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Conferencia | Turismo Responsable

13-09-2019

Exclusión e inclusión en los escenarios futuros del turismo global

Ernest Cañada | Alba Sud

Conferencia inaugural realizada el 12 de septiembre de 2019 en el XI Seminario Internacional de Estudios Turísticos, organizado por la Universidad Autónoma del Estado de México, Toluca, bajo el título general de «Prospectiva del Turismo y la Gastronomía al 2030».

I

Hacer un ejercicio de prospectiva y tratar de pensar el futuro de una actividad compleja como el turismo es siempre un ejercicio arriesgado, que fácilmente puede no resistir el paso del tiempo y hacer que nuestros pronósticos coincidan poco con la realidad. Y, sin embargo, es necesario hacer este esfuerzo para poder identificar escenarios posibles sobre los que tratar de tomar medidas que nos ayuden a evitar el colapso al cual, como sociedad, parecemos estar abocados.

Empiezo con un planteamiento poco optimista, no tan habitual en los debates sobre el turismo a los que nos tiene acostumbrados la industria y sus lobbies, y no lo hago porque tenga ganas de fastidiarles la mañana, o porque me haya levantado hoy dando rienda suelta a un pesimismo recurrente, con el que trate de hacer honor a la fama de no ser, como decimos en España, la alegría de la huerta.

Resulta difícil, cuando no irresponsable, tratar de pensar el futuro del turismo sin tomar en cuenta algunas de las dinámicas actuales de nuestro mundo. La publicística sobre el crecimiento ilimitado del turismo y sus mundos felices de gente blanca sonriente mejor dejémosla para las agencias expertas en marketing turístico. Intentemos hacer ciencia social, comprometida con la humanidad doliente, con los de abajo, con los perdedores del capitalismo globalizado y financiarizado que hegemoniza hoy el mundo.

El contexto global, decía, es preocupante y no podemos tratar de reflexionar sobre el futuro del turismo sin tenerlo en cuenta. Son múltiples los prismas desde los que intentar imaginar este futuro a partir de las tendencias que se dibujan ya en la actualidad. Yo les propongo mirar este futuro desde una perspectiva concreta: la tensión creciente entre exclusión e inclusión en el que se ve envuelto el desarrollo turístico, y del que es también responsable. Podríamos optar por otras coordenadas, como el cambio tecnológico, que amenaza la configuración tradicional del turismo; o la emergencia climática, que pone en jaque las mismas bases en las que se asienta; también podríamos abordarla desde la dinámica geopolítica de un mundo en tensión que cada dos por tres parece asomarse al abismo y que amenaza también a la industria turística; o incluso la perspectiva del decrecimiento turístico, cada vez más presente en los argumentos de los movimientos sociales, conciencia crítica que clama una voz de alarma ante el desastre. Sin embargo, creo que esta tensión entre exclusión e inclusión, y la interpelación ética que conlleva, puede ayudarnos mejor a integrar estas y otras perspectivas, y a pensar qué es lo que está en juego en el turismo y cómo van a configurarse los distintos escenarios sobre los que inevitablemente habrá que actuar.

II

La preocupación por el papel del turismo en la sociedad, el malestar ante distintos tipos de impacto que ha tenido su desarrollo está presente, como mínimo, desde los años 70, cuando el sueño de progreso y modernización, prometido por la industria turística, se mostraba ya demasiado distante de la experiencia real, cotidiana, cada vez más palpable en muchos de los lugares que optaron por una vía de desarrollo basada en la especialización turística. Quiero recordar hoy aquí los nombres de algunos de los investigadores que de forma premonitoria nos alertaron ya de una serie de problemas que había que analizar y pensar políticamente. Deseo mencionar a Mario Gaviria y su libro “España a Go-Go. Turismo chárter y neocolonialismo del espacio” publicado en 1974; a Louis Turner y John Ash y “La Horda Dorada” de 1975; a Antonio Mandly y un grupo de trabajadores y sindicalistas que, con “Costa del Sol. Retrato de unos colonizados” de 1977, aspiraban a conocer por dentro los hoteles para que sus trabajadores pudieran ocuparlos y gestionarlos ellos mismo; a Emanuel de Kadt y su premonitorio interrogante “Turismo: ¿pasaporte al desarrollo?” de 1979; o a Francisco Jurdao con “España en venta: compra de suelos por extranjeros y colonización de campesinos en la Costa del Sol” de 1979. Y quiero recuperar estos nombres porque recordándoles, leyéndoles, estudiándoles, construimos tradición intelectual, reconociéndonos en su legado caminamos sobre sus pasos para seguir avanzando. Y, desgraciadamente, esto es algo cada vez menos frecuente en nuestro mercado académico, donde pareciera que para sobrevivir en esta carrera permanente resulta más importante inventar compulsivamente nuevos conceptos y atrincherarnos detrás de ellos buscando fortuna, en una competencia cada vez más descarnada.

III

En esta trayectoria, construida a partir de la evidencia de que el turismo no comportaba una ruta de progreso y desarrollo, sino que como otras actividades acumulaba problemas ambientales y sociales, fuimos adoptando algunos marcos conceptuales que nos ayudaran a identificar y pensar posibles mecanismos correctores. La sostenibilidad, y en nuestro campo, el turismo sostenible, fue una de las primeras enunciaciones con las que se intentó pensar en estos problemas, pero también fue formulado para poder integrarlos sin poner en cuestión la misma lógica de crecimiento turístico. A pesar de sus potencialidades, la idea de la sostenibilidad, fue progresivamente fagocitada por la industria turística, que acabó convirtiéndola en un producto turístico más, cuando no un campo de desarrollo profesional cada vez más complejo, sofisticado y, fatalmente, poco útil.

El turismo responsable, a otra escala, sufrió un destino similar. En este caso, además, nunca gozó de un reconocimiento conceptual e institucional suficiente, con un consenso equivalente al del turismo sostenible. Su popularización, entre los años 90 y primeros de los 2000, se construyó, como mínimo, sobre tres grandes acepciones: una, como nicho de mercado cargado de consideraciones éticas para unas determinadas formas de viajar: la preocupación por el medio ambiente en el ecoturismo, el malestar por la pobreza en el turismo solidario o de voluntariado, entre otras; una segunda acepción amplió la mirada al conjunto de la actividad turística y caracterizó el turismo responsable como una suerte de buenas prácticas de todos los actores presentes: industria, turistas, poblaciones anfitrionas y autoridades públicas; y, finalmente, una tercera acepción como movimiento social, que entendía la necesidad del conflicto y de la movilización social para que el turismo no fuera un mero mecanismo de despojo capitalista. En el ámbito hispano, Jordi Gascón y yo mismo, con el libro “Viajar a todo tren”, publicado en 2005, intentamos posicionar esta idea entre los movimientos sociales. Aunque tuvo relativo éxito entre algunas ONG especializadas en turismo, nunca logró suficiente legitimidad para erigirse en bandera de un movimiento social por la transformación del turismo.

IV

Llegados a este punto, no creo que tenga mayor interés proponer un nuevo término con el que nombrar cómo debería ser idealmente el turismo, con la esperanza de tener mayor fortuna o, como mínimo, algo más de recorrido en este incesante combate de conceptos. Me interesa más, en cambio, la mirada que nos aporta esta tensión entre exclusión e inclusión, y es en esta mirada sobre la que quiero llamar su atención esta mañana.

Pensar la evolución del turismo en un futuro próximo, a veinte o treinta años, implica preguntarse cómo evolucionarán algunos elementos centrales que configuran el actual sistema turístico. Propongo algunos interrogantes en torno a diez cuestiones que me parecen esenciales en el debate sobre el futuro del turismo.

En primer lugar, las condiciones y características del trabajo en el turismo. ¿Qué empleos sobrevivirán al cambio tecnológico? ¿Qué ocupaciones se verán sustituidas por los procesos de robotización y cuáles, en realidad, verán intensificada su carga de trabajo gracias a las nuevas tecnologías? ¿En qué condiciones trabajarán quienes continúen en el sector? ¿Qué supondrá la creciente financiarización de la industria turística en el trabajo, desprendida de compromisos a medio o largo plazo con el propio negocio turístico? ¿Qué elementos de exclusión social estarán presentes, aunque sigan trabajando en el turismo? ¿Su salario les dará para vivir dignamente? ¿Podrán organizarse colectivamente en sindicatos de clase para defender sus derechos, y cómo expresarán si no su malestar y reivindicaciones? ¿Podrán compaginar vida laboral y vida personal? ¿Podrán participar en la vida civil al terminar su jornada laboral o les será imposible por la incertidumbre horaria, las largas jornadas y el cansancio acumulado?

En segundo lugar, debemos interrogarnos también por los territorios en los que se desarrolle el turismo. ¿Qué implicaciones está teniendo sobre los territorios rurales, y costeros principalmente, esta necesidad de expansión espacial continua del capital? ¿Cuántas poblaciones rurales son desplazadas de sus territorios y sus medios de vida por no encajar en la nueva especialización turística? ¿Qué supone este despojo masivo de tierras, la desestructuración de territorios o la usurpación de agua para dar respuesta a las necesidades de los nuevos espacios turístico? ¿Cuántas personas llegan a los nuevos territorios turísticos, desplazadas por otras lógicas de exclusión y se encuentran con trabajos precarios en villas de miseria? ¿Cuántos territorios serán reorganizados bajo la hegemonía del capital turístico, descartando y excluyendo a quienes no sean funcionales en las nuevas lógicas de acumulación? ¿Qué significará que determinados territorios que quedan fuera de las lógicas del consumo turístico sean excluidos? ¿Qué papel jugarán estos territorios no centrales en las dinámicas de acumulación turística?

Pero el turismo, bajo formas post-fordistas de organización empresarial, ha expandido sus escenarios a cada vez más lugares, en una búsqueda permanente de experiencias singulares. Los espacios urbanos devienen así objeto de consumo turístico. ¿Pero soportarán estas ciudades cada vez más la nueva lógica? ¿Qué dinámicas de desplazamiento habrá que soportar hasta destruir el tejido social de las ciudades, vaciadas de ciudadanía, y cada vez más inseguras por esta misma destrucción del tejido social? La vivienda, convertida en mecanismo de acumulación al servicio de la industria turística y las lógicas rentistas, se convierte en el centro del debate político sobre el futuro de las ciudades. ¿Pero únicamente la vivienda se ve afectada? ¿En qué formas la masificación turística está afectando al transporte urbano, el tejido comercial, el sistema educativo, la convivencia barrial y, en definitiva, el mismo hecho de ser ciudad?



En tercer lugar, en algunas de estas ciudades turísticas globales aparecen nuevos interrogantes sobre la creciente desafección de amplias mayorías de población ante el turismo. ¿Por qué los movimientos sociales urbanos han convertido cada vez más al turismo en un objeto de atención priorizado? ¿Cómo tratan de hacer frente a una amenaza creciente sobre sus medios de vida de un turismo que les excluye? ¿Cómo ha reaccionado el capital turístico, acusando a esta crítica social de turismofóbica y de elitista, en un movimiento dialéctico paradójico, por el cual quien excluye acusa al excluido de ser excluyente? ¿Cómo superarán los movimientos sociales este intento de encerrarles en una de las esquinas del debate social, el del anti-turismo?

En cuarto lugar, precisamos preguntarnos porqué el turismo está cada vez más asociado al debate sobre la seguridad. En los últimos tiempos, se ha convertido en algo habitual que el turismo sea objeto de hechos de violencia, por su capacidad para actuar como caja de resonancia de acciones terroristas o como posibilidad aprovechar el diferencial de riqueza en un mundo con cada vez mayores niveles de exclusión social. Sin embargo, ¿hasta qué punto los procesos de turistización no están generando mayores niveles de vulnerabilidad y riesgo que amenazan su seguridad? La industria turística se alarma y pide medidas de control para atajar los brotes de inseguridad, ¿pero no será esto resultado también de la exclusión que generan? ¿No será la pérdida de población arraigada en un territorio, de este tejido social, vinculado a los procesos de desplazamiento y exclusión que comporta esta turistificación, la que genera las condiciones para una mayor inseguridad? La cuestión de la seguridad no es simple y no tiene sentido rehuirla, pero centrar todos los focos solamente en medidas securitarias nos adentra en una senda de difícil salida.

En quinto lugar, necesitamos conocer mejor las condiciones metabólicas del planeta y cuánto turismo podrá soportar. ¿Hasta qué punto las emisiones de gases de efecto invernadero, vinculadas a un creciente transporte turístico, ya sea en avión o en cruceros, no están contribuyendo de un modo creciente en la crisis climática de nuestro planeta? ¿Y qué problemas de salud pública, asociados a contaminación atmosférica, empezamos ya a detectar en muchos lugares donde se concentra un mayor número de llegadas? ¿Alguien en su sano juicio podría seguir usando el lema del turismo como industria sin chimeneas? Pero también necesitamos pensar en los múltiples efectos que conlleva el cambio climático, como la acentuación en la intensidad de determinados fenómenos naturales. Esto no solo es un reto para la industria turística, lo es también para las poblaciones de los territorios turísticos. ¿Cuál es la huella ecológica del turismo en un determinado destino? ¿Cuántos planetas necesitaríamos para soportar el traslado de materiales, la acumulación de residuos y la movilización de energía para seguir haciendo posible el actual modelo de desarrollo turístico? La crisis del sargazo, en el caribe mexicano, nos alerta de cómo determinados cambios en el funcionamiento metabólico del planeta pueden generar escenarios críticos abruptamente, de un modo dramático para quienes viven vinculados a territorios altamente dependientes del turismo. ¿Será que las medidas de adaptación están llegando ya tarde y hay que replantear los volúmenes globales del turismo y poner en cuestión unas lógicas de crecimiento inasumibles?

En sexto lugar, debemos pensar en quiénes serán los que podrán hacer turismo. La crisis climática y el incremento del malestar social por la masificación turística está ya sobre la mesa de decisores políticos en diversos lugares del planeta. Sin duda, aún hay la tentación de mirar hacia otro lado, como en aquel chiste contado en la película de Mathieu Kassovitz, “El odio”, en el que una persona cae al vacío desde un gran edificio, y mientras se precipita va repitiendo: todo está bien, todo está bien. Esta tentación de no querer ver los problemas está presente, y se acompaña de continuas formas de demonizar a quienes señalan la necesidad de un cambio de rumbo. Pero sobre la mesa también se barajan otras opciones, y entre ellas, asumir la inviabilidad del crecimiento permanente y apostar por un ajuste que permita reorganizar los procesos de acumulación y reproducción del capital. ¿Será la elitización del turismo la respuesta? ¿Implicará subir los precios hasta volver en lujo el consumo turístico al alcance de solo unos pocos? Voces académicas y políticas ya apuntan en esta dirección. ¿Qué implicará esta exclusión de amplias mayorías de un turismo como lo hemos conocido en los últimos decenios?

Y si este modelo basado en el crecimiento continúo se pone en cuestión, cómo habrá que repensar el ocio y tiempo de descanso de grandes mayorías. ¿Necesariamente pasará por el turismo? ¿Realmente el turismo puede ser formulado como un derecho humano o, más bien, no es más que una de las formas posibles de organizar el tiempo de ocio? ¿Serán excluidas amplias mayorías de la posibilidad de hacer turismo? ¿La única respuesta a la crisis ambiental y social será su elitización? Y esto supone preguntarse también sobre cómo deberá ser organizado el turismo social. ¿Bajo qué condiciones? ¿Con qué objetivos y qué prioridades, los del capital o los de las mayorías que quieren poder acceder a espacio de ocio dignos? ¿De qué formas deberá ser organizado? Lamentablemente, acumulamos demasiadas experiencias contradictorias como para que el turismo social no deba ser también cuestionado.

En séptimo lugar, necesitaremos abordar los recursos públicos puestos a disposición del turismo. ¿Qué ayudas procedentes de recursos públicos recibe la industria turística? ¿A través de qué múltiples mecanismos el capital turístico se ve estimulado? ¿Cuánto gastan nuestras sociedades en promoción de una industria que privatiza beneficios y socializa sus costes? ¿Qué discursos y qué narrativas sostienen la inversión pública en promoción, infraestructura o formación al servicio de la industria turística? ¿Qué mecanismos de evasión fiscal construye la industria turística que sustrae capacidad presupuestaria a los estados? ¿Qué retorno social genera el turismo que justifique estas políticas de apoyo? ¿Y cómo se mide esto? ¿Qué significa esta pérdida de recursos públicos en términos de exclusión por incapacidad de desarrollar políticas sociales al servicio de los más desfavorecidos? ¿Qué supone aceptar los procesos de financiarización global de la industria turística sin capacidad de regulación e intervención pública?

En octavo lugar, aparece cada vez con más fuerza la voz de las mujeres que ponen en cuestión cómo es su participación en el turismo. Los lobbies del turismo se jactan de que este sea un sector altamente feminizado, en el cual, gracias a sus formas atípicas de empleo, con contratos temporales o a tiempo parcial, las mujeres pueden incorporarse al mercado laboral sin tener que abandonar sus responsabilidades domésticas y de cuidados. ¿Pero no será precisamente todo lo contrario? ¿No será que gracias a esta naturalización de las desigualdades la industria puede disponer de mano de obra barata y flexible que, además, se hace cargo de la reproducción de la fuerza de trabajo sin mayores costes para el capital? ¿Será que las mujeres están condenadas a una segregación horizontal y vertical en su inserción en el trabajo turístico? ¿Esta concentración de las mujeres, y en particular de mujeres migrantes, en determinados puestos de trabajo desvalorizados y de bajos salarios, no será una forma de perpetuar la desigualdad? ¿Qué significa no poder salir de este “suelo pegajoso”? ¿Y por qué es tan difícil para las mujeres ascender en la escala de responsabilidades dentro de la industria, y superar este “techo de cristal”? ¿Y por qué, cuando lo hacen, es a costa de convertirse en la peor versión del hombre dominante? Y muchas de estas voces se preguntan también porqué deben convertirse en objeto sexualizado de reclamo turístico. ¿Cuánta exclusión por razones de género no están en la base del funcionamiento de la industria turística?

En noveno lugar, debemos preguntarnos también por quiénes son los que producen turismo y qué participación pueden tener los sectores populares, vinculados a la economía social y solidaria en sostener otras formas de organizar el turismo. ¿Qué papel pueden jugar en el futuro las comunidades como forma de organización y gestión colectiva de la actividad turística? ¿Habrá espacio para consolidar economías turísticas donde los de abajo puedan controlar parte de la cadena turística e influir de forma determinante en cómo se organiza, qué se ofrece o cómo se redistribuyen sus beneficios? ¿Bajo qué condiciones estas formas comunitarias pueden insertarse en un mercado en el que no controlan las reglas del juego? ¿Qué puede suponer que amplios sectores de población crecientemente excluidos de la economía formal sean excluidos también de estos intentos de organización de economía popular? ¿Qué costos puede suponer no tener capacidad de ensayar y desarrollar nuevas experiencias en las formas de organizar la actividad turística?

En décimo lugar, y termino, también nos convendría interrogarnos por cómo son representadas las poblaciones, pueblos y culturas que han sido incorporadas en el escenario turístico. ¿Qué ha significado la mercantilización de culturas y saberes, en incluso de experiencias cotidianas convertidas en objeto de atracción turística? ¿Qué implican las disputas por el sentido de determinadas expresiones culturales como el día de muertos en México o las danzas tradicionales de los pueblos garífunas en resistencia por sus territorios en el caribe hondureño? ¿Cómo asumir el hecho de ser excluido de tus propias expresiones culturales por la creciente demanda turística? ¿De qué manera la tergiversación y manipulación de la propia cultura, convertida en producto turístico, genera nuevas formas de exclusión? ¿Qué nuevos espacios de resistencia se abren en estas nuevas disputas? ¿Y cómo interpretar que las condiciones de miseria de determinados suburbios, en lugares como Rio de Janeiro, Johannesburgo o Bombay, sean ahora atractivos turísticos en sí mismos? ¿Cómo la exclusión puede convertirse en objeto de deseo de la industria turística? ¿Qué implica en términos éticos que lugares en los que la humanidad cometió sus peores crímenes puedan ser lugares turísticos, no ya en un sentido educativo, como lugares de memoria, donde uno se siente interpelado por un “nunca más” mayúsculo, si no como lugares de morbo donde alimentar la necesidad de reconocimiento social a través del acto impúdico del posado para un selfie? ¿A qué nos condena la exclusión de la moral en la industria turística?

V

Para cerrar esta reflexión, pensar la exclusión y la inclusión en el turismo nos conduce inevitablemente a cuestionarnos por la salud de nuestra sociedad. La salud, física y psíquica, convertida en el último indicador que nos permite entender cuánta desigualdad acumula una sociedad. ¿Y si la turistificación global hay que entenderla cada vez más como un problema de salud pública?

Analizar el turismo desde la dialéctica inclusión–exclusión supone necesariamente desmitificar esta actividad, descargarla de los potentes relatos construidos por la publicística empresarial para poder interrogarla de un modo más racional, y situar el debate más en el cómo se organiza y en beneficio de quién que en su adulación o impugnación en términos absolutos.

El futuro del turismo se dirime en múltiples escenarios, la creciente tensión global y cómo se resuelvan cada uno de estos debates, nos alertan de un horizonte distópico. La ilusión tecnológica, por la cual se convierte en acto de fe la inevitabilidad de los cambios sociales guiados por avances tecnológicos, nos impide entender las múltiples dimensiones de los procesos de transformación en curso del turismo. La interpelación ética que nos obliga a pensar este futuro turístico desde la tensión creciente entre exclusión e inclusión nos ayuda a poner luz en buena parte de las decisiones que condicionarán la evolución del turismo. La esperanza de mayor inclusión, también en el turismo, puede marcar una agenda de investigación comprometida con la construcción de un mundo mejor para todos y todas, y en paz con el planeta.

 

Este texto fue la conferencia inaugural del pasado 12 de septiembre del XI Seminario Internacional de Estudios Turísticos, organizado por la Universidad Autónoma del Estado de México, Toluca, bajo el título general de «Prospectiva del Turismo y la Gastronomía al 2030. Agradezco a Lilia Zizumbo su amable invitación a reflexionar y compartir esta perspectiva, y a Érica Shenckel y Arturo Silva del equipo de Albsa Sud sus comentarios. El texto ha sido elaborado en el marco del proyecto «Fortalecer el criterio de inclusividad en el turismo responsable: una respuesta a los retos de la Educación para la Justicia Global», ejecutado por Alba Sud con el apoyo del Ayuntamiento de Barcelona a través del Programa de Educación para la Justicia Global (convocatoria 2018).