29-04-2020
Turisme postCOVID-19: Hem de tornar a la mateixa situació?
Daniel Hiernaux-NicolasLa davallada de la invitació del capitalisme global a una major mobilitat i que les cases s'hagin convertit en espais de refugi i confinament, obliga a una reflexió sobre el futur del turisme, que necessàriament haurà de ser refundat.
Crèdit Fotografia: Nik Anderson.
(article disponible només en castellà)
El anuncio oficial de la Organización Mundial del Turismo que el turismo internacional podría mostrar un descenso de hasta 30% en este año 2020 es muy probablemente demasiado optimista (1), con 2 mil millones de personas confinados en sus casas y la economía mundial parada en buena medida hasta que se resuelva una crisis cuyo vector es aún muy mal conocido y su remedio entre los buenos deseos de una ciencia incapaz de resolverlo a corto ni medio plazo. ¡Qué paradoja de que se haya desplomada en tan poco tiempo la invitación del capitalismo global a una mayor movilidad, a disfrutar de un mundo liberado de sus fronteras!
Nuestro mundo ha cambiado radicalmente: qué la casa se volviera un “bunker”, como lo afirmó años atrás la investigadora Alicia Lindón, se ha hecho realidad en un grado que aún es difícil de asumir (2). No han faltado las invitaciones a invertir en la casa para poder practicar un cocooning reparador de las presiones de la vida cotidiana y del trabajo (3). Qué la casa sea el último refugio frente a un mundo violento, complejo, atormentado, quizás podía ser aceptable para muchos. Pero que se volviera la única madriguera del ser humano, es algo mucho más difícil de asimilar.
Al mismo tiempo, la evolución de la tecnología ha imprimido desde tiempo atrás una aceleración de las innovaciones para producir dispositivos electrónicos destinados a ponernos en contacto con los demás, para resolver el trabajo en línea o comprar bienes a distancia que se envían a casa. Los dispositivos que vuelven la morada “inteligente”, que supuestamente ofrecen mayores facilidades para vivir la cotidianidad en casa, no solo se multiplicaron en la última década, sino que han permitido vivir de manera más enclaustrada, como monjes medievales: una suerte de Nirvana capitalista, cuyo disfrute puede ser asesorado por coachs en línea y apps para el móvil que nos ofrecen técnicas de relajación.
A la vez, la movilidad personal por medio del viaje, se ha profundizado mediante una disminución relativa de los precios de los vuelos, una oferta de alojamientos más económica por las plataformas tipo AirBnB, y múltiples mecanismos. Así, a la par de un creciente repliegue doméstico voluntario se ha extendido la potencialidad del viaje como diversión, como escape a ritmos de vida desenfrenados en el trabajo como en la vida cotidiana.
Esta expansión de la movilidad mundial ha sido a su turno explotada por el capitalismo, a manera de reducir sus costos y vencer momentos difíciles de crisis: se ha planteado buscar los lugares donde los costos de producción sean los menores, identificar las comunidades más explotables a través de procesos laborales que parecen calcados del medievo, son algunas de las estrategias más ampliamente aplicadas para salir de las crisis redundantes del capitalismo desde fines de los ochenta: aun así no se ha logrado recuperar un crecimiento significativo y estable de las economías desarrolladas y cierta mejoría observable de los indicadores macroeconómicos de la economía mundial, más bien ha sido inducida por el crecimiento extremadamente rápido de China y unos pocos países que han vuelto a dinamizar, aunque parcialmente, la economía mundial.
En este esquema el turismo internacional se ha manejado como un soporte significativo para la economía mundial y las cifras de empleo y de participación en el Producto Mundial han sido su mejor imagen de marca. Y en verdad lo ha sido, particularmente para países que pretenden integrarse en los núcleos duros del capitalismo contemporáneo. Los países del Este de Europa, el contorno del Mediterráneo, algunos países latinoamericanos que se han vuelto potencias turísticas como México o Brasil, han salido engrandecidos en sus resultados macroeconómicos, por el crecimiento rápido del turismo internacional.
En este contexto, la dispersión mundial desde el foco inicial chino del virus conocido como COVID-19 ha venido a romper el idilio de la economía capitalista con el crecimiento continuo. Con unas cifras en crecimiento vertiginoso, hora por hora, de defunciones y de personas en reanimación, la pandemia ofrece imágenes aterradoras de un mundo que se ha desarticulado en sus fundamentos. Los reportes de agencias internacionales relatan ya una crisis mundial sin precedentes con sendos efectos en todos los países. Vale la pena entonces reflexionar más a detalle sobre el impacto del COVID-19 sobre el turismo, posiblemente uno de los conjuntos de actividades globalizadas más afectados.
Fuente: Studio Incendo, bajo licencia creative commons.
Debemos recordar que el viaje convoca a casi todas las ramas económicas, por lo que la magnitud de la crisis que significa la casi paralización total de los viajes locales e internacionales, es mucho más severa que lo que señalan las estadísticas. Las mismas siempre han sido endebles por falta de cobertura adecuada de información, no solo a nivel mundial, sino también a nivel nacional y local. Tampoco debe descartarse una posible manipulación de información a escala nacional e internacional. Los datos de los cuales disponemos son esencialmente de turismo internacional que incluyen indicadores como la capacidad hotelera, los movimientos aéreos, las noches/turistas, y entradas de turistas por aeropuertos esencialmente (4). Si bien es sustancial la caída de estas actividades, el interés va más a lo que se llama el efecto multiplicador: por cada empleo en hotel, se estima que se crean tres empleos en actividades conexas, como transporte terrestre, venta de souvenirs, y demás, todas actividades que son a disposición del turista pero que no se consideran como la esencia misma del viaje turístico y no se registran como tal.
Estamos hablando de batallones completos de personas que se ocupan en microempresas o en la total informalidad del trabajador aislado (acomodador de coche, vendedor de ropa o comida en la playa, etc.). De eso sabemos poco, salvo que cuando el turismo está en auge, invaden literalmente los destinos turísticos. Estas personas forman parte de lo que el geógrafo brasileño Milton Santos llamó “el circuito inferior de la economía urbana”, en este caso de la economía turística (5). En el contexto actual de la eliminación de tajo de la actividad turística por los decretos oficiales de no salir a la calle y guardarse en casa que se han impuesto en la casi totalidad de los países afectados por el virus, se trata de personas que se han visto invisibilizadas por la falta de actividad.
El problema que emana de esta constatación, es que el conocimiento que logramos tener del turismo se basa en la formalidad, en las empresas reconocidas como tales, no en las “pequeñas manos” que se emplean en el turismo. Además, no debe olvidarse que la mayor parte del empleo en empresas llamadas “formales” es pasajero, de temporada y muy mal pagado como lo ha señalado Ernest Cañada (6). Estas personas fueron las primeras en invisibilizarse sin mayor indemnización y se fueron a engrosar las filas de las víctimas de la crisis sanitaria.
La crisis del turismo se debe esencialmente a una crisis de movilidad, resultado de que la estrategia usada ampliamente contra el virus es “quédate en casa” y cancelando todos las actividades que pudiera ser arriesgadas por la propagación posible del mismo: evitar las reuniones de personas -desde el hecho usual de acudir a un restaurante como la cancelación de los juegos olímpicos de Tokio 2020- no desplazarse, regresando así a un modelo casi medieval de control de la población en sus llegadas y salidas de los asentamientos humanos. Se ha visto claramente en los cierres de entrada en pueblos, brigadas de residentes locales deteniendo las entradas y salidas, en síntesis, la imposición de un modelo de confinamiento. Todo eso, como lo ha señalado Néstor García Canclini en un artículo reciente, con riesgos serios para la democracia, las libertades individuales y que podría volverse una nueva forma de gobernanza (7).
Políticas públicas y presiones corporativas para el regreso a la “normalidad”
Es casi imposible determinar un escenario creíble del post-virus para el turismo. Una situación casi segura es que todos los gobiernos van a estar presionados por los poderes fácticos en turismo, que son las grandes cadenas hoteleras y las líneas de aviación entre otros actores, escudados por los “magníficos resultados macroeconómicos” de la mal llamada “industria sin chimenea”. El Secretario de Turismo de México, Miguel Torruco Márquez mencionó recientemente que resulta imprescindible reactivar el sector turístico mexicano, porque su superávit comercial de 12 mil millones de dólares al año es equivalente al déficit de la industria petrolera. Un buen ejemplo de un discurso economicista que ignora la magnitud de la problemática social.
Como se ha vendido esa imagen del turismo a través de los ministerios correspondientes a la propia población y a los posibles turistas internacionales mediante campañas publicitarias multimillonarias, es evidente que las propuestas de regresar al estado anterior –una libre circulación de los turistas– recibirán el visto bueno de la mayor parte de la población: el nivel de aprobación será muy elevado.
Más aun, los propios invisibilizados aplaudirán esas medidas, anhelando un regreso al trabajo a como dé lugar. Al fin de cuentas, la población desea salir de sus cuatro muros, lo que es muy legítimo, ávida de reiniciar la persecución del imaginario de felicidad que ha sido pacientemente construido por la ingeniería imaginal de las empresas turísticas y por los mismos turistas y que el virus vino a poner entre paréntesis por la restricción al movimiento de personas.
Sin embargo, muchos interrogantes nos acechan de cara a esta aparente victoria del modelo turístico actual, al posible regreso a la situación anterior, aun con medidas sanitarias de precaución.
Vale recordar, en primera instancia, que el turismo ha sido un gran depredador de la naturaleza, ¿debemos seguir así cuando se ha hablado con fuerza de la necesidad de una nueva conciencia y actuación ambiental? La emergencia sanitaria en cierta forma ha boicoteado los esfuerzos de concientización al cambio climático y a la inoperancia en el medio y largo plazo del modelo económico actual. Cuando Greta Thunberg apenas terminaba su cruce del Atlántico en endeble embarcación en Lisboa el 3 de diciembre 2019, el COVID-19 ya había empezado su siniestra epopeya en Wuhan.
¿Qué futuro para los cruceros? Hospitales o cementerios flotando, no es claro, para iniciar, que sean aun tan bien vistos por los turistas. Criticados por su poco respecto al ambiente con el vertido de fuel en alta mar, la contaminación atmosférica por partículas cancerígenas provenientes del combustible que usan, el daño a las barreras de coral, la descarga de aguas negras y basura en alta mar, los cruceros han sido claramente letales como se está viendo con esta crisis. Sin embargo, dos grandes potencias en competición en la producción naviera de buques de cruceros, Italia y Francia, a la par duramente afectadas por el virus, se opondrán seguramente por todos los medios a una necesaria revisión de la pertinencia de dejar prosperar una actividad tan extremadamente dañina.
El argumento que el turismo es un factor indefectible de mucha riqueza no es aceptable tampoco: ciertamente, en México, por ejemplo, la actividad encubre una serie de actividades que generan una considerable acumulación de capital, entre otros para el sector financiero como los fondos de pensiones que se han incrustado en diversas actividades relacionadas con el turismo. Lo anterior se articula con un particular maltrato de los trabajadores, sueldos ridículos, largas jornadas de trabajo, ausencia de vacaciones propias, informalidad de la contratación, ausencia de protección social, entre otras. Si se considera que un indicador de la riqueza de un país es tener empresas y reducidos grupos de personas que se enriquecen con ciertas actividades como los cruceros, entonces es que se mantiene la confusión entre el crecimiento y el desarrollo.
Fuente: Santiago Sito, bajo licencia creative commons.
No solo en el caso de los cruceros se perfila una crisis de confianza sin precedentes sobre la seguridad de los destinos, no solo de tipo antiterrorista, sino a la vez sanitaria. ¿Es el turismo una actividad segura? Es una cuestión que no dejará de pasar por la mente de muchos. El índice de confianza en el turismo se ha desplomado (Hosteltur) y no se sabe si podrá revertirse rápidamente, aunque muchos creen que, con medidas como alejar entre sí las mesas de los restaurantes, poniendo alcohol desinfectante casi en cada mesa y observando una estricta sanidad en las habitaciones o en los aviones, las personas recobrarán la confianza, lo que es dudoso.
Otro factor de atención es qué tipo de políticas públicas tomarán los Estados nacionales para apoyar la resurrección de la actividad y la respuesta de la población. A manera de ejemplo, traigo el recuerdo de un seminario organizado en 1992 por el Dr. Roger Bergeret en la Universidad Autónoma de Guerrero en México, después del inicio de la primera guerra del Golfo, durante el cual los representantes de los empresarios pedían al gobierno su pleno apoyo y contaban que la población mexicana pudiera ocupar los cuartos vacíos por la reducción radical de llegada de turistas estadunidenses. A una pregunta si venderían los cuartos para la población nacional al precio al cual solían vender los cuartos a los mayoristas de Estados Unidos (alrededor de 20 dólares de la época por cuarto/noche) contestaron que obviamente, no, sino al precio de lista en México o sea entre 80 y 100 dólares. Una muestra contundente de la actitud por la cual se privilegia la ganancia a toda costa …Todo parece indicar que los políticos muestran cierto temor a provocar el enfado de la población, cuando, según el servicio secreto francés, se prevén rebeliones urbanas, situación que el sociólogo francés Michel Maffesoli considera muy posible por el nivel de desconfianza que muestra las sociedades civiles en el mundo entero, frente a la actitud de sus dirigentes en los cuales no confían (8). Tampoco la clase política se enfrentará con los lobbies empresariales que exigen ya el regreso a la “normalidad” bajo sus términos y condiciones.
Finalmente, el desempleo y la baja de recursos de muchos, pueden ser factores que a su turno incidirán en la voluntad oficial de permitir un pronto restablecimiento de la actividad.
¿Debemos regresar a lo mismo? No, cien mil veces, no. El turismo masivo, sustentado ideológicamente en la acumulación a toda costa, no es sostenible en ninguna de sus facetas.
Además de lo ya mencionado, en el contexto de la turistificación global que han analizado los autores del libro del mismo nombre (9), se ha señalado una turismofobia creciente (10), es decir un rechazo al turismo por sus efectos en las poblaciones y las localidades submergidas por un turismo masivo invasor que también empezará a hacerse oír más si se regresa al nivel anterior. En algunas localidades, entre las cuales notoriamente Venecia, las mismas autoridades locales han expresado su rechazo a recibir nuevamente hordas de turistas como por el pasado. Con seguridad, este factor tendrá efectos significativos en los debates que se pueden esperar sobre el futuro del turismo en las localidades más importantes.
El mito del turismo, el imaginario del mismo ha recibido fuertes golpes en los últimos veinte años: es tiempo de pensar en una nueva ética del turismo sustentada en el respeto a la naturaleza, las personas residentes en los sitios turísticos y los propios turistas y los trabajadores a su servicio, y los espacios urbanizados como lugares de vida, de trabajo y de identidad que pertenecen a todos.
Las implicaciones son múltiples, como no cerrarse a la posibilidad de declarar una moratoria de la construcción o apertura de nuevos hoteles en los sitios más congestionados. Una reflexión sobre la escala de los proyectos es imprescindible y una reconceptualización de las edificaciones hoteleras para volverlas obligatoriamente más sustentables dentro de proyectos de menos escala (de menos número de cuartos, huéspedes y actividades). A la vez, se debe plantear una restricción radical de los cruceros, hasta que se manejen condiciones de operación compatibles con el entorno social, el medio ambiente marítimo y el terrestre.
Hacia una refundación del turismo
En esta necesaria fase de renovación o quizás de refundación del turismo, también se antoja imprescindible poner el acento en el turismo nacional hacia un redescubrimiento de las identidades locales, de sus valores y riquezas e impulsar un turismo de pequeña escala, solidario, justo/equitativo y respetuoso de personas, sitios e identidades, articulado con ciclos cortos de desplazamiento de los turistas, de abasto y de espacio integrado a las actividades: en este sentido, la reconquista del tiempo por medio de un turismo lento, slow tourism, centrando el turismo sobre espacios reducidos, permitiría avanzar en la línea de un turismo solidario con su territorio de inserción, que no puede ser otro que un espacio micro-regional.
El turismo responde a un deseo subjetivo que articula el imaginario de la pérdida del paraíso perdido y el deseo de descubrimiento, de conocimiento del otro. Su manejo y aprovechamiento como forma de acumular intensivamente riquezas, ha desvirtuado esta movilización de intereses personales y colectivas hacia una movilización de medios para volverla algo como una actividad económica.
Es tiempo de repensar el turismo, de darle una nueva cara (no una máscara) que la haga más amable para el planeta. La crisis de COVID-19 es una crisis de sociedad, no sólo una pandemia, es la ocasión que nos obliga a interrogarnos sobre si debemos renovar nuestra aceptación del modelo actual o pensar en replantear los fundamentos mismos de nuestra relación al turismo.
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