22-06-2020
Colectivo LGTBIQ y turismo: entre el capital y la vida
Núria Abellan | Alba SudEn la relación entre el colectivo LGTBIQ y el turismo ha predominado la mercantilización de las identidades de la comunidad. Esto ha impactado en la forma de los destinos de dirigirse a este público, a menudo dejando de lado las dificultades que sufre y sus diferencias.
Crédito Fotografía: Bandera del colectivo LGTBIQ. Fuente: Stock Catalog, bajo licencia creative commons.
El colectivo LGTBIQ es aquel formado por todas las personas que tienen una orientación sexual y/o una identidad de género consideradas fuera de la norma cishetero. De esta forma, el acrónimo LGTBIQ, a pesar de los debates y las controversias para establecerlo, incluye a lesbianas, gays, trans, bisexuales, intersexuales, personas queer y todas aquellas orientaciones e identidades socialmente marginadas y oprimidas. A pesar de que los derechos de las personas del colectivo LGTBIQ han aumentado en reconocimiento a lo largo de los años, los datos muestran que siguen sufriendo discriminación. En este sentido, el Informe sobre la Homofobia 2019, desarrollado por la International Lesbian, Gay, Bisexual, Trans and Intersex Association (ILGA), evidencia algunos datos en todo el mundo: 11 países mencionan específicamente en su constitución los derechos del colectivo, 55 cubren protecciones amplias, y 75 países garantizan protección en el mercado laboral. Por otro lado, pero, 30 países prevén penas de hasta 8 años de prisión, 26 otros hasta 10 años de prisión, y un total de 12 países contemplan la pena de muerte para las personas que formen parte del colectivo LGTBIQ. El mismo informe alerta que se deben contemplar otros derechos, como el matrimonio, la posibilidad de adoptar, y el acceso a cambios de registro de nombre o a tratamientos físicos en el caso de las personas trans; mientras que a su vez pone énfasis en prohibiciones como el derecho de protesta y manifestación. Por otro lado, cabe destacar que, a pesar de su gran importancia, los derechos garantizados por ley pueden no verse correspondidos en las realidades sociales del colectivo LGTBIQ.
Leyes sobre el colectivo LGTBIQ en el mundo a diciembre de 2019. Fuente: ILGA, bajo licencia de creative commons.
Entendiendo la diversidad del colectivo LGTBIQ es necesario dejar plasmada la diferencia entre sexo y género. Se entiende por sexo el conjunto de características biológicas y fisiológicas a partir de las cuales se dividen los individuos entre machos y hembras y, por lo tanto, entre mujeres y hombres. Por otro lado, tal y como lo define la Asociación Chrysallis, el género es una construcción social, un conjunto de características adoptadas social y culturalmente, como expresión y manifestación de la identidad de género de las personas. Así pues, en el caso que el sexo biológico y el género asignado en el momento del nacimiento coincidan, se habla de personas cisgénero; mientras que en el caso de las personas donde el sexo biológico y el género asignado no coincidan, se habla de personas trans.
Resulta evidente, pues, que este colectivo no es homogéneo, ya que hay un gran número de identidades, orientaciones, experiencias y ejes de opresión diversos. Por este motivo no es posible tratar el colectivo LGTBIQ como un solo grupo, sino que hay que tener en cuenta que las experiencias que pueda vivir cada persona vienen determinadas en gran parte por las barreras sociales impuestas. Por ejemplo, entendiendo la conformación patriarcal de las sociedades, dentro mismo del colectivo LGTBIQ las mujeres han sufrido una invisibilización histórica que ha conllevado que los hombres gays a menudo hayan sido identificados con la totalidad del colectivo o que hayan ganado el mayor protagonismo, respondiendo a dinámicas patriarcales y a la vez perpetuándolas.
Un ejemplo de desigualdad histórica dentro del colectivo LGTBIQ lo encontramos en Sudáfrica, donde los ejes de género y de raza tienen una gran influencia. Así pues, el caso de Ciudad del Cabo muestra como la imagen que se da de las personas que forman parte del colectivo LGTBIQ no se corresponde con la realidad, ya que se ha establecido el hombre blanco, joven y de clase media como máximo representante. Construir el modelo hegemónico sobre esta imagen supone invisibilizar el eje racial y las identidades y orientaciones restantes (Reygan, 2016) y, por lo tanto, las problemáticas que pueden sufrir el resto de personas, como es el caso de las violaciones correctivas sobre mujeres lesbianas. Por otro lado, las experiencias de un hombre gay cis pueden no tener demasiado en común con las de un hombre gay trans, de la misma forma que se deben tener en cuenta aspectos como la raza, la edad, la clase social, o la coincidencia o no con los cánones de belleza establecidos, entre muchas otras opresiones.
Orígenes del binomio colectivo LGTBIQ y turismo
Excepto nombres como Oscar Wilde o Lord Byron, poco se conoce sobre la relación histórica del colectivo LGTBIQ con el turismo. De hecho, no es aproximadamente hasta los años 1920 que empiezan a aparecer algunas destinaciones abiertas a recibir turistas mayoritariamente gays, todos ellos con una capacidad económica elevada, como es el barrio Scöneberg, en Berlín; Sitges, en Catalunya, Míkonos, en Grecia; o hasta 1940 con el caso de Fire Island, en Nueva York; o Provincetown, en Massachusetts (Silva, Cardoso y Barbosa, 2018). Estas destinaciones no se promocionaban públicamente como tal, sino que eran conocidas entre la comunidad gay como espacios seguros que les permitían vivir como ellos deseaban. Las vacaciones ofrecían a estos hombres la posibilidad de construir una identidad homosexual que les era imposible vivir en ningún otro lugar, es decir, por causa del rechazo social que sufrían se veían obligados a buscar un espacio gay donde vivir una normalidad que no existía en ningún otro sitio (Puar, 2002).
Escultura al colectivo homosexual en Sitges, Catalunya. Fuente: Dos Manzanas, bajo licencia creative commons.
Es por este motivo que en el año 1963, el estadounidense Bob Damron publicó The Address Book, una guía sobre barrios, bares, restaurantes y otros negocios seguros para los hombres homosexuales, recurso que cambiaba frecuentemente, tanto por la apertura de nuevos espacios como por tener que borrar otros que las persecuciones policiales obligaban a clausurar. El 28 de junio de 1969 tuvieron lugar los disturbios de Stonewall, en Nueva York, cuando una batida policial entró en el Stonewall Inn, un bar conocido y frecuentado por la comunidad LGTBIQ. A partir de aquel momento las identidades de género y orientaciones sexuales empezaron a ser más visibles y, por lo tanto, a pesar de las dificultades y amenazas, mayores posibilidades existían de viajar. Es en este nuevo escenario que, en 1972, el geógrafo Hanns Ebensten fundó el primer tour operador dirigido exclusivamente al colectivo G, especialmente a hombres blancos, del Norte Global y con un cierto poder adquisitivo. Desde entonces empezaron a surgir diversas iniciativas y destinaciones abiertamente dirigidas al turista LGTBIQ, como el primer tour LGTBIQ en Israel en 1979 o los primeros Gay Games en San Francisco en 1982.
Un año más tarde, en 1983, se fundó la Internation Gay Travel Association (IGTA), de la mano de agencias de viajes y alojamientos estadounidenses, aunque no fue hasta 1997 que se añadió la L para pasar a ser la International Gay and Lesbian Travel Association(IGLTA). Esta entidad nació con la misión de ofrecer información a los turistas LGTBIQ y a la vez demostrar su impacto social y económico para poder expandir el turismo a todo el mundo. A lo largo de su historia desde IGLTA se han promovido iniciativas como RSVP, un crucero exclusivo para hombres homosexuales en 1983 o los primeros cruceros dirigidos al público lésbico en 1990, de la mano de la compañía Olivia Cruises. Es a causa de este crecimiento que el colectivo gay, y por consiguiente una parte de la comunidad LGTBIQ, se pasan a considerar un nuevo nicho de mercado que se encuentra en su momento de oro, equiparando las identidades homosexuales a un elevado poder adquisitivo (Puar, 2002).
A la eclosión de este mercado turístico, en 1994 se le unieron las primeras campañas de márquetin dedicadas exclusivamente a atraer público de la comunidad LGTBIQ, en este caso hacia Montreal, Quebec. Estas fueron seguidas por las que realizó la compañía aérea American Airlines, en la cual se creó el grupo de recursos de trabajadores GLEAM, dedicado a la promoción de buenas prácticas, la sensibilización y la igualdad de derechos para todas las personas LGTBIQ, trabajadores o turistas. A partir de estas fechas las iniciativas, empresas y eventos que tenían relación con el turismo y la comunidad LGTBIQ se multiplicaron de tal forma que no es posible establecer una cronología. Los desfiles del Orgullo celebrados el 28 de junio, conocidos como Pride Parades, tomaron fuerza internacionalmente. De hecho, InterPride expone en su último informe que el año 2017 se celebraron un total de 971 desfiles en todo el mundo. El mismo estudio relata que estos eventos son polémicos entre la comunidad LGTBIQ tanto por la transformación de un acto político hacia un acto comercial, como por la dominación del colectivo G, la cual es la crítica más frecuente. De esta forma se demuestra la realidad que el acrónimo es variado y que, por lo tanto, se deben tener en cuenta las percepciones de todas las personas que lo conforman (Ram et al., 2019).
El colectivo LGTBIQ y el turismo hoy en día
El estudio académico del colectivo LGTBIQ con relación al turismo se inicia en los años 90, con un enfoque de investigación situado principalmente en hombres gays, blancos, sin hijos, del Norte Global, residentes en zonas urbanas y con una elevada capacidad económica, sesgando el estado del conocimiento (Vorobjovas-Pinta y Hardy, 2015). Por otro lado, las temáticas estudiadas mayoritariamente son los desfiles del día del orgullo (28 de junio), o eventos creados específicamente para el colectivo LGTBIQ, como pueden ser encuentros deportivos. A lo largo de estos años la investigación se ha ampliado, llegando a más identidades y a otros aspectos, y actualmente se encuentra en crecimiento exponencial. A medida que la comunidad LGTBIQ se ha hecho visible en el ámbito turístico han aparecido dos grandes posiciones a la hora de tratar este asunto. La primera, desde un punto de vista más empresarial, tiende al análisis del colectivo como un nicho de mercado, por lo que mayoritariamente se estudian las motivaciones y preferencias de las personas que emprenden un viaje o que pueden ser potenciales visitantes, así como la investigación en la mejora de las estrategias de márquetin y de atracción de turistas. Desde esta visión, uno de los datos considerados de mayor importancia es el total de 36 millones de estancias nocturnas que se atribuyen a viajeros LGTBIQ en 2016 (OMT, 2017).
La segunda, desde un punto de vista más crítico, se enfoca al análisis de las experiencias de las personas LGTBIQ que viajan o que forman parte de la comunidad local y están en contacto con el turismo. Bajo el paraguas de esta perspectiva también se debaten los intentos de mercantilización de las identidades LGTBIQ. Esta voluntad de atraer al colectivo LGTBIQ ha llevado a un gran número de destinos y empresas a apostar por el lavado rosa o lavado de imagen rosa (pinkwashing), entendido como un conjunto de estrategias políticas y de márquetin que apelan a la amabilidad hacia el colectivo LGTBIQ. Este término se utiliza sobre todo para el lavado de cara de Israel, que difunde una imagen de estado liberal y democrático a través de mostrarse simpatizante con el hombre gay, joven y que respeta los cánones de belleza establecidos (Hartal, 2018); con tal de desviar la atención de la vulneración de derechos humanos al pueblo palestino.
Pride de Londres de 2018. Fuente: Michelle Claire Woolnough, bajo licencia creative commons.
Así pues, resulta de vital importancia identificar qué impactos tiene cada una de estas posiciones sobre el turismo, así como también destacar cual es la visión que consigue marcar las líneas de trabajo que conforman la industria. La Organización Mundial del Turismo (OMT) y la European Travel Commission (ETC) son los lobbies con más fuerza en el sector, que trabajan conjuntamente con IGLTA para acercarse a este colectivo. De esta unión se han generado tres documentos principales, respectivamente: dos Informes Globales del Turismo LGBT (2012 y 2017) y el Manual de Turismo LGBT de 2018, que apuestan con fuerza para concebir el turismo LGTBIQ como un nicho de mercado en expansión internacional y una oportunidad de crecimiento económico a través de la oferta de servicios especializados. Esta concepción es conocida como capitalismo rosa (pink capitalism), es decir, la incorporación de las identidades LGBTIQ en la economía de mercado para sacar una rentabilidad monetaria (Silva, Cardoso y Barbosa, 2018), vinculada a la idea de dinero rosa (pink money), entendida como la capacidad económica de esta comunidad.
Con esta perspectiva en mente y con el análisis del conocimiento voluntariamente sesgado, la revisión de literatura de cincuenta artículos académicos realizada por Vorobjovas-Pinta y Hardy (2015) concluye que, siguiendo la línea marcada por la OMT, la mayoría se centran en la oferta y la demanda de recursos, pero se pierden de vista temáticas sociales. En este sentido, las características más apreciadas de los turistas LGBTIQ son diversas, pero todas ellas relacionadas con el beneficio económico para los destinos. Se considera que muchas de las parejas homosexuales son DINK (Dual Income No Kids), es decir, que perciben dos salarios y no tienen hijos, hecho que les permite viajar en épocas del año fuera de la temporada alta, con más frecuencia, y a menudo a destinos turísticos que no estén masificados con el objetivo de apartarse de destinos familiares (Silva, Cardoso y Barbosa, 2018). A parte de este perfil económicamente favorable para las destinaciones, uno de los aspectos que más se valoran desde la OMT y la ETC es la industria que se genera alrededor de las celebraciones prematrimoniales, las celebraciones de casamientos y las lunas de miel, que en lugar de verse como una conquista de derechos son contempladas como ingresos.
Los datos aportados el octubre de 2019 por el 24th Annual LGBTQ Tourism & Hospitality Survey, de la compañía estadounidense Community Marketing & Insights, demuestran que tratar el colectivo como un grupo homogéneo no responde a su compleja realidad. En este estudio se dividen los encuestados en tres grupos: hombres homosexuales y bisexuales, mujeres lesbianas y bisexuales, y personas trans y de género no binario. Los tres grupos expresan que las motivaciones principales para escoger una destinación son la seguridad y que sea LGBTIQ-friendly. Las diferencias se encuentran sobre todo en la motivación de los hombres gays y bisexuales y de las personas trans para viajar a destinos considerados un punto de encuentro del colectivo (37% y 35% respectivamente), mientras que este hecho es una motivación determinante para solamente un 23% de las mujeres lesbianas y bisexuales. Los datos anteriores corresponden a la preferencia de los hombres G y B para destinos urbanos con una actividad vibrante (64%), que contrasta con el 39% de las mujeres L y B y el 42% de las personas trans. Así pues, las actividades realizadas por cada grupo también cambian, especialmente entre las visitas a zonas conocidas como LGTBIQ, más populares entre los hombres G y B, pero sobre todo en referencia a la vida nocturna LGBTIQ (50% de hombres G y B, 28% de mujeres L y B, 32% de personas trans). Estas preferencias van en sintonía con la autopercepción de quien viaja: en un 45% los hombres G y B se consideran turistas LGBTIQ, mientras que la misma identificación corresponde a un 28% de las mujeres L y B y un 36% de las personas trans.
Bar StoneWall Inn, en Nueva York. Fuente: Travis Wise, bajo licencia creative commons.
Estos datos muestran que los intereses y los patrones de comportamiento señalan que son los hombres gays y bisexuales los que tienden a utilizar servicios y negocios dirigidos exclusivamente al colectivo, motivo por el cual tienen mayor gasto en aquellas actividades creadas específicamente para este nicho de mercado. De esta forma, la industria turística se ve legitimada a reforzar la equiparación entre colectivo LGTBIQ y hombres homosexuales, ya que son los que aportan un mayor beneficio económico, invisibilizando el resto de identidades que tienen un perfil más tradicional y no se consideran aptas para hacer un uso comercial de ellas. Este es especialmente el caso de las mujeres lesbianas y bisexuales, que muestran mayor interés para las actividades familiares y se identifican en menor medida con ser turistas LGTBIQ. Además, la existencia de una imagen de “buen homosexual” es reflejada en las campañas de turismo, mientras que las personas que no encajan con este canon gozan de menor aceptación social y, por lo tanto, mayor inseguridad e invisibilización (Puar, 2002), fraccionando la compleja comunidad LGTBIQ en identidades aceptadas e identidades rechazadas.
Reflexiones finales
El crecimiento que ha experimentado el turismo LGBTIQ y la previsión en aumento a medida que nuevas regiones se muestren tolerantes a este público es un gran motivo de celebración, ya que de esta forma se demuestra que más territorios se consideran seguros (Silva, Cardoso y Barbosa, 2018). Aun así, la posición de la perspectiva empresarial sobre este hecho pretende hacer olvidar los vacíos geográficos donde las personas LGBTIQ son rechazadas. De hecho, la OMT defiende que es necesario animar a los turistas LGBTIQ a ampliar horizontes y visitar espacios donde no son bienvenidos, argumentando que el poder transformativo de la presencia de estas personas en espacios hostiles puede promover un cambio en el lugar de destino (OMT, 2017). Esta concepción se encuentra vinculada a la decisión de IGLTA de no hacer boicot a empresas o destinos que discriminen la población LGBTIQ, aduciendo que esto tendría un impacto negativo en la comunidad local. Ambas posiciones denotan que la voluntad de abrir nuevos mercados pasa por encima de la seguridad y las experiencias de los turistas LGTBIQ.
De la misma forma, tanto la OMT como la ETC ponen énfasis en las celebraciones de matrimonios entre personas del mismo género, destacando que cada país que legaliza las uniones supone un beneficio de millones de euros para la industria, teniendo en cuenta las identidades LGBTIQ solo cuando estas se pueden mercantilizar y transformar en un nicho de mercado rentable. Con tal de poder separar “LGBTIQ” de “rentabilidad”, es necesario que los estudios sobre turismo y el colectivo LGTBIQ se hagan desde el punto de vista de los estudios sociales, alejándose de la perspectiva empresarial que los convierte en una oportunidad de negocio. A través de este enfoque es crucial rellenar los vacíos que deja actualmente la producción de un conocimiento sesgado. Estas carencias giran en torno a aspectos como la seguridad de quien viaja, la experiencia y las sensaciones que experimenta, o entender las dinámicas de inclusión y exclusión, es decir, se debe problematizar el turismo de la comunidad LGBTIQ y rehuir la idea que la presencia del colectivo es un sello de calidad de la destinación.
Es necesario, como se ha reiterado, analizar las diferencias entre las identidades del colectivo, dado que actualmente se equipara la totalidad del acrónimo LGBTIQ con las vivencias de los hombres homosexuales. El peso que ha tenido desde el inicio el colectivo G, conservando la hegemonía hasta día de hoy, conlleva que el estudio y la aproximación del sector se den a través de un prisma concreto y excluyente, favoreciendo unas lógicas que dejan atrás identidades y aspectos sociales varios. Esto conlleva obviar dinámicas que se dan en la industria pero que no se quieren sacar a la luz dado que supuestamente dan mala imagen, como puede ser el turismo sexual de hombres que mantienen relaciones con otros hombres, motivación contemplada por un 20% de hombres G y B, un 1% de mujeres L y B y un 6% de personas trans (CMI, 2019).
Igualmente es necesario estudiar la interseccionalidad que tienen otras variables con las identidades de género y las orientaciones sexuales, ya que el turismo LGBTIQ no se trata de números, se trata de vidas. Es necesario entender, entre otras, las experiencias de la tercera edad; los estigmas, dificultades y miedos que sufren las personas trans cuando viajan; estudiar cómo influye el eje racial; o entender de qué forma la creación de la imagen de los destinos afecta al conjunto de la población LGBTIQ.
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