21-04-2020
Macià Blázquez: "La crisi de la COVID-19 no és decreixement, és una catàstrofe"
El decreixement és un projecte de transformació sociopolítica de millora de la prosperitat i de benestar, mitjançant la contracció i la convergència. Un declivi involuntari, com el de la crisi de la COVID-19, no ho és.
Crèdit Fotografia: Carme Coll.
(article disponible només en castellà)
El pasado 17 de abril, el suplemento “El Económico” del diario “Ultima Hora”, entrevistó a Macià Blázquez Salom, profesor de geografía de la Universitat de les Illes Balears y colaborador del grupo ecologista GOB Mallorca y de Alba Sud, sobre los efectos de la crisis de la COVID-19 en el turismo balear. La pandemia ha obligado al cierre de sus puertas de entrada, puertos y aeropuertos, y la práctica totalidad de los establecimientos de este destino turístico de masas. Este es el texto más extenso de respuesta a las preguntas que le formularon Aina Ginard y Pep Verger, periodistas redactores de dicho semanario. Puede accederse a la entrevista en el formato más breve haciendo clic aquí.
Supongo que usted pensará que no hay mal que por bien no venga.
La pérdida de vidas no es asumible como correctivo. Sería de ser mala persona. Los ecologistas defendemos la vida. Eso sí, más valdría ser prevenidos desde ya; porque tarde o temprano nos la teníamos que pegar... porque el crecimiento no puede ser indefinido. Confiamos excesivamente en la ciencia y en la tecnología para que resuelvan las crisis provocadas por un sistema basado en el crecimiento, el individualismo, la competencia, la codicia y el desprecio hacia nuestros congéneres, humanos y no humanos. El capitalismo contradice los límites de la naturaleza, a la que, queramos o no, pertenecemos.
Le escucho y parece que a crisis de la COVID-19 es culpa del capitalismo.
Es evidente que la hipermovilidad y la globalización han favorecido la propagación del virus.
Dicen que toda crisis es una oportunidad. ¿Qué debemos aprender de la crisis provocada por la COVID-19?
La COVID-19 provoca una crisis sanitaria, pero la crisis económica deviene de nuestra excesiva dependencia de la globalización. La crisis sanitaria ha puesto en evidencia la fragilidad del sistema. El monocultivo turístico nos hace vulnerables, además de insostenibles por el derroche de energía y materiales que supone. Un parón como este puede deberse a una pandemia, ataques terroristas, la inundación de las playas por la subida del nivel del mar o a un desabastecimiento energético por las guerras para controlar los menguantes yacimientos de petróleo. La economía balear depende desproporcionadamente del turismo de masas, de sol y playa, residencial o de escapadas urbanas. Igual sucede en otros muchos otros destinos del mundo, con espacios urbanos monofuncionales: desde Las Vegas a Cancún, Bávaro, Hawái o Bali. Unas ciudades turísticas que van a permanecer vacías toda esta temporada, lo cual supondrá la quiebra de muchas economías domésticas. Si esto no nos hace revisar nuestro modelo económico, ¡qué lo puede hacer!
¿Habrá un antes y un después?
El confinamiento nos puede hacer echar de menos, más que nunca, el viajar. El turismo es una forma de recreación, que puede aportarnos intercambio cultural, conciencia ecológica y de ciudadanía global; contribuir al desarrollo de nuestra inteligencia emocional o del pensamiento crítico. Habrá que plantear escenarios turísticos alternativos de redescubrimiento del territorio, guiados por la proximidad y la lentitud, porque la era de la hipermovilidad se desvanece y en este sentido la tendencia es a la desglobalización. Pero deberíamos aspirar a que el turismo fuese accesible para todo el espectro social, que contribuya a la complementariedad económica de usos del territorio más esenciales y con el control comunitario local de la cadena de valor.
¿No es la crisis de la COVID-19 una excelente ocasión para plantearse el decrecimiento turístico?
Espero que la actual ocasión sirva para redimensionar la industria, hacerla más sostenible.
¿El retorno a la normalidad pasará por bajar precios y aumentar la precariedad de los trabajadores?
Seguramente será así como se intentará reemprender el acaparamiento de las ganancias. El capitalismo no atiende a otra motivación que el afán de lucro individual. Es el “codazo del mercado”, que se guía por la competencia y persigue la acumulación de riqueza. El pez grande que se come al chico; es decir despoja a: asalariados, autónomos o pequeños empresarios. Es un sistema contradictorio que entra en crisis cuando disminuyen las tasas de beneficios o se reducen excesivamente los salarios. Y su escalada codiciosa se agrava con la especulación financiera, la cual, en lugar de extraer beneficios de la producción, únicamente busca extraer rentas, por ejemplo, de bienes inmuebles. Ese rentismo está disminuyendo el capital productivo, el trabajo y el consumo; porque el capitalismo rentista se basa en inversiones no productivas donde el rentista recauda sus beneficios derivados de sus activos inmobiliarios; mientras que el capitalismo productivo se basa en el nexo del mercado salarial y el capitalista tiene que reinvertir, en teoría, parte de las ganancias para sobrevivir en un mercado competitivo. Ese rentismo es neo-feudal, con la aparición de unas nuevas “manos muertas” como los latifundistas del medievo.
Usted ha abogado de forma persistente por el decrecimiento turístico, pero como una contracción voluntaria y planificada, ¿no?
El decrecimiento es un proyecto de transformación sociopolítica en el que los “flujos de energía, materiales y desechos de una economía disminuyen mientras que la prosperidad o el bienestar mejoran”, según una definición de Giorgos Kallis, del ICTA-UAB. El monocultivo industrial turístico balear, por ejemplo, tiene un metabolismo social insostenible, con una huella ecológica que supera en mucho la biocapacidad de nuestras islas, cuantificada en la tesis doctoral de Ivan Murray. Transformar nuestros procesos de producción y consumo implica un cambio en la organización social que sólo es asumible mediante la democratización de la gestión económica.
Un declive involuntario, como el de la crisis de la COVID-19, no es decrecimiento en sí mismo y los países en recesión o depresión no son experimentos de decrecimiento. Los principios del decrecimiento son la creación y gobernanza de bienes comunes, el cuidado y la convivencia. El decrecimiento propone la contracción del derroche o de la contaminación, por ejemplo, respecto a la emergencia climática; pero también la convergencia que aproxime los extremos de la polarización social. Por ejemplo, mediante la introducción de una renta básica universal. Los Objetivos del Desarrollo Sostenible de la ONU insisten en señalar la pobreza como causante del deterioro ambiental. Pero, los cálculos de la huella ecológica de las diferentes clases sociales demuestran que el problema radica en la acumulación de riqueza y el derroche del Norte global.
El análisis de las propuestas de decrecimiento de nuestro proyecto de investigación para destinos turísticos saturados como Baleares apunta 6 Ds: 1) Desmercatilización turística de aspectos de la vida cotidiana; 2) Desturistificar, para desarrollar luego una re-turistificación basada en patrones sociales y ambientales más justos; 3) Reducir las Disparidades, asegurando el acceso al alojamiento, con soluciones colectivas; 4) Sancionar el consumo excesivo y el Derroche; 5) Dignificar las condiciones de trabajo; y 6) Regular Detalladamente la ocupación y el uso del suelo, para restringir el aumento de la capacidad de alojamiento y de las infraestructuras de transporte, como puedan ser el aeropuerto, los puertos o autopistas.
Fotografía de Carme Coll.
¿Cómo se hace para decrecer de forma ordenada?
Hay numerosas propuestas sobre la mesa: la renta básica universal, las staycations, el movimiento staygrounded para promover medios de transporte más sostenibles, hacer menos viajes, más lentos, más significativos y a destinos próximos, etc. Alba Sud ha lanzado una colección de contribuciones dedicadas a plantear qué será del turismo tras esta crisis, con el hashtag #TourismPostCOVID19. Investigadores de la UIB hemos coordinado ya, junto a colegas de la UAB y de la WUR, un número especial de la revista Journal of Sustainable Tourism y un libro monográfico sobre “Turismo y decrecimiento”, con el subtítulo “Hacia un turismo verdaderamente sostenible”. El debate científico y político se enriquece también con las contribuciones de las ciencias sociales.
¿Cuánto cree usted que debemos decrecer? ¿Cuántos millones de turistas podemos aceptar en Balears?
No se trata únicamente del número de turistas. Hemos estudiado el modelo turístico balear, y el “turismo de calidad” (malentendido como el de mayor poder adquisitivo) muestra un metabolismo social más insostenible, en términos de consumo de agua, energía o gentrificación por despojo del espacio a la población desfavorecida. La reducción del número de turistas se suele plantear para el segmento de clase trabajadora que ha nutrido la industria del turismo de masas y a la que ahora se pretende excluir de la ecuación. Recortar, sin atender a aspectos sociales, promueve la exclusión y el despojo. Como alternativa se aboga, por ejemplo, por el desarrollo de proyectos comunitarios y/o estatales para organizar vacaciones y tiempo libre no impulsados por el beneficio (ampliando su base social con programas semejantes al Imserso); o por la asignación equitativa de plazas en el transporte de masas, porque si las plazas se venden, simplemente, al mejor postor, solo los ricos podrán viajar. Si la posibilidad de viajar es distribuida entre todo el espectro social, sus costes pueden ser prorrateados, para asegurar oportunidades de viajar a todo el mundo. Ernest Cañada ha desarrollado en su tesis doctoral el concepto de turismo inclusivo, en discusión con la propuesta de Regina Scheyvens y Robin Biddulph, que sectores empobrecidos o marginados de la economía dominante vean ampliadas sus posibilidades de acceso al turismo, como consumidores y como productores, accediendo también a la toma de decisiones y a la distribución de los beneficios.
¿Qué pretende hacer con las plazas de avión? Habla usted de asignación equitativa…
Entiendo que el turismo debe ser accesible para todo el mundo, también para los ciudadanos de pocos ingresos. No hemos de convertir Mallorca en un refugio para ricos. Hemos de poder garantizar que todo el mundo pueda viajar.
¿Cómo valora que los gobiernos salven las líneas aéreas?
Vuelve a sorprenderme que incluso los más neoliberales pidan que vuelva a ser el Estado, es decir nuestra bolsa común, la que cubra las pérdidas. Con el dogma neoliberal privatizaron servicios y empresas públicas en España (Argentaria, Telefónica, Tabacalera, Iberia o AENA) y he aquí la hecatombe social de los recortes. ¿Cómo así no se le pide al mercado que nos salve de la COVID-19? Se le pide más prestación sanitaria a la administración pública, interviniendo incluso, aquí en Baleares, residencias privadas de la tercera edad (¡y no de un grupo empresarial cualquiera!). Además de pedírsele subsidios, rescates para las grandes empresas y hasta políticas monetaristas para que los costes de la crisis los amortigüe el conjunto de sociedad. Y todo ello sin perder, al mismo tiempo, la oportunidad para pedir que los ricos paguen menos impuestos. ¿Qué sentido tiene eso? No considero prioritario rescatar con el dinero de todos a la mayor fuente de contaminación atmosférica de Baleares, la aviación, que es la que más contribuye a agravar la emergencia climática. Ya se destinaron 1.100.000 € del fondo del impuesto del turismo sostenible de 2019 al “Impulso y potenciación de la conectividad aérea”. ¿No valdría más dedicarlo a diversificar la economía, empezando por el abastecimiento alimentario de primera necesidad?
La actual situación va a provocar mucho sufrimiento. Se lo digo pensando en muchos trabajadores que no saben si podrán cotizar ni un solo día.
Quien peor lo pasa son los más desfavorecidos de la sociedad, que viven en condiciones de mayor precariedad económica. Empezando por los trabajadores temporeros a quienes se les desvanece la esperanza de conseguir un salario, aunque sea estacional, a razón de más de un centenar de miles de personas en Baleares. Enseguida que se inició la crisis de la COVID-19, me imaginé sus consecuencias en forma de una inversión del flujo migratorio. En cambio, los bancos y cajas españolas rescatadas tras la crisis de 2008 recibieron más de 60.000 millones de euros, que el estado ha renunciado a recuperar. Como dice Emilio Santiago Muíño, en el escenario tendencial más peligroso, la crisis del capitalismo se resuelve mediante “devaluación interna y abaratamiento de la fuerza de trabajo, tensiones centrífugas independentistas entre territorios ricos y pobres, agudización del conflicto bélico en todas sus formas”.
¿La solución pasa por decrecer en los meses centrales del verano y aumentar la desestacionalización?
Los discursos favorables a la desestacionalización se han utilizado para ensanchar el mercado, añadiendo todos y cada uno de los espacios de Baleares al negocio turístico. La “puesta en valor” de la ciudad para “disfrutarla como un lugareño” o del turismo rural han servido para introducir bienes inmuebles en el mercado financiero y hacer cómplices a las clases medias propietarias de la turistificación de nuestra vida cotidiana.
¿Qué piensa usted del turismo relacionado con el senderismo, el cicloturismo, la gastronomía…?
En un destino saturado como Baleares, añadir modalidades de turismo cultural, rural o activo contribuye a la turistificación global (que es el título de un libro editado por Ernest Cañada e Ivan Murray este último año). Evidentemente, la modalidad no es la responsable; aunque Thomas Schmitt, de la Universidad de Bochum, en el Rurh, concluyó con su tesis de cátedra las ventajas ambientales y sociales del turismo de masas. Pero la crisis de la COVID-19 lo cambia todo y habrá que diseñar nuevos escenarios con políticas turísticas para el futuro: reorientar el turismo en beneficio de los espacios desfavorecidos, contribuyendo a su resiliencia, en pro de su recuperación en el contexto de la crisis, para alterar el patrón territorial creador de desigualdad que nos ha dominado hasta día de hoy; favorecer la proximidad que reducirá los inconvenientes ambientales y para nuestra propia salud del exceso de desplazamientos; y promover que los beneficios económicos de nuestras actividades reviertan en las comunidades locales.
Sospecho que usted aboga por un cambio de modelo. ¿Que pretende usted? ¿hacia dónde debemos avanzar? ¿Qué deben hacer las administraciones públicas para fomentar este cambio de modelo?
El modelo económico no puede basarse más en potenciar la desigualdad social. La adoración del lujo y del derroche es, a mi entender, nefasta. Se nos inculca la idolatría del capricho, la acumulación de riqueza e incluso de la evasión fiscal, dando ejemplo la mismísima Casa Real española. Diversificar la economía y promover la proximidad me parecen las mejores alternativas. Con regulación que penalice el derroche, el fraude fiscal y la acumulación patrimonial con progresividad impositiva. Todo ello a través de la radicalidad democrática, como requisito.
¿Cree usted que sería bueno que fuéramos más pobres?
La pobreza es la que sufren los explotados y más geográficamente en los espacios que se denominan “operacionales”, de los que nos servimos para extraer recursos, en los que se recluta mano de obra y se vierten residuos. Aquí mismo, sin ir más lejos, la sociedad balear ya es demasiado desigual. El turismo coincide en la Unión Europea con las regiones con mayor vulnerabilidad social, acorde a los resultados de un artículo de María Antonia Martínez e Ivan Murray, en cuyas palabras: “… los valores de intensidad turística más altos que combinan con un nivel socioeconómico bajo, la mayor parte de las cuales pertenecen a los espacios insulares de los Estados meridionales, como por ejemplo las Islas Baleares o Canarias en España, Creta en Grecia, además del Algarve en Portugal o la región costera de Croacia”. El desarrollo geográfico desigual es consustancial al capitalismo, como también lo es la explotación laboral y ambiental.
Es evidente que el agua está más limpia, que la contaminación ha bajado… ¿Tan perjudicial es la actividad humana?
La previsión de aumento de la temperatura media de la atmosfera entre 2 y 3 grados centígrados antes de finalizar este siglo XXI no es ninguna invención. Tanto es así que se propone una nueva época geológica, el Antropoceno, caracterizada por la alteración antrópica del medio ambiente: el cambio climático de origen antrópico –o calentamiento global–, la sexta extinción de especies y el pico del petróleo; todas ellas derivadas de la presunción de que la especie humana no depende de los ciclos naturales, pudiendo contaminar, extinguir y agotar cualquier otro componente de los ecosistemas. Si afinamos su origen en el actual sistema económico, debemos hablar mejor de Capitaloceno.
¿Parece que nos acercamos al fin del mundo?
No, pero debemos cambiar el modelo. Balears es un laboratorio perfecto.
Se ha dicho en muchas ocasiones que el alquiler vacacional supone la democratización de la riqueza del turismo. ¿Qué le parece?
Con la legalización del alquiler vacacional perjudicamos a la población que no es propietaria de viviendas y que deja de tenerla a su alcance por el encarecimiento de los alquileres. Es una muestra más de la turistificación, extendiendo la frontera del negocio a más ámbitos de nuestra vida cotidiana. Con el caramelito del alquiler para pequeños propietarios se esconde una realidad especulativa de grandes propietarios o comercializadores, que añaden la vivienda al mercado financiero. Además, el alquiler vacacional esconde mucha ilegalidad y la modificación a demanda del marco regulatorio, alcanzando extremos de corrupción de la democracia, con lobbies de intereses y autoridades haciendo la vista gorda. Airbnb también pide el rescate público de sus rentistas, en un giro que me parece esperpéntico para subvencionar el rentismo.
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