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11-11-2015

"Las que limpian los hoteles" o la necesidad de una nueva política de clase

Raül Valls | Alba Sud

En su libro Ernest Cañada pone una primera piedra en un camino de dignidad y de orgullo de clase. Dar luz y visibilizar estas "historias ocultas de la precariedad laboral" es una acción de importantes efectos políticos.


Crédito Fotografía: Fotografía de Ana Núñez.

Que se levante aquel que está abatido!
¡Aquel que está perdido que luche!
¿Quien podrá contener al que conoce su condición?

Alabanza a la dialéctica (1932)

Bertold Brecht


Si Owen Jones en Chavs. La demonización de la clase obrera(Capitán Swing, 2012) mostró una perspectiva del panorama de escombros que la ofensiva ideológica del neoliberalismo habían provocado en las clases trabajadoras y en las tradiciones emancipatorias de la izquierda, Ernest Cañada nos propone conLas que limpian los hoteles (Icaria Editorial, 2015) una tarea de reconstrucción de este paisaje en ruinas, donde la dignidad del trabajo y de las trabajadoras quede restituido y se abran nuevas perspectivas para la transformación social.

Durante años hemos sufrido un olvido, una ocultación. Al tiempo que vivíamos una ofensiva ideológica sin precedentes por parte de las élites dominantes con el objetivo de rehacer su poder de clase, una izquierda política debilitada y acomplejada dio la espalda a las clases trabajadoras. Su alienación, respecto a aquellos sectores sociales que supuestamente quería representar con su programa político, fue haciéndose más grande al tiempo que crecía el poder narcotizante de la sociedad de consumo. La clase obrera, despolitizada y fragmentada por los corrosivos años del pacto social y del crecimiento económico, ya no se reconocía ni era reconocida como la protagonista de la transformación social hacia un sociedad libre de explotación y desigualdades.

Owen Jones nos aportó una descripción detallada de la derrota y de sus posteriores consecuencias. A esta descalabro ideológico siguió una campaña de descrédito y de demonización. El obrero industrial, baluarte orgulloso de la clase trabajadora, defendido por aparentemente poderosas organizaciones sindicales, es sustituido por sub-empleados precarizados, desorganizados, que trabajan en sectores de servicios y comercio, con pocas o nulas exigencias profesionales y académicas, y con unos niveles de eventualidad creciendo. La nueva clase obrera en Europa ya no llevar casco y un martillo en la mano, sino que repone productos entre pasillos de supermercados y acarrea pesados ​​carros de mantas y toallas en complejos hoteleros. La pérdida de la industria, el paro, las adicciones y la aparición de trabajos con un menor prestigio social eran terreno abonado para la desvalorización social y el escarnio de la clase obrera. Tony Blair daba por terminada la lucha de clases anunciando que "todos somos ya clase media". Sólo un detritus social fracasado y inadaptado permanecía ahora como "clase baja", triste sombra del orgulloso proletariado que surgido del siglo XIX había amenazado el status quo imperante de la burguesía durante el siglo XX y hecho tambalear los cimientos de la sociedad.

Todo ello supone una transformación importante donde la oligarquía europea ha salido doblemente ganadora: por una parte ha destruido a la clase obrera industrial del continente y ha aplastado la fuerza de sus sindicatos, por otro ha deslocalizado la producción en territorios donde las normativas laborales y ambientales son más laxas o directamente inexistentes y la organización obrera débil y oprimida.

Es en este sentido que Ernest Cañada nos propone de nuevo reconstruir sobre las ruinas que la derrota neoliberal nos ha dejado. Esto no es fácil, construir sobre los restos de una derrota implica tener que elegir qué materiales del pasado nos serán útiles y cuáles debemos rechazar. Siguiendo la estela abierta por Owen Jones en Chavs, pone el foco sobre las condiciones laborales de las camareras de piso. Cerca de 100.000 personas en España son la base de un sector que se ha expandido, el hotelero, y que se ha convertido perversamente central en una economía desindustrialitzada y hipertrofiada por el cáncer turistitzador. Es en este contexto donde, y a través de entrevistas a las camareras de piso, Cañada nos acerca a una realidad que permanece muchas veces oculta: el sector turístico asienta sus bases sobre una explotación y precariedad creciente e intolerable. Unas ganancias empresariales cada vez más elevadas y basadas ​​en que miles de mujeres enfermen por ritmos de trabajo insostenibles e inhumanos.

Las entrevistas, teñidas de rabia e indignación, son un grito de protesta ante las consecuencias de un capitalismo despiadado que los últimos años ha querido recuperar el terreno y las rentas perdidas durante los tiempos de la engañosa concertación social. No solo se trata de la pérdida de derechos laborales, animados por sucesivas reformas laborales, también es la salud de las trabajadoras lo que ha quedado por el camino.

Pero no es la compasión lo que pretenden estas mujeres valientes que levantan su voz indignada, sino el respeto a un trabajo para la reivindican profesionalidad y calidad. Y aquí llegamos a una de las cuestiones centrales de la aportación de Cañada y que entronca con la reivindicación de Owen Jones de la necesidad de una nueva política de clase: el impulso moral de unas mujeres que reivindican su lugar de trabajo desde la convicción del valor social de una labor que hace que los hoteles funcionen y que los huéspedes disfruten de su estancia. No estamos hablando de una cuestión menor. La estima y la valoración por un trabajo bien hecho aparecen como elementos centrales en casi todas las entrevistas. La centralidad del trabajo como valor en sí mismo es reivindicado por las mismas trabajadoras, situándose por encima de los intereses cortoplacistas de los propietarios de los hoteles, nada más pendientes de los beneficios y la acumulación de capital. No se trata solo de un simple intercambio de fuerza de trabajo por un sueldo. Adjudicar a determinados puestos de trabajo un valor en función de los requerimientos académicos es sesgar la realidad. Muchísimas tareas de "baja calificación" implicarían el colapso de la sociedad a los pocos días de no realizarse. En el caso de los hoteles, la desaparición del director no implicaría necesariamente el bloqueo de su funcionamiento, ¿pero cuando duraría la situación sin las tareas de limpieza y aseo de las habitaciones? Esta es una superioridad real y ética que Cañada no quiere que pase desapercibida y que nos recuerda que el objetivo del neoliberalismo hegemónico ha sido también la corrosión moral de los trabajadores mediante la desvalorización de los trabajos que realizaban. Poner en valor el trabajo de "baja calificación", el trabajo desprestigiado, que supuestamente "puede hacer cualquiera" es hoy un objetivo político que nos ha de permitir reconstruir la posibilidad de una sociedad más justa e igualitaria.

Finalmente hay que agradecer a Cañada que no se limite a exponer fríamente los datos y los hechos de esta injusticia flagrante, sino que dé la voz y ceda el papel central en las auténticas protagonistas, las camareras de piso. Unas voces apasionadas, heridas y tristes a veces, pero nunca resignadas ante lo que consideran una vejación de sus derechos laborales y humanos. Estas voces nos anuncian que ya ha pasado el tiempo de la subordinación. Son de nuevo las trabajadoras y los trabajadores, esta nueva clase obrera, que como proclaman viejos himnos, debe "liberarse ella misma" sin esperar salvaciones supremas "ni de dios, de reyes, ni de tribunos". Viejos materiales que siguen siendo útiles para construir un futuro más digno para las grandes mayorías sociales.

Cañada pone una primera piedra de un camino de dignidad y de orgullo de clase al que todavía le faltan muchas más. Poner luz y visibilizar estas "historias ocultas de la precariedad laboral" es una acción de importantes efectos políticos. Rehacer este camino es hoy una prioridad de primer orden para una izquierda política y social que aspire a acabar con el capitalismo y construir una sociedad de mujeres y hombres libres e iguales. Una sociedad que tiempo tiempo atrás llamábamos socialismo y que queremos reivindicar como un deseo irrenunciable y ya conquistado para siempre en el imaginario utópico de la esperanza humana.