09-06-2022
Conservació radical: desacords i nous rumbs
Bram Büscher & Robert Fletcher | Univ. WageningenLa crisi de biodiversitat que pateix el planeta posa en evidència les limitacions i el fracàs del model de conservació convencional basat en àrees protegides. Davant l'aparició d'alternatives que no assumeixen l'arrel del problema ni són realistes, es proposa un enfocament per a repensar la conservació fora del marc capitalista.
Crèdit Fotografia: Imatge de Carla Izcara.
(article disponible només en castellà)
El mundo está perdiendo biodiversidad a un ritmo alarmante. Un número récord de especies se está extinguiendo y eso altera indeleblemente el carácter de los ecosistemas y empobrece la Tierra como comunidad de vida. La magnitud del impacto, junto con otras grandes crisis, como el cambio climático, ha llevado a muchos científicos a anunciar una nueva era geológica, el Antropoceno. Puede que este término tan controvertido no sea la forma más precisa de describir nuestro momento actual, pero la necesidad urgente de un cambio transformador se hace más evidente con cada especie que se pierde [1].
Perdidos en la corriente principal
La comunidad conservacionista mundial, empujada por esta terrible realidad, hace sonar la alarma cada vez más fuerte. El Fondo Mundial para la Naturaleza ha declarado recientemente sin rodeos que "nuestra relación con la naturaleza está rota". Algunos académicos hablan de "aniquilación biológica" para describir la crisis actual [2]. Las principales organizaciones reconocen que la crisis no está llegando, sino que ya está aquí.
No nos encontramos en este marasmo por falta de un esfuerzo global de conservación grande y bien financiado. De hecho, es posible que muchas personas sigan sintiendo alivio porque, al menos en el caso de la crisis de la biodiversidad, hay importantes instituciones y marcos políticos que tratan de resolverla. Y, sin embargo, existe una inquietante contradicción: en las últimas décadas, la crisis de extinción se ha acelerado a pesar del éxito de la principal vertiente de las estrategias de conservación convencionales: la ampliación de las áreas protegidas. Por lo tanto, duplicar los enfoques tradicionales de conservación será insuficiente para cambiar nuestra peligrosa trayectoria hacia un futuro sostenible. Al no abordar las fuerzas subyacentes que impulsan la crisis de la biodiversidad, la corriente principal de la conservación ha demostrado ser incapaz de producir políticas y prácticas que estén a la altura del desafío.
De hecho, podría decirse que los enfoques convencionales son parte del problema. Para entender qué es lo que lo explica, debemos tener claro el significado de "conservación convencional". El paradigma dominante tiene sus raíces en el modelo de "fortaleza" que surgió en Norteamérica a finales del siglo XIX y principios del XX, y que pretendía proteger las áreas naturales de los impactos de la rápida industrialización, permitiendo al mismo tiempo que dicha industrialización continuara en otros lugares. Así, desde el principio, la corriente principal de la conservación ha estado entrelazada con las causas sociales y filosóficas fundamentales de las crisis globales contemporáneas: los impactos de la insaciable sed de crecimiento económico del capitalismo y una respuesta que entiende la naturaleza y la cultura como algo dicotómico. En lugar de desafiar el orden capitalista en expansión, el movimiento conservacionista acordonó los espacios para la recreación (de las élites) mientras ampliaba los usos de la biodiversidad para el crecimiento económico mediante su conversión en "capital natural".
Imagen de Ernest Cañada | Alba Sud.
La relación entre la corriente principal de la conservación y el capitalismo se profundizó a principios de la década de 1990 con el ascenso del discurso del "desarrollo sostenible". Al ceder al culto hegemónico de los beneficios y el mercado, los conservacionistas empezaron a argumentar que la forma más eficaz de proteger la naturaleza era darle un valor monetario. Al revelar su valor económico, se esperaba proteger la naturaleza mediante instrumentos de mercado que incluían el ecoturismo, los pagos por servicios de los ecosistemas, etc. Las ONG y las organizaciones intergubernamentales mundiales establecieron asociaciones con empresas multinacionales para avanzar en el supuesto objetivo compartido de la conservación; al mismo tiempo, esas mismas empresas continuaron la extracción, la emisión y la invasión.
Ahora bien, se podría argumentar que, sin todos estos esfuerzos por reservar zonas protegidas y crear conciencia capitalista del valor de la naturaleza, las crisis de la biodiversidad podrían haber sido aún peores. Pero estosirve poco de consuelo mientras la crisis de extinción se acelera. De hecho, al enmascarar las causas más profundas de la crisis, la corriente acomodaticia ha retrasado la aparición de la conciencia política y económica fundamental para frenar las causas subyacentes de la pérdida de biodiversidad. Ya es hora de quitarse la máscara y replantearse radicalmente la filosofía y la práctica de la conservación.
¿Alternativas radicales o paradigmas defectuosos?
En respuesta a la urgencia de la crisis de la extinción y a la insuficiencia de las respuestas del statu quo, varios grupos conservacionistas han abogado por nuevas e importantes iniciativas para transformar la corriente principal de la conservación. Muchas de las voces más destacadas se sitúan en uno de los dos campos de reformistas: "nuevos conservacionistas" o "neoproteccionistas".
Los nuevos conservacionistas abogan por abandonar la idea de una naturaleza "prístina" y, en su lugar, aprender a vivir de forma constructiva con la naturaleza y utilizarla para el desarrollo humano. Los neoproteccionistas proponen ampliar de manera masiva las áreas protegidas a nivel mundial, sobre todo a través de la iniciativa 30x30, que pretende proteger el 30% de la tierra para 2030 [3]. Aunque ofrecen ideas valiosas y pretenden abordar las causas fundamentales de nuestra crisis de extinción, ambos enfoques adolecen de defectos fundamentales que anulan su potencial para proporcionar una base para la acción transformadora.
Los nuevos conservacionistas (o "ecomodernistas") rechazan la dicotomía naturaleza-cultura que trata el mundo natural como un lugar "allá" que hay que proteger, en vez de la base viva de toda la vida, incluida la humana. Los ecosistemas siempre cambian, argumentan, y en el Antropoceno, los humanos deben averiguar cómo vivir en la tierra y gestionarla como un "jardín alborotado". Esta corriente acoge la crítica de los científicos sociales de que los proyectos de conservación no deben perjudicar a las personas de su entorno, como las que se ven desplazadas por la creación de áreas protegidas. Por el contrario, estos esfuerzos deben diseñarse para beneficiar a las comunidades locales y abordar las causas sociales y económicas subyacentes de la pérdida de biodiversidad, o arriesgarse a fracasar. Pero la nueva conservación socava este núcleo de sabiduría al reforzar, en lugar de resistir, la economía política dominante y defender "soluciones" basadas en el mercado, como los servicios ambientales y la valoración del capital natural, que en última instancia acomodan la conservación al capitalismo. Si el expolio de la naturaleza se debe en buena medida a las depredaciones del capitalismo, ¿cómo puede más capitalismo ser el camino hacia un futuro sostenible, a pesar de las afirmaciones optimistas sobre las innovaciones tecnológicas? [4].
Imagen de Carla Izcara | Alba Sud.
El enfoque neoproteccionista es el inverso de la nueva conservación. Mientras que la nueva conservación rechaza la dicotomía naturaleza-cultura, los adoctrinadores neoproteccionistas afirman la división y se ponen del lado de la naturaleza. Creen que la única manera de evitar el colapso de los ecosistemas que sustentan la vida en la Tierra es proteger la naturaleza de las personas. Suelen rechazar los planes de conservación basados en el mercado por considerarlos perjudiciales o inadecuados, y en su lugar presentan propuestas ambiciosas para devolver hasta la mitad de la Tierra a la "naturaleza". En particular, también piden que se impongan límites estrictos a las poblaciones humanas, al consumo y al crecimiento económico [5]. Así, a diferencia de la nueva conservación, muchos neoproteccionistas critican el capitalismo contemporáneo, ya sea implícita o explícitamente.
Sin embargo, el defecto del neoproteccionismo es la fe, poco realista, en la posibilidad de separar nuestra salida del problema. La larga historia del capitalismo de transgredir las propias fronteras que crea, sugiere que cualquier separación de este tipo sería, en el mejor de los casos, temporal. Pero incluso si se pudiera contener la expansión capitalista, la visión neoproteccionista de acordonar inmensas franjas de la tierra implicaría un desplazamiento humano sin precedentes y la militarización como forma de aplicarla. Históricamente, la creación de áreas protegidas ha exigido a menudo la reubicación forzosa de las comunidades indígenas, eliminando así a las mismas personas cuya gestión de la tierra hizo que las áreas fueran atractivas para los conservacionistas en primer lugar.
La adopción de los principales elementos de estos nuevos marcos señala una "revolución de la conservación" en ciernes. Sin embargo, ninguna de estas perspectivas aborda adecuadamente las raíces socioecológicas de la crisis de la biodiversidad, ni sus políticas ofrecen una alternativa progresista a las convencionales o a la amenaza real de las políticas reaccionarias e imperiales en todo el mundo. Por tanto, necesitamos otro modelo de conservación que rechace tanto el imperativo capitalista de crecimiento como el rígido dualismo que separa a los humanos del resto de la naturaleza.
Hacia la conservación convivencial
La necesidad de una tercera vía inspiró nuestro concepto de "conservación convivencial", que puede servir de marco transformador para la conservación en una Gran Transición [6]. La diferencia crucial entre la conservación convivencial, la conservación convencional y las otras dos alternativas es que la conservación convivencial parte explícitamente de una perspectiva de ecología política, impregnada de una sólida crítica a la economía política capitalista [7]. Su rechazo a la dicotomía naturaleza-cultura y al capitalismo centrado en el crecimiento hace que la conservación convivencial sea más radical que las otras alternativas, pero al mismo tiempo, dada la escala y la urgencia de la crisis y sus causas fundamentales, más realista.
Fuente: elaboración propia.
La premisa subyacente de la conservación convivencial es que nuestros graves retos de conservación no pueden superarse sin enfrentarse directamente al capitalismo y a sus arraigadas dicotomías y contradicciones. El marco se basa en una política de equidad, cambio estructural y justicia medioambiental. Apunta directamente a los intereses económicos de las élites mundiales y trasciende la fe tecnocrática de muchos pragmáticos contemporáneos. Y lo que es más importante, se une con entusiasmo al actual auge del cambio estructural sistémico a través de una Gran Transición. Se solidariza con los movimientos locales e indígenas que buscan restaurar y reinventar formas convivenciales de sostenibilidad que conecten a los seres humanos con el resto de la naturaleza [8]. La conservación convivencial adopta esta visión más amplia, al afirmar que el éxito en el ámbito de la conservación requiere confrontar y transformar la economía política global general.
El paradigma de la conservación convivencial exige un cambio en la forma de abordar la conservación, tanto en el discurso como en la práctica. En primer lugar, debemos cambiar la forma de conceptualizar la naturaleza y reincorporar las "áreas protegidas" a su entorno social, político y ecológico. Debemos dejar de proteger la naturaleza no humana de los seres humanos, y promover activamente formas de convivencia con todas las complejidades que ello conlleva, es decir, dejar de considerar la naturaleza como "áreas protegidas" distantes y comprometernos con ellas como "áreas promovidas". Ya no podemos vernos a nosotros mismos como "salvadores" de la naturaleza, sino que debemos insistir en alimentar las formas en que la naturaleza humana y no humana pueden prosperar juntas. Necesitamos cuestionar la visión de la naturaleza humana que nos impone la corriente económica dominante: una perspectiva que nos separa del resto de la naturaleza y se centra egoístamente en la maximización de los beneficios. Por tanto, hay que enmarcar la naturaleza humana como algo que nos predispone a conectar positivamente con la vida no humana y a crear un espacio para ella, considerando las necesidades y deseos materiales dentro del contexto más amplio de los aspectos cualitativos de la realización.
En segundo lugar, debemos revisar la forma en que experimentamos la naturaleza. La crisis de COVID-19 demuestra que depender del turismo insostenible y poco fiable y de otros mecanismos basados en el mercado para financiar los ecosistemas que mantienen la vida y la biodiversidad es ilusorio. Esta comprensión también significa pasar de un ambientalismo "espectacular" a uno cotidiano. Sí, las naturalezas espectaculares venden –ya sea la majestuosidad de una cascada amazónica o el dolor del oso polar amenazado por el clima–. Pero son una parte minúscula de todas las variadas naturalezas "cotidianas" más mundanas de las que depende nuestra supervivencia a largo plazo.
Por último, de esta nueva forma de pensar e interactuar con la naturaleza debe surgir una manera distinta de gobernar nuestra relación con ella, que pase de la tecnocracia privatizada de los expertos al compromiso democrático popular. La conservación debe trabajar para hacer de la biodiversidad un bien común global basado en la toma de decisiones democráticas directas centradas en las personas que viven con la biodiversidad (en peligro), y no en el ámbito de un puñado de expertos, en su mayoría blancos y acomodados.
En esencia, la conservación convivencial exige una transformación del modelo de desarrollo. Al igual que algunos neoproteccionistas, los conservacionistas convivenciales rechazan la exigencia de una retirada heroica de tierras y los desplazamientos a gran escala que ello conllevaría (agravando y ampliando los daños históricos). Por el contrario, ha llegado el momento de descolonizar la conservación ofreciendo reparaciones a quienes hayan sido desplazados y marginados por las áreas protegidas. Esto podría adoptar la forma de devolver la tierra a las comunidades locales o, al menos, adoptar responsabilidades de copropiedad o cogestión de forma que se respete la biodiversidad, así como a los pueblos indígenas y otros pueblos marginados y sus derechos a la naturaleza.
En este sentido, la conservación convivencial comparte la preocupación de la nueva conservación de que los objetivos de la biodiversidad no pueden alcanzarse mediante esfuerzos que conduzcan al empobrecimiento y al desplazamiento de las comunidades locales. Pero rechaza la adhesión de la nueva conservación al paradigma capitalista dominante y a sus defectuosas herramientas políticas basadas en los mecanismos de mercado. En su lugar, deberíamos adoptar enfoques alternativos emergentes, como la redistribución de la riqueza instituyendo alguna forma de renta básica de conservación (RBC). Una política de este tipo garantizaría una vida digna a las personas que viven en zonas promovidas o cerca de ellas, y facilitaría así el cuidado local de la biodiversidad.
Con una ética de descolonización y redistribución en su núcleo, una estrategia de conservación adecuada para una Gran Transición abandonaría las relaciones de las organizaciones conservacionistas principales y nuevas con las corporaciones y las industrias extractivas. Estas relaciones, perseguidas en nombre de un pragmatismo falaz, tienen como resultado el lavado verde y la legitimación de modelos empresariales insostenibles. En su lugar, los actores de la conservación deben unirse en un movimiento global independiente –una Coalición de Conservación Convivencial– que se comprometa a desafiar los intereses creados mediante campañas coordinadas, al tiempo que defienda y experimente con prácticas alternativas.
Las nefastas condiciones sobre el terreno, combinadas con la ineficacia de las estrategias dominantes, ponen de manifiesto una sombría realidad: es necesario realizar un cambio fundamental en el paradigma de la conservación. Los ambiciosos enfoques que aquí se esbozan –la nueva conservación y el neoproteccionismo– son respuestas a este reto que han atraído a muchos conservacionistas sensibilizados con la necesidad urgente de una acción radical ante la aceleración de la sexta extinción. Sin embargo, en última instancia, estas alternativas se ven obstaculizadas por no ir a la raíz de la crisis.
Los escépticos y los detractores pueden descartar las estrategias basadas en un cambio social fundamental por considerarlas poco realistas. Sin embargo, enfrentarse a la magnitud de la crisis con los ojos bien abiertos y localizar los factores que la impulsan en el fondo de las estructuras de poder institucionales es reconocer que la política transformadora, y no el crecimiento ilimitado, crea el camino pragmático. Además, imaginar la conservación fuera del marco capitalista es un ejercicio liberador, que contrarresta las ansiedades ecológicas y las pesadillas catastróficas, al tiempo que libera energía colectiva positiva. Un movimiento unido en torno a una visión convivencial de la conservación sería un poderoso agente de cambio en la Gran Transición.
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