11-05-2023
El complejo binomio patrimonio-turismo: un debate abierto
Eliana del Pilar González Márquez | CINVESTAV - Alba SudEl patrimonio se presenta, al mismo tiempo, como producto (objeto) y como proceso (acción); como elemento de la identidad colectiva local y como marca para los circuitos del turismo global. En la actualidad, nos situamos frente al auge de la conservación del patrimonio por la vía de la mercantilización.
Crédito Fotografía: Florencia (IT). Imagen de Eliana González
Es necesario precisar que el concepto patrimonio presenta varias acepciones que la convierten en un término polisémico. A nivel etimológico, esta deriva del latín patrimonium, que en el derecho romano significaba el bien que se posee por herencia o legado familiar, un concepto vigente hasta nuestros días asociado al derecho de propiedad. Sin embargo, este término también ha sido entendido como selección histórica, como sedimento de la parcela cultural y como conformador de la identidad social (Fontal, 2003).
La literatura sobre este tema es abundante y nos muestra que las diferentes concepciones se pueden insertar en dos enfoques generales (Loredo, 2018). El primero define al patrimonio como herencia y acervo. En este caso, se parte de la noción del bien cultural manifestado en los monumentos, un bien de carácter estático y de representación pasada, la cual ha impulsado desde el siglo XIX la especialización de la restauración de monumentos. El segundo enfoque se centra en el patrimonio como construcción social y, por tanto, su interés de análisis son las relaciones sociales que lo producen y lo construyen, más no el objeto en sí mismo. “Se trata de un concepto relativo, que se construye mediante un complejo proceso de atribución de valores sometido al devenir de la historia, las modas y el propio dinamismo de las sociedades” (Llull 2005:179).
Esto nos permite comprender que un bien material o inmaterial que se concibe como patrimonio tiene un contexto histórico específico desde el cual emerge, con sus propias tensiones, conflictos y funciones sociales que lo originan (Llull, 2005; Palumbo, 2011; Hiernaux y González, 2014; Coulomb y Vega, 2016). En ese sentido, se parte de una selección histórica realizada por un grupo cultural hegemónico (Loredo, 2018); por tanto, “no es discurso ni práctica neutral [sino que] está políticamente cargado y configurado para privilegiar ciertas formas de cultura por encima de otras” (Churchill, 2007: 200). Esta selección, definición o “arbitraje de lo que es o no es patrimonio recae en las élites dirigentes de un país a la vez que en los ciudadanos 'ilustrados' del mismo” (Hiernaux y González, 2014: 113); o, como lo señala Bonfil Batalla (2003), esta selección de valores patrimoniales se realiza a partir de los referentes de la cultura dominante occidental, generando una desventaja entre los objetos seleccionados y los que no lo fueron, en otras palabras, de una cultura sobre otra.
Cinque terre (IT). Imagen de Eliana González
Como construcción social, “el patrimonio es un espacio en disputa económica, política y simbólica” (García-Canclini, 1999:66), y se identifican cuatro paradigmas desde donde se orienta la preservación de este. El primero es el tradicionalista-sustancialista. En este se encuentran los agentes que “juzgan los bienes históricos únicamente por el valor que tienen en sí mismos. Consideran que el patrimonio está formado por un mundo de formas y objetos excepcionales, en el que no cuentan las condiciones de vida y trabajo de quienes lo produjeron” (García-Canclini, 1997: 70). El segundo, se refiere al mercantilista, en el cual el patrimonio es entendido como recurso. El tercero, se trata del conservacionista-monumentalista, en el que el Estado tiene un papel protagónico en la definición y la promoción con el fin de exaltar símbolos de cohesión para una identidad nacional. Y, por último, se encuentra el paradigma participacionista que concibe al patrimonio y su preservación en relación con las necesidades globales de la sociedad. Esto se traduce en un proceso en el que diferentes actores interesados participan activamente en la selección de lo que se preserva y la manera de hacerlo.
En la actualidad nos situamos frente al auge de la conservación por la vía de la mercantilización. El destino mercantil se ha convertido en la ruta guía para las acciones que buscan preservarlo, la principal justificación es el alto costo de conservación y se promueve su inversión en cuanto sea rentable (García-Canclini, 1997; Pradilla, 2012). Hoy en día, es una concepción protagónica que se ha relacionado con la producción económica particularmente vinculada al sector del turismo, en la cual se resalta la autenticidad y unicidad de bienes culturales, históricos, naturales y paisajísticos (Heinich, 2015 en Oehmichen y De la Maza, 2019; Churchill, 2007; Hiernaux y González, 2014;). Si bien en el pasado los actores institucionales enfatizaban promover el patrimonio como medio para generar consenso, un sentimiento de pertenencia a un grupo social, y una identidad nacional, en la actualidad, aunque este interés no ha desaparecido, parece no ser el fin principal, sino que ha tomado un significativo protagonismo el fin económico del uso del patrimonio como resultado de los cambios globales.
Los procesos de patrimonialización bajo una lógica mercantil tienden a ser contradictorios, ya que “si bien se invierten recursos con la finalidad de rescatar y fortalecer aquellos elementos locales que se consideran de valor natural y cultural, esto ocurre en el marco de un esquema capitalista neoliberal, cuya dinámica también pone en riesgo lo mismo que valora” (Landázuri y López, 2015:81). Esto a su vez se debe a que la inserción de bienes o lugares en el mercado no garantiza necesariamente un uso o un acceso sostenible a un bien o a su entorno, debido a que los criterios del uso y el acceso tienden a depender mayoritariamente de la lógica de valoración mercantil y derivan en lo que se denomina el Síndrome de Venecia, en referencia al documental de Andreas Pichler estrenado en 2021 en el que retrata la inhabitable ciudad turística italiana. Una ciudad en la que la vida privada ya no existe y muestra lo que queda de la vida veneciana: una subcultura de servicios turísticos.
En este contexto, el patrimonio es usado como una estrategia de mercadotécnica donde “las propias administraciones públicas, en su afán mercantil, se constituyen comoimpulsoras de proyectos de defensa patrimonial puntual y concreta, en la que prima la construcción de una imagen de ciudad como marca de distinción” (Lourés, 2001:149).
Venecia (IT). Imagen de Eliana González
La noción misma de patrimonio continúa siendo ampliamente debatida y es controversial debido a que cualquier objeto cultural o natural es susceptible de ser valorizado como patrimonio local o de la humanidad. Como bien señala Grillo (2011), el patrimonio es un concepto ambiguo y difícil de definir, porque resulta complicado identificar la "familia de valores" que lo subyacen. Para esta autora, la dificultad radica en dos paradojas: la primera es que “el valor patrimonial es un valor extrínseco que pretende basarse en características intrínsecas” (2011: s/p). La segunda señala que este nació como un antídoto a los efectos homogeneizadores de la globalización; sin embargo, por la dinámica de sus mecanismos no es más que una expresión de la misma globalización. Estas dos paradojas nos permiten captar lo que el enfoque relacional/social señala sobre el patrimonio. Por un lado, que el patrimonio se presenta como cosa, pero que es necesario entender los procesos que lo crean; es decir, su relación con el entorno sociohistórico. Por otro, que para entender su noción actual, es necesario captarlo como proceso local que se inserta y se rige bajo las estructuras normativas y económicas de la globalización neoliberal.
El Patrimonio de la Humanidad
Entre las múltiples definiciones de patrimonio, una de las más retomadas en la literatura y los programas estatales, es la propuesta por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO)[1]. El antecedente que sostiene el interés de este organismo por el Patrimonio de la Humanidad tiene que ver con el impacto de las guerras en la destrucción de monumentos. La Carta de Atenas, aprobada en 1931, se considera como uno de los primeros documentos internacionales que refiere a la conservación del Patrimonio Cultural (Magar, 2014); posteriormente, tal como se enlista a continuación, se llevaron a cabo las convenciones que promulgaron la protección del patrimonio:
2005 Convención de la UNESCO sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales.
2003 Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial.
2001 Convención de la UNESCO sobre la Protección del Patrimonio Cultural Subacuático.
1972 Convención de la UNESCO sobre la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural.
1970 Convención de la UNESCO sobre las Medidas que deben adoptarse para Prohibir e Impedir la Importación, la Exportación y la Transferencia de Propiedad Ilícitas de Bienes Culturales.
1954 Convención de la UNESCO para la Protección de los Bienes Culturales en Caso de Conflicto Armado.
El patrimonio se ha convertido en un tema de constante interés para la Organización Mundial del Turismo (OMT) (Paredes, 2018). Por sus características de autenticidad y unicidad, el patrimonio se convierte en un atractivo ante una creciente demanda de constante innovación de un turismo posfordista que aprovecha las particularidades paisajísticas naturales, culturales e históricas de los lugares como elementos selectivos y diversificados atento a la pluralidad de gustos, imaginarios y experiencias.
Chichén Itzá (Mx). Imagen de Eliana González
En febrero de 2015 en Camboya, se llevó a cabo la primera Conferencia Mundial sobre Turismo y Cultura con el propósito de impulsar modelos de turismo sostenible vinculados al aprovechamiento del patrimonio como recurso. Según la directora general de la UNESCO, Irina Bokova, el mensaje primordial de esta conferencia es que “La salvaguarda del patrimonio cultural debe avanzar pareja al turismo sostenible”. En la resolución 69/233 de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre la cultura y el desarrollo sostenible de 2013, se reconoce que la cultura contribuye al desarrollo económico inclusivo; en esta línea, las dos organizaciones UNESCO Y OMT reafirmaron la voluntad de realizar las siguientes acciones:
1. Crear nuevos modelos de asociación entre el turismo y la cultura.
2. Promover y proteger el patrimonio cultural.
3. Vincular a las personas y fomentar el desarrollo sostenible mediante rutas culturales.
4. Promover vínculos más estrechos entre el turismo, las culturas vivas y las industrias de la creación.
5. Respaldar la contribución del turismo cultural al desarrollo urbano (WTO, 2015).
Los lineamientos de estas dos organizaciones, así como los convenios entre ellas, están marcando una pauta de ruta hacia las políticas particulares de los países en materia de conservación, preservación y uso del patrimonio, así como de una tendencia global de su uso como recurso económico.
Aunque el patrimonio no siempre ha estado vinculado al turismo como se puede apreciar hoy en día, para el caso mexicano, por ejemplo, Mercado (2016) sitúa el primer intento de relación entre patrimonio y turismo con el programa de Estudios arqueológicos y etnográficos en el Valle de Teotihuacan en 1918. En aquel entonces, el propósito principal, más que ligado al turismo, estaba centrado en la creación de una imagen identitaria nacional que se pudiera proyectar hacia afuera.
Desde los años 70 y 80 la relación entre patrimonio y turismo se ha profundizado en el contexto cambiante del auge de las transformaciones neoliberales, caracterizado por “la transcendencia del ambientalismo y los cuestionamientos a las teorías del desarrollo, las grandes transformaciones que sufrieron los Estados Nacionales neoliberales y, las transformaciones en la economía mundial y la emergencia de nuevas formas de producción y consumo” (Marín, 2022: 272).
Piazza del Popolo (IT). Imagen de Eliana González
Reflexión final
En el interior de los circuitos de la economía turística contemporánea, un conjunto de elementos heterogéneos del entorno de una localidad se vuelve indirectamente generador de valor económico. La patrimonialización se ha convertido en un medio para insertar un territorio en la economía del turismo. Se observa que hoy en día, el discurso se fija en procesos globales que lo asumen como herramienta para generar desarrollo económico, al tiempo que se promueve su conservación y preservación. A partir de estos supuestos, se encuentra en la realidad que la práctica de la patrimonialización desborda las diferentes definiciones, pues estas se van combinando con otras ideas de diferentes actores sobre la forma de intervenir en el patrimonio en determinados contextos económicos y políticos. Esta manifestación de múltiples concepciones y actores nos dice que “la producción patrimonial se puede concebir como una arena de luchas por los significados, las representaciones y el control de los recursos” (Marín, 2022: 274) en donde podemos encontrar experiencias desde abajo en el que el uso contrahegemónico del patrimonio y del proceso de patrimonialización, expresan experiencias de resignificación identitaria y de herramientas político económicas de las comunidades como en el caso de Nicolás Levalle en Argentina
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