13-02-2024
Turismo sin clases
Raül Valls & Carla Izcara | Alba SudCompartimos un artículo originalmente publicado a La Directa donde abordamos el papel del turismo en el marco de una transición socioecológica cada vez más urgente. Reflexionamos sobre cómo y dónde tendría que decrecer el turismo.
Crédito Fotografía: Ilustración de Marzia MZ
El decrecimiento, sin duda, se ha posicionado dentro del ecologismo. Pero este concepto no es nuevo. De hecho, nos podríamos remontar en el año 1973, cuando Donella y Denis Meadows escribieron su famoso informe al Club de Roma titulado “Los límites del crecimiento”. Después de cincuenta años –y a pesar de algunas élites planetarias nos han llevado en la dirección contraria, fortalecidas por su victoria en la guerra fría–, la idea del decrecimiento se ha posicionado entre los movimientos que han impugnado el neoliberalismo triunfante.
Para profundizar en el concepto a partir de su planteamiento inicial, no se entiende el decrecimiento solo como una reducción de los índices económicos (PIB), sino como algo que implica disminuir sustancialmente tanto el volumen como la velocidad de nuestro metabolismo social. Esta reducción se tiene que abordar desde la óptica de las desigualdades de clase realmente existentes, y no desde la idea elitista que tenemos que empobrecernos. Según este criterio, la mayoría de la gente ya es “pobre” y no hace falta que se planteen “decrecer” más, sino que lo que hace falta es reivindicar una vida digna para una gran parte de la humanidad, que no la tiene nada garantizada. Paralelamente, lo que sí que se tendría que cuestionar son los “estilos de vida imperiales” y esto interpela sobre todo a los habitantes de los países ricos. Más concretamente, al 1% que ponía en evidencia hace poco la iniciativa Celebrity Flight, impulsora de un ranking de la gente famosa que más contamina a causa de sus desplazamientos en jet privado.
Así pues, en el marco de una crisis ecológica y energética, que nos empuja a plantear urgentemente una transformación de nuestro sistema socioeconómico, proponemos reflexionar alrededor del turismo como una actividad que puede ser organizada de acuerdo con las necesidades de la reproducción del capital o estar a disposición de grandes mayorías y plantearse bajo otros objetivos. Desde Alba Sud, creemos firmemente que este ámbito, igual que otras actividades económicas, tiene que incluirse en esta discusión si queremos conseguir una transformación real, profunda y justa.
Centrándonos en el turismo, la propuesta del decrecimiento también ha sido prioritaria en las agendas de los movimientos sociales ante la turistificación, definida por los investigadores Ernest Cañada e Ivan Murray como el proceso de transformación social y espacial por consecuencia del crecimiento de actividades turísticas bajo la hegemonía del capital, subordinando toda vida económica y social al turismo. Por tanto, en el marco de una transición socioecológica cada vez más urgente, y en un contexto de reactivación turística después de la pandemia de la covid-19, tenemos que repensar la actividad turística y plantear soluciones de decrecimiento justo como proponen expertas como Nora Müller, Inmaculada Díaz Soria, Asunción Blanco y Macià Blázquez, basadas en la desturistificación, la planificación territorial y la desmercantilización.
Una propuesta que hemos trabajado desde Alba Sud y que se podría vincular con el decrecimiento justo, incluyendo estas tres estrategias, son los turismos de proximidad, entendidos como toda aquella actividad turística o de ocio organizada en entornos geográficos próximos. El hecho de priorizar desplazamientos cortos a pie, en bicicleta o en transporte público terrestre, conseguiría disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero, así como reducir la presión climática que ejerce hoy un modelo basado en la hipermobilidad y las largas distancias.
Por otro lado, romper con la definición canónica de turismo y hacerlo desde una perspectiva de clase y justicia social, nos ayuda a repensar el viaje, el ocio o la recreación, como un conjunto vinculado a otros objetivos más allá del lucro, como puede ser el acceso a la natura, el bienestar, la educación o la salud. Dentro de esta redefinición, encontraríamos iniciativas turísticas vinculadas a la recuperación de la memoria, dirigidas a población con riesgo de exclusión social, de base comunitaria o vinculadas a la economía social y solidaria, entre otras. También, de este modo, recuperamos formas de recreación populares que hasta ahora habían dejado de ser prioritarias en las políticas públicas o se habían desvalorado. Así pues, con las políticas públicas adecuadas, se podría ayudar a desmercantilizar la trama de la vida y también las formas en que disfrutamos de nuestro tiempo de ocio y descanso.
Esta apuesta por decrecer en algunos contextos, como una estrategia más en el marco de una transición ecosocial, incluye también, y no es cuestión menor, unas condiciones de trabajo dignas y salarios justos para las personas que viven del sector turístico. Así mismo, el decrecimiento no tiene que implicar hacer obsoletos y dejar en el paro a miles de personas que cuidan de los momentos de ocio y descanso del resto de la población. Pero, ¿cuáles serán las transformaciones que sufrirá el trabajo en un contexto de obligado decrecimiento?
Por un lado, decrecer es una necesidad que nos impone la crisis ecológica, y por otra, la crisis energética también nos obliga a reestructurar toda la sociedad en función de su disponibilidad. En principio, menos energía implicará plantearnos seriamente la reducción del tiempo de trabajo. Pero no es tan simple para quien trabaja en turismo. Menos horas y días de trabajo también podría suponer una mayor posibilidad de tiempo de ocio para el conjunto de la población y, consecuentemente, más presión para los trabajadores y trabajadoras del sector servicios y especialmente de los turísticos. A su vez, menos energía puede poner en jaque la digitalización y la robotización de muchos procesos e implicar una mayor necesidad de trabajo humano (físico). Por lo tanto, hay que prestar atención a estos procesos si queremos que la transición ecosocial sea justa y solidaria. No podemos caer automáticamente en el “solucionismo tecnocrático”, de una reducción de tiempo de trabajo sin abordar las consecuencias.
Hacen falta cambios culturales profundos con formas nuevas e imaginativas de disfrutar del tiempo libre. Esto implicará transformaciones que nos lleven a modelos a la fuerza no consumistas ni mercantiles y que permitan que las personas que trabajan en el sector turístico puedan reducir también su tiempo de trabajo y consigan conciliar mejor sus vidas laborales y personales.
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