12-10-2019
Decrecimiento turístico
Asunción Blanco-Romero | TUDISTAR-Geografia UABLa defensa del decrecimiento turístico no es antiturismo. Busca fórmulas de desturistización en las que la actividad lúdica y de ocio se organice y se practique de forma y a escala diferentes, que maximice los beneficios para las comunidades locales y los ecosistemas.
Crédito Fotografía: Barcelona. Imagen de Alba Sud.
La reflexión en torno al decrecimiento y sus diversos enfoques no son un campo nuevo, ni un concepto poco trabajado, aunque se quiera plantear así por sectores reacios a su puesta en práctica. Ya a inicios de los años 2000, Serge Latouche divulgaba sus aportaciones sobre la teoría del decrecimiento definiéndolo como “una necesidad, no un principio, un ideal, ni el objetivo único de una sociedad del post-desarrollo…” (Latouche, 2003: 3-4), y que plasmó en 2006 en su obra Le Pari de la décroissance. Su tesis enraizaba en la idea de conseguir el progreso, la prosperidad y el desarrollo social sin los inconvenientes del pretendido crecimiento infinito. Gracias a una reflexión “serena” sobre el concepto (Latouche, 2007) pretendía desentrañar las contradicciones de los procesos de acumulación ilimitada capitalista definiendo precisamente lo que no es el decrecimiento.
De ese modo, salía al paso de las supuestas críticas y confusiones al respecto, argumentando que el decrecimiento no significa condenar a la pobreza a los países empobrecidos, ni crecimiento cero, ni una vuelta al pasado, ni a un orden comunitario patriarcal incompatible con la democracia. Su propuesta de revolución cultural se basaba en el círculo virtuoso de las 8 R: 1) revaluar sustituyendo el individualismo, el consumismo y la competencia por la colectividad, la sencillez y la cooperación; 2) reconceptualizar la riqueza y la pobreza dejando de definirlas únicamente en términos monetarios y considerando el progreso a partir de la mejora de aspectos cualitativos; 3) reestructurar el aparato productivo y las relaciones sociales en función de una nueva escala de valores para hacer frente a la crisis ecológica; 4) redistribuir la riqueza y el acceso al patrimonio natural entre el Norte y el Sur, entre clases sociales y entre las distintas generaciones; 5) relocalizar la economía y descentralizar la toma de decisiones; 6) reducir nuestro impacto en la biosfera a través de un cambio en la producción y el consumo; 7) reutilizar y 8) reciclar para conseguir alargar el ciclo de vida de los productos (Latouche, 2007).
Como sostiene el eco-marxista John Bellamy Foster (2011), el decrecimiento dentro del sistema económico capitalista es un “teorema imposible”, dado que requiere de un crecimiento continuo para su supervivencia. Muy al contrario, la clave radica en desafiar los principios fundamentales de esa economía capitalista y apostar por sistemas alternativos al vigente, una economía más local, tradicional y cooperativa, fuera de los principios básicos productivistas y generando un reto provocador, “la abundancia frugal”, la posibilidad de “prosperidad sin crecimiento”. Este supuesto oxímoron plantea la prosperidad centrada en superar el productivismo y el consumismo típicos del sistema económico imperante (dónde el sobreconsumo de unos pocos provoca la escasez de muchos otros), desarrollando la noción de "dimensionamiento de derechos y la creación de una economía de estado estable". Encontramos entonces un decrecimiento “deseado”, a través de una austeridad decidida voluntariamente para mejorar el bienestar ante el hiperconsumismo, la acumulación del capital, el derroche y la fe ciega en las soluciones tecnológicas (“tecnolatría”); lejos del actual decrecimiento “forzado” que impone la austeridad de las crisis cíclicas capitalistas. El decrecimiento “voluntario” propone así un enfoque global abordando tanto la crisis ecológica como la desigualdad social. Para conseguirlo plantea penalizar el consumismo, el derroche, los usos suntuarios y la segregación por razón de clase social, como sucede con la gentrificación. A semejanza de la lucha contra el cambio climático, propone la contracción y la convergencia del consumo de recursos naturales, en aras de una mayor equidad social.
En este sentido, siguiendolos postulados de Foster, la importancia de la industria turística para el decrecimiento tiene una innegable dimensión adicional. Como una de las industrias más grandes del mundo, se presenta como una de las vías de acumulación de capital más potente y por tanto uno de los principales mecanismos de mantenimiento de la expansión y de la reproducción ampliada del sistema capitalista.
Turismo en el Mediterráneo, un desarrollo desigual
A lo largo de la historia del turismo, la región mediterránea ha sido el centro neurálgico de su desarrollo y expansión. Desde su consideración por parte de los mercados emisores centroeuropeos como una de las principales periferias del placer (Turner y Ash, 1991), sus destinos se han ido ampliando a lo largo de todos los países que cuentan con una fachada litoral de aguas templadas o tropicales, con estructuras sociopolíticas más fácilmente supeditables a los intereses del capital. Este desarrollo turístico y económico se basa en la falta de homogeneidad y equilibrio socio-territorial.
Así, a nivel socioeconómico, la actividad turística es un fenómeno casi exclusivo de la clase consumidora mundial, principalmente de los países del Norte (Meana, 2016), que excluye a más de tres cuartas partes de la población mundial (Gardner et al., 2004). Por otro lado, a nivel territorial, ya desde sus inicios el desarrollo turístico ha mostrado elementos graves de polarización, que se mantienen en la actualidad, a pesar de sus momentos de expansión (OMT, 2018a). Así, encontramos países y enclaves concretos de zonas litorales del Mediterráneo norte, denominados “destinos maduros”, con graves síntomas de saturación turística (Mediterráneo español, francés, italiano o griego); frente a lugares del Mediterráneo sur, eternos “destinos emergentes”, (litoral tunecino, marroquí, pero también en Argelia, Libia, Siria, Líbano o incluso el consolidado litoral de Egipto) en los que a pesar de las inversiones realizadas en el sector turístico (principalmente de fondos de inversión extranjera) no han conseguido un desarrollo equilibrado, ni consolidar lo que desde el modelo capitalista neoliberal sería un destino turístico competitivo.
Las dos riberas de la cuenca mediterránea son una buena muestra de la desigualdad entre territorios muy próximos, en provecho también del turismo. El Norte, no sólo geográfico, sino también en términos de clases sociales, acumula, derrocha y se satura; como sucede en ciudades como Venecia, Barcelona o Palma, asaltadas por la función turística y agrupadas en la Red SET de Ciudades y Regiones del Sur de Europa ante la Turistización (Pardo, 2018), desde las que se plantea el decrecimiento turístico por parte de movimientos sociales e instituciones públicas. En cambio, el Sur geográfico, ya sea de la ribera meridional o de la España vaciada, y social, en términos de las clases sociales empobrecidas, se sitúa en el otro extremo del desarrollo geográfico desigual, que debe poder crecer para converger mejorando así sus condiciones de vida y prosperidad sostenible.
Este desarrollo desigual dentro de un sector en auge como el turístico ha supuesto también reaccionesdesiguales, tanto a nivel social como institucional, entre las que ha surgido la discusión de un necesario decrecimiento turístico para aquellas zonas donde la saturación turística, overtourism, es una realidad palpable con graves consecuencias. La magnitud del malestar en estas regiones del Mediterráneo norte es tal que ha captado la atención de algunos actores poderosos de la industria, incluidos la Organización Mundial del Turismo de las Naciones Unidas (con su informe «Overtourism»? Comprender y gestionar el aumento del turismo urbano más allá de las percepciones,2018b) y el Consejo Mundial de Viajes y Turismo (McKinsey and Company, 2017) aunque su postura muestra una marcada ambivalencia. Así, los lobbies pro-turísticos culpan a las poblaciones residentes descontentas respecto del fenómeno turístico de turismofobia (Blanco-Romero et al., 2018), al tiempo que reconocen la posibilidad de que algunos destinos experimenten lo que denominan "un exceso de turismo" o el conocido “morir de éxito”. A pesar de todo, la OMT sigue defendiendo que "el crecimiento no es el enemigo; la cuestión radica en cómo lo gestionamos". Han sido los movimientos sociales en su crítica de las consecuencias negativas del desarrollo turístico quienes han empezado a utilizar explícitamente la idea del decrecimiento turístico y conectar, de manera sistematizada, la discusión más global del decrecimiento (Kallis, 2011; Kallis y March, 2015) con el turismo.
La enorme vinculación del turismo con otras muchas industrias auxiliares, actividades y procesos que intervienen en él, y su repercusión a través del elogiado, pero perverso, efecto multiplicador, hace que su contribución a la expansión y al sostenimiento del capitalismo exceda sus propias dimensiones, conformando una red cuyos hilos se extienden por todo el mundo en infinidad de formas. El carácter extractivista de la actividad turística (Garcés, 2018), así como su necesaria “creación destructiva” como base de los ciclos de acumulación por desposesión (Harvey, 2006) y generación de valor, a través de procesos autodestructivos y de formas de violencia estructural (Büscher, B. y Fletcher, R, 2017), ponen necesariamente a la industria turística en el centro del debate del decrecimiento. Así, si el objetivo es perseguir el decrecimiento a escala global, es necesario plantear también una profunda transformación del turismo. Una forma diferente de turismo que se aleje del imperativo del crecimiento, como parte de una nueva práctica "post-capitalista", con potencial para transformar drásticamente esa misma red global. Pero, cómo ya se ha señalado en diversas ocasiones, ¿el decrecimiento turístico es un teorema posible? (Fletcher, et al., 2018).
Los movimientos sociales que denuncian la saturación turística consideran completamente viable la propuesta. Así, si el decrecimiento turístico se fundamenta en el diagnóstico real de congestión e intensificación del metabolismo socioeconómico (los flujos de materiales y energía consumidos) y su huella ecológica (traslación a la capacidad biofísica del territorio), aspectos como la reducción del número de turistas, las distancias de viaje y su frecuencia, su consumo de recursos naturales, su contribución a la desigualdad y a la segregación social, deben ser elementos prioritarios de actuación. A nivel local, se plantea como imprescindible perseguir el aumento del retorno social del turismo, reducir la inversión de presupuesto público en la actividad turística, utilizar la fiscalidad al turismo para contenerlo, evitar algunas formas de subvención encubierta de las que disfruta el turismo, utilizar la regulación urbanística para el decrecimiento o modificar los modelos de gestión de los territorios turísticos son elementos que están en manos de las administraciones de los diferentes destinos mediterráneos. A nivel global, el decrecimiento turístico se plantea así para atajar el desarrollo geográfico desigual, reduciendo el consumo por el extremo de la acumulación de riqueza, el lujo y el derroche. Orientándose tanto a combatir la desposesión de la población local de sus espacios cotidianos y el acceso a la vivienda, como a mitigar el cambio climático, el agotamiento de los recursos fósiles, la pérdida de biodiversidad o la superación de los umbrales de resiliencia biofísica.
Desturistización post-capitalista
La defensa del decrecimiento turístico no es la destrucción del turismo o el antiturismo. Se trata de buscar fórmulas de desturistización en las que la actividad lúdica y de ocio se organice y se practique de forma y a escala diferentes, que maximice los beneficios para las comunidades locales y los ecosistemas. Como señalábamos diversos autores en 2018 (Fletcher et al., 2018), ya entonces existía una gran variedad de iniciativas en desarrollo y con gran potencial, como el turismo lento (slow tourism), la promoción de “vacasaciones” (vacaciones en casa), hasta esfuerzos por una infraestructura turística "ecológica", implicando al transporte aéreo y la producción de electricidad. Por su parte, la contención del crecimiento, que no el decrecimiento, ha sido parcialmente asumida por algunas instituciones públicas, mediante políticas de regulación de la capacidad de los alojamientos turísticos, con la implantación de moratorias de crecimiento y planes de ordenación; tasas e impuestos especiales al alojamiento o al desplazamiento de turistas, por ejemplo en función de las distancias de vuelo; limitación de la capacidad de las infraestructuras de transporte (aeropuertos, puertos, autopistas, túneles, puentes…) o equipamientos (como por ejemplo campos de golf, pistas de esquí o puertos deportivos). Estas medidas de limitación del acceso implican el encarecimiento de la oferta que se hace más elitista; de tal manera que se corre el riesgo de utilizar el decrecimiento en favor de la población más acaudalada. Es necesario evitar la exclusión de las clases sociales más humildes y la segregación en función de la capacidad de gasto, gravando fiscalmente el exceso, la acumulación y el derroche de recursos (Blázquez, 2016). En definitiva, la cuestión de cómo se podría combinar y desarrollar una propuesta coherente de desturistización post-capitalista, aplicada a la saturación y al derroche, justo acaba de introducirse en el debate público.
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