31-05-2021
El Paisatge Cultural Cafeter colombià: un Patrimoni de la Humanitat en risc
Valentina Robledo | Alba SudEl cafè constitueix un dels atractius turístics més importants de Colòmbia. No sempre ha estat així. Fins a principis dels anys 2000 la seva economia es basava principalment en la producció cafetera. La crisi del cafè va fer que la regió busqués alternatives en el turisme. Avui, la seva sostenibilitat i la del turisme poden estar en risc.
Crèdit Fotografia: Vista aérea del PCC. Quebrada El Caucho, río La Vieja. | Santiago Restrepo.
(article disponible només en castellà)
El Paisaje Cultural Cafetero colombiano (PCC) está formado por infinitos retazos verdes que se expanden a lo largo de las montañas del centro-occidente del país en los departamentos de Risaralda, Quindío, Caldas y el norte del Valle del Cauca. Entre el paisaje y los colores de las fincas cafeteras, están las palmas de cera del Valle del Cocora, el río Cauca, el Risaralda y el río La Vieja. Pero los diferentes usos de la tierra, la falta de apropiación del patrimonio y los retos económicos de la región, hacen preguntarnos si el PCC podría estar en riesgo.
Paisaje Cultural Cafetero colombiano
La biodiversidad del PCC es uno de los principales atractivos para los turistas. Incluye los páramos en la Cordillera de Los Andes, paisajes volcánicos, bosques húmedos tropicales, cultivos de café, más de mil especies de aves y corredores biológicos. Entre esta riqueza natural, se encuentran las fincas cafeteras con una arquitectura de finales del siglo XIX, única en el mundo. Estas fincas son casas de una o dos plantas, abiertas, rodeadas con balcones, patios en el centro, y, la mayoría, con una atalaya desde donde los antiguos propietarios, productores de café, vigilaban la hacienda y la producción. Esta excepcionalidad del PCC ha sido reconocida internacionalmente para formar parte de la herencia común de la humanidad.
El 25 de junio del 2011 la Unesco declaró el PCC colombiano como Patrimonio De la Humanidad, avalando las características de la región cafetera colombiana como un destino prioritario en Colombia. Diez años antes, el gobierno colombiano empezó a trabajar en este reconocimiento de la Unesco por medio de políticas, planes y evaluaciones técnicas para la definición del territorio que comprende el PCC (Ministerio de Cultura, 2011). Para su postulación crearon el Plan de Manejo. Un instrumento de “protección, planeación y gestión” para mantener y mejorar las características del PCC.
No obstante, a lo largo de la trayectoria del PCC como Patrimonio de la Humanidad, han surgido inquietudes sobre el Plan de Manejo por parte de la comunidad académica, como las que plantean Ramírez y Saldarriaga (2013), quienes mantienen que lo expuesto en los documentos oficiales acerca de la gestión sostenible del PCC se contradice con la realidad ambiental, social y económica de la región.
La caficultura: un medio de vida
Los habitantes del PCC se han dedicado por varias décadas a todo el proceso de producción del café. Este producto ha llegado a formar parte de la identidad los colombianos, convirtiéndose en un símbolo presente en espacios sociales, culturales y económicos (Nates y Velázquez, 2009). Pero cuando el grano dejó de ser un producto rentable los productores de café tuvieron que reinventarse y buscar alternativas económicas.
En los años noventa el café representaba en promedio el 4% del Producto Interno Bruto (PIB) colombiano, pero en el año 2000 la contribución bajó al 2% (Aguilar, 2003). Esta reducción se debió a la crisis de los precios del café que ya se asomaba. Los precios internacionales del grano venían disminuyendo desde la década de los ochenta (Fernández y Mendoza, 2005), pero a principios del nuevo milenio cayeron significativamente por el exceso de oferta a nivel mundial (Aguilar, 2003). La mayoría de pequeños y medianos productores colombianos no pudo asumir los costes de producción a precios de venta tan bajos. Como resultado, aprovechando la caficultura ya existente, la región introdujo en su economía la actividad turística. Así pues, el Fondo Mixto de Promoción Turística del Quindío, formado por entidades de carácter público y privado, inició un programa de alojamiento rural basado en la arquitectura de las fincas coloniales y los cafetales de la región.
Hosteria condominio, Rancho Soledad, Armenia. Imagen de: Julio Cesar Hoyos.
En el año 1991 se inscribieron apenas dos fincas al programa, pero cuatro años después ya participaban alrededor de cien alojamientos rurales. Para finales de la década, con el apoyo de la Gobernación del Quindío, se sentaron las bases para formar lo que hoy en día se conoce como El Club de Haciendas del Café, una selección de fincas convertidas en establecimientos turísticos con altos estándares de calidad. Para conformar este Club, la Gobernación del Quindío escogió un grupo selecto de empresarios propietarios de haciendas grandes y de alto estándar. Estos empresarios recibieron formación en servicio turístico durante 12 años para asegurar que la calidad de su oferta turística cumpliera con los niveles deseados.
El problema es que en Colombia hay actualmente cerca de 30.000 fincas agroturísticas, la mayoría ubicadas en el PCC y una gran parte de estas prestan servicios turísticos sin haber recibido formación y de manera irregular. Por lo tanto, la existencia de un club de haciendas con privilegios exclusivos de formación y promoción turística promueve las desigualdades socioeconómicas en Colombia. Pero además existen otras problemáticas que están perjudicando la conservación del patrimonio material e inmaterial en esta región. Entre ellos el uso que se le está dando a la tierra, la falta de apropiación social al patrimonio y los retos en la sostenibilidad económica.
El uso inapropiado de la tierra
En las casi 142.000 hectáreas del PCC hay más de 25.000 fincas cafeteras de múltiples propietarios (Murillo, 2010), estos minifundios son parte del PCC como un paisaje patrimonial. No obstante, esta peculiaridad del paisaje cafetero puede cambiar ya que, como afirma Pinzón (2017), cada vez son más las propiedades pequeñas que pasan a manos de inversionistas agro-comerciales para convertirlas en grandes cultivos de explotación cafetera. Esto, comenta Pinzón (2017), no solo es un reto para la sostenibilidad del paisaje si no que también pone en riesgo la solidaridad comunitaria entre campesinos y productores, quienes acostumbraban a ayudarse entre ellos cuando era necesario.
Por su parte, Duis (2016) advierte que el “capitalismo aventurero”, que predomina en la región, genera inestabilidad en la producción agropecuaria. Según dice la autora, por un lado, porque lo que importa dentro de este modelo es la producción que dé mayor beneficio económico en el momento. Y por el otro, porque consideran poco las necesidades de consumo, la aptitud ambiental o la vocación de los suelos. Ejemplo de ello es que los cultivos de café en el Quindío se han reducido a un tercio de lo que eran hace veinte años y hoy en día la mayor parte del territorio lo ocupan siembras de pastos de ganado y plátano (Duis, 2016). Además, el auge del turismo está convirtiendo las fincas cafeteras en chalés de descanso y la transformación del paisaje natural, debido a la actividad turística, se está acabando con la vegetación nativa (Guzmán, 2015).
Plantación de plátano, el Quindío. Imagen de: Julio Cesar Hoyos.
Al igual que el turismo, la explotación minera en la región está perjudicando la conservación del paisaje cafetero e impactando la calidad de vida de los habitantes de la región en términos socioeconómicos (CONPES, 2014). En la región hay otorgados cerca de 200 títulos mineros para la exploración y explotación de minerales (Velandia, 2015). En la actualidad, algunas de las estrategias nacionales para la reactivación económica post pandemia se apoyará en esta actividad extractiva, y el departamento de Caldas que forma parte del PCC, será uno de los afectados por la extracción de oro.
Falta de apropiación social del patrimonio
En este ámbito se pueden destacar dos aspectos importantes. El primero, que el turismo que se haga a partir de la cultura o las tradiciones de un lugar debería estar democratizado para que sean los mismos pobladores quienes escojan los recursos turísticos y la forma en que quieren darlos a conocer a los turistas (Ramírez y Saldarriaga, 2013). Al respecto, Guzmán (2015) y Uribe y Velandia (2016) consideran que la población está desinformada cuando se trata de cultura, arquitectura y atributos naturales locales y por tanto hay una falta de apropiación social del patrimonio cultural. A nivel institucional, en la Política para la Preservación del Paisaje Cultural Cafetero de Colombia, Conpes 3803 (Consejo Nacional de Política Económica y Social), se reconoce que “pese a la riqueza de los valores arquitectónicos y urbanos, algunos de ellos se encuentran en riesgo como consecuencia de la pérdida de los saberes y las técnicas tradicionales de construcción, amenazando el patrimonio cultural inmueble del PCC, en particular en los poblados urbanos” (Gobierno de Colombia, 2014: 9).
Pero la falta de apropiación del patrimonio por parte de la sociedad y la desinformación de la que hablan Uribe y Velandia se enmarca en una problemática más grande y compleja en Colombia: la desigualdad. Según Acosta (2013), “el ingreso del 20% de los hogares más ricos es 25 veces mayor que el ingreso del quintil más pobre”. En el año 2019, Colombia tuvo un índice Gini del 51,3, posicionándose como uno de los países más desiguales en el mundo. En el 2020 la pobreza aumentó al 42,5% del total de habitantes. Particularmente en la ruralidad el 47,5% de la población vive en la pobreza. Tampoco se puede ignorar que en el país hay una correlación negativa entre los niveles de pobreza y de educación. El modelo educativo colombiano privilegia con educación de mejor calidad a los sectores con más poder adquisitivo. De acuerdo con un estudio de la Universidad Nacional de Colombia, una pensión en un colegio privado puede costar alrededor de dos a cuatro salarios mínimos en Colombia. Por lo tanto, con el alto índice de pobreza del país, casi la mitad de las familias están excluidas de un privilegio que es un derecho para todas y todos.
El segundo aspecto se trata de un problema de relevo generacional en la producción cafetera puesto que los jóvenes no quieren trabajar como productores de café (Velandia, 2017). A lo anterior se debe sumar que las poblaciones de Risaralda, Caldas y Quindío (tres de los cuatro departamentos que forman el PCC) son las más viejas de Colombia, la mayoría de habitantes tienen entre 60 y 64 años.
Retos económicos
La patrimonialización de los elementos y el turismo son dos estrategias creadas para incentivar la economía en la región cafetera colombiana. Sin embargo, su efectividad es cuestionable. Respecto a la primera, la patrimonialización de los elementos es una “estrategia de conservación que termina afectando aquello mismo que se quería proteger” (Ramírez y Saldarriaga, 2013). Para Ramírez y Saldarriaga (2013), estos objetos se someten a un cambio de uso en el momento en que se exponen a los turistas como un producto. Como es el caso del café, la bebida que se vende a los turistas, es un producto moldeado según los parámetros de preparación de la Federación Nacional de Café con técnicas sofisticadas alejadas de la receta original. Este producto mercantilizado no es el café con agua de panela y colado que preparan los campesinos de la región. Otro ejemplo es el de las típicas casas de bahareque que originalmente se hicieron para vivir y hoy se usan como museos turísticos. Estos nuevos usos en los elementos patrimoniales ponen en riesgo la pérdida de las tradiciones originales de las poblaciones nativas.
Recolector de café en Pereira, Risaralda. Imagen de David Bonilla Abreo - FNC-Ministerio de Cultura. 2011.
En cuanto al turismo, como en otras partes del mundo antes de la pandemia del COVID-19, los datos económicos del sector turístico en el PCC eran mejores. Según los últimos datos publicados por el Sistema de Información Turística (SITUR) del PCC, en el 2018 la participación de alojamientos y restaurantes del PCC en los PIB departamentales fue de 8,3% en el Quindío, 5,6% en Risaralda y de 3,8% en Caldas (SITUR, 2018). De acuerdo con la misma fuente, el empleo generado por empresas relacionadas con el turismo como alojamientos, provisores de alimentos, agencias de viajes, empresas de transporte para el turismo y de esparcimiento, venía en crecimiento. En marzo del 2019 se llegó a la cifra más alta de los últimos años con 13727 empleos turísticos. No obstante, el impacto de la COVID-19 en la economía colombiana ha parado el crecimiento en del sector turístico en esta región. El país cerró el 2020 con un PIB negativo del -6,8% y con una tasa de desempleo nacional del 13,4%, que ha ido aumentado hasta el 15,6% en febrero 2021 (DANE). Como consecuencia, el PCC también se ha visto afectado. Particularmente, en el rubro turístico el año pasado se reportaron alrededor de 1000 despidos. Además, las áreas metropolitanas de Pereira, Armenia y Manizales terminaron el año 2020 con una tasa de desempleo del 15,6%, 22,7% y del 20,3% respectivamente.
Es evidente que la crisis económica que ha provocado la pandemia del coronavirus en el PCC, así como en el resto del mundo, es un reto difícil de superar y que la recuperación económica puede llegar a durar años. Pero no se pueden ignorar los demás retos de trasfondo que se han identificado en el territorio: la falta de apropiación del patrimonio sociocultural y la falta de relevo generacional que causan la pérdida del patrimonio cultural. Tampoco los que afectan al entorno natural, la sobreexplotación del suelo y la desaparición paulatina de los minifundios cafeteros. Al contrario, es ahora, antes de la reactivación total de la actividad, cuando se debe reevaluar el Plan de Manejo de este Patrimonio de la Humanidad, y replantear los objetivos para la conservación del PCC. Se deben pensar desde una perspectiva social, cultural, medioambiental y económica. En esta línea, se hace un llamado a la ciudadanía y a las instituciones gestoras del territorio y de la actividad turística, a trabajar de la mano en propuestas que prioricen el patrimonio natural y sociocultural ante el crecimiento económico insostenible. Por tanto, primero, estas propuestas deberían orientarse hacia un decrecimiento turístico antes que a un crecimiento descontrolado y motivado solamente por fines económicos. Es decir, es importante reducir la oferta turística, pero es fundamental la participación de los sectores desfavorecidos en la toma de decisiones al respecto y que se puedan encontrar soluciones para redistribuir con más equidad las riquezas generadas en la industria. Segundo, deben crearse y aplicarse políticas más restrictivas sobre el uso del suelo, y así, fomentar una verdadera conservación y preservación de los espacios naturales. Y, por último, la generación de proyectos sociales y educativos inclusivos que incentiven a las nuevas generaciones a valorar y respetar el patrimonio cultural y natural en el que viven.
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