ideal. En los años de bonanza, como en tantos otros sectores y ámbitos, todo valía, hasta que llegó la crisis económica para cambiar el guión.
Con la caída de la demanda y la escasa incidencia del turista internacional dentro del segmento rural en España, la situación se ha destapado como insostenible. Después de pasar a la desesperada por guerras de precios y por un cambio de tendencia que apunta hacia el cierre de casas rurales, ahora vivimos en el boom de las experiencias y de la necesidad de vender algo más al turista. Una coyuntura de doble filo, ya que no se trata de crear experiencias de la nada, sino de transmitirlas, de sentar las bases para que esa experiencia surja de forma natural de la interacción entre el turista y la población local, no de forma artificial o forzada.
La imagen que uno tiene cuando piensa en el turismo rural en España es que domina un tipo de actividad económica desligada de las actividades agrarias y ganaderas, desconectado del mundo campesino existente, ¿es tan cierto?
Desgraciadamente es así. En toda esta evolución, hay que sumar que, salvo contadas excepciones, la ruralidad y la verdadera esencia del medio rural, en forma de actividades tradicionales o modos de vida ligados a la agricultura, la ganadería, la artesanía o tantos otros oficios, con sus oportunidades socioeconómicas, ambientales y culturales, ha brillado por su ausencia. Se ha primado un modelo de turismo rural impersonal, en donde la infraestructura se ha impuesto a la autenticidad y las propuestas han estado desconectadas del entorno que les rodea, banalizando y tergiversando en muchos casos el paisaje rural a nivel social y cultural.
¿De qué manera las políticas públicas han incentivado este proceso?
A poco que te metes dentro del sector y vas hablando con gente de aquí o de allí, te das cuenta de los disparates que se han hecho. Proyectos de rehabilitación de viviendas o de patrimonio que aprovecharon los fondos públicos supuestamente para promover turismo rural, que una vez reformados esperaron a cumplir los cinco años de apertura mínima sin recibir ni un turista, para luego cerrar con el patrimonio reformado. Eso por no hablar de numerosas iniciativas de turismo rural, gestionadas por sus propietarios desde la ciudad… ¡Y eso que los objetivos eran fijar población o complementar rentas agrarias!
Estas circunstancias le han hecho mucho daño al turismo rural, ya que lo ha condicionado todo. Desde la propia evolución del sector, hasta el desarrollo normativo, la acción promocional o las estrategias de comercialización y de diseño de producto, que han girado exclusivamente en torno al alojamiento. Esta es la razón por la que el turismo rural ha vivido también su particular “burbuja inmobiliaria”, que ha confluido en una insostenible sobreoferta de alojamientos y una escasez de oferta complementaria.
Por poner un ejemplo, recientemente criticabas en la Web de Ceres-Ecotur el nuevo reglamento para el turismo rural en Castilla y León. ¿De qué manera te parece que condiciones este tipo de políticas un determinado modelo de turismo rural?
Parece que, a pesar de la crisis, hay cosas que no cambian. Castilla y León ha sido una de las pioneras, junto a Extremadura, en apresurarse en implantar las estrellas verdes como fórmula de catalogación de establecimientos de turismo rural en función de sus instalaciones, equipamientos y servicios. Condiciona tanto el modelo a seguir que un establecimiento puede obtener la máxima catalogación de cinco estrellas verdes sin tener la más mínima vinculación con lo rural, es un ejemplo más de normalización ajena a la ruralidad.
Resulta paradójico además que se utilicen las estrellas como símbolo, con un claro paralelismo con las estrellas hoteleras y se le ponga el color verde, como una especie de coletilla un tanto artificial. Durante años se ha tendido a relacionar el turismo rural con un turismo más sostenible y respetuoso por el simple hecho de ubicarse en un entorno rural o natural, por tratarse de un “turismo verde”, cuando en realidad eso no significa nada de antemano y aplicando la misma vara de medir, puede llegar a ser tanto o más insostenible que un resort de sol y playa.
Foto: Tenada del Monte y casa rural El Mirador de la Cigüeña, asociadas a la Fundación Ecoagroturismo.
Sin embargo, tú defiendes la viabilidad y potencialidad de otro modelo de desarrollo turísticos, vinculado al agroturismo y a la complementariedad de rentas agrarias de las propias poblaciones rurales dedicadas a la agricultura y la ganadería. ¿En qué se diferencia este modelo y qué tan extendido está en el campo español?
Por poner en situación, Xosé Luis es el propietario del Agroturismo Arqueixal en Galicia, una iniciativa familiar que conjuga una explotación ganadera con producción en ecológico de quesos de la D.O. Arzúa-Ulloa, leche, yogures y mantequilla, con un proyecto de agroturismo basado en la recuperación de patrimonio y espacios tradicionales de la aldea de Santiago de Albá, junto con la puesta en valor de la cultura campesina de aldea, de actividades agrarias productivas, de los modos de vida y las costumbres que han caracterizado la idiosincrasia del entorno rural donde se ubica, no ya durante décadas, sino durante siglos.
Para mí es un referente de este modelo de agroturismo como complemento de rentas agrarias y ejemplifica muy bien el modelo de gestión en el que creo y por el que trabajamos. Pues bien, hace algunos meses escuché decir a Xosé Luis en una entrevista en la televisión gallega que el turismo rural o el agroturismo no podía ser un parque temático en el que unos figurantes trabajasen al servicio del turista, sino que por el contrario debía desarrollarse en un contexto productivo que siguiese su curso normal. Que debía ser el visitante el que se integrase en una cotidianeidad que está ahí, con él o sin él, de manera que se produzca una interacción sana y enriquecedora para ambas partes. Me pareció una gran reflexión y creo que es la clave de la diferencia entre la gran mayoría de lo que se ha hecho, impersonal y artificial, y lo que debe hacerse para reflotar el turismo rural en España.
¿Cómo se puede informar el potencial turista de este tipo de iniciativas entre tanto negocio foráneo a la realidad local?
Nadar a contracorriente siempre resulta más complicado, pero eso no significa que no sea posible. En eso estamos… desde la Fundación Ecoagroturismo trabajamos desde hace años por valorizar un turismo rural diferente, ligado al territorio y buscando un equilibrio desde el punto de vista medioambiental, sociocultural y económico. Aplicar los principios del turismo responsable a la realidad del turismo rural, tratando de representar un modelo de gestión en donde el respeto por la naturaleza y sus recursos se mezcle con la ruralidad que debe ir implícita a toda propuesta de turismo en el medio rural.
Se trata de promover el turismo como una forma de complementariedad y de diversificación económica, no como una sustitución de actividades agrarias desde una óptica catastrofista, como si el turismo fuese la solución a todos los males de la gente que vive en el campo. El paso del sector primario al de servicios no debería haber sido un tránsito unidireccional, sino algo totalmente complementario. Es una filosofía y una forma de entender el turismo rural que tratamos de transmitirla, no sólo al potencial turista, sino también al propio sector, tratando de mostrar un camino alternativo. También a nuestros propios asociados, como fórmula de reciclaje y mejora continua.
Nuestro proyecto Ceres Ecotur, una iniciativa para unificar propuestas de turismo rural y agroturismo ecológico, es un claro ejemplo de ello. La idea es no ceñirnos únicamente a alojamientos, también a empresas de actividades y próximamente a iniciativas de ecogastronomía, con un sistema de calidad e indicadores detrás que nos permite unificar y establecer un modelo de gestión en consonancia con estos valores que tanto defendemos. Y todo ello complementado con acciones paralelas para hacernos oír.
Por ejemplo, hace pocas fechas hemos lanzado una campaña con motivo del Año Internacional de la Agricultura Familiar, que se está celebrando en este 2014, para poner en valor producciones agrícolas, forestales, pesqueras, pastoriles o acuícolas gestionadas y operadas por una familia, que tengan algún elemento singular a nivel de producción ecológica, de trabajo con razas ganaderas autóctonas o de recuperación de semillas y cultivos tradicionales, para promover visitas y actividades de agroturismo con ellos. Queremos demostrar que el agroturismo puede ser un complemento para rentas agrarias y además desmontar el mito de que para practicar turismo rural es necesario un alojamiento.
¿Ves potencialidades en este contexto de crisis para un mayor impulso para este tipo de turismo en España?
Las épocas de crisis son siempre épocas de oportunidades y el colapso que ha experimentado el sector en los últimos cinco o seis años ha obligado a una cierta reformulación. La mayor potencialidad la veo ligada al hecho de que estamos experimentando un cierto proceso social y demográfico a la inversa. El éxodo rural, la búsqueda de oportunidades y la mejora de vida en la ciudad de los años 50, 60 ó 70 ya ha pasado a la historia. Estar en la ciudad ya no te asegura trabajo y hay muchos jóvenes que están andando el camino que en su día recorrieron sus padres o abuelos de vuelta al campo, pero en un contexto diferente. Las comunicaciones son mejores, las nuevas tecnologías facilitan el autoempleo, esos jóvenes, por lo general, están muy bien formados y además están concienciados hacia esos modos de vida tradicionales, que han “mamado” desde pequeños en su contexto familiar, pero que no han vivido en primera persona. Existe, por tanto, una necesidad de conectar con sus orígenes, incluso desde una perspectiva sociológica o filosófica. Esta tendencia puede suponer de alguna forma un cambio hacia un modelo diferente, no ya sólo en el turismo sino también en otras actividades agrarias ligadas al medio rural.
¿Qué tipo de políticas públicas deberían existir para apoyar al sector en su consolidación?
Esa es una buena pregunta y no sé si tengo la respuesta. Creo que debería promoverse el emprendimiento en el medio rural ligado a todo tipo de actividades, no únicamente al turismo. No se puede jugar todo a una carta, es así de simple. Por otra parte, la normalización del sector del turismo rural es necesaria, porque al final la atomización de propuestas lo único que produce es confusión al turista, al nacional y ya no te cuento al internacional, que parece ser la nueva tabla de salvación del sector. En la actualidad tenemos 17 leyes diferentes, una por cada una de las Comunidades Autónomas, con más de 50 tipologías diferentes de alojamientos y en donde todo lo que huela a actividad se mete en el cajón desastre del turismo activo, como si una actividad de educación ambiental en el medio rural fuese lo mismo que practicar puenting. Lo que no se debe hacer es normalizar bajo una lógica hotelera, no me canso de decirlo pero hay que tener en cuenta la ruralidad como algo básico e intrínseco a cualquier propuesta de turismo rural. Y por supuesto hace falta más planificación a largo plazo, hace falta dejar de lado la lógica cortoplacista que ha marcado la pauta en este país en cualquier ámbito o sector productivo.
Foto: Casona de Amaido en Asturias, asociada a la Fundación Ecoagroturismo.
¿Puedes contarnos de experiencias interesantes que se estén desarrollando en esta línea en otros países y que merezca la pena seguir?
Desde la Fundación Ecoagroturismo tratamos de enriquecernos con experiencias internacionales que puedan marcarnos de alguna manera el camino a seguir. Somos los representantes en España de redes europeas como ECEAT (European Centre for Ecological and Agricultural Tourism), una red de entidades como la nuestra que trabajan en una línea similar en otros países europeos. También trabajamos con Accueil Paysan, que es otro buen ejemplo. Una red francesa de agroturismo muy consolidada, con presencia en 24 países de Europa, Norte de África y América del Sur.
A finales del año pasado estuvimos en Panamá, trabajando con una cooperativa de agroturismo rural comunitario que se llama Coosmatur, un ejemplo de que el turismo rural y el agroturismo debe ser liderado por los campesinos y los actores rurales, como fórmula de diversificación económica. También allí descubrimos que el agroturismo puede ser una política de Estado, ya que el Ministerio de Desarrollo Agropecuario (MIDA) está apostando claramente por esta línea de trabajo.
A nivel europeo, aparte de Francia, hay otros países como Austria o Suiza que son referentes en temas de agroturismo. Sin ir más lejos, en Suiza hay una campaña en marcha muy sintomática llamada Aventura en la paja, con una red de propuestas que permiten pasar una o varias noches en pajares de auténticas granjas campesinas. De la reciente edición de Fitur, me llamó la atención la propuesta de Costa de Marfil ligada al agroturismo y a visitas a explotaciones de cacao y tabaco.
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