11-06-2024
Què fer? Problemes candents de la gentrificació
Jose Mansilla | @antroperplejo
Crèdit Fotografia: Carla Izcara | Alba Sud.
(article disponible només en castellà)
Un barrio de una gran ciudad, principalmente céntrico, pero no de forma exclusiva, con una prolongada historia de abandono institucional se vuelve, de repente, atractivo para unas clases sociales de mayor poder adquisitivo que las residentes en la actualidad. La atracción puede ser debida a numerosos factores, desde su localización, pasando por unos precios de alquiler o venta bajos, a la instalación en sus inmediaciones de un nuevo equipamiento o infraestructura, un museo o una parada de metro, hasta llegar a la existencia de un cierto ambiente o atmósfera, sociocultural o medioambiental. El interés despertado en estas nuevas clases sociales por la zona altera el mercado inmobiliario, hace subir los precios y que los vecinos tradicionales de la zona no puedan soportar las nuevas condiciones. Esto genera un desplazamiento paulatino que acaba por, al cabo de un periodo de tiempo medio o largo, cambiar el carácter del barrio completamente: desde uno de clases medias-bajas, popular, a otro de clases medias y medias-altas. Esta sería la dinámica clásica de la gentrificación.
Gentrificación: orígenes de un concepto
La gentrificación es un proceso que fue inicialmente descrito por la socióloga Ruth Glass (1964). La académica británica testimonió cómo el barrio de Islington, en Londres, comenzó a experimentar una serie de cambios en la composición de su tejido social al ver llegar a una clase social, la gentry, pequeña propietaria rural que, después de la finalización de la II Guerra Mundial, decidió mudarse al centro de la capital inglesa para tener acceso a un modo de vida más urbano, así como al despliegue de los servicios del incipiente Estado de bienestar, oportunidades de negocio de la post-guerra, etc. Glass no fue más allá en la descripción empírica del proceso, no proponiendo marcos teóricos comprensivos que pudieran dar cuenta del fenómeno.
Hubo que esperar a los años 70 del pasado ciclo, y a la naciente corriente de geografía crítica del contexto británico, para que pudiéramos asistir a la primera de las grandes aproximaciones a este singular proceso. Fue el geógrafo Neil Smith, discípulo de David Harvey, el cual había iniciado, solo unos años antes, su inmersión en el marxismo desde perspectivas más liberales (1973) el que propuso, ya en su tesis doctoral, la conocida como teoría del rent gap (1979). De acuerdo con esta teoría, las dinámicas de gentrificación se producirían cuando, tras un periodo de desinversión, la renta del suelo desciende y, por tanto, también lo hace el precio de los inmuebles. Sin embargo, a partir de un determinado punto en la dinámica de descenso, la renta potencial del emplazamiento, es decir, aquella que podría obtenerse en caso de inversión, alcanza tal magnitud que hace que ésta sea interesante para el inversor. La diferencia entre una y otra es el diferencial de renta o rent gap. La propuesta sitúa, claramente, el punto del análisis en la búsqueda de la obtención de plusvalías, situando éstas como elemento fundamental en el proceso de acumulación de capital de la economía urbana.
No pasó mucho tiempo hasta que la elaboración de Neil Smith fue puesta en duda. La más conocida de todas las alternativas es la que realiza el también geógrafo David Ley. Éste, en su artículo Alternative Explanations for Inner-City Gentrification: A Canadian Assessment (1986), plantea que los cambios producidos en el interior de las ciudades no serían tanto debido a la búsqueda de en la obtención de beneficios por un sector empresarial centrado en la transformación urbanística y la construcción sino, más bien al contrario, por un cambio en la demanda, la cual pasaría a interesarse por el centro de las ciudades, dejando de lado anteriores emplazamientos como los periféricos. La terciarización de la economía de las ciudades del Norte Global durante las últimas décadas habría generado la aparición de una serie de perfiles profesionales, vinculados a la cultura, las nuevas tecnologías, la bolsa, las artes liberales, etc., en definitiva, unas clases medias que buscarían nuevas localizaciones más acordes con sus intereses vitales. Se trataría, por tanto, de la constitución de una demanda consecuente con la sociedad de su tiempo que llevaría, a los sectores inmobiliarios y financieros, a ofrecer una solución a las mismas generando los desplazamientos socioespaciales que suponen la gentrificación.
Ambas posiciones suponen, más o menos, extremos explicativos para una dinámica que, lejos de atenuarse, ha visto acelerada su presencia con el paso de los años. Sin embargo, incluso ambos autores han reconocido que la realidad queda mucho mejor explicada mediante una cierta influencia o combinación de una teoría junto a la otra. No todo puede explicarse a través de un análisis de la producción, pero es imposible dejar de lado el papel preponderante del capital inmobiliario en las economías urbanas actuales. Además, la gentrificación ha dejado de tener un carácter exclusivamente vinculado al mercado inmobiliario, pasando, como no podía ser de otra manera en el contexto de la ciudad, a salpicar cada una de las esferas que constituyen el sistema social y productivo de las mismas.
Gentrificación con adjetivos
El profesor de la Columbia University Tom Slater (2011) ya subrayó el hecho de que, hoy día, hablar de gentrificación desde una perspectiva centrada únicamente en el mercado de la vivienda es simple y limitante a la hora de realizar un análisis adecuado de las dinámicas estudiadas. El capitalismo es un sistema totalizante (Marx, 2011) y, como tal, necesita para su correcto funcionamiento una continua expansión espacial y simbólica, así como abarcar cada una de los diferentes ámbitos y escenarios que constituyen la vida social. Es así como la gentrificación supone, también, un impacto sobre el medio ambiente, la saturación y sobre-explotación del transporte urbano, la privatización del espacio público, la homogeneización del paisaje comercial, la externalización de servicios, etc. Esto ha hecho que, desde la academia, se comenzara a poner adjetivos a la gentrificación: comercial, locales y tiendas de las ciudades; marrón, cuando se ubica sobre antiguos solares industriales; azul, cuando se vincula a la economía del mar; verde, cuando se debe a la expansión o localización de enclaves naturales; rural, fuera de la ciudad, con mecanismos similares pero en territorios donde priman actividades no urbanas, como las agropecuarias o forestales; o turística, cuando se relaciona íntimamente con la expansión de este sector económico.
Antes de desarrollar en detalle la gentrificación turística conviene tener en cuenta una pequeña apreciación. La gentrificación, cualquier gentrificación, es un proceso, una acción. El adjetivo turístico le viene añadido porque el factor principal que la desencadena. Pero no hay que confundirla con la turistificación que, en cambio, serían aquellas consecuencias vividas por un territorio, sea este una calle, un barrio, un pueblo, una ciudad o una zona costera, que se manifiestan cuando la práctica totalidad de las relaciones sociales que en él se producen se encuentran mediadas por la actividad turística (Mansilla, 2022). La turistificación puede, y generalmente lo hace, suponer finalmente el desplazamiento de la población y, por tanto, encontrarnos ante un caso de gentrificación.
Gentrificación turística
La gentrificación turística tiene algunas características especiales que hacen necesario detenerse expresamente en su consideración. Entre las primeras aproximaciones a este específico proceso cabría mencionar la realizada por Kevin Gotham a comienzos de la década del dos mil. Para el sociólogo norteamericano, este fenómeno supondría un “dispositivo heurístico que permitiría explicar la transformación de un barrio de clase media en un enclave relativamente próspero y exclusivo caracterizado por la proliferación de lugares de entretenimiento y turismo corporativo” (2005: 1101). Su propuesta estaba vinculada a la ciudad de New Orleans, la cual había visto como su animado centro histórico había acabado por devenir un atractivo turístico sobre todo vinculado a la conversión de la urbe de Luisiana en un centro internacional para la celebración de ferias y congresos.
Como toda propuesta académica, la gentrificación turística también ha sufrido críticas y ha sido objeto de numerosos debates. La diferenciación entre las dinámicas más genéricas de gentrificación, ya descrita en párrafos anteriores, y la gentrificación turística, su solapamiento, interrelación y confusión continua hoy día bajo el interés de muchos investigadores y departamentos universitarios. El geógrafo Agustín Cocola-Gant recoge parte de estas discusiones en su entrada Tourism gentrification para la obra Hand book of Gentrification Studies (2018). En ella, el también historiador propone una definición que sitúa la gentrificación turística como aquel proceso "en el que el crecimiento de visitantes amenaza el derecho de la población existente a quedarse donde está" (2018: 286). Cocola-Gant es inteligente al señalar una de las particularidades de la gentrificación turística, el hecho de que ésta no produce una sustitución de una población por otra, como en la gentrificación clásica, cuando una clase social superior, media o media-alta, acaba por desplazar a otra de inferior capacidad económica, media-baja o baja, ya que los turistas son población flotante, es decir, que circula de forma constante en estancias relativamente cortas. Es por esto que hace hincapié, por contra, en el derecho de los vecinos actuales a permanecer en sus domicilios, es decir, a quedarse donde está. Cocola-Gant sugiere, en la misma obra, que existen tres formas interrelacionadas de desplazamiento: desplazamiento residencial; desplazamiento comercial y desplazamiento basado en el lugar. El primero de ellos estaría relacionado con el cambio de objeto de las viviendas de la zona, las cuales pasarían a convertirse en hoteles o apartamentos turísticos comercializados a través de Airbnb u otras webs del denominado capitalismo de plataformas (Srnicek, 2018). El segundo de ellos es el vinculado a la desaparición del comercio y los servicios necesarios para poder vivir cubriendo las necesidades más básicas de la cotidianeidad y la reproducción social, como tiendas de alimentación, vestido y servicios varios, que pasarían a convertirse en negocios enfocados en el turismo; y, por último, un desplazamiento más amplio, vinculado a las dos formas anteriores, aquel que, aunque no signifique la pérdida de la vivienda por su uso turístico o por el difícil acceso a los suministros más inmediatos para la vida, debido a la transformación del lugar, suponen la imposibilidad de habitarlo(Lefebvre, 2018), haciendo que parte de la población original opte finalmente por abandonar el lugar.
Como se ha mencionado con anterioridad, además, este tipo de gentrificación no se limita, únicamente, a distintas formas de desplazamiento, sino que acaba por abarcar una transformación más profunda y significativa. Serían estas las relacionadas con el propio paisaje urbano, principalmente vinculado con la oferta de productos y servicios ofrecidos, pero no solo, ya que también supone una homogeneización del mismo, lo que Francesc Muñoz denominó urbanalización (2008), así como las de pérdida y privatización de los usos del espacio público (Mansilla, 2018), los cuales pasan de ser considerados como el principal ámbito de la socialización más inmediata, aquella que da carácter y vida a un barrio, a aparecer como objeto de su mercantilización.
¿Qué hacer con la gentrificación?
Para acabar, y dando sentido último al título de este texto, aunque estas dinámicas se encuentran cada día más presentes en nuestros territorios urbanos, aunque no solo, destacar que existen medidas que permitirían, si bien no su total desaparición, sí, al menos, su desaceleración y encauzamiento. El ¿Qué hacer? en el contexto actual de democracias liberales, donde el respeto a la iniciativa privada individual se ha situado en un pedestal y es la base de funcionamiento del sistema económico, tendría que pasar siempre por una decidida intervención pública, así como por la articulación de los movimientos sociales urbanos, los sindicatos y los partidos políticos, en el establecimiento de una serie de objetivos comunes que permitan, abarcando la esfera de los sectores productivos y reproductivos, su limitación.
Es mediante esta dialéctica entre presión colectiva y gobierno público que se pueden implementar medidas como la ampliación de la oferta de viviendas públicas asequibles y accesibles en alquiler, la limitación de los precios de los alquileres, la ordenación del sector inmobiliario, el establecimiento de planes de uso que impidan la proliferación de empresas vinculadas al turismo y la restauración, el establecimiento de planes urbanísticos que dificulten la aparición de nuevas inversiones vinculadas al sector hotelero o al de los apartamentos turísticos, la instauración del derecho de tanteo y retracto como forma de limitar las dinámicas especulativas, la limitación en el acaparamiento del número de viviendas, el cese de las campañas de atracción y márquetin turístico, el redimensionamiento de las infraestructuras de transporte, principalmente aéreas y marítimas o el establecimiento de impuestos específicos y regulaciones medioambientales serían algunas de estas ideas que pondrían soluciones a los problemas candentes de la gentrificación.
Finalmente, subrayar la necesidad siempre de realizar análisis concretos de realidades concretas, siguiendo a Mario Gaviria en sus propuestas urbano-turísticas (Martínez, 2018) porque solo teniendo este es posible plantear soluciones oportunas y duraderas a las diversas circunstancias en las que es posible que se presente la gentrificación.
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