23-12-2015
Bienvenidos a la fiesta: turistización planetaria y ciudades-espectáculo (y algo más)
Ivan MurrayCon la introducción del consumo turístico en las necesidades de las sociedades capitalistas, el litoral se ha trasnformado con la construcción de numerosas zonas turísticas en las regiones semiperiféricas.
Crédito Fotografía: Imagen tomada de Ecología Política (núm. 47, julio 2014)
Desde la introducción del consumo turístico en el paquete de necesidades de las sociedades capitalistas, se ha producido una espectacular transformación del litoral con la construcción de numerosas zonas turísticas en las regiones semiperiféricas.
En plena crisis del capitalismo global rugía con fuerza el motor de la maquinaria turística global. Después de un breve lapso en el que disminuyó el número de turistas internacionales, la fiesta se relanzaba y el 2012 se alcanzaba la cifra récord de mil millones de turistas. Además, los turistas domésticos alcanzaron los cinco mil millones. Literalmente, el turismo se ha desparramado por todos los rincones del planeta y se presenta como una de las principales estrategias de acumulación del capital para salir de la crisis. Incluso los lobbies han reclamado el turismo como un derecho humano.
Asimismo, la propaganda turística se ha encargado de transmitir la idea que el turismo es una “industria sin humos”. No obstante, el capitalismo turístico es tremendamente material, muy exigente en cuanto al uso de territorio, materiales y energía (Gössling y Hall, 2006).
Espacios turísticos: templos del placer-consumo y del capital
Hasta hace poco, los movimientos habían prestado poca importancia al papel del capital turístico en la producción urbana del espacio. Durante la globalización neoliberal, el capital turístico ha estado muy vinculado al capital financiero e inmobiliario y se ha convertido en uno de los principales espacios del conflicto urbano. Al hablar de ciudad turística a uno le viene a la cabeza las grandes urbes rellenas de turistas que invaden sus centros históricos, pero antes de hablar de estas ciudades cabe hablar de esas otras ciudades turísticas que se han esparcido por las “playas globales”, conocidos también como resorts.
Desde la introducción del consumo turístico en el paquete de necesidades de las sociedades capitalistas, se ha producido una espectacular transformación del litoral con la construcción de numerosas zonas turísticas en las regiones semiperiféricas, destacando el Mediterráneo y el Caribe. Éstas se caracterizan por sus condiciones geográficas (clima y costa), pero también por presentar unos marcos institucionales regidos por “democracias de baja intensidad” y por un gran diferencial de renta respecto de las focos emisores.
Bajo esas premisas surgieron las grandes zonas turísticas mediterráneas en los 60, que a diferencia de la ciudad industrial estaban destinadas exclusivamente al ocio y el consumo. Así, la complejidad y multifuncionalidad de la ciudad se diluían. En cierto modo, esos espacios vendrían a avanzar los procesos sociourbanos que se implantarían globalmente décadas más tarde con el capitalismo financiero global y la cultura de la posmodernidad. La España fascista se convirtió en una potencia turística mundial ya que allí se conjugaban los elementos necesarios: playa y sol, mano de obra barata y disciplinada, clima empresarial proturístico y férreo control social.
Los archipiélagos balear y canario destacan por su cuasi absoluta especialización turística, siendo dos de los destinos más importantes a nivel mundial. La “gran transformación” fue de la mano de la inversión extranjera, particularmente de los turoperadores europeos. Su importancia es tal que incluso en las Canarias hay calles que llevan su nombre (p.ej. Avenida Touroperador TUI). Por otro lado, en Baleares, la alianza entre turoperadores extranjeros y empresarios locales fructificó en cadenas hoteleras que hoy son transnacionales: Meliá International Hotels, Barceló, Riu, o Iberostar. Además, capitales de diversa procedencia se colocaron en “fábricas turísticas”, siendo el negocio turístico desde entonces una extraordinaria “lavadora” para el blanqueo de capitales.
A diferencia de otros espacios urbanos, esas ciudades turísticas de rápida aparición presentaron síntomas de deterioro muy prematuramente. La urbanización turística litoral de los 60 recibió el término de balearización. Las formas urbanas que ha adoptado ese turismo litoral varían en función del contexto sociopolítico y el momento histórico en que se han llevado a cabo. De esta manera, por aquel entonces se construyeron ciudades turísticas litorales a un ritmo vertiginoso, con el conflicto social aplacado por la represión fascista. Aquellas zonas presentaban enormes contrastes espaciotemporales: veranos llenos de cuerpos y ciudades fantasma en invierno. Y, más allá de las ciudades turísticas, se levantaban los otros espacios urbanos fuera del glamour donde habitaba la clase trabajadora. La inversión pública se ha centrado en la mejora constante del entorno turístico, mientras que el abandono de los barrios populares ha sido crónico.
En relación al papel del Estado, hay que tener en cuenta que para llevar a cabo el arreglo espacial turístico se ha tenido que llevar a cabo una potente preparación del territorio con grandes inversiones en infraestructuras. Así, la administración pública ha drenado buena parte de la riqueza social para alimentar la “máquina de crecimiento” urbano-turística. Entre estas infraestructuras las más destacables son las de transporte, sobretodo aéreo, sin las cuales sería inviable esa gran migración de cuerpos hacia las “playas del placer”.
La transformación del capitalismo global en los 70 con la construcción del proyecto neoliberal favoreció la expansión del capital turístico hacia nuevas “periferias del placer”. El ascenso de las lógicas financieras y la ruptura de los modelos económicos en el Sur Global –la Industrialización por Sustitución de Importaciones o la agroexportación- se resolvieron en la llamada globalización. Bajo la batuta del Consenso de Washington se pusieron al alcance del capital turístico mundial las playas vírgenes del Sur Global (Blázquez y Cañada, 2010). Así, a partir de los 80 el capital turístico español, y sobretodo balear, se lanzó a la conquista del Caribe. En dichos espacios coinciden buena parte de los capitales especulativos financieros globales y sus divisiones turístico-inmobiliarias (Buades, 2014).
A pesar de existir zonas turísticas como Cancún, las formas urbanas que han adoptado las inversiones turísticas recientes en las playas caribeñas difieren de las ciudades turísticas españolas. En el Caribe ha prevalecido la producción de espacios cerrados, auténticos guetos turísticos, que orgánicamente están desvinculados del resto del territorio. Se trata de zonas gestionadas bajo las políticas del miedo, el miedo a lo de más allá de los muros del resort. Así, los gobiernos deben procurar un marco institucional favorable a la inversión turística, con exenciones fiscales y el relajamiento de las normas sociolaborales y ambientales, y ofrecer los medios para mantener el “orden”.
Más allá de la frontera turística se encuentran los barrios donde vive la población trabajadora, como por ejemplo el batey [1] Hoyo de Friusa en Punta Cana. Llama la atención que dicho asentamiento recibe el topónimo de una marca mallorquina y que una de las principales carreteras es la Avenida Barceló, en referencia a la transnacional hotelera. En este sentido, la toponimia del capital arroja luces de lo que esconde ese espacio.
Cabe señalar que la “reconquista” turística de las playas del Sur Global se ha llevado a cabo con profundos conflictos socioecológicos que van desde el desplazamiento de poblaciones costeras a la apropiación de recursos naturales. Un proceso que podríamos catalogar bajo el concepto desarrollado por David Harvey de “acumulación por desposesión” (Blázquez et al., 2011).
Por otro lado, desde la incorporación en la UE y con el desmantelamiento del tejido industrial y agrícola, el capitalismo español ha acentuado su especialización en la producción urbano-turística del espacio. De esta manera, el territorio español se ha convertido en una pieza central del capitalismo financiero-inmobiliario y turístico a escala global. Las élites españolas y el capital financiero global desplegaron los medios necesarios para que un “tsunami de cemento” arrasara el litoral español (Fernández-Durán, 2006).
La producción del espacio presenta diferentes morfologías y configuraciones que responden asimismo a un amplio abanico social. De esta manera, se producen simultáneamente urbanizaciones de superlujo, concentrando la élite transnacional, con urbanizaciones dirigidas a las clases medias que durante los años de euforia tenían acceso al crédito barato. Así, la producción turística se ha desparramado en múltiples facetas. Por un lado, con la de segundas residencias tanto en el litoral como en zonas del interior peninsular, adquiridas tanto por españoles como por europeos. La fórmula mágica ha sido una combinación de urbanización con campo de golf. Paradójicamente, cada vez más esos espacios se gestionan mediante las políticas del miedo al modo de las “urbanizaciones cerradas”. Mientras, con la entrada del euro y el encarecimiento de la vida, las zonas turísticas tradicionales adoptan estrategias de captura del valor con la propagación del todo incluido. Si en un principio se “balearizó” el Caribe, luego se “caribiza” el Mediterráneo. Además, todo ello se ha llevado a cabo mediante una enorme destrucción paisajística, un consumo de materiales y energía espectaculares, explotación laboral, y unas cotas de corrupción político-empresarial sin parangón. El reverso de la moneda venía dibujado por espacios claramente segregados en los cuales la “fiesta” nunca llegó, aunque las promesas del “Spanish Dream” también hicieron mella sobre las clases populares (López y Rodríguez, 2010).
Sin duda, la enorme burbuja financiero-inmobiliaria española hubiera sido inviable sin esa condición de periferia del placer. De hecho, el estallido de la burbuja ha arrasado buena parte de esos espacios que ahora son territorios fantasma: urbanizaciones sin personas, aeropuertos sin aviones, autopistas sin coches, etc. Y por mucho que se alcancen récords en el número de turistas, el paro se ha asentado por encima del 20% (OMM, 2014).
Competencia interterritorial: megaproyectos urbanos y la ciudad-espectáculo
Además del papel que ha jugado el turismo en la producción de nuevos espacios urbanos, también ha jugado un papel trascendental en la mayoría de ciudades. Si la ciudad industrial del XIX sufrió una profunda transformación para ser más salubre, la de finales del siglo XX experimentó una enorme transformación adecuándose a una creciente competitividad interterritorial en la que el turismo ha sido una de las estrategias centrales.
Una de las señas de identidad del urbanismo neoliberal ha sido el llamado giro emprendedor, que coincidió con el declive de las actividades industriales y otras actividades urbanas en los espacios centrales, y el ascenso del poder de las finanzas. La crisis de los 70 y el abandono de las políticas keynesianas reforzaron el papel de las ciudades como auténticas máquinas de crecimiento que buscan a partir de entonces escalar posiciones en la jerarquía urbana global. En este sentido, el campo de batalla del capitalismo global viene representado por las ciudades y regiones, en detrimento de los estados-nación (Brenner y Theodore, 2002).
Para ello, las ciudades globales especializadas en el sector FIRE (Finance, Insurance, Real Estate) han adoptado la vía turística como una herramienta clave dentro del marco urbano global. La lucha por atraer visitantes y reforzar la marca-ciudad se articula como elemento catalizador de otras estrategias de acumulación, tanto las financieras como de otras ramas del capital corporativo. Las ciudades se colocan en el mapa global como espacios atractivos tanto para turistas, como para ubicar los centros de mando del capitalismo global. De esta manera, New York lanzó la potente campaña publicitaria I Love NY con el fin de atraer turistas, pero también para afianzar Wall Street y el dólar.
Los gestores urbanos ensalzaron los elementos singulares (p.ej. Venecia) para reforzar sus rentas monopolísticas y así asegurar un flujo creciente de turistas, llegando a depender absolutamente del flujo de forasteros. En los últimos cuarenta años, muchas ciudades, o partes de ellas, al perder las actividades productivas sobre las que se habían levantado, las han reemplazado por el universo de actividades que acompañan al capital turístico-inmobiliario (p.ej. Bilbao o Barcelona). Mientras, las élites urbanas reclaman a la población que mantenga la ciudad limpia y que sonría al turista.
Así, paralelamente, mientras la ciudad se tematiza, las élites urbanas intentan desactivar el conflicto o desplazarlo a los márgenes de la ciudad. Para controlar a las clases subalternas de los centros urbano-turísticos y apagar el conflicto ha sido necesaria la aplicación de todo un paquete de medidas seguritarias. A pesar de ello, el conflicto urbano explota cada vez más en torno a las operaciones urbano-turísticas. Probablemente, uno de los modelos más terminados de ciudad turística sea Barcelona sobre la que la coalición procrecimiento ha construido lo que se conoce como el “modelo Barcelona” (Montaner et al., 2014).
Además, la producción de la ciudad turística ha ido de la mano de los megaproyectos urbanos que bajo cualquier excusa han servido para lanzar operaciones de reconstrucción urbana espectaculares y que han tenido como objetivo central aumentar las potencialidades de extracción de valor. Uno de los casos más espectaculares ha sido la estrategia de los jeques emiratíes que, a cambio de “sembrar petróleo”, han levantado una ciudad-pesadilla, Dubai, que se ha convertido en uno de los puntos neurálgicos del turismo de lujo y puente aéreo en las rutas hacia Asia.
Finalmente, el turismo ha jugado un papel clave en los procesos de gentrificación global, mediante los cuales barrios enteros son sacrificados al dios dinero y sus antiguos habitantes desplazados, ya que “afean” la ciudad-marca. Precisamente, las políticas de shock que se aplicaron en New Orleans después del paso del Katrina, sirvieron para reinventar la ciudad, bloqueando el retorno de los habitantes negros hacia zonas del sur de la ciudad, convertida en zona turística.
Luchas sociales por el derecho a la ciudad
Las luchas sociales contra el capital turístico tienen ya un largo recorrido. En los últimos años han explotado múltiples expresiones sociales contra los megaproyectos turísticos, tanto en el Norte Global (p.ej. Plataforma Eurovegas No), como en el Sur Global [2]. En España, una de las primeras movilizaciones fue la okupación de sa Dragonera (Illes Balears) el 1977 para evitar una urbanización de lujo. El islote fue protegido y desde entonces, en las Baleares, buena parte de la movilización social ha girado en torno a la urbanización turística, con el GOB (Grup Ornitològic de Balears) a la cabeza. La construcción de megainfraestructuras relacionadas con la producción turística del espacio y la apropiación de recursos naturales para la máquina turística han sido también ampliamente combatidas, como la Plataforma en Defensa del Ebro en contra el trasvase para alimentar las urbanizaciones del litoral o el Comité de Lucha en Defensa de las Aguas Costeras de Santa Cruz (Costa Rica) contra la apropiación del acuífero de Nimboyores por parte de Meliá Hotels International.
En los centros urbanos se han activado también múltiples luchas contra la privatización urbana asociada a la mercantilización turística. Estos movimientos podrían catalogarse como movimientos por el derecho a la ciudad, aunque no se presenten como tales, y que el lobby turístico ha catalogado como turismofóbicos. En Barcelona, particularmente, con el estallido de la crisis y la profundización del empresarialismo urbano-turístico, se han multiplicado estas luchas, como la de la Red Vecinal de Ciutat Vella en contra del plan de usos del barrio, hecho a la medida de los intereses del capital turístico [3].
Si coincidimos con David Harvey (2012) en que la actual crisis presenta una clara dimensión urbana, luego la vía turística está claramente incrustada entre las estrategias espaciales de acumulación. Es por ello que la revolución urbana deberá pasar por la reconquista del espacio apropiado por el capital turístico y por combatir su avance.
OMM (eds) (2013), Paisajes devastados. Después del ciclo inmobiliario: impactos regionales y urbanos de la crisis, Traficantes de Sueños, Madrid.
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