27-07-2022
Plàstics al llac Titicaca: turisme i residus no biodegradables als Andes peruans
Jordi GascónEl plàstic s'ha apoderat de l'espai rural andí durant les darreres dècades. A Amantaní, al Llac Titicaca, la seva població desenvolupa diferents estratègies per desfer-se dels residus plàstics. Aquesta diversitat depèn de la relació que té cada grup domèstic amb el turisme.
Crèdit Fotografia: Jordi Gascón.
(article disponible només en castellà)
De forma sibilina, el plástico se ha apoderado del espacio rural andino en las últimas décadas. En algún momento, encontrar una bolsa volando a merced del viento o una botella de refresco ennegrecida por el sol dejó de ser un hallazgo anecdótico para convertirse en un hecho habitual y, más tarde, crónico. Es un fenómeno que no ha despertado el interés de los estudios sociales, aunque debería generar preguntas: ¿Qué cambios en las pautas de consumo han convertido el plástico en un envase ubicuo en las sociedades andinas? ¿Cómo gestionan un residuo contaminante que no se asimila a la naturaleza, cuando siempre han lidiado con restos biodegradables o inertes (loza y vidrio)?
Los Estudios del Desecho o Discard Studies consideran que el residuo es resultado del sistema económico (Pathak y Nichter, 2019) y que reproduce relaciones inequitativas, por lo que hay que analizar la correlación de poder que hay detrás de él (Eriksen y Schober, 2017). Desde este paradigma, vamos a analizar etnográficamente un caso: Amantaní, la isla más poblada que Perú tiene en el Lago Titicaca, cuyos habitantes son campesinos quechuas. Zona tradicionalmente agropecuaria y pesquera, actualmente su economía depende también de otras fuentes de ingresos; uno de ellos, el turismo. Además, parte de la población compagina la residencia en la isla con el trabajo temporal en zonas urbanas. El fortalecimiento presupuestario de las instituciones públicas locales también genera ingresos de carácter funcionarial.
Plasticofobia parcial
Desde la primera mitad de la década de 2000, el plástico se ha convertido en un material de consumo cotidiano en Amantaní. Coincidió con un periodo en el que mejoró la capacidad adquisitiva de los sectores populares en el Perú tras superar la llamada Década Pérdida, y en el que incrementó el turismo que llegaba a la isla. Pero esto solo explica el aumento del consumo, no el uso cotidiano del plástico.
La utilización del plástico como envase de alimentos industriales se debe a su versatilidad de formas, su bajo precio y su poco peso. Hasta la primera mitad de la década de 2000, las bebidas industriales se comercializaban en envases de vidrio retornables. El aumento de la capacidad adquisitiva de los isleños y del número de turistas disparó la demanda bebidas embotelladas, lo que supuso un incremento del comercio que difícilmente podía sostenerse con el vidrio. Igualmente, también aumentó el consumo de otros alimentos industriales que se comercializan en envoltorios de un solo uso.
A inicios de la década de 2010, la Municipalidad intentó establecer un sistema de recogida y traslado de plásticos a la capital del departamento, en tierra firme, pero fracasó por problemas logísticos y por su elevado costo. Así que se dio orden de regresar al sistema anterior: cada familia debía excavar un hoyo en su terreno para acumular esos desechos y, cuando el volumen fuera significativo, quemarlos y enterrar los restos. Cabe señalar que la incineración es la forma tradicional de gestionar los residuos orgánicos en los Andes, cuyas cenizas luego se utiliza como abono.
Parte de la población se opuso a la orden municipal o la aplicó con variaciones. Por un lado, algunos consideraron que era responsabilidad de la Municipalidad, y no debía trasladarla al ámbito privado. Por eso, depositaban los plásticos en los contenedores que la Municipalidad tienen en la plaza para un uso puntual, práctica que está explícitamente prohibida. Otra estrategia consistió en cerrar las botellas en una bolsa y abandonarla en algún lugar apartado. Otra parte de la población acató la orden de quemar los residuos, pero no en un hueco en sus terrenos: utilizaban zonas profundas de las torrenteras o acantilados recónditos, y dejaba los restos sin enterrar. Otros, dejaban el plástico allá donde lo consumían. Finalmente, algunos isleños no diferenciaban entre tipos de residuos, y quemaban los plásticos en el espacio agrario, junto a los restos orgánicos, incorporándolos en la tierra como abono.
Plásticos quemados. Fuente: Jordi Gascón.
En 2018 surgió otra opción, impulsada por una agencia de viajes: utilizar los residuos plásticos como materia prima artesanal para crear piezas de decoración y macetas. Pero era una solución a corto plazo. Alargaba la vida útil del plástico, pero no reducía el número de botellas consumidas y, tarde o temprano, seguían el mismo ciclo que las no reutilizadas.
Las nuevas prácticas de consumo y esta gestión individual de los residuos convirtieron el plástico en un elemento ubicuo en Amantaní. La incorporación del plástico en el paisaje rural tiene una consecuencia estética, pero también genera problemas de toxicidad química, pues termina introduciéndose en la cadena trófica. Los isleños son conscientes de estos efectos sobre la salud. Sin embargo, en su práctica habitual solo parecen estar interesados en enfrentar el efecto estético del plástico. Así lo evidencia sus estrategias para deshacerse de él: la incineración, su deposición en lugares recónditos o su reutilización en piezas artesanales. También, ese es el único objetivo planteado explícitamente por la Municipalidad. Su temor es el efecto que un paisaje visualmente contaminado puede tener en el visitante.
El factor turístico
A finales de la década de 1970, los isleños convirtieron Amantaní en destino turístico. Su apuesta fue considerar al turismo como un recurso comunal; es decir, que su usufructo solo podía ser de los isleños. Pero esto no significa que sus beneficios se distribuyan equitativamente. Los estudios rurales han mostrado que los comunales están lejos de materializar una idealizada sociedad cooperativa y socialmente homogénea. Por el contrario, son funcionales a los intereses individuales (Beltrán y Vaccaro, 2017). Esto se aplica perfectamente a la distribución de los beneficios del turismo. Hasta mediados de la década de 2000, el relativamente escaso turismo que llegaba a la isla fue monopolizado por una minoría: los propietarios de las lanchas. Ellos alojaban en sus casas o en las de allegados a los turistas que transportaban desde tierra firme (Gascón, 2005).
Este panorama cambió a mediados de la década de 2000, cuando el número de turistas creció exponencialmente y el Municipio convenció a algunas agencias de viajes para repartir sus turistas mediante un sistema de rotación. Antes de la pandemia de la Covid-19 (iniciada en 2020), más de la mitad de los isleños alojaban turistas gracias a este sistema. No obstante, el reparto de los beneficios siguió siendo disímil: aquellos con una infraestructura más preparada tenían acuerdos bilaterales con las agencias de viaje más potentes. Además, buena parte de la población continuaba sin recibir turistas, ya fuera porque tenían otras fuentes de ingresos y no estaba interesada, ya porque no tenían sus viviendas adaptadas a las exigencias de calidad mínimas establecidas.
El tipo de turismo que atrae Amantaní busca el contacto directo con una naturaleza prístina. Esto explica el interés de las instituciones públicas de la isla, de la población, y de las agencias de viajes por mostrar un paisaje impoluto, por encima de los riesgos de salubridad alimentaria y de contaminación que supone la incineración de residuos o su deposición en lugares recónditos. Si bien las agencias de viajes, y el sector turístico en general, tienen una retórica medioambientalista, su principal preocupación es el estético. Un ejemplo: es común que las agencias carguen botellines de agua envasada en plástico en las lanchas para los turistas, en un viaje que dura varias horas. Cuando esa retórica es recogida por la población local, el objetivo es que el plástico no aparezca en el paisaje. No se plantean la reducción de su uso, ya que es un requerimiento de los turistas. Pero tampoco tienen mecanismos efectivos para deshacerse de ese plástico adecuadamente.
Reservorio de plásticos. Fuente: Jordi Gascón.
Hemos visto que los isleños activan diferentes estrategias para deshacerse de sus residuos plásticos: desde botarlos en cualquier lado sin preocuparse por el impacto visual, a quemarlos y enterrarlos para hacerlos desaparecer del paisaje. Entre estos dos extremos se abre un abanico de opciones: incinerar sin enterrar, deposición en lugares recónditos, cargar con la responsabilidad al Municipio, etc. Esta diversidad de estrategias depende de la relación que cada grupo doméstico tiene con el turismo. Quienes no participan del turismo no tienen miramientos a la hora de deshacerse de sus residuos. De hecho, tirar el plástico se convierte, en ocasiones, en un acto de protesta frente a un modelo turístico que los margina y que, a través de las normativas municipales, les obliga a incrementar el trabajo de gestión de residuos. Los más imbricados con el turismo, en cambio, reclaman una mayor complicidad de la Municipalidad y abogan por estrategias que escondan o hagan desaparecer el plástico. Esta preocupación se debe a su interés por mantener la imagen impoluta de la isla, pero también a que han de gestionar más residuos: los que generan los turistas y dejan en su alojamiento.
Conclusiones
En Amantaní, el turismo ha tenido un papel sustancial en el cambio de mentalidad sobre los plásticos. Pero tiene aspectos contradictorios. El turismo reclama un paisaje libre de plástico, pero los turistas y el turismo son uno de los factores responsables de su acumulación. Además, los más implicados en la economía del turismo y más preocupados por los residuos plásticos son también los que más acumulan: estos isleños son los que tienen mayor poder adquisitivo y los turistas consumen plástico en sus alojamientos. Finalmente, los isleños más implicados en la economía turística optan por soluciones como la incineración que reducen el impacto visual del plástico, pero acelera su toxicidad.
Está difundido un discurso que afirma que las exigencias de tipologías turísticas como el que llega a Amantaní contribuyen a la sostenibilidad medioambiental. Sin embargo, la situación es más compleja. En Amantaní, la imposición de ciertos requisitos de suciedad y contaminación genera estrategias variadas e incoherentes. Y los resultados son los contrarios a los deseados: contaminación de la cadena alimentaria y del paisaje. Como sostienen los Discard Studies, esta complejidad es el resultado de factores sociales, económicos, culturales e ideológicos que se entremezclan con factores tecnológicos y de gestión (Hird, 2013; Reno, 2015).
Un segundo principio teórico que sustenta los Estudios del Descarte es que la formación y acumulación de residuos reproduce las correlaciones de poder y las relaciones sociales desiguales. En Amantaní esto ocurre entre la sociedad indígena-rural y la sociedad global.
La definición de residuo no es universal. En este sentido, las sociedades agrarias e indígenas consideran simbólicamente y gestionan materialmente la basura de forma diferente a las urbanas e industriales (Moser, 2007). Pero no son mundos aislados. Vínculos de subordinación propician que las sociedades urbanas y occidentales transfieran sus valores a las agrarias e indígenas. Es así que la preocupación por los residuos no biodegradables ha entrado en la vida de la población indígena andina, y lo ha hecho a través de diversas vías. En Amantaní, el turismo ha sido una de ellas.
El turismo propaga una percepción ecológica que aboga por espacios sostenibles en el uso de los recursos naturales. Divulga, también, una percepción bucólica y romántica del paisaje. Finalmente, difunde una concepción de la higiene doméstica y personal que repudia la contaminación orgánica. Estos discursos, en ocasiones, se complementan. Pero en otros, se pueden enfrentar, como sucede en Amantaní. Aunque el discurso del turismo vivencial es un discurso medioambientalista, en la práctica su preocupación no va más allá de la estética del paisaje. El resultado no es muy halagüeño: las estrategias aplicadas por los isleños para cumplir con esas exigencias estéticas, además de no lograr su objetivo (los residuos plásticos son ubicuos), genera problemas ambientales y de salud, al acelerar el ingreso de nanoplásticos en la cadena trófica.
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