01-08-2023
Caminos transitables para el decrecimiento: del qué al cómo
Raül Valls | Alba SudEn el debate sobre el decrecimiento ha visto la luz una interesante y valiendo exposición propositiva. En “Decrecimiento: del qué al cómo. Propuestas para el Estado español” (Icaria, Barcelona, 2023), Luis González Reyes y Adrián Almazán, se atreven a imaginar caminos posibles para la transición ecosocial.
El decrecimiento se ha convertido en un lugar común y motivo de animada y contradictoria polémica durante lo que llevamos de siglo. Pero no hay ninguna duda que ha ido ganando espacio y legitimidad dentro del utillaje crítico y el vocabulario habitual del movimiento ecologista. La percepción cada vez más obvia de haber rebasado todos los límites de los ecosistemas lo ha convertido en una propuesta usual. Por eso seguramente se hacen más necesarias las concreciones y las propuestas de "cómo" tiene que ser y se tiene que materializar esta "contracción" del metabolismo de nuestra sociedad.
Decrecimiento: del qué al cómo. Propuestas para el Estado español, de Luis González Reyes y Adrián Almazán, editado por Icaria este 2023 y prologado por Yayo Herrero, se toma en serio la responsabilidad de empezar a definir una hoja de ruta, no exhaustiva, pero sí muy ambiciosa, y donde se abordan muchos de los sectores clave de la economía para encarar esta transición ecosocial decrecentista. Se trata de un necesario y valiente ejercicio de imaginación que dibuja un futuro, ahora incierto y poblado de nubes negras, pero dónde no todo está escrito todavía.
El libro empieza con una constatación contundente: estamos ante una degradación ecológica de alcance planetario. Un auténtico bumerán que nos viene directo a la cara y que es el efecto no deseado e inesperado de un modelo de desarrollo basado en el dominio de la naturaleza y un capitalismo fósil cada vez más acelerado. A partir de esta situación, en la cual ya estamos inmersos, con una diagnosis elaborada y un consenso científico mayoritario, los autores señalan algunas inquietantes cuestiones clave: no está claro que seamos capaces de poner en marcha a tiempo los procesos de transformación social para comenzar la transición ecosocial. Hay que ser conscientes que hemos superado umbrales y desatado bucles de retroalimentación positiva que ya no estamos a tiempo de parar y que van a alterar el actual equilibrio climático y ecosistémico. Y, por otro lado, tampoco estamos en disposición de garantizar que esta transición se haga gobernada por los valores de la democracia, la libertad, la igualdad y la justicia social. El riesgo que se impongan alternativas "ecofascistas" es real y, como afirman los autores, no hay ningún orden político que tenga que surgir de forma automática de las peligrosas dinámicas que se están desarrollando. Es por eso que afirman con contundencia:
Sentimos que tenemos la responsabilidad de ejercitar nuestra imaginación, de no sucumbir ante miradas apocalípticas, ni conformarnos con una continuidad verde y reformista a lo existente, que consideramos que es una cuasi garantía de la extensión de la destrucción ecológica y creemos que también de órdenes sociales ecoautoritarios o ecofascistas (pág.19-20).
Colapso de la civilización... y una tecnología que no lo puede todo
Este escenario, que ya no es una simple "crisis del capitalismo" de la que podemos salir con las fórmulas habituales, sino que se trata de un proceso de colapso social o, si se prefiere, una crisis de la civilización, que alcanza a todo el planeta y que amenaza con "un desmonoramiento del orden político, económico y cultural que da paso a una situación abierta en la que surgen múltiples órdenes nuevos y en la que, eventualmente, alguno de ellos se puede convertir en hegemónico." (pág.37). Los autores rehúyen entrar en el encendido y reciente debate sobre el "colapsismo", pero sí analizan qué entienden por "colapso". Lejos de repentinos momentos de caos y catástrofe, lo entienden como un proceso de deterioro progresivo que sufrirán, o ya sufren, algunos de los factores claves de nuestro sistema de vida: alimentación, energía, sistema financiero global, entre otros, y que, combinados con las estructuras sociopolíticas existentes, supondrán efectos diversos y dependientes de las correlaciones de fuerzas políticas que se den. Por lo tanto, consideran, estamos ante un escenario abierto, donde tanto podemos transitar hacia un orden más solidario, igualitario y democrático o, contrariamente, entrar en lógicas egoístas, de desigualdad y autoritarismo.
González Reyes y Almazán impugnan de forma contundente el "tecno-optimismo". Para ellos está claro que la tecnología no nos ayudará a evitar el colapso. Este es un elemento importante, puesto que desde el statu quo actual, alimentado por el mito de la omnipotencia de la ciencia y la técnica, se insiste en el hecho que los avances tecnológicos nos facilitarán soluciones milagrosas y salvadoras para salir del callejón sin salida en el cual estamos metidos. La ciencia y la técnica, imprescindibles para entender la magnitud de la crisis de la civilización que sufrimos, no pueden ser vistas como la "gran solución" a los problemas que sufrimos. Sobre todo una ciencia y una técnica que, como afirman, se ha desarrollado bajo el paradigma del dominio sobre la naturaleza y, por extensión, sobre el mismo ser humano. Cómo afirman, "ni la ciencia ni la tecnología van a ser capaces de resolver los problemas ecológicos y sociales porque son políticos, no tecnológicos" (pág. 48).
De la “sociedad de mercado” a la “sociedad con mercados”
Los autores, que centran su trabajo en la esfera de la economía, definen su posición sobre los diferentes ámbitos sociales donde hasta ahora se han desarrollado las dinámicas destructivas de la sociedad capitalista: las esferas del mercado, estado, hogares y comunidad, como se relacionan entre ellas y el peso, las influencias y sinergias entre estas dentro de la sociedad. Proponen unas nuevas relaciones funcionales a la transición ecosocial y basan su propuesta política de decrecimiento en la reducción de la centralidad del ámbito mercantil-estatal a la hora de satisfacer las necesidades humanas, para que sean el ámbito del hogar y, sobre todo, de la comunidad quien gane peso. Defienden “sociedades con mercados”, regulados y subordinados a las necesidades básicas, por encima de las imperantes actualmente, “sociedades de mercado”, donde estas mismas necesidades se ponen al servicio de los intereses mercantiles y de la reproducción del capital. Avanzando una propuesta, apuntan:
Apostamos por una estructura económica localizada, descentralizada, autónoma y controlada democráticamente desde las comunidades. Siguiendo al ecofeminismo de la subsistencia, consideramos que las sociedades humanas tienen que reapropiarse de la capacidad de sostener la vida. Para ello, necesitamos ampliar con rotundidad nuestra autonomía material colectiva. Es decir, poner en marcha una dinámica de los elementos que resultan cruciales para la vida (tierras, ríos, recursos, pero también la capacidad de resolución de conflictos, educación o cuidados), que hoy son monopolizados por el Estado, que los utiliza para crecer o legitimarse, o por el mercado, que los pone al servicio de la acumulación de capital (pág. 51).
Y a continuación proponen unas ideas fuerza para avanzar en el sentido decrecentista:
- Reducción del consumo material y energético hasta marcos ecológicamente viables.
- Relocalización y diversificación de la economía.
- Integración del metabolismo social dentro del metabolismo ecosistémico.
- Integración de la producción y la reproducción en una misma unidad económica.
- Redistribución fuerte de la riqueza inter e intra territorios con criterios de justicia global.
- Aumento de la autonomía económica de las personas.
Luis González Reyes y Adrián Almazán abordan en la parte central de su trabajo el reto de pensar e imaginar cómo sería una economía productiva decrecentista en el Estado español. Lo tematizan por sectores productivos: energía, economía circular, silvicultura, agricultura, pesca, ganadería, transporte, industria, rehabilitación de edificios-construcción, turismo y finanzas, con un esquema general donde se analiza la situación presente, se proponen medidas para avanzar hacia el decrecimiento y se aportan ejemplos de buenas prácticas.
¿Y el turismo?
Por deformación profesional, prestamos atención a algunas de las cuestiones que se desarrollan en el capítulo dedicado al turismo. Aquí se distingue entre el turismo vinculado al ocio de vacaciones y aquel que depende de las pernoctaciones por razones laborales. A pesar de reconocer tres subsectores: hospedaje, restauración y operadores turísticos, son conscientes que el influjo de la que presumía ser una "industria sin chimeneas" va mucho más allá del que se ve a primera vista. Difícilmente podremos medir el impacto ambiental del turismo sin tener en cuenta el transporte, tanto de los turistas hacia los lugares de destino, como de la logística que supone atender a las necesidades de las estancias, o la construcción, una parte importante de la cual se nutre de las segundas residencias, y paralelamente todas las "infraestructuras ocultas", como la captación y distribución de agua, el abastecimiento de alimentos o carburantes, o la generación de residuos. En muchos casos, el turismo de segundas residencias implica la construcción de ciudades paralelas, con todos sus servicios y, en algunos casos clamorosos, con ratios de ocupación anual muy baja. Respecto a los impactos sociales, correlato perverso de los ecológicos, se trata de un sector con salarios bajos y condiciones de trabajo precarias y muy determinadas por la estacionalidad, provocando la paradoja que las ciudades y territorios muy dependientes del turismo tengan peor calidad de trabajo, mayores desigualdades sociales, rentas per cápita más reducidas, un aumento de la economía criminal y sufran procesos de gentrificación que expulsan a las poblaciones locales. Por lo tanto, en términos globales, el turismo es un actor importante en la desmesura y la extralimitación de nuestra civilización industrial-capitalista: es causante del 8% de los gases de efecto invernadero, provoca un consumo intensivo de los espacios naturales (por ejemplo el 37% de la línea de la costa española está urbanizada y un 7% ocupada por instalaciones portuarias).
En consecuencia, para los autores si lo deseable sería un turismo que se adaptara a los territorios donde se desarrolla, esta no es ni mucho menos la situación real en el Estado español. Por lo tanto, son contundentes a la hora de enmarcar las medidas que proponen: "El turismo debe sufrir un proceso de reducción importante." (pág. 167). Así, defienden una reducción en horas de trabajo (que no tiene por qué ser en puestos de trabajo) del 30% a los hoteles, un 15% en la restauración y un 25% en los operadores turísticos. Respecto a los viajes de larga distancia, piden un descenso del 95% para la década 2020-30. Dan por hecho que hará falta una reconversión importante del sector en España, puesto que el turismo interior no podrá nunca suplir al internacional. Los territorios y ciudades donde se tiene que centrar primero la reducción en escala del sector son aquellos que ahora mismo sufren más saturación turística. Y también sostienen una batería de propuestas para materializar esta reducción que el decrecimiento global de nuestra civilización necesita: promover los desplazamientos a cortas distancias y en transporte público; reducción de la movilidad con estancias largas en los destinos turísticos; sostenibilidad ecológica adaptando el consumo de recursos a los disponibles (evitando, por lo tanto, la constante importación de recursos que necesitan muchos territorios turísticos para atender a los visitantes); promover los hospedajes de gama baja menos impactantes y más asequibles a las mayorías sociales (un camping, por ejemplo, que no requiere una gran infraestructura y en poco espacio puede acoger a muchos visitantes); indicadores reales de responsabilidad social (porcentaje máximo de turistas sobre población local, dependencia económica, precio de los alquileres, etc.); trabajos en condiciones dignas y saludables; y, finalmente, un control público de la actividad turística y no del sector público por parte de las empresas turísticas. Para los autores no abundan los ejemplos de decrecimiento turístico, pero destacan las descalificaciones de suelos urbanizables y el derribo de hoteles (como hizo el Ayuntamiento de Calvià en Mallorca) o proyectos que promueven la proximidad, las estancias largas y una mayor integración de las actividades de ocio en el entorno (como el camping Arbizu en Navarra).
Como ganar la transformación ecosocial
El libro dedica una interesante última sección a las estrategias posibles para los movimientos sociales en su lucha por el decrecimiento. En este sentido, los autores hacen una apuesta decidida por la noción de verdad como piedra de toque de la acción política, un conocimiento contrastado y apoyado en la ciencia como, por ejemplo, fue el primer trabajo que nos advirtió del peligroso camino que estábamos siguiendo: Los límites al crecimiento, Informe del Club de Roma (Meadows et al, 1972). Una vez se dispone de la mejor y más contrastada información, el siguiente paso sería comunicarla preferentemente a la gente organizada. En una situación ideal, el conjunto de la población tendría que darse cuenta de la irracionalidad de seguir por el camino del crecimiento e impulsaría rápidamente cambios en los estilos de vida. Pero esto no funciona así. El dominio neoliberal ha debilitado a las organizaciones sociales y ha atomizado a los individuos. En un contexto de crecimiento del egoísmo y de falta de interés por los asuntos comunes, la mera comunicación del conocimiento y de la verdad que se deriva de este sufre serias dificultades para llegar a los receptores. Cómo remachan los autores, "la verdad ecologista viene demostrando una tozuda insuficiencia política" (pág. 193)
Si la razón desnuda no mueve a actuar, hay que redirigir los esfuerzos desde la acumulación de informaciones sobre datos que demuestran que vamos hacia una catástrofe, a preguntarnos cómo auto-organizarnos socialmente para minimizar los efectos del daño socio-ecológico en curso. En este sentido, nos proponen abordar el problema girando el eje hacia las necesidades y los sus satisfactores, asumiendo que las decisiones humanas son una mezcla inseparable de argumentos racionales y emocionales. Organizar grupos con conciencia ecosocial, con voluntad y capacidad de mezclarse con aquellos que tienen otras formas de ver las cosas y construir espacios donde se practiquen formas de vida que impulsen el cambio de valores. Hay que comunicar, pero no podemos fiarlo todo a la simple construcción de narrativas por razonadas y razonables que sean, hay que organizar espacios donde se vivan experiencias alternativas. Será en estos contextos donde será posible construir "deseos decrecentistas" que impulsen mayorías sociales con capacidad de hacer políticas para el decrecimiento. Nos movemos, por lo tanto, en el siempre complicado e incierto terreno de la disputa y el conflicto, donde no es suficiente el conocimiento contrastado, la verdad fundamentada, sino como Bertolt Brecht recordaba en sus "Cinco dificultades para escribir la verdad", hay que saber utilizar la verdad y tener claro en qué manos ponerla para que pueda triunfar. Y un serio aviso para navegantes en las inciertas aguas de la crisis ecológica con en el que nuestros autores nos advierten:
Hacer políticas radicales no solo es tener un discurso radical. De hecho, el discurso no es lo más importante y puede ser hasta contraproducente en algunos contextos (recordamos que comunicamos más con los actos que con las palabras), sino más bien unas prácticas radicales que encarnen ese discurso(pág. 227).
Ahí lo dejamos. Merece la pena leer y difundir este libro.
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