23-05-2023
Karen Quiroga: “El turismo comunitario es una alternativa económica para el campesinado de Charalá”
Javier Tejera & Natalia Naranjo | Alba Sud
Crédito Fotografía: Asociación Agrosolidaria Charalá
Charaláes uno de los municipios que se ubican en el corredor de conservación de los bosques de roble, Guantiva - La Rusia - Iguaque. Junto a otros 22 municipios de los departamentos de Boyacá y Santander, conforman este vasto territorio de más de 140.000 hectáreas. Esta importante área ecológica situada en los Andes Orientales (desde los 1.300 hasta los 3.800 msnm), acoge múltiples ecosistemas estratégicos que dan cabida a buena parte de la biodiversidad colombiana, incluido el ecosistema de páramo. Sin embargo, sólo el 9% de su superficie cuenta con alguna figura de protección. Entre las especies más singulares, destaca uno de los últimos reductos endémicos del roble negro colombiano.
Estos árboles pueden llegar a medir entre 40 y 50 metros de altura. A pesar de estar bien distribuidos por varias de las regiones del país, están considerados por la mayoría de Corporaciones Autónomas Regionales (CAR) como una especie en avanzado grado de extinción, principalmente por la extracción de su madera. Incluso, el Libro Rojo de plantas de Colombia lo tiene clasificado como una especie vulnerable y hay investigadores que creen que se debería considerar una especie en peligro crítico.
Cuentan con una madera muy fina y apreciada, por lo que han sido sobreexplotados desde la época colonial. A lo largo de la historia se han destinado para toda clase de labores, desde la construcción, la medicina o la preparación de alimentos. Actualmente, se encuentran amenazados por la ampliación de la frontera agrícola y ganadera, o por las quemas para la producción de carbón vegetal. Esto hace que se encuentren aislados entre sí, lo que ha conllevado una disminución de su diversidad genética, con organismos viejos que no se reproducen, repercutiendo en la fertilidad de su semilla.
Monitoreo comunitario para su conservación
A finales de 2019 y principios de 2020, ante la preocupación por el estado de conservación de los bosques de roble y los ecosistemas de este corredor, alrededor de 65 familias de comunidades rurales y veredas de la zona se unieron en torno a su protección. A través de la Asociación Agrosolidaria Charalá, se ha iniciado el monitoreo comunitario de los robledales, para evitar su desaparición.
Karen Quiroga señala que, poco a poco, “la comunidad ha sido muy proclive a participar e implicarse en políticas de conservación, sustituyendo prácticas extractivistas por prácticas conservacionistas”. Es un proceso complejo y “siempre es un reto que las personas de un lugar vean con otros ojos su propio territorio”, añade. Además, “han crecido en conocimiento y como asociación” y en este proceso, por ejemplo, se busca que “una persona que antes era cazadora, ahora entienda la biodiversidad que tiene a su alrededor, que vea cómo se pueden ganar más recursos conservando”.
Otro de los proyectos que Agrosolidaria adelanta es un semillero para reforestación. Por medio de trampas, la comunidad recolecta semillas para analizarlas y conseguir los sustratos adecuados para sembrarlas. El roble negro es el principal objetivo, pero a la vez se integra toda la diversidad de especies que hay en el conjunto del ecosistema.
“La idea es que estas mismas personas puedan contar en primera persona su experiencia e involucrar a otras”, indica Quiroga. En este sentido, un gran paso ha sido el lanzamiento del primer Diplomado de Monitoreo Comunitario de Bosques Andinos. Una experiencia única en Colombia, que ha permitido capacitar a más de 25 personas de la asociación, con el acompañamiento técnico de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC), el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (IDEAM) y la Cámara de Comercio.
El ecoturismo comunitario como complemento
El monitoreo y la investigación son una de las líneas de trabajo de Agrosolidaria Charalá junto con la formación, pero no la única. Todos los datos que se recogen retroalimentan iniciativas y emprendimientos turísticos que gestionan los miembros asociados. “Esa información se pone en valor, de cara a los visitantes que llegan al municipio”, aporta Karen Quiroga. Es muy importante desarrollar esa visión conservacionista en torno al modelo de gestión turística comunitaria, dado que “el desarrollo de un turismo masivo genera muchas preocupaciones”.
El valor añadido de esta labor, se ha plasmado en el desarrollo de la Ruta del Roble. Un recorrido turístico que promueve la conservación, la restauración y el uso sostenible de los bosques de robles blancos y negros. También se exponen tres orquidearios, que albergan cerca de 180 especies de orquídeas. En este sentido añade que, “de momento, la diversificación turística del enfoque conservacionista de la asociación comunitaria se canaliza en proveedores locales”.
Por suerte, “no está habiendo desplazamientos de habitantes, ni inversionistas foráneos”. Sin embargo, en la comunidad “preocupa mucho la posible presión sobre los recursos naturales de estos ecosistemas singulares”. Por ejemplo, “que los campesinos abandonen sus oficios tradicionales, cargados de saberes ancestrales, por trabajos relacionados con servicios turísticos que, tal vez, pueden ser más rentables a corto plazo”.
El planteamiento es más a largo plazo, en “una apuesta que no pierda la identidad del territorio y que respete la capacidad de carga de hábitats naturales o una correcta gestión de los residuos sólidos o del agua”.
En este contexto, sin duda, el ecoturismo comunitario es una alternativa económica para los campesinos de la región. Es una visión que permite “resignificar la región y diversificar la economía”, comenta Quiroga. Es una oportunidad de cualificarse y de conocer el territorio, generando sentido y orgullo de pertenencia. “También ayuda a dar visibilidad a la cultura, los saberes y la vida cotidiana de las comunidades, lo que ayuda a que sigan protegiendo y conservando todo ese legado”, señala. Sin duda, “es una alternativa para sacar adelante a las familias”.
Otro elemento importante a resaltar, es que el trabajo de las mujeres en toda la cadena de valor en la prestación del servicio turístico es de un 80-90%. “Se encargan de reservas, guianza, alojamiento, evaluación del servicio y de la promoción y comercialización”, agrega Quiroga. Esto ha traído algunos retos, para conciliar los tiempos de una actividad que es complementaria. La conciliación con la vida familiar es complicada en ocasiones, pero “el turismo comunitario es una alternativa que está generando oportunidad y recursos económicos”. Sin duda, es un planteamiento que ha permitido conocer mejor su propio territorio a las comunidades, “generando un modelo para que vaya siendo un lugar mejor para vivir y habitar”, agrega Karen.
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