08-09-2022
Accessibilitat i memòria: un turisme sobre les vores
Estefanía Izrael | Alba SudOn se situa simbòlica i territorialment la reconstrucció del passat recent en el marc d'una urbs llatinoamericana? Quin és el límit del que es pot transitar en la vora d'un riu que va ser receptor de cossos desapareguts? La localització i disposició del Parc de la Memòria a la Ciutat de Buenos Aires ens convida a reflexionar sobre els horitzons de la memòria en clau turística.
Crèdit Fotografia: Carteles de la Memoria. Imagen de Estefanía Izrael.
(article disponible només en castellà)
Las violaciones a los derechos humanos llevadas adelante por los gobiernos de facto durante la segunda mitad del siglo XX en América Latina han dejado una huella imborrable en la historia de la región.Sin embargo, los modos en que dichas experiencias han sido referidas, juzgadas o invisibilizadas, responden a las trayectorias sociales, políticas y legislativas específicas de cada Estado nación. En tal sentido, el caso específico de la Argentina resulta destacable teniendo en cuenta el lugar protagónico que han tenido los activismos en el proceso de Memoria, Verdad y Justicia: en él se destacan, por ejemplo, los llamados Juicios a las Juntas Militares, que implicaron la condena de diversos agentes involucrados en los crímenes de lesa humanidad sucedidos durante la última dictadura entre 1976 y 1983 en el país.
Ahora bien, el relato que se construye alrededor de estas vivencias, la forma en que se caracteriza a las y los actores involucrados y las estrategias que se promueven para preservar dicha memoria implican un posicionamiento político e ideológico particular. Yendo aún más lejos, resulta interesante considerar los posteriores usos que tales hechos sociales pueden tener en el marco de los gobiernos democráticos. Entonces, ¿qué sucede con la planificación pública orientada al turismo en torno a los crímenes de lesa humanidad? ¿Cómo se materializan estos fenómenos en los emplazamientos urbanos en donde dichas atrocidades se llevaron a cabo?
Recreación e identidad
El Parque de la Memoria-Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado es actualmente un espacio de gestión y paseo público que se encuentra en la orilla del Río de la Plata de la Ciudad de Buenos Aires. Su propuesta se arraiga en los principios de “recuerdo, homenaje, testimonio y reflexión” y fue creado en el año 1998 mediante la ley N° 46. En sus catorce hectáreas de extensión, es posible encontrar un monumento central en el que se leen los nombres de personas detenidas, desaparecidas y asesinadas por el terrorismo de Estado durante los años 70 e inicios de los 80. Según indica la norma mencionada, estos nombres pueden provenir del informe “Nunca Más” de 1984 generado por la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas o de actualizaciones posteriores propiciadas por diversos organismos estatales y de derechos humanos.
Asimismo, en el predio se observan distintas estructuras y piezas artísticas que apuntan a generar una mirada crítica sobre lo acontecido. Dentro de ellas se reconoce, por ejemplo, Carteles de la Memoria del Grupo de Arte Callejero, una intervención compuesta por 53 carteles viales que busca reconstruir, a partir de señaléticas urbanas, la historia reciente argentina atravesada por el terrorismo de Estado. Esta comienza en uno de los límites del predio y, a medida que se avanza en su recorrido que bordea la costa del río, se identifican textos y símbolos que referencian a distintos actores, cifras y frases vinculadas con el autoproclamado “Proceso de Reorganización Nacional”.
Parque de la Memoria-Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado. Imagen de Estefanía Izrael.
En el marco de las iniciativas artísticas, se encuentra la Sala PAyS (“Presentes, Ahora y Siempre”), donde se observan distintas propuestas culturales y educativas: exposiciones temporales, cursos, etc. En este mismo espacio se puede acceder a la Base de Datos del Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado y es allí donde se ubican las oficinas de trabajo propiamente dichas.
En cuanto a los distintos usos que al parque se le pueden adjudicar, se reconocen entre otras, la dimensión turística-recreativa, en tanto se trata de una zona verde abierta a la ciudadanía, que ofrece visitas guiadas a instituciones educativas y a organismos nacionales e internacionales. Tal como sucede en otros sitios de memoria como la ex-ESMA, el Parque de la Memoria se ha transformado en una parada frecuente para las comitivas diplomáticas. Esto implica que a la variable cívica se adiciona un uso en términos de política exterior en torno al relato que desde la Argentina se construye respecto de los crímenes de lesa humanidad cometidos en el país y a los posteriores procesos de Memoria, Verdad y Justicia.
Complementariamente, desde la página web oficial se ha puesto a disposición un recorrido virtual que utiliza la tecnología de Google Maps. Este se complementa con una serie de audios que ofrecen información sobre los distintos espacios y elementos que se pueden encontrar en el predio, videos en donde se entrevista a personas referentas en las temáticas de derechos humanos o directamente involucradas con el parque, e incluso un podcast denominado Cuentos en libertad: relatos prohibidos durante la dictadura.
Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado. Imagen de Estefanía Izrael.
Dichos recursos fueron especialmente prácticos durante el período de la cuarentena por el COVID-19, en donde se promovieron iniciativas para realizar desde el hogar, tanto sincrónicas como asincrónicas, llevadas adelante por el área de educación del parque. Estas implicaban, entre otras, visitas guiadas virtuales para colegios en donde se trabajaba su historia, sus piezas artísticas, el monumento, el derecho a la identidad y el rol que han tenido y tienen las Abuelas de Plaza de Mayo.
Paisaje de memoria y accesibilidad ciudadana
Uno de los puntos más interesantes de este sitio de memoria se arraiga en su localización: el Parque de la Memoria se encuentra ubicado sobre/junto a/en diálogo con el Río de la Plata. Dicha localización no responde a causas aleatorias. Por el contrario, esta se vincula con una de las instancias del proceso de desaparición forzada perpetrado por el gobierno dictatorial: luego de ser llevadas a los centros clandestinos de detención, en donde vivían en condiciones inhóspitas y eran torturadas, las personas detenidas eran, en muchos casos, adormecidas y “trasladadas”, como solía decirse en aquel entonces, a los llamados “vuelos de la muerte”. Estos planeaban, justamente, sobre el Río de la Plata, y era allí donde caían los cuerpos que eran arrojados desde las alturas.
Aquella estrategia colaboraba con el terror implicado en la lógica de la desaparición, ya que impedía localizar el paradero de las personas secuestradas, incluso de los cadáveres. Esta se vinculaba con el desconocimiento, el cual aparece expuesto en una de las conferencias de prensa más célebres de la dictadura en el año 1979, en donde el entonces presidente de facto, Jorge Rafael Videla, comentó: “frente al desaparecido en tanto esté como tal, es una incógnita. Si el hombre apareciera tendría un tratamiento X y si la aparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento, tiene un tratamiento Z. Pero mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial,es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está… ni muerto ni vivo, está desaparecido”. En este sentido, el recurso de tirar sus cuerpos al río contribuía con el encubrimiento que el propio Estado generaba, en la medida en que no quedaban registros ni evidencias de las muertes.
En esta línea, es interesante destacar que el Parque de la Memoria, en tanto proyecto público, empezó a tomar forma en 1996. Esto se dio luego de conocerse el testimonio del marino Adolfo Scilingo, quien declaró haber sido parte de los vuelos de la muerte y así ratificar la veracidad de esta metodología de asesinato. Con él, tanto el Río de la Plata como los aviones utilizados para tal fin se cargaron simbólicamente en torno a las experiencias de la última dictadura.
En el entramado del parque, el río ocupa un lugar central y condensa distintos sentidos: tanto aquellos ligados al pasado como las propuestas que se asientan en el presente y miran hacia el futuro. De hecho, su diseño estructural y paisajístico fue producto de un concurso llevado adelante en 1998 por la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Tal como puede leerse en el sitio web oficial, “el diseño respeta el medio ambiente y las intervenciones buscan un equilibrio entre el paisaje natural y la presencia de la ciudad con sus infraestructuras y usos recreativos”.
En términos arquitectónicos, se apela a construir un relato común entre el parque y sus alrededores, en cuanto a las disposiciones urbanas y naturales, conformándose un ecosistema por donde las personas puedan pasear y circular. En cierto sentido, podríamos pensar que dicho ecosistema aparece reflejado en los agentes que formaron parte de la gestión del proyecto, dentro de los cuales se incluyen la Comisión pro Monumento, compuesta por referentes de organismos de derechos humanos, legisladores/as, funcionarios/as del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires de los sectores de Espacio Público y Medio Ambiente, Cultura, Derechos Humanos y Educación y un representante de la Universidad de Buenos Aires. Ya a partir del año 2009, dicha comisión fue sustituida por un Consejo de Gestión, integrado por la UBA, los organismos de derechos humanos y el Gobierno de la Ciudad.
En cuanto a la dimensión turística, al tratarse de un espacio verde abierto a la comunidad y gratuito, se promueve la circulación de toda aquella persona que desee pasar el día allí (con horarios de ingreso), de manera que, a los sentidos nombrados previamente, se suman el de la recreación y el uso de un sitio público. Ahora bien, sugratuidad no implica que este sea necesariamente accesible. En la página web del parque figuran los distintos medios de transporte públicos con los que es posible llegar, incluyendo líneas de colectivo, trenes y las “Eco-bicis”, el sistema de bicicletas gratuitas que ofrece la ciudad. Sin embargo, se trata de una zona de la ciudad de difícil acceso, debido a la baja de frecuencia de dichos transportes y a la poca conectividad que existe entre la costa y el resto de la jurisdicción. Esto se corresponde con la percepción de que, la Ciudad de Buenos Aires, a diferencia de otras urbes como Montevideo, ha sido planificada “de espaldas al río”. Particularmente para llegar a la entrada del parque mediante ciertas líneas de colectivo, es necesario atravesar caminando el predio de la Ciudad Universitaria de la UBA, sin que esto implique una señalética robusta que guíe el recorrido.
Al mismo tiempo, la zona costera de la ciudad ha sido objeto de disputa durante los últimos años. Aquella área que, a principios del siglo XX, había sido utilizada como balneario, fue clausurada en 1975 por una ordenanza municipal que indicaba la prohibición de ingreso al río (principalmente en la Costanera Sur) debido a la gran contaminación de sus afluentes. Esto implicó una suerte de “olvido y desvalorización” de esta franja del territorio; por ejemplo, escombros de distintas demoliciones fueron arrojadas sobre sus orillas, incluyendo los restos de los edificios de la Embajada de Israel y de la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) que habían sido objeto de los atentados sucedidos en 1992 y 1994, respectivamente.
Con el correr de los años dicha tendencia viró hacia la privatización de los predios públicos que allí se ubican en función de los intereses de distintos sectores empresariales y políticos para dar lugar a desarrollos inmobiliarios. Este fenómeno obstaculiza aún más el acceso a dichos espacios, en el marco de lo que Silvia Hernández, Adrián Negro, Lucas Fernández y Marien Nahir Juairi (2021) definen como el “proceso de neoliberalización de la ciudad”. Según los y las autoras, este se arraiga, entre otros, en ponderar la intervención privada como un requisito necesario para el uso público. Frente a ello, diversos sectores de la sociedad han respondido a través del reclamo para evitar, cuanto menos, su rezonificación y venta.
¿El río como agente de memoria?
A partir del clásico planteamiento de Maurice Halbwachs (1925), la memoria ha sido analizada como un fenómeno colectivo arraigado a un proceso de construcción social. Sin embargo, a la hora de preguntarnos por los modos en que dicho proceso se materializa en contextos específicos, resulta fundamental detenernos en las llamadas “memorias subterráneas” de Michael Pollak (2006), las cuales se localizan en las minorías periféricas de los grupos en cuestión, diferenciándose de las “memorias nacionales oficiales”. Esta distinción se enfoca en las relaciones de poder reconocibles entre agentes sociales y la inexistencia de relatos unívocos que den cuenta de “la verdad” en torno a lo sucedido.
Ahora bien, en el sitio web del Parque de la Memoria se menciona la convivencia entre el monumento principal, el arte con su consecuente accionar crítico y “el contacto visual directo con el Río de la Plata, testimonio mudo del destino de muchas de las víctimas”. Pero, ¿qué implica un “testimonio mudo”? ¿Es posible reconocer la capacidad de habla o de memoria de un río?
Reconstrucción del retrato de Pablo Míguez. Imagen de Estefanía Izrael.
El artista Eduardo Navarro expuso en una muestra colectiva durante el año 2013 la obra “Tratamiento homeopático del Río de la Plata”. Para ello creó un dispositivo esférico en el que aplicó medicación homeopática prescrita por un equipo de investigación a una muestra de agua del río. Navarro partía de la teoría de Masaru Emoto, quien analizaba el estado del agua luego de exponerla a diversos estímulos, tales como música, halagos o insultos, concluyendo que esta reacciona a las condiciones emocionales y cambios de su entorno. En el contexto argentino y siguiendo esta línea, Navarro buscaba evaluar las cristalizaciones de la muestra tratada del parque para luego devolverla al río y avanzar con su “sanación”.
En función de este criterio, cabría plantearse que el río no opera solo como un paisaje pasivo sobre el cual se asienta el proceso de memoria, sino también como un “actante” que participa de la red entre humanos y no humanos en la construcción de dicho proceso, valiéndonos de laTeoría del Actor Red de Bruno Latour (2005). De hecho, la aparición de los cadáveres en distintas bifurcaciones del Río de la Plata, llegando hasta las costas uruguayas, podría leerse bajo dicha perspectiva, en la que este expulsa aquellos agentes que no le son propios.
Asimismo, hoy en día, al recorrer el predio es posible toparse con una pieza artística que se encuentra dentro del agua. Se trata de la “Reconstrucción del retrato de Pablo Míguez”, obra de Claudia Fontes que, según la autora, busca dar cuenta de la “vida perdida” de un adolescente desaparecido en el año 1977. Esta implica una figura fundida en acero inoxidable que le da la espalda al parque y que, en función de las fluctuaciones de la marea, se vuelve más o menos visible para quienes observan, justamente aparece y “desaparece”.
Esta misma autora fue parte de “Relatos de un proyecto para no olvidar”, una serie de entrevistas realizadas a la comitiva de artistas que emplazaron sus obras allí, en donde se les preguntaba por el proceso de creación de las mismas. Fontes expresó que le emocionaba saber que las Abuelas de Plaza de Mayo habían amadrinado la escultura y que muchas de las Madres de Plaza de Mayo tienden a pedir que, al morir, sus cenizas se tiren allí, en una suerte de “comunión en donde todo intenta volver a pertenecer a donde tiene que ir”, según comenta.
Un parque de cara al futuro
En un contexto en el que la costa de la ciudad se erige como un locus de contienda, analizar los modos en que “recorremos” la memoria se torna fundamental. En el marco específico del parque, el paisaje urbanístico es plausible de ser interpretado como un receptor de las estrategias y políticas públicas en torno a la recreación y a la reflexión sobre el pasado reciente, a la vez que vector y productor de sentidos.
Allí donde la historia, la creatividad y las relaciones de poder confluyen, cabe preguntarse: ¿cómo llegamos, en términos geográficos, históricos, políticos y emocionales, a un sitio signado por los crímenes de lesa humanidad? ¿Es posible incriminar al río como víctima, testigo o cómplice de las violaciones de derechos humanos? ¿Cómo se visita un espacio en el que la reinterpretación artística y crítica es parte de los procesos de Memoria, Verdad y Justicia?
Carteles de la Memoria. Imagen de Estefanía Izrael.
La última pieza de la instalación Carteles de la Memoria es un mapa de la Ciudad de Buenos Aires y alrededores en el que puede leerse “Aquí viven genocidas”. A través suyo se localizan, según figura allí, “direcciones de genocidas y CCD [Centros Clandestinos de Detención] escrachados por H.I.J.O.S.[Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio] y la Mesa de Escrache Popular”, la cual utiliza la consigna “donde no hay justicia, hay escrache”.
En este sentido y retomando el planteamiento de Pollak en torno a las memorias subterráneas, cabe visibilizar los distintos modos de construir identidad, de entender la justicia y de recorrer la historia. Aquella instalación que comenzó con la antesala del golpe de Estado y que nos acompaña en su trayectoria con datos alusivos, finaliza identificando los lugares en donde se ubican quienes perpetraron el terror, pudiendo interpretarse como un gesto contrario al de las desapariciones. ¿Será esta una invitación a continuar con la visita por fuera de los límites del parque? No lo sabemos. Quizás sea un modo de construir nuevos relatos de cara al futuro, promoviendo un tipo de memoria no necesariamente oficial. Ante el reclamo de ciertos sectores de la sociedad en cuanto al encubrimiento y a los tiempos de los juicios, esta obra podría pensarse como una apuesta a construir una ciudadanía presente y contrahegemónica.
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