19-08-2018
Mujer y Turismo Rural Comunitario
Ramiro Ragno | Alba Sud / Fundación Buena VidaEn muchos emprendimientos de TRC la mujer campesina es quien se empodera y se apropia de la actividad. ¿Esto genera cambios en las relaciones domésticas o de poder en la comunidad? Seguramente. Pero rara vez un cambio que nace de las mujeres no vale la pena.
Crédito Fotografía: Altar campesino. Salta, Argentina. Imagen de Alba Sud.
Durante años tuve y sigo teniendo la posibilidad de acompañar procesos de buen vivir junto y para comunidades campesinas e indígenas en mi país, especialmente en el norte andino argentino, territorio andino amerindio ancestral. Mi humilde experiencia me ha llevado a aprender más que aportar, pero vale la pena compartir algunas palabras de tantos años. Proyectos de acceso a agua junto a comunidades andinas me permitieron caminar kilómetros para recuperar acequias o colocar mangueras desde vertientes y ríos hasta decenas de hogares; horas de asambleas comunitarias necesarias para informarse y decidir participativamente; kilogramos de tierra para elaborar adobes y construir salones y viveros forestales o invernaderos andinos; tintas y borradores y afiches escritos y sobreescritos que luego fueron proyectos y obras comunitarias y que no quedaron en simples diagnósticos. El trabajo que uno elige por decisión, formación o vocación tiene esos premios, y muchos sinsabores también, cuando los sueños o las necesidades no se solucionan o no se cumplen o se ven caer.
Pero en donde nosotros caemos o pensamos caer, ellas redoblan la fuerza y la energía. La mujer campesina indígena es el pilar del buen vivir en las comunidades y en nuestros mundos diversos. El equilibrio y la dualidad siempre es necesaria, ambos somos complementarios. Pero he aquí un acto de admiración y reconocimiento a la mujer.
El turismo rural comunitario, como leemos en tantos textos, y tenemos muchos la oportunidad de viajar y practicarlo con respeto, sabemos que es una actividad de encuentro de culturas, en donde hay reciprocidad e intercambio entre unos que reciben y otros que se acercan. Es una modalidad de gestión colectiva basada en la solidaridad entre vecinos, en donde el respeto entre unos y otros, entre unas y otras familias involucradas se transforma en un emprendimiento asociativo de prestación de servicios. Unos seremos más o menos críticos con esta actividad, muchos no dejamos de autoevaluar cotidianamente los procesos y los impactos, pues las aristas negativas se esconden detrás de los beneficios.
Pero el eje de esta breve reflexión, es el rol protagónico de la mujer en el turismo rural comunitario. Pues sí, es la mujer campesina quien en la gran mayoría de los emprendimientos se empodera y se apropia de la actividad, por ser anfitriona, quizás por ser protectora de la identidad y la cultura, quizás por ser madre de la casa y madrina de los que recibe, quizás por ser la Madre Tierra que cobija. Será sensibilidad o será un don, dejo abierta la interpelación del lector o lectora sin deseos de teorizar ni imponer postura. La mujer que recibe, las mujeres que administran, las mujeres que organizan, las mujeres que cobran y reinvierten, y luego deciden y avanzan, y promocionan y se reúnen y avanzan. El turismo rural comunitario, vivencial y experiencial, intercultural y de encuentros es, debemos reconocerlo, una actividad comercial gestionada principalmente por mujeres. ¿Esto puede generar cambios en las relaciones domésticas o de poder en la comunidad? Seguramente. Pero rara vez un cambio que nace de las mujeres es un cambio que no valió la pena. ¡Adelante entonces!
Pero lo femenino no tracciona solamente el emprendedurismo colectivo y el empoderamiento económico del turismo rural comunitario en la comunidad, sino que sigue liderando en otros ámbitos directamente involucrados. Las entrevistas a los grupos de viajeros y la palabra de quienes administran emprendimientos de turismo comunitario lo refuerzan: de las familias, grupos de amigos y parejas que constituyen los "consumidores" de este tipo de turismo vivencial ha sido mayoritariamente una mujer de ese grupo o pareja la que propuso contratar o reservar una oferta de TRC. La organización del viaje se hace normalmente de manera participativa o se delega a alguien de confianza, quien propone opciones, destinos, actividades, servicios. Pues bien, muchas veces quien propone a su/s compañero/s de viaje destinar uno o más días a vivir una experiencia de TRC dentro de un programa turístico más extenso, más o menos convencional o de aventura, es una mujer del grupo o la mujer de la pareja.
Finalmente, los profesionales de las carreras que se involucran, acompañan y se interesan en el TRC son mujeres en su gran mayoría, sean de turismo, antropología, economía, comunicación u otras. Igualmente sucede en el sector privado en donde las agencias de viaje especializadas en turismo comunitario o sostenible, en un concepto más amplio, están en manos de mujeres o son mujeres quienes abren esta oferta en la cartera comercial de tales agencias.
En fin, esta simple observación y de algún modo reivindicación al rol de la mujer en el gran sistema o cadena de valor del turismo rural comunitario, es un tema que no puede pasar desapercibido y debe ser orgullo para quienes trabajamos en el sector. La complementariedad es necesaria, hay lugar para todos y todas, celebremos esta diversidad y el trabajo en equipo. Hasta una próxima nota desestructurada.
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