22-08-2023
Turismo, pernocta y proximidad: ideologías que subyacen en los conceptos
Alfonso González Damián | Uqroo & Alba SudPara el turismo convencional, la distancia de dos a tres horas se mide con relación al sitio de pernocta, pues el consumo es la acción esencial, en tanto que para los turismos de proximidad esta idea se cuestiona.
Crédito Fotografía: Imagen de Igor Ovsyannykow en Pixabay
La planificación convencional de los destinos turísticos se articulaba en torno al consumo. También se ubicaba como eje principal el hotel, entendido como espacio para el consumo y desde y hacia el cual se movía el turista para realizar otros consumos. Ante ello, se plantea el turismo de proximidad como un concepto en construcción que también hace referencia a la distancia que recorre el turista, pero que no se articula en torno al consumo o al hotel (Cañada & Izcara, 2021; Díaz-Soria, 2021).
La idea de la proximidad hace hincapié en los destinos locales, en las distancias cortas y en el uso de medios de transporte con menos emisiones de carbono. Con esto, asume un posicionamiento ideológico transgresor de los esquemas establecidos al tratar de poner en el centro del debate las formas convencionales del turismo: depredador, de alta presión sobre el entorno natural y sobre las sociedades locales, cooptado por el mercado, que clasifica para diferenciar a turistas de residentes. En este sentido, la proximidad puede ser concebida desde un posicionamiento ideológico opuesto, justamente frente al que se presenta en disputa, en el que lo local se refiere al sitio desde el que resulta significativo repensar el bienestar, la seguridad y la protección de la población residente.
Con el objetivo de aportar reflexiones sobre la idea de la proximidad, de manera que aporten elementos para develar formas de turismo distintas a la hegemónica, se propone el presente texto. La finalidad no es cuestionar el concepto mismo de turismo de proximidad, sino advdertir a quienes lo utilicemos, que, la distancia en su origen histórico hizo referencia a aquella que separa los sitios de consumo, desde una lógica de mercado, pero que puede ser resignificada desde otras posibilidades, lo cual repercute en la investigación académica, pero también podría hacerlo en las políticas públicas y en la acción colectiva.
La reflexión da inicio desde el examen de la distancia geográfica que delimita un área distante, con un máximo de dos o tres horas desde donde residen las personas que realizarán turismos de proximidad, que bien pareciera ser un buen punto de partida, pero que, como se verá, tiene también su origen en la visión hegemónica del turismo.
¿Es esencial el alojamiento para reconocer la realidad llamada turismo?
El turismo en la realidad es polisémico. No significa lo mismo para todas las personas, ni siquiera para aquellas que viven de la actividad. Es como casi todos los artificios humanos, dotado de sentido desde su construcción social, situada histórica y geográficamente y, por ende, con una carga ideológica. No obstante, prácticamente desde la masificación y dispersión global de su práctica a mediados del siglo XX, se ha planteado, casi en un nivel obsesivo, la necesidad de contar con una definición generalmente aceptada (Sancho Pérez, 1998).
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La intencionalidad de definirlo, para incluir en él lo que es turismo y excluir lo que no es, fue desde entonces el interés por describirlo y cuantificarlo. Al cuantificarlo era posible analizarlo estadísticamente y también proyectarlo, planificarlo, contenerlo, controlarlo, aprovecharlo, explotarlo, en fin, utilizarlo como otro instrumento más para la acumulación capitalista. Desde su nacimiento, el concepto alude al rol de turista, por lo tanto, la definición de turismo se orientó a la definición de turista.
Turista, desde los acuerdos internacionales encabezados por Organización Mundial del Turismo (OMT), pero que descansan en conceptos previamente acuñados, es la persona que se desplaza en viajes de ida y vuelta desde y hacia su lugar de residencia hasta otro en el cual no reside y que se ha denominado destino (Naciones Unidas & UNWTO, 2010). La discusión sobre la distancia que debería recorrer para que las personas que viajan pudieran ser consideradas turistas y con ello alejarse de su entorno cotidiano fue un tema siempre abierto, pero que para la década de los ochenta parecía haber quedado zanjado desde un enfoque práctico, la diferencia estaba en el hecho de pernoctar fuera de la residencia habitual.
El debate se retomó por breve tiempo, pues pareció llegarse a un consenso en el tema de la pernocta fuera de casa, sin embargo, a la industria en el fondo le interesaba algo más, que tal pernocta supusiera un consumo, es decir, que para tornarse en turista y dejar de ser solamente una persona viajera ordinaria, habría de realizar, necesariamente, consumo de servicio de alojamiento. Luego, el turista tenía que ser concebido como consumidor y no de otra manera, siendo el hecho de pernoctar y particularmente el hacerlo en un hotel o establecimiento similar en el que tuviese que realizar un pago lo que le confería oficialmente, estadísticamente, el estatus.
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El siguiente paso fue el impulso al desarrollo de la industria turística, tomando como eje los sitios de pernocta, en establecimientos de alojamiento pagado, esto es en los sitios de destino turístico y su área de influencia. Un destino turístico, a efectos de la planificación turística de finales del siglo XX, dejó de ser un espacio atractivo por sus recursos o bellezas naturales o culturales, para tornarse en el espacio en el que el servicio de alojamiento puede ser consumido por turistas. En consecuencia, el área de influencia de un destino turístico se concibió, técnicamente, como el área a la cual, utilizando medios convencionales de transporte, se podía acceder en un período de máximo entre dos y tres horas, para poder retornar al sitio de pernocta (Boullón, 2006; Cárdenas Tabares, 2006). Esto es, que le permitiera hacer otros consumos de servicios de entretenimiento, diversión, compras, negocios, juego, paseo, descanso o cualquiera otro sin requerir de un nuevo alojamiento. En caso de requerirlo, significaría que ya no se encontraba en el área de influencia del destino turístico inicial sino en la de un segundo destino turístico. Fue la época dorada del desarrollo turístico alrededor de consumos planificados y posiblemente la cúspide en el auge del turismo fordista.
Este modelo de desarrollo se extendió por el mundo, particularmente bien recibido y adoptado en el Caribe, y en general en el ámbito latinoamericano, cuyo ejemplo paradigmático se encuentra en el desarrollo de Cancún como Centro Integralmente Planificado (CIP) por el gobierno mexicano a través del FONATUR. Fue también la época de auge de los resorts all-inclusive en el mundo, un modelo en el que el hotel ya no solo es el núcleo del destino a visitar, sino el destino en sí mismo.
Hoy en día, la estadística del turismo se sigue construyendo en torno a esta idea de la centralidad del consumo de alojamiento como la práctica turística por excelencia, poniendo en duda al resto de los consumos que realizan las personas que viajan sobre si son también o no son “consumos turísticos”. Quedaría claro hasta este punto que la centralidad del hotel como eje del destino turístico y de la industria turística misma tiene una clara connotación de mercado, económica y también, por ende, capitalista.
Imagen de Michelle Raponi en Pixabay
Esto ha llevado, por al menos tres décadas, a que la inversión en desarrollo del turismo se enfoque en dotar de infraestructura para la existencia de hoteles, el incremento en la construcción de espacios para ello, es decir el auge del sector inmobiliario, la contabilidad del crecimiento de la oferta turística a través de la disponibilidad de cuartos de hotel y al éxito de un destino turístico medido por la ocupación media de los hoteles y del rendimiento por habitación.
Esta noción, por supuesto, ha entrado en confrontación con la transición al turismo posfordista, y más aún, con las denominadas economías colaborativas que han retirado al hotel convencional del núcleo del consumo turístico. La idea de los consumos sigue siendo central, puesto que se habla de distintas modalidades de turismo en función de las preferencias individuales de consumo de las personas que viajan.
Proximidad... pero no al sitio de pernocta
A pesar de que el desarrollo turístico fordista y posfordista ha girado en torno al consumo, esto no ha implicado que durante este tiempo haya sido la única forma de viajar ni de llevar a cabo prácticas sociales de convivencia con otras personas ajenas al entorno cotidiano. Tampoco ha sido la única forma de ejercer la libertad de elección, de movimiento y de contacto con el mundo natural, en las que también pueden reconocerse elementos, trazas de turismo, pero miradas desde otro eje que no sea necesariamente el consumo.
Es desde este posicionamiento, en resistencia al mercado capitalista, que nace la idea de la proximidad, de la posibilidad de que las personas que viajan lo hagan a sitios relativamente cercanos, a una distancia de máximo dos a tres horas en transporte terrestre, pero no medidas a partir del sitio en el que se realizaría el consumo del alojamiento, sino desde su espacio de vida cotidiana. Una proximidad en la que a final de cuentas puede realizar consumo, pero que no tiene la finalidad de hacer tal consumo, ni tampoco se concibe desde la idea del consumir.
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El concepto que se está construyendo de turismo de proximidad, plantea la variable geográfica para conectar el debate con la necesidad de una transición socioecológica de la que el turismo no debería escapar y el centrarse en la distancia obliga necesariamente a pensar en un turismo que genere una menor huella ecológica, comenzando con la del transporte (Cañada & Izcara, 2021). En congruencia con ello, se podrían pensar prácticas alternativas a las del turismo hegemónico, que no supongan la necesidad de abandonar el espacio de vida cotidiano. No hay que perder de vista que el turismo implica un encuentro entre personas, ya sea personal o mediado, en el cual una parte de ellas se ha desplazado fuera de su sitio de residencia cotidiano pero la otra parte, la mayor parte en realidad, no se ha desplazado y la actividad de recibir a visitantes forma en parte de su entorno de vida cotidiana (González Damián, 2017, 2018).
Aunque el concepto de turismo de proximidad hoy en día no sea un concepto totalmente acabado, plenamente construido y que no deje lugar a dudas sí que lo es en el plano ideológico: el mercado capitalista no es el eje definitorio del turismo, no deseamos que lo sea. Resulta necesario volver la mirada a otros conceptos, recreación, ocio, pero también a la propia idea del turismo como un fenómeno social y no como un “sistema” que relaciona oferta con demanda, es decir, una noción ajena o al menos no centralizada en el mercado, lo que le requiere de un fondo ideológico que deliberadamente lo transgreda.
Reflexión final
El turismo de proximidad, como noción, pretende distanciarse del concepto hegemónico de turismo, por ello ha de pensarse fuera de la lógica del consumo como eje definitorio del turismo. Más aun, resulta esencial alejarse de la necesidad de encontrar en el consumo del servicio de alojamiento el núcleo de la actividad y de sus posibilidades. ¿Cuál tendría que ser el eje, si no es el alojamiento, que en el fondo es objeto de interés para el sector económico de la construcción y de la especulación inmobiliaria?
La proximidad desde la convivencia humana, desde los desplazamientos cortos, desde la interacción con la otredad incluyendo en esta a actores humanos y no humanos, desde la conciencia de alejarse del consumo y acercarse, aproximarse a otras prácticas que hacen más humana a la sociedad y a sus integrantes mismos. Sigue habiendo mucho que pensar y que discutir en torno a este tema.
En el presente texto se planteó una arista de la problemática, especialmente la que surge al pensar en términos de distancia geográfica hacia un destino turístico, explorando el origen de las definiciones hoy usuales tanto de turista como de la pernocta, ambas asociadas a la necesidad de consumir, de formar parte de un mercado, por ende, económicas y también apropiadas por el capitalismo.
Las alternativas, que pueden ser asumidas como resistencias, siempre han existido, el hecho de que no formen parte de las estadísticas y que no sean fomentadas por la oficialidad o bien incluso que sean relegadas, menospreciadas o hasta denostadas, no hace sino evidenciar que forman parte de la existencia social humana. Lo que se requiere es documentarlas, comprenderlas, situarlas, resignificarlas y fomentarlas deliberadamente.
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